Capítulo 27

Sí, Rashek hizo buen uso de la cultura de su enemigo para desarrollar el Imperio Final. Sin embargo, otros elementos de la cultura imperial fueron un completo contraste para Khlennium y su sociedad. Las vidas de los skaa fueron modeladas siguiendo a los pueblos esclavos de los canzi. Los mayordomos de Terris recordaban a la clase sirviente de Urtan, que Rashek conquistó relativamente tarde en su primer siglo de vida.

La religión imperial, con sus obligadores, parece haber surgido del sistema burocrático mercantil de los hallant, un pueblo muy concentrado en pesos, medidas y permisos. El hecho de que el Lord Legislador basara su iglesia en una institución financiera demuestra (en mi opinión) que no le preocupaba tanto la verdadera fe de sus seguidores como la estabilidad, la lealtad y el contar con medidas cuantificables de devoción.

Vin atravesaba velozmente el oscuro aire nocturno. Las brumas giraban a su alrededor, una retorcida tormenta de blanco sobre negro. Se acercaban a su cuerpo, como si pretendieran golpearla, pero nunca a más de unas pocas pulgadas, como si las repeliera alguna corriente de aire. Vin recordó una época en que las brumas le rozaban la piel, en vez de ser repelidas. La transición había sido gradual; habían pasado meses antes de que advirtiera el cambio.

No llevaba ninguna capa de bruma. Le parecía extraño ir saltando entre las brumas sin uno de aquellos atuendos, pero la verdad es que así hacía menos ruido. Antes, la capa de bruma era útil para hacer que los guardias o los ladrones se volvieran a su paso. Sin embargo, al igual que la época de las brumas amistosas, esos tiempos habían pasado. Así que ahora sólo llevaba una camisa negra y pantalones, todo bien ceñido al cuerpo para reducir al mínimo el aleteo de la tela. Como siempre, no llevaba metal alguno excepto las monedas de su bolsa y un frasquito extra de metales en el cinturón. Sacó una moneda, su familiar peso envuelto en una capa de tela, y la lanzó por debajo. Un empujón contra el metal la envió contra las rocas, pero la tela amortiguó el sonido del golpe. Usó el empujón para ralentizar el descenso, deteniéndose levemente en el aire.

Aterrizó con cuidado en un saliente de roca, y luego tiró de la moneda para recuperarla. Se arrastró por la roca, sintiendo la ceniza bajo los pies. Un poco más allá, había un grupito de guardias sentado en la oscuridad, susurrando y contemplando el campamento de Elend, que ahora era poco más que una nube de luces de hogueras perdidas entre las brumas. Los guardias hablaban de lo gélida que estaba siendo la primavera, y comentaban que este año parecía más frío que los anteriores. Aunque Vin iba descalza, apenas advertía el frío. Un regalo del peltre.

Quemó bronce, y no oyó ninguna pulsación. Ninguno de los hombres estaba quemando metales. Uno de los motivos por los que Cett se había dirigido a Luthadel en primer lugar era porque había sido incapaz de reclutar a suficientes alománticos para que lo protegieran de los asesinos nacidos de la bruma. Sin duda, Lord Yomen había experimentado problemas similares, y probablemente no habría enviado a los alománticos que pudiera tener a vigilar un campamento enemigo con aquel frío.

Vin dejó atrás el puesto de guardia. No necesitó alomancia para no hacer ruido: alguna vez había trabajado como ladrona junto con su hermano Reen y sabía cómo entrar en las casas. Tenía toda una vida de entrenamiento que Elend jamás conocería o comprendería. Podía practicar con peltre todo lo que quisiera (y realmente estaba mejorando), pero nunca había sabido reproducir los instintos establecidos por una infancia donde robar había sido necesario para continuar viva.

En cuando dejó atrás a los guardias, volvió a las brumas, usando como anclaje sus monedas embozadas. Dio un amplio rodeo a las hogueras levantadas ante la ciudad, y llegó a la parte trasera de Fadrex. La mayoría de las patrullas estaba delante, pues la parte de atrás la protegían los empinados muros de las formaciones rocosas. Naturalmente, eso apenas supuso una molestia para Vin, y pronto se encontró saltando varias docenas de metros en el aire para sortear un muro de roca antes de aterrizar en un valle al fondo de la ciudad.

Se lanzó a los tejados e hizo una rápida exploración, saltando de acera en acera con amplios brincos alománticos. Le impresionó el tamaño de Fadrex. Elend había llamado «provinciana» a aquella ciudad, y Vin había imaginado una ciudad poco más grande que una aldea. Cuando llegaron, había empezado a imaginar una ciudad austera cerrada con barricadas, más parecida a un fuerte. Fadrex no era nada de eso.

Debería haberse dado cuenta de que Elend (que se había criado en la enorme metrópolis de Luthadel) tendría una visión sesgada de lo que constituía una gran ciudad. Fadrex era bastante grande. Vin contó varios suburbios skaa, un puñado de mansiones nobles, e incluso dos fortalezas al estilo de Luthadel. Las grandes estructuras de piedra mostraban la típica disposición de vidrieras de colores y murallas fortificadas. Sin duda, eran los hogares de los nobles más importantes de la ciudad.

Aterrizó en un tejado cerca de una de las fortalezas. La mayoría de los edificios de la ciudad eran de un solo piso o de dos, todo un cambio respecto a las casas de Luthadel. Estaban un poco más espaciados, y solían ser planos y amplios, en vez de altos y rematados en pico. Eso sólo hacía que la enorme fortaleza pareciera mucho más grande en comparación. El edificio era rectangular, con una fila de tres torres puntiagudas alzándose a cada extremo. Adornos de mampostería blanca recorrían todo el perímetro en la cúspide.

Y las murallas, naturalmente, estaban alineadas con preciosas vidrieras de colores, iluminadas desde dentro. Vin se agazapó en un tejado bajo, contemplando la belleza coloreada de las brumas. Por un momento, se sintió transportada a tres años atrás, cuando asistía en Luthadel a bailes en mansiones parecidas como parte del plan de Kelsier para derrocar el Imperio Final. Entonces era una criatura nerviosa e insegura, preocupada porque aquel mundo recién descubierto de una banda en la que podía confiar y de fiestas hermosas se desplomara a su alrededor. Y, en cierto modo, así había sido, pues ese mundo había desaparecido. Ella había ayudado a destruirlo.

Sin embargo, durante aquellos meses, había sido feliz. Tal vez más feliz que en ningún otro momento de su vida. Amaba a Elend, y se alegraba de que la vida hubiera progresado hasta el punto de poder llamarlo esposo, pero en aquellos primeros días con la banda había una deliciosa inocencia. Bailes donde Elend leía en su mesa, fingiendo ignorarla. Noches aprendiendo los secretos de la alomancia. Tardes sentada a la mesa del taller de Clubs, compartiendo risas con la banda. Se habían enfrentado al desafío de planear algo tan grande como la caída de un imperio, pero no sentían ninguna carga de liderazgo ni el peso de la responsabilidad por el futuro.

De algún modo, se había hecho mujer entre la caída de los reyes y el colapso de los mundos. Antes, le aterrorizaba el cambio. Luego, le aterrorizó perder a Elend. Ahora sus temores eran más nebulosos, preocupaciones por lo que sucedería después de muerta, por lo que le sucedería al pueblo del imperio si ella fracasaba y no descubría los secretos que buscaba.

Dejó de contemplar la gran fortaleza, se impulsó en el metal de una chimenea y saltó a la noche. Asistir a aquellos bailes en Luthadel la había cambiado drásticamente, había dejado un efecto residual del que nunca había logrado librarse. Algo en su interior había respondido de inmediato a los bailes y las fiestas. Durante mucho tiempo, había intentado comprender cómo esa parte suya encajaba en el resto de su vida. Aún no estaba segura de conocer la respuesta. ¿Acaso Valette Renoux, la chica que había fingido ser en los bailes, era realmente una parte de Vin, o sólo un invento diseñado para servir al plan de Kelsier?

Vin saltó por la ciudad, anotando mentalmente el emplazamiento de las fortificaciones y los soldados. Tarde o temprano, Ham y Demoux probablemente encontrarían un modo de colar auténticos espías militares en la ciudad, pero querrían oír de labios de Vin la información preliminar. También tomó nota de las condiciones de vida. Elend esperaba que la ciudad estuviera pasando malos momentos, un factor que exacerbaría su asedio y haría que Lord Yomen estuviera más dispuesto a capitular.

No encontró ningún signo obvio de hambruna o mal estado, aunque era difícil decirlo de noche. Con todo, las calles estaban limpias de ceniza, y un número notable de casas de los nobles parecían ocupadas. Cabía esperar que la población noble fuera la primera en huir al oír la noticia de que se acercaba un ejército.

Con el ceño fruncido, Vin completó su recorrido por la ciudad y se posó en una plaza concreta que Cett le había sugerido. Allí las mansiones solamente estaban separadas por grandes terrenos y árboles cultivados; caminó por la calle, contándolas. En la cuarta mansión, saltó una verja, y subió la colina hasta la casa.

No estaba segura de qué esperaba encontrar: después de todo, Cett llevaba dos años ausente de la ciudad. Sin embargo, había indicado que este informador tal vez les ayudaría. Tal como había instruido Cett, el balcón trasero de la mansión estaba iluminado. Vin esperó recelosa en la oscuridad, donde las brumas frías y poco amistosas le proporcionaban cobertura a pesar de todo. No se fiaba de Cett: le preocupaba que estuviera resentido por el ataque a su mansión de Luthadel un año antes. Arrojó una moneda con cautela y se lanzó al aire.

En el balcón había una figura solitaria que encajaba con la descripción de Cett. Según las instrucciones, este informador se llamaba Lentoveloz. El viejo parecía estar leyendo a la luz de una lámpara. Vin volvió a fruncir el ceño; pero tal como le habían instruido, se posó en la barandilla del balcón, agazapada junto a una escalerilla que habría permitido acercarse a un visitante más mundano.

El anciano no levantó la cabeza del libro. Fumaba una pipa en silencio, con una gruesa manta de lana sobre las rodillas. Vin no estaba segura de si había reparado en ella. Se aclaró la garganta.

—Sí, sí —dijo el viejo tranquilamente—. Estoy contigo en un momento.

Vin ladeó la cabeza, mirando al extraño individuo de cejas tupidas y revuelto cabello blanco. Iba vestido con ropas de noble, llevaba un pañuelo y una túnica con un enorme cuello de piel. Parecía no importarle nada la nacida de la bruma que estaba encaramada en su barandilla. Al cabo de un rato, el anciano cerró el libro y se volvió hacia ella.

—¿Te gustan las historias, jovencita?

—¿Qué clase de historias?

—Las mejores, por supuesto —dijo Lentoveloz, señalando su libro—. Las de monstruos y mitos. Relatos largos, los llaman algunos… historias contadas por los skaa en torno al fuego, donde se susurra de espectros de la bruma, espíritus, duendes y similares.

—No tengo mucho tiempo para historias —repuso Vin.

—Parece que cada vez hay menos, hoy en día. —Un estrado mantenía a raya la ceniza, pero no parecían preocuparle las brumas—. Eso hace que me pregunte qué hay tan atractivo en el mundo real que hace que les resulte tan sabroso. No es un lugar muy agradable hoy en día.

Vin hizo una rápida comprobación con bronce, pero el hombre no estaba quemando nada. ¿A qué jugaba?

—Me dijeron que podías darme información —dijo con cuidado.

—Eso sí que puedo hacerlo —respondió el hombre. Entonces sonrió, mirándola—. Tengo un montón de información… aunque sospecho que la considerarás inútil en su mayoría.

—Escucharé una historia, si eso es lo que cuesta.

El hombre se echó a reír:

—No hay forma más segura de matar una historia que hacer que «cueste», jovencita. ¿Cómo te llamas, y quién te envía?

—Vin Venture. Cett me dio tu nombre.

—¡Ah! —exclamó el hombre—. ¿Ese canalla aún vive?

—Sí.

—Bueno, supongo que puedo charlar con alguien enviado por un viejo amigo de escrituras. Baja de esa barandilla… me estás dando vértigo.

Vin se bajó, con cautela.

—¿Amigo de escrituras? —preguntó.

—Cett es uno de los mejores poetas que conozco, niña —dijo Lentoveloz, indicándole una silla—. Compartimos nuestro trabajo durante una buena década antes de que la política se lo llevara. Tampoco le gustaban las historias. Para él, todo tenía que ser sucio y «real», incluso su poesía. Parece una actitud con la que estarías de acuerdo.

Vin se encogió de hombros y se sentó en la silla indicada.

—Supongo.

—Lo encuentro irónico de un modo que tú nunca comprenderás —comentó el viejo, sonriendo—. Bien, ¿qué deseas de mí?

—Necesito saber de Yomen, el rey obligador.

—Es un buen hombre.

Vin frunció el ceño.

—¡Oh! —dijo Lentoveloz—. ¿No te lo esperabas? ¿Todo el que es enemigo tuyo debe ser también una persona malvada?

—No —respondió Vin, pensando en los días anteriores a la caída del Imperio Final—. Acabé casándome con alguien a quien mis amigos habrían considerado un enemigo.

—¡Ah! Bien. Yomen es un buen hombre, y un rey decente. Mucho mejor rey de lo que fue Cett, diría yo. Mi viejo amigo se esfuerza demasiado, y eso lo vuelve brutal. No tiene la sutilidad de un líder.

—¿Qué ha hecho Yomen que sea tan bueno, entonces? —preguntó Vin.

—Ha impedido que esta ciudad se venga abajo —contestó Lentoveloz, fumando en pipa. El humo se mezcló con las brumas que se agitaban—. Además, dio a los nobles y los skaa lo que ellos querían.

—¿Que era…?

—Estabilidad, niña. Durante un tiempo, el mundo fue un clamor: ni los skaa ni los nobles sabían cuál era su lugar. La sociedad se desplomaba, y la gente pasaba hambre. Cett hizo poco por detenerlo: luchaba constantemente por conservar aquello que había matado por conseguir. Entonces intervino Yomen. La gente vio autoridad en él. Antes del Colapso, había gobernado el Ministerio del Lord Legislador, y la gente estaba dispuesta a aceptar a un obligador como líder. Yomen tomó inmediatamente el control de las plantaciones y consiguió alimento para su pueblo, luego hizo que las fábricas volvieran a funcionar, reinició el trabajo en las minas de Fadrex y dio a la nobleza una semblanza de normalidad.

Vin no dijo nada. Antes, le habría parecido increíble que, tras mil años de opresión, la gente regresara voluntariamente a la esclavitud. Sin embargo, algo similar había sucedido en Luthadel. Habían expulsado a Elend, que les había conseguido grandes libertades, y habían puesto a Penrod al mando… todo porque les prometió regresar a lo que habían perdido.

—Yomen es obligador —protestó.

—A la gente le gusta lo conocido, niña.

—Están oprimidos.

—Alguien tiene que gobernar —dijo el viejo—. Y alguien debe obedecer. Así son las cosas. Yomen ha dado a la gente algo que llevaba pidiendo a gritos desde el Colapso: identidad. Los skaa pueden trabajar, pueden ser golpeados, pueden ser esclavizados, pero saben cuál es su lugar. La nobleza puede pasarse la vida asistiendo a fiestas, pero vuelve a haber un orden en la vida.

—¿Bailes? —preguntó Vin—. ¿El mundo se está acabando, y Yomen está ofreciendo bailes?

—Naturalmente —respondió Lentoveloz, dando una larga y lenta calada a su pipa—. Yomen gobierna manteniendo lo familiar. Ofrece a la gente lo que tenía antes… y los bailes formaban parte importante de la vida antes del Colapso, incluso en una ciudad más pequeña como Fadrex. ¡Vaya!, hoy mismo se celebra uno, en la Fortaleza Orielle.

—¿El mismo día en que llega un ejército para asediar la ciudad?

—Acabas de señalar que el mundo parece a punto del desastre —observó el viejo, apuntándola con su pipa—. En vista de eso, un ejército no significa mucho. Además, Yomen comprende algo que ni siquiera comprendió el Lord Legislador: siempre asiste personalmente a los bailes que celebran sus súbditos. Al hacerlo, los reconforta y tranquiliza. Eso hace que tal día como éste, cuando llega un ejército, sea perfecto para un baile.

Vin se inclinó hacia atrás en su asiento, sin saber qué pensar. De todas las cosas que esperaba encontrar en la ciudad, los bailes cortesanos eran lo último de la lista.

—Veamos —dijo—. ¿Cuál es la debilidad de Yomen? ¿Hay algo en su pasado que podamos utilizar? ¿Qué características de su personalidad lo hacen vulnerable? ¿Dónde deberíamos golpear?

Lentoveloz inhaló en silencio su pipa; la brisa sopló ceniza y bruma ante su anciana figura.

—¿Y bien? —preguntó Vin.

El hombre exhaló bruma y humo:

—Acabo de decirte que ese hombre me cae bien, niña. ¿Qué podría llevarme a darte información para que la utilices contra él?

—Eres un informador —dijo Vin—. Eso es lo que haces: vender información.

—Soy un narrador de historias —corrigió Lentoveloz—. Y no todas las historias son para todos los oídos. ¿Por qué debería hablar con quienes quieren atacar mi ciudad y derrocar a mi señor?

—Te daríamos un puesto de poder en la ciudad una vez que sea nuestra.

Lentoveloz hizo una mueca:

—Si crees que esas cosas me interesan, está claro que Cett te ha hablado poco de mi temperamento.

—Podríamos pagarte bien.

—Vendo información, niña. No mi alma.

—No estás siendo de gran ayuda —advirtió Vin.

—Dime una cosa, querida niña —dijo él, sonriendo levemente—. ¿Por qué exactamente debería importarme?

Vin frunció el ceño. Este tipo es, sin duda, el informador más extraño que he conocido jamás, pensó.

Lentamente siguió fumando su pipa. No parecía estar esperando a que ella dijera nada. De hecho, parecía pensar que la conversación había terminado.

Es un noble, pensó Vin. Le gusta cómo era el mundo. Era cómodo. Incluso los skaa temen el cambio.

Vin se puso en pie:

—Te diré por qué debería importarte, viejo. Porque está cayendo ceniza, y pronto cubrirá toda tu bonita ciudad. Las brumas matan. Los terremotos hacen temblar la tierra, y los montes de ceniza cada vez arden más y más calientes. Se acerca un cambio. Al final, ni siquiera Yomen podrá ignorarlo. Odias el cambio. Y yo también lo odio. Pero las cosas no pueden permanecer igual; ya está bien que así sea, porque cuando nada cambia en tu vida, más te vale estar muerto.

Se dio la vuelta para marcharse.

—Dicen que detendrás la ceniza —dijo el hombre tranquilamente tras ella—. Que harás que el sol vuelva a ser amarillo. Te llaman Heredera del Superviviente. Héroe de las Eras.

Vin se detuvo y se volvió para mirar a través de las traicioneras brumas al hombre con su pipa y su libro cerrado.

—Sí —asintió.

—Parece un destino difícil de cumplir.

—Es eso o rendirse.

Lentoveloz guardó silencio un instante.

—Siéntate, niña —dijo el viejo por fin, señalando de nuevo la silla.

Vin se sentó.

—Yomen es un buen hombre —dijo Lentoveloz—, pero un líder mediocre. Es un burócrata, miembro del Cantón de Recursos. Puede hacer que pasen cosas… llevar suministros a los lugares adecuados, organizar proyectos de construcción. En circunstancias normales, eso lo habría convertido en un buen gobernante. Sin embargo…

—No cuando el mundo está agonizando —interrumpió Vin en voz baja.

—Exactamente. Si lo que he oído es verdad, tu marido es un hombre de sabiduría y acción. Si nuestra pequeña ciudad va a sobrevivir, necesitaremos formar parte de lo que ofrecéis.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Yomen posee unas cuantas debilidades —dijo Lentoveloz—. Es un hombre tranquilo y honorable. No obstante, tiene una fe infinita en el Lord Legislador y su organización.

—¿Incluso ahora? —preguntó Vin—. ¡El Lord Legislador está muerto!

—Sí, ¿y qué? —preguntó Lentoveloz, divertido—. ¿Y tu Superviviente? La última vez que lo comprobé, también estaba muerto. Pero parece que eso no retrasó mucho su revolución, ¿no?

—Buen argumento.

—Yomen es creyente —dijo Lentoveloz—. Eso puede ser una debilidad, o una virtud. Los creyentes suelen estar dispuestos a intentar lo que parece imposible, y cuentan con que la providencia les echará una mano. —Hizo una pausa y miró a Vin—. Ese tipo de conducta puede ser una debilidad si la fe está equivocada.

Vin no dijo nada. Creer en el Lord Legislador era un error. Si hubiera sido un dios, ella no habría podido matarlo. En su mente, era un asunto bastante sencillo.

—Si Yomen tiene otra debilidad —prosiguió Lentoveloz—, es su riqueza.

—Eso no es una debilidad.

—Lo es si no puedes explicar su origen. Consiguió dinero en alguna parte… una cantidad sospechosamente enorme, mucho más de lo que los cofres del Ministerio deberían haber podido proporcionar. Nadie sabe de dónde vino.

El depósito, pensó Vin, irguiéndose. ¡Tiene el atium!

—Has reaccionado con demasiada intensidad —dijo Lentoveloz, dando una calada a su pipa—. Deberías intentar revelar menos cuando hablas con un informador.

Vin se ruborizó.

—De todas formas —añadió—, si eso es todo, me gustaría volver a mi lectura. Dale recuerdos a Ashweather.

Vin asintió, se levantó y se dirigió a la barandilla. Sin embargo, mientras lo hacía, Lentoveloz se aclaró la garganta.

—Normalmente —advirtió—, hay una compensación para actos como el mío.

Vin arqueó una ceja.

—Creí que habías dicho que las historias no deberían tener un coste.

—Más bien dije que una historia en sí misma no debería costar. Eso es muy distinto a que la historia tenga algún coste. Y, aunque habrá quien lo discuta, creo que una historia sin coste no tiene ningún valor.

—Estoy segura de que ése es el único motivo —dijo Vin, sonriendo levemente mientras le lanzaba al viejo una bolsa de monedas, menos unas cuantas envueltas en tela que usaba para saltar—. Imperiales de oro. Supongo que aquí aún tendrán valor.

—Bastante —dijo el viejo, recogiéndolos—. Bastante…

Vin brincó hacia la noche, saltando a unas cuantas casas de distancia, quemando bronce para ver si sentía algún pulso alomántico desde atrás. Sabía que su naturaleza la volvía irracionalmente recelosa de la gente que parecía débil. Durante mucho tiempo, estuvo convencida de que Cett era un nacido de la bruma, simplemente porque era parapléjico. Con todo, probó a Lentoveloz. Era una vieja costumbre que no creía necesaria extinguir.

No le llegó ningún pulso desde atrás. Continuó su camino, siguiendo las instrucciones de Cett y buscando a un segundo informador. Confiaba en la palabra de Lentoveloz, pero le gustaría confirmarla. Eligió a un informador en el otro lado del espectro, un mendigo llamado Hoid, a quien según Cett podría encontrar en una plaza concreta bien entrada la noche.

Unos cuantos saltos rápidos la llevaron al lugar. Aterrizó en lo alto de un tejado y escrutó la zona. Aquí habían dejado caer la ceniza, que se apilaba en los rincones y daba un aspecto general de desorden a las cosas. Un grupo de bultos se agrupaba en un callejón junto a la plaza. Mendigos, sin hogar ni trabajo. Vin había vivido así en ocasiones, durmiendo en callejones, tosiendo ceniza, esperando que no lloviera. Pronto localizó a una figura que no dormía como las demás, sino que estaba sentada en silencio bajo la ceniza que caía. Sus oídos detectaron un leve sonido. El hombre canturreaba para sí, como sus instrucciones le decían que estaría haciendo.

Vin vaciló.

No sabía decir qué era, pero algo la molestaba. Aquella situación no era normal. No se paró a pensar, simplemente se dio media vuelta y se marchó. Era una de las grandes diferencias entre Elend y ella: Vin no siempre necesitaba un motivo. Le bastaba con una sensación. Él siempre quería estudiar las cosas y encontrar un porqué, y ella lo amaba por su lógica. Sin embargo, se habría sentido muy frustrado por su decisión de abandonar la plaza como lo había hecho.

Tal vez no habría sucedido nada malo si hubiera bajado a la plaza. Tal vez habría sucedido algo terrible. Jamás lo sabría, ni necesitaba saberlo. Como había hecho incontables veces más en su vida, Vin simplemente obedeció a sus instintos y siguió adelante.

Su vuelo la llevó por una calle que Cett había indicado en sus instrucciones. Curiosa, Vin no buscó a otro informador, sino que siguió la calle, saltando de anclaje en anclaje en medio de las brumas que todo lo invadían. Aterrizó en una calle pavimentada, a poca distancia de un edificio con ventanas iluminadas.

Cuadrado y utilitario, el edificio era de todas formas impresionante, aunque sólo fuera por su tamaño. Cett había escrito que el Cantón de Recursos era el más grande de los edificios del Ministerio del Acero en la ciudad. Fadrex había actuado como una especie de estación de paso entre Luthadel y ciudades más importantes al oeste. Cerca de varias rutas principales del canal y bien fortificada contra los bandidos, la ciudad era el lugar perfecto para emplazar la sede regional de un Cantón de Recursos. Sin embargo, Fadrex no era lo suficientemente importante para atraer a los cantones de la Ortodoxia o la Inquisición, tradicionalmente los más poderosos de los departamentos del Ministerio.

Eso significaba que Yomen, como obligador jefe del edificio de Recursos, había sido la principal autoridad religiosa de la zona. Por lo que había dicho Lentoveloz, Vin suponía que Yomen era el típico obligador de Recursos: seco, aburrido, pero terriblemente eficiente. Y por eso, naturalmente, había decidido convertir su antiguo edificio del cantón en su palacio. Era lo que Cett había sospechado, y a Vin no le costó comprobar que era cierto. El edificio rebosaba actividad a pesar de la hora, y estaba protegido por pelotones de soldados. Yomen probablemente lo había elegido para recordar a todo el mundo dónde se originaba su autoridad.

Por desgracia, el depósito del Lord Legislador también estaba emplazado aquí. Vin suspiró y dejó de observar el edificio. Una parte de ella quería colarse en él y tratar de encontrar la cueva que había debajo. En cambio, soltó una moneda y se lanzó a la noche. Ni siquiera Kelsier habría intentado irrumpir en el lugar su primera noche de exploración. Ella lo había hecho en la fortaleza de Urteau, pero estaba abandonada. Tenía que consultar con Elend y estudiar la ciudad durante unos días antes de hacer algo tan atrevido como colarse en un palacio fortificado.

Usando estaño y la luz de las estrellas, Vin leyó el nombre del tercer y último informador. Era otro noble, lo cual no sorprendía, considerando el estatus del propio Cett. Empezó a encaminarse en la dirección indicada. Sin embargo, mientras avanzaba, advirtió algo.

La estaban siguiendo.

Sólo captaba un rastro a su espalda, oscurecido por las pautas de brumas en movimiento. Vacilante, quemó bronce, y fue recompensada con un debilísimo latido tras de sí. Un pulso alomántico oscurecido. Normalmente, cuando un alomántico quemaba cobre (como hacía el que tenía detrás), se volvía invisible al sentido alomántico del bronce. Sin embargo, por algún motivo que Vin nunca había sabido explicar, podía ver a través de esta ofuscación. El Lord Legislador había podido hacer lo mismo, igual que los inquisidores.

Vin continuó moviéndose. El alomántico que la seguía, fuera hombre o mujer, se creía obviamente invisible a sus sentidos. Se movía con saltos rápidos y fáciles, siguiéndola a una distancia prudencial. Era bueno sin ser excelente, y se trataba obviamente de un nacido de la bruma, pues sólo un nacido de la bruma podía haber quemado cobre y acero al mismo tiempo.

Vin no se sorprendió. Había supuesto que, si había algún nacido de la bruma en la ciudad, sus saltos llamarían la atención. Por si acaso, no se había molestado en quemar cobre, y dejaba sus latidos abiertos para que los oyera todo nacido de la bruma o buscador que estuviera acechando. Más valía un enemigo atraído que otro oculto en las sombras.

Avivó el ritmo, aunque no de modo sospechoso, y quien la seguía tuvo que acelerar para seguirla. Vin siguió dirigiéndose hacia la parte delantera de la ciudad, como si planeara marcharse. Al acercarse, sus sentidos alománticos produjeron dos líneas azules gemelas que apuntaban a las enormes abrazaderas de hierro que sujetaban las puertas de la ciudad a la roca. Las abrazaderas eran enormes, firmes fuentes de metal, y las líneas que desprendían eran brillantes y gruesas.

Lo cual significaba que serían excelentes anclajes. Tras avivar peltre para impedir ser aplastada, Vin empujó las abrazaderas, impeliéndose hacia atrás.

Inmediatamente, los pulsos alománticos que había tras ella desaparecieron.

Vin atravesó brumas y ceniza, a tal velocidad que incluso sus ajustadas ropas aleteaban ligeramente con el viento. Se detuvo en un tejado y se agazapó, tensa. El otro alomántico debía de haber dejado de quemar sus metales. ¿Pero por qué hacía eso? ¿Sabía que ella podía penetrar las nubes de cobre? Si así fuera, ¿por qué la había seguido de forma tan intrépida?

Vin sintió un escalofrío. Había algo más que desprendía pulsos alománticos en la noche. El espíritu de la bruma. No lo veía desde hacía más de un año. De hecho, durante su último encuentro con él, casi había matado a Elend… sólo para restaurarlo y convertirlo en un nacido de la bruma.

Seguía sin saber cómo encajaba el espíritu en todo esto. No era Ruina: Vin había notado la presencia de Ruina cuando lo liberó en el Pozo de la Ascensión. Eran presencias distintas.

Ni siquiera sé si esta noche era el espíritu, se dijo Vin. Pero quien la seguía se había desvanecido tan rápidamente…

Confusa y aterida, se impulsó para salir de la ciudad y en un instante regresó al campamento de Elend.

El Héroe de las Eras
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