Capítulo 66

Los inquisidores tenían pocas posibilidades de resistirse a Ruina. Tenían más clavos que ninguna otra de sus creaciones hemalúrgicas, y eso los ponía completamente bajo su dominio.

Sí, habría hecho falta ser un hombre de voluntad suprema para resistirse a Ruina incluso levemente si llevabas los clavos de un inquisidor.

Sazed trató de no pensar en lo oscura que era la ceniza en el cielo, ni en el terrible aspecto que tenía la tierra.

He sido un necio, pensó, mientras seguía cabalgando. De todas las ocasiones en que el mundo necesitaba creer en algo, ésta es la más importante. Y yo no estaba allí para ofrecérselo.

Se sentía dolorido de tanto cabalgar, pero se aferraba a la silla, aún sorprendido por la criatura que montaba. Cuando Sazed decidió acompañar a TenSoon al sur, le preocupaba el viaje. La ceniza caía como los copos de una nevada, y se amontonaba terriblemente en algunos lugares. Sazed sabía que viajar sería difícil, y temía refrenar el ritmo de TenSoon, quien obviamente viajaba mucho más rápido con su forma de sabueso.

TenSoon consideró su preocupación, y entonces pidió que le trajeran un caballo y un cerdo grande. Ingirió primero el cerdo para darse masa extra, y luego moldeó su piel como gelatina alrededor del caballo para digerirlo también. En menos de una hora, había dado a su cuerpo forma de caballo… pero con más músculos y peso, creando la enorme y fortísima maravilla que Sazed cabalgaba ahora.

Llevaban cabalgando sin parar desde entonces. Por fortuna, Sazed tenía algo de desvelo almacenado en una mente de metal desde hacía un año, tras el asedio de Luthadel. Lo usó para impedir quedarse dormido. Todavía le sorprendía que TenSoon pudiera mejorar tanto el cuerpo del caballo. Se movía con facilidad a través de la densa ceniza, mientras que un caballo real, y desde luego un humano, habrían tenido dificultades. Otra cosa en la que he sido un necio. Estos últimos días podría haberle preguntado a TenSoon por sus poderes. ¿Cuántas más cosas hay que desconozco?

Sin embargo, pese a su vergüenza, Sazed sentía algo de paz en su interior. Si hubiera continuado enseñando religiones después de creer en ellas, habría sido un auténtico hipócrita. Tindwyl creía que había que dar esperanza a la gente, aunque hubiera que mentir para hacerlo. Así consideraba las religiones: mentiras que hacían que la gente se sintiera mejor.

Sazed no podía haber actuado de la misma forma; al menos, no podía haberlo hecho y seguir siendo la persona que quería ser. No obstante, ahora tenía esperanza. La religión de Terris era la que había enseñado sobre el Héroe de las Eras en primer lugar. Si alguna contenía la verdad, era ésta. Sazed necesitaba interrogar a la Primera Generación de kandra y descubrir qué sabían.

Aunque, si encuentro la verdad, ¿qué haré con ella?

Los árboles que encontraban a su paso estaban pelados. El paisaje estaba cubierto de cuatro palmos de ceniza.

—¿Cómo puedes continuar? —preguntó Sazed mientras el kandra remontaba al galope la cima de una colina, apartando ceniza e ignorando los obstáculos.

—Mi pueblo se crea a partir de los espectros de la bruma —explicó TenSoon, sin el menor esfuerzo—. El Lord Legislador convirtió a los feruquimistas en espectros, y ellos empezaron a reproducirse como especie. Se añade una Bendición a un espectro de la bruma, y despiertan y se convierten en kandra. Fui creado siglos después de la Ascensión, nací como espectro de la bruma pero desperté cuando recibí mi Bendición.

—¿Bendición?

—Dos pequeños clavos de metal, guardador —respondió TenSoon—. Somos creados como los inquisidores, o los koloss. Sin embargo, somos creaciones más sutiles que ellos. Fuimos los terceros y últimos, cuando el poder del Lord Legislador se desvanecía.

Sazed frunció el ceño, agachándose mientras el caballo pasaba bajo las esqueléticas ramas de un árbol.

—¿Qué tenéis de diferente?

—Tenemos más independencia de voluntad que los otros dos. Sólo tenemos dos clavos, mientras que los otros tienen más. Un alomántico puede controlarlos, pero libres somos más independientes de mente que los koloss o los inquisidores, quienes se ven afectados por los impulsos de Ruina aunque no los esté controlando directamente. ¿Nunca te has preguntado por qué ambos tienen esos poderosos impulsos para matar?

—Eso no explica cómo puedes transportarme a mí, a todo nuestro equipaje, y seguir corriendo por esta ceniza.

—Los clavos de metal que llevamos nos proporcionan cosas —dijo TenSoon—. Igual que la feruquimia te da fuerza, o la alomancia le da fuerza a Vin, mi Bendición me da fuerza. Nunca se agotará, pero no es tan espectacular como los estallidos que puede crear tu pueblo. Con todo, mi Bendición, mezclada con mi habilidad para darle a mi cuerpo la forma que deseo, me permite un nivel superior de resistencia.

Sazed guardó silencio. Continuaron galopando.

—No queda mucho tiempo —observó TenSoon.

—Ya lo veo —dijo Sazed—. Me pregunto qué podemos hacer.

—Es el único momento en que podríamos tener éxito. Debemos estar preparados para actuar. Listos para ayudar al Héroe de las Eras cuando venga.

—¿Cuando venga?

—Ella liderará un ejército de alománticos hacia la Tierra Natal —dijo TenSoon—, y allí nos salvará a todos: kandra, humanos, koloss e inquisidores.

¿Un ejército de alománticos?

—Entonces… ¿qué he de hacer?

—Debes convencer a los kandra de lo complicada que es la situación —explicó TenSoon, deteniéndose—. Diles que hay… algo que deben estar preparados para hacer. Algo muy difícil, pero necesario. Mi pueblo se resistirá, pero tal vez puedas mostrarle el camino.

Sazed asintió, y luego desmontó del kandra para estirar las piernas.

—¿Reconoces este lugar? —preguntó TenSoon, volviéndose para mirarlo con su cabeza equina.

—No. Con la ceniza… bueno, no he podido localizar nuestro camino desde hace días.

—Más allá de ese risco, encontrarás el lugar donde la gente de Terris ha establecido su campamento de refugiados.

Sazed se volvió, sorprendido:

—¿Los Pozos de Hathsin?

TenSoon asintió:

—Nosotros lo llamamos la Tierra Natal.

—¿Los Pozos? Pero…

—Bueno, no los Pozos en sí —respondió TenSoon—. ¿Sabes que toda esta zona tiene complejos de cavernas debajo?

Sazed asintió. El lugar donde Kelsier había entrenado su ejército original de soldados skaa estaba un poco más al norte.

—Bien, pues uno de esos complejos de cavernas es la Tierra Natal kandra. Linda con los Pozos de Hathsin: de hecho, varios pasadizos kandra llegan hasta los Pozos, y tuvieron que ser cerrados, para que los trabajadores no llegaran a la Tierra Natal.

—¿Produce atium vuestra Tierra Natal? —preguntó Sazed.

—¿Producirlo? No. Supongo que eso es lo que diferencia la Tierra Natal de los Pozos. Sea como sea, la entrada a las cavernas de mi pueblo está ahí mismo.

Sazed se volvió, sobresaltado:

—¿Dónde?

—Esa depresión en la ceniza —dijo TenSoon, señalando con la cabeza—. Buena suerte, guardador. Yo tengo que atender mis propios asuntos.

Sazed asintió, sorprendido por haber viajado hasta tan lejos de forma tan rápida, y desató su mochila del lomo del kandra. Dejó la bolsa que contenía huesos: los del sabueso y otro grupo que parecían huesos humanos. Probablemente, un cuerpo que TenSoon llevaba para usarlo cuando lo necesitara.

El enorme caballo se disponía a marcharse.

—¡Espera! —dijo Sazed, alzando una mano.

TenSoon se volvió para mirar.

—¡Buena suerte! —exclamó Sazed—. Que nuestro… dios te proteja.

TenSoon sonrió con una extraña expresión equina, y luego marchó al galope sobre la ceniza.

Sazed se volvió hacia la depresión en el terreno. Entonces se cargó al hombro la mochila, llena de mentes de metal y un tomo solitario, y echó a caminar. Incluso recorrer aquella corta distancia era tarea ardua con la ceniza. Llegó a la depresión y, tras tomar aire, empezó a abrirse paso.

No llegó muy lejos antes de resbalar en un túnel. Por fortuna, la caída no fue muy pronunciada, y no llegó muy lejos. La caverna que lo rodeaba formaba una pendiente y asomaba al mundo exterior con un agujero que era medio pozo, medio cueva. Sazed se levantó, luego rebuscó en su mochila y sacó una mentestaño. Decantó visión, mejorando su vista mientras se internaba en la oscuridad.

Una mentestaño no funcionaba tan bien como el estaño de un alomántico; o, más bien, no funcionaba de la misma manera. Permitía ver distancias muy grandes, pero resultaba de menor ayuda con poca iluminación. Pronto, incluso con la mentestaño, Sazed caminó en la oscuridad, palpando las paredes del túnel.

Y entonces vio luz.

—¡Alto! —ordenó una voz—. ¿Quién regresa de un Contrato?

Sazed continuó avanzando. Una parte de él estaba atemorizada, pero otra sentía curiosidad. Sabía algo muy importante.

Los kandra no podían matar a los humanos.

Sazed avanzó hacia la luz, que resultó ser una roca en forma de melón sobre un poste, su material poroso cubierto por una especie de hongo brillante. Un par de kandra le bloqueaba el paso. Era fácil identificarlos como tales porque no llevaban ropa y sus pieles eran transparentes. Parecían tener huesos tallados en roca.

¡Fascinante!, pensó Sazed. Elaboran sus propios huesos. Tengo una nueva cultura por explorar. Una sociedad nueva: arte, religión, costumbres, relaciones sexuales…

La perspectiva era tan emocionante que, por un momento, incluso el fin del mundo le pareció trivial en comparación. Tuvo que recordar que debía permanecer concentrado. Debía investigar primero su religión. Las demás cosas eran secundarias.

—Kandra, ¿quién eres? ¿Qué huesos llevas?

—Creo que vais a sorprenderos —dijo Sazed, tan amablemente como pudo—. Pues no soy un kandra. Me llamo Sazed, guardador de Terris, y he sido enviado para hablar con la Primera Generación.

Ambos guardias se sobresaltaron.

—No tenéis por qué dejarme pasar —dijo Sazed—. Naturalmente, si no me lleváis a vuestra Tierra Natal, tendré que marcharme y decirle a todos los del exterior dónde está…

Los guardias se miraron el uno al otro.

—Ven con nosotros —dijo por fin uno de ellos.

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