15
Hester bebió el té despacio, en un valiente intento de retener algo en el estómago. A pesar de que por la noche estaba hambrienta, por la tarde todavía tenía náuseas.
—En mi opinión, debería intercambiar los lazos, excelencia —le dijo a la condesa de Pennington—. Pruebe a combinar el marrón con el azul y el verde con el de color melocotón.
Elspeth levantó la cabeza y miró de reojo hacia donde Hester estaba sentada, en una de las butacas que la condesa tenía en sus aposentos privados.
—¿Tú crees?
La mujer volvió a centrar toda su atención en las cintas que tenía encima de la cama, le indicó a la modista que hiciese los cambios que había sugerido Hester y luego asintió.
—Tienes razón.
Hester sonrió. Aunque al principio le había extrañado un poco que la condesa insistiese tanto en quedar con ella, pronto se dio cuenta de que la trataba como a una hija. Era el papel que Jessica había desempeñado y Hester descubrió que le gustaba recibir las atenciones de una madre.
Era consciente de que la necesidad que sentía Elspeth sería pasajera y que debía de estar relacionada con su vuelta a la sociedad, después de haber pasado tantos años en el campo. Hester envidiaba la vida idílica que la mujer había llevado en la maravillosa mansión Pennington.
—Tienes que probar los bollos de limón —le dijo Elspeth—. Te juro que jamás has comido nada igual. Se derriten en la boca.
—Gracias, quizá en otra ocasión.
La condesa negó con la cabeza y se le acercó para sentarse en la butaca que tenía enfrente.
—¿Has probado beber té de jengibre, o un poco de caldo, o ambas cosas? Los dos te irán bien para el estómago. Y no tomes comida demasiado grasienta de noche. Las galletas saladas también ayudan.
Tras una pausa, Hester preguntó:
—¿Tan evidente es?
—Sólo para una mujer que se ha pasado casi cada día de la última semana contigo.
—Por favor, le suplico que sea discreta.
Los oscuros ojos de Elspeth brillaron al detectar un secreto.
—¿Tú y Regmont preferís disfrutar de la noticia en la intimidad? Maravilloso.
Hester dudó un instante, no quería compartir el secreto que había guardado en su pecho, pero finalmente, dijo:
—Regmont todavía no lo sabe.
—Ah… ¿Y por qué no?
—No me encuentro nada bien y no puedo dejar de pensar que algo va mal. A Regmont no le gustaría… a él no… —Dejó la taza de té en el plato y después lo depositó en la mesilla que había entre las dos—. Es mejor que espere a saber que todo progresa como es debido.
—Querida… —La condesa cogió las pinzas y se sirvió un bollo de la bandeja—. Estás desaprovechando una de las pocas oportunidades que tiene una mujer de pedirle a su esposo lo que quiera y asegurarse de recibirlo.
—Regmont ya me da demasiado. —Pero no lo que ella más quería; que él estuviese bien mentalmente—. Y quiero que Jessica siga disfrutando de su viaje.
—Tu hermana se alegrará mucho por ti.
—Sí. —Hester se alisó la falda—. Pero quizá se ponga triste por ella y últimamente ya ha sufrido bastante.
—Sufrirá más si no se lo dices.
—Le escribí una carta pocos días después de su partida. Creo que es mejor así. De este modo no tendrá que hacerse la fuerte. Cuando se entere de la noticia podrá reaccionar como verdaderamente lo sienta y cuando volvamos a vernos, las dos experimentaremos sólo alegría.
Elspeth bebió un poco de té tras dar un bocado.
—Estáis muy unidas.
Hester se tocó el corazón.
—Sí. Es mi hermana, mi madre y también mi amiga más cercana.
—Jessica me contó que vuestra madre murió cuando erais muy pequeñas.
—Yo tenía diez años, pero puede decirse que la perdí mucho antes de que muriese. Su melancolía la debilitaba mucho y sólo la veía breves momentos. Para mí era como un fantasma, una mujer frágil y delicada que carecía completamente de ganas de vivir.
—Lo siento —dijo Elspeth con una sonrisa cariñosa—. La maternidad es un regalo. Es una pena que lady Hadley fuese incapaz de verlo así.
—Jess habría sido una madre maravillosa. Y Tarley un gran padre.
—Lo mismo puede decirse de ti y de Regmont, estoy segura.
Hester apartó la vista y consiguió esbozar una trémula sonrisa a la ayudante de la modista cuando ésta se dirigió a la galería con la selección de Elspeth.
—Querida —dijo la condesa en voz baja, captando de nuevo su atención—. ¿Es posible que tú también estés sufriendo de melancolía?
—Oh, no. De verdad. Lo único que pasa es que estoy todo el día agotada. Y le confieso que me preocupa el combate entre Regmont y Michael de mañana. Ojalá existiese alguna manera de disuadirlos. Mi marido se toma esa clase de cosas muy en serio.
—A ti te importa Michael.
Hester notó que el rubor se extendía por sus mejillas. A lo largo de la última semana, se había fijado más de lo apropiado en él. Lo buscaba en todos los eventos a los que asistía, incluso por la calle, con la esperanza de verlo aunque fuese sólo un segundo. La punzada de emoción que sentía cuando lo conseguía, la alegraba y la entristecía al mismo tiempo. Y era prueba innegable de que el amor que sentía por su esposo había perdido la capacidad de llenarla.
—Es un buen hombre.
—Sí. —Elspeth dejó la taza con un suspiro—. Tengo que ser sincera contigo. Cultivar nuestra amistad me interesaba por más de un motivo. Aunque te agradezco profundamente que me ayudes con mi vestuario, hay otro tema con el que preferiría que me echases una mano.
—Si de verdad puedo serle de ayuda, me sentiré honrada de poder hacerlo.
—Me gustaría que me dieses tu experta opinión acerca de las debutantes que te parezcan más adecuadas para Michael. Dado que él te importa tanto como a mí, estoy segura de que querrás que sea feliz en su matrimonio.
—Por supuesto.
Hester se enfrentó a la mirada inquisitiva de la condesa y superó la prueba gracias a que Jessica se había pasado años enseñándole a ocultar lo que sentía. No tenía sentido que desease que Michael siguiese tal como estaba para siempre.
Elspeth le sonrió.
—Gracias. Espero verlo felizmente casado antes de que termine el año.
—Eso sería maravilloso —convino Hester—. O antes, si fuese posible.
Alguien llamó a su puerta.
Jess sonrió al identificar la cadencia de los golpes. La puerta se abrió sin que ella hubiese dado permiso y Alistair entró en la habitación con la seguridad de que iba a ser bien recibido.
Era tan guapo que quitaba el aliento. Había cambiado desde que se habían hecho a la mar y mucho más en la semana que hacía que eran amantes. Sus preciosos ojos azules se veían ahora más brillantes y tenía tendencia a sonreír y a mirarla con ternura. Su rostro también se había suavizado y eso, aunque pareciese imposible, lo hacía todavía más guapo. Y el modo en que se movía… La sensualidad inherente a él también se había apaciguado. Como si estar con ella tranquilizase a la bestia que tenía en su interior. Era una tontería, pero a Jessica le hacía muy feliz pensar eso.
Alistair se acercó a donde ella estaba sentada y se agachó para darle un beso en la frente. Jessica levantó la cabeza y refunfuñó para reclamar un beso de verdad.
—Buenas noches —lo saludó, sintiéndose inusualmente feliz por la intimidad que existía entre ambos.
Era similar a la sensación de paz que había tenido viviendo con Tarley y al mismo tiempo no era igual. Ella respondía a Alistair de un modo mucho más profundo y complejo.
Le dolía darse cuenta de que su relación con Benedict no había sido todo lo que quizá habría podido llegar a ser. Pero también sospechaba que fuera lo que fuese lo que le había faltado a su matrimonio, probablemente había sido debido a Alistair. Jessica no había sido consciente de ello, pero éste se había mantenido oculto entre las sombras, ocupando un lugar en su mente e impidiendo que ningún otro la conquistase.
—Ahora lo son —dijo él incorporándose y ella vio que llevaba un cuaderno de piel debajo del brazo.
—¿Qué es eso?
—Trabajo. —Lo dejó encima de la mesa.
Jessica le sonrió y devolvió al tintero la pluma con que le había estado escribiendo una carta a Hester.
—Me alegro de que hayas venido a verme, pese a tener cosas más importantes que hacer.
—Yo preferiría hacerte el amor, pero me temo que estás indispuesta para recibir tales atenciones.
Ella arqueó las cejas. Esa misma mañana había empezado a menstruar.
—¿Cómo lo sabes?
Alistair se quitó la chaqueta y la colocó en el respaldo de la silla que Jessica tenía delante.
—¿Y cómo podría no saberlo? Toco tu cuerpo más que el mío. Tienes los pechos hinchados y te duelen y durante los últimos dos días has tenido muchas más ganas de practicar sexo. Entre otras cosas.
—Eres un hombre muy observador —contestó ella con una sonrisa.
—No puedo evitarlo —dijo él, devolviéndosela—. No puedo apartar los ojos de ti.
—Adulador —lo provocó—. Y, por desgracia, es verdad que estoy indispuesta. Pero podría darte placer de otra manera…
Alistair se sentó.
—Una sugerencia deliciosa, pero soy feliz simplemente estando contigo.
Jess tomó aire, una reacción necesaria después de que se le acelerase el corazón al oírle decir eso. Él lo había dicho como si nada, pero a Jessica le afectaba mucho comprobar que Alistair se atrevía a colocarse en una posición tan vulnerable. Dios sabía que ella también lo estaba.
—Yo siento lo mismo —le dijo en voz baja.
—Lo sé. —Alistair alargó la mano por encima de la mesa para coger la de ella—. Y no puedo decirte lo mucho que significa para mí que quieras pasar tiempo conmigo, independientemente de que tengamos o no sexo.
Jessica no sabría explicar por qué la sorprendió descubrir que un hombre tan guapo como él quería que lo valorasen por algo más que su aspecto físico y su talento en la cama.
—Alistair…
—No sientas lástima por mí —le dijo él, cortante, al notar la compasión en la voz de ella—. Estoy dispuesto a aceptar cualquier cosa que sientas por mí excepto ésa.
—Te adoro.
—Eso servirá. —Aflojó la dura línea de sus labios.
Jessica negó con la cabeza.
—No quiero que te avergüences de ti por mí. Yo nunca te he juzgado, ni te juzgaré jamás, por las decisiones que te viste obligado a tomar en el pasado, pero si no puedes ser tú mismo cuando estamos juntos, entonces es mejor que nos separemos.
—Espera un momento —replicó Alistair con el cejo fruncido.
—No, espera tú. Tienes que aceptar ahora mismo que te mereces todo mi afecto igual que cualquier otro hombre. Si no puedes hacerlo, preferiría que te fueses.
Él maldijo por lo bajo.
—No puedes decirme esas cosas.
—Pues claro que puedo, maldita sea —contraatacó ella—. Tal vez tú hayas logrado engañarte a ti mismo y creas que soy perfecta, pero sólo soy una mujer. O media, según se mire, puesto que soy estéril. Y deja que te diga que es muy injusto que no pueda tener hijos y que sin embargo sangre como si pudiese.
—Entonces, ¿tienes la menstruación? —le preguntó, en un tono demasiado indiferente.
—Si estabas preocupado por lo contrario, no tenías motivos para estarlo.
Alistair le sostuvo la mirada.
—¿Estás segura? Quizá el problema fuese de Tarley.
—No. Él tuvo un hijo con su amante antes de que nos casáramos.
—Quizá el hijo no era suyo.
—Si vieras al niño, no te cabría la menor duda. Igual que en el caso de tus hermanos, es la viva imagen de su padre.
Alistair asintió y dirigió su atención al libro de cuentas.
Jess sintió un escalofrío. Si él quería hijos, como la gran mayoría de los hombres, su relación terminaría irremediablemente. Y Alistair se merecía experimentar esa clase de felicidad.
—Te he estado observando cuando estás con el niño —le dijo, refiriéndose al que ella había intentando proteger hacía una semana. Alistair demostraba un interés especial por el joven marino y le estaba enseñando a hacer nudos y otras técnicas útiles para su trabajo. A Jessica le gustaba verlos juntos—. Algún día serás un padre maravilloso —concluyó con voz estrangulada.
Él levantó la vista para mirarla y se apoyó en el respaldo de la silla con los brazos cruzados. Le había crecido el pelo y a ella le encantaba el modo en que los mechones negros le enmarcaban el rostro.
—Jessica —suspiró—. Nunca he pensado demasiado en tener hijos. Y ahora dejaré de pensar en ello por completo.
—No digas eso. No puedes negarte esa alegría de un modo tan precipitado.
—Para procrear hace falta tener pareja, como bien sabes. Tú eres el primer eslabón de esa cadena. Y si resulta que también eres el último, pues no pasa nada. Yo ni siquiera soy capaz de plantearme la posibilidad de intentarlo con otra persona.
A Jessica se le nubló la vista. Parpadeó varias veces para eliminar las lágrimas y se apartó de la mesa a toda velocidad para ir en busca de la caja que había en la esquina y que contenía las botellas de clarete.
—Jess…
Ella oyó cómo las patas de la silla se arrastraban por el suelo y un segundo antes de agacharse para coger la botella, notó las fuertes manos de él sujetándola por los hombros.
—¿Oír lo que siento por ti te lanza a la bebida? —le preguntó al oído.
—No. Ser lo bastante egoísta como para alegrarme de que te sientas así, sí.
—Quiero que seas egoísta conmigo.
Ella negó con la cabeza con vehemencia.
—El amor no es egoísta. O eso dicen.
—Para algunos quizá sí. Pero a ti y a mí ya nos han arrebatado demasiadas cosas. Tiene sentido que ambos sintamos la necesidad de quedarnos con el otro.
Jessica cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Alistair, que la rodeó con los brazos.
—Tienes muchos hermanos. Seguro que te gustaría tener una familia numerosa.
—Si vamos a hablar de mi familia, sí necesitaremos esa botella de vino.
Alistair se apartó, Jess cogió la botella y se incorporó. Cuando se dio media vuelta vio que él había sacado dos copas del pequeño armario que había junto a la puerta del camarote.
Dejó el vino en la mesa y se sentó. Alistair colocó las copas y descorchó la botella. Tras dejar que el clarete respirase, volvió a sentarse y la miró pensativo y expectante al mismo tiempo.
Ella esperó pacientemente.
—¿Alguna vez te has preguntado por qué los rasgos de Masterson están tan presentes en mis hermanos y sin embargo yo soy la viva imagen de mi madre?
—No me he cuestionado por qué he tenido tanta suerte.
El cumplido le valió una sonrisa de Alistair.
—Entonces —continuó Jessica—, deduzco que Masterson no es tu padre.
—Y no te importa —señaló él en voz baja.
—¿Por qué iba a importarme?
—Jess… —Se rió nervioso—. Tenía miedo de contártelo, ¿sabes? Tú eres famosa por acatar siempre todas las normas. Tenía miedo de que pensases mal de mí.
—Imposible. ¿Tus hermanos pensaban mal de ti? ¿Acaso ya no estás tan unido a Albert?
—A mis hermanos nunca les ha importado. Pero a Masterson… a él no puedo complacerlo. —Que lo dijese como si nada, puso de manifiesto sentimientos más profundos—. Personalmente ya no me importa, pero a mi madre le preocupa que nos hayamos distanciado tanto. Si pudiese tranquilizarla, lo haría, pero al parecer no puedo hacer nada para cambiar las cosas.
—Lo lamento por él. —Por fin entendía por qué Masterson no había querido ayudar a Alistair a abrirse camino en el mundo—. Se está perdiendo un hijo maravilloso.
Él negó con la cabeza, incrédulo.
—Todavía no puedo creerme que te lo tomes tan bien. Tengo que advertirte de que cada vez que aceptas como si nada uno de mis oscuros secretos, estoy más decidido a quedarme contigo para siempre. Al parecer, nada de lo que te diga hará que te alejes de mí.
Jessica sintió un calor extendiéndose por su pecho.
—Alguien tiene que mantenerte alejado de los líos.
—Y sólo tú eres apta para la tarea.
—Eso espero, por tu bien.
—Vaya, milady, juraría que eso ha sido una especie de advertencia.
Jess fingió que se ponía seria.
—Yo valoro la constancia y la lealtad, señor Caulfield.
—Igual que yo. —Tamborileó en la mesa con los dedos—. Hubo una época en que creía que Masterson amaba de verdad a mi madre y que ella sentía lo mismo por él. Le permitió que se quedase conmigo y me aceptó como hijo suyo, a pesar de lo mucho que lo corroe por dentro, porque sabía que ella jamás le perdonaría si la obligaba a deshacerse de mí. Pero ahora…
Al ver que se detenía, Jessica lo instó a seguir.
—¿Ahora…?
Él exhaló y continuó.
—Soy consciente de la gran diferencia de edad que existe entre ellos. Y sé el efecto que tienen esos años en el físico de Masterson y en su capacidad para mantener relaciones maritales satisfactorias. Pero Dios, yo sería incapaz de mirar hacia otro lado, dejar que tú satisficieses tus necesidades en otra parte y llamar amor a mi indiferencia. Me ocuparía de ti de otra manera; con mi boca, con mis manos, con instrumentos para dar placer…, con cualquier cosa que tuviese a mi alcance. Yo intento conservar lo que es mío y no estoy dispuesto a compartirlo.
—Quizá ninguno de los dos sabe cómo sacar el tema. Yo no sería tan estricta a la hora de juzgarlos.
—Prométeme que siempre sentirás completa libertad para hablar conmigo de cualquier tema.
Era una promesa muy fácil de hacer. Alistair provocaba que a Jessica le resultase fácil abrirse a él sólo por el modo en que la miraba. Benedict la había mirado igual, pero nunca le había hecho preguntas. Su esposo le había dado cariño en silencio, sin esperar nada. Las exigencias de Alistair eran mucho más elevadas y más comprensibles. Pero también lo eran los límites de su aceptación.
Jessica asintió, ofreciéndole su promesa.
Él señaló el papel que ella tenía delante.
—¿Una carta?
—Para mi hermana. Le estoy contando lo que ha sucedido durante el viaje.
—¿Le has hablado de mí?
—Sí.
El placer que sintió se reflejó en sus ojos.
—¿Qué le has dicho?
—Oh, todavía no he terminado.
—¿Tantas cosas tienes que contarle?
—Muchas, y además tengo que elegir con cuidado cada palabra. Al fin y al cabo, le dije que se mantuviese alejada de ti.
—Egoísta.
Jessica se puso en pie y rodeó la mesa. Él la siguió con la mirada, mientras se acercaba, observándola sin disimulo. Ella le colocó una mano en el hombro y le apartó un mechón de pelo de la frente antes de depositar allí un beso.
—Me gusta poder decir que eres mío —murmuró, pensando en Masterson y en la estupidez que estaba cometiendo por orgullo.
Él la cogió por la cintura.
—Me pregunto si sentirás lo mismo cuando estemos en Londres —murmuró—, rodeados de gente que te juzgará por haberme elegido.
—¿De verdad crees que soy tan maleable, que resulta tan fácil influenciarme?
—No lo sé. —Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Y creo que tú tampoco lo sabes.
En cierto modo, Alistair tenía razón. Jessica siempre había hecho lo correcto y lo que se esperaba de ella.
—Mi padre estaría en desacuerdo contigo. Te diría que es muy difícil hacerme cambiar de opinión.
Alistair tiró de su mano y la sentó con cuidado en su regazo para abrazarla con fuerza.
—Sólo pensar en él y en cómo te trató hace que se me lleven los demonios.
—Él no se merece que malgastes tus esfuerzos. Además, por algunas cosas le estoy agradecida. Lo que en un principio me resultaba difícil, se convirtió en algo natural para mí y me hizo la vida más fácil. —Le pasó los dedos por el pelo—. Y mira cómo has echado a perder tú todo ese entrenamiento en sólo una semana.
—Yo quiero echarte a perder para cualquier otro.
—Lo estás consiguiendo. —Con cada hora que pasaba, Jessica se sentía más libre. Igual que cuando se quitaba el corsé después de un día muy largo. Empezaba a dudar de su capacidad para volver a aceptar las restricciones de su vida pasada si algún día tenía que volver a enfrentarse a ellas—. ¿Te asusta? ¿Te hace perder el interés? En seguida caigo rendida en tus brazos. ¿No te aburre no tener que esforzarte para conseguirme?
—Contigo tengo que esforzarme constantemente, Jess. Me asustas. —Descansó la cabeza en sus pechos—. No sé cómo funcionar dependiendo de alguien para todo y sin embargo he descubierto que dependo de ti.
Ella le rodeó los anchos hombros con los brazos y apoyó el mentón en su cabeza. Tendría que haber adivinado que un hombre como él, que nunca hacía nada a medias, también se entregaría del mismo modo. Pero ni se le había pasado por la cabeza que estuviese tan dispuesto a comprometerse con una sola mujer cuando tenía tantas entre las que elegir.
—Te confieso que yo estoy aterrorizada. Todo ha cambiado muy rápido.
—¿Y tan terrible es eso? ¿Acaso antes eras feliz?
—No era infeliz.
—¿Y ahora?
—No me reconozco a mí misma. ¿Quién es esta mujer que se sienta en las piernas de un hombre y que le ofrece favores sexuales con la misma tranquilidad con la que le ofrecería una taza de té?
—Es mía y a mí me gusta mucho.
—No me extraña, siendo un descarado como eres. —Le acarició el pelo con la mejilla—. ¿Tu madre te quiso como era debido, Alistair? ¿Es por eso por lo que se te da tan bien cuidar de mí?
—Sí, a pesar del dolor que le causó quedarse embarazada de mí y tenerme. Y yo haría cualquier cosa para asegurar su felicidad.
—¿Y no crees que a ella le encantaría tener nietos?
Él se apartó y la miró a los ojos.
—Eso es responsabilidad de Baybury, que es el heredero. Él se los dará.
—¿Y qué responsabilidad tienes tú? —le preguntó, pasándole el pulgar por la mejilla.
—Ser la oveja negra de la familia, corromper a jóvenes viudas y conducirlas hacia el pecado.
Jessica lo besó. Con los labios pegados a los suyos, le dijo:
—Me encargaré personalmente de que no te alejes del buen camino que has estado siguiendo estos últimos años.
Las fuertes manos de él se deslizaron por su espalda.
—Menuda pareja hacemos. La viuda escandalosa y el seductor reformado.
Jess contuvo el vuelco que sintió en el estómago y se dijo que ya tendrían tiempo de afrontar la cruda realidad de su relación. Habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo y todavía debían recorrer un largo camino para poder afirmar que estaban destinados a terminarlo juntos. Mientras tanto, ella seguiría el ritmo que él marcase. Si su felicidad estaba destinada a ser sólo temporal, lo asumiría. Ahora ya era demasiado tarde para volver atrás.
Le dio un beso en la punta de la nariz.
—¿Por qué no nos bebemos esa botella de vino?