Capítulo 20

Más de una persona manifestó haber notado un odio consciente en las brumas. Sin embargo, esto no está necesariamente relacionado con que las brumas maten a la gente. A la mayoría, incluso aquellos a quienes afectó, las brumas simplemente les parecían un fenómeno meteorológico, no más consciente ni vengativo que una terrible enfermedad.

Para otros, sin embargo, había más. A los que favorecía, los envolvía. A los que era hostil, los apartaba. Algunos sentían paz dentro de ellas, otros sentían odio. Todo se reducía al sutil contacto de Ruina, y a cuánto se reaccionaba a sus incitaciones.

TenSoon estaba sentado en su jaula.

La existencia misma de la jaula era un insulto. Los kandra no eran como los hombres: aunque no hubiera estado prisionero, TenSoon no habría intentado escapar. Había venido voluntariamente a cumplir su destino.

Y sin embargo, lo encerraban. No estaba seguro de dónde habían sacado la jaula; desde luego, no era algo que los kandra necesitaran normalmente. Con todo, los Segundos la habían encontrado y la habían erigido en una de las principales cuevas de la Tierra Natal. Estaba hecha de placas de hierro y duros barrotes de acero con una fuerte malla de alambre extendida por sus cuatro caras, para así impedirle reducir su cuerpo a músculos base y escabullirse a través. Otro insulto.

TenSoon estaba sentado dentro, desnudo sobre el frío suelo de hierro. ¿Había conseguido algo aparte de su propia condena? ¿Habían tenido algún valor sus palabras en el Cubil de la Confianza?

Fuera de la jaula, las cavernas brillaban con la luz de los musgos cultivados, y los kandra hacían su trabajo. Muchos se detenían a observarlo. Éste era el propósito del largo retraso entre su juicio y la sentencia. La Segunda Generación no necesitaba semanas para reflexionar sobre qué iban a hacerle. Sin embargo, TenSoon los había obligado a dejarle hablar, y los Segundos querían asegurarse de que recibía el castigo adecuado. Lo exponían, como a un humano en el cadalso. En toda la historia del pueblo kandra, ningún otro había sido tratado de esta forma. Su nombre sería seudónimo de vergüenza durante siglos.

Pero no duraremos siglos, pensó enfadado. De eso trataba mi discurso.

Un discurso que no había dado muy bien. ¿Cómo explicar a la gente lo que sentía? ¿Que sus tradiciones se estaban agotando, que sus vidas, estables durante tanto tiempo, tenían una drástica necesidad de cambio?

¿Qué sucedió arriba? ¿Fue Vin al Pozo de la Ascensión? ¿Qué hay de Ruina, y de Conservación? Los dioses del pueblo kandra estaban de nuevo en guerra, y los únicos que sabían de ellos fingían que no sucedía nada.

Fuera de la jaula, los otros kandra vivían sus vidas. Algunos instruían a los miembros de las generaciones más nuevas: podía ver a los Undécimos moverse, poco más que manchas con huesos brillantes. La transformación de espectro de la bruma a kandra era difícil. Cuando recibía una Bendición, el espectro perdía la mayor parte de sus instintos y ganaba sentido del yo, y tenía que volver a aprender a formar músculos y cuerpos. Era un proceso que duraba muchos, muchos años.

Otros kandra adultos preparaban la comida. Cocían una mezcla de algas y hongos en hornos de piedra, no muy distintos del otro pozo donde TenSoon pasaría la eternidad. Pese a su antiguo odio por la humanidad, TenSoon siempre consideraba la oportunidad de disfrutar la comida de fuera, sobre todo la carne añeja, un consuelo muy tentador para salir a cumplir un Contrato.

Ahora apenas tenía suficiente bebida, y mucho menos comida. Suspiró, contemplando la enorme caverna a través de los barrotes. Las cavernas de la Tierra Natal eran gigantescas, demasiado grandes para que los kandra las llenaran. Pero eso era precisamente lo que a muchos les gustaba de allí. Después de pasar años en un Contrato, obedeciendo los caprichos de un amo a menudo durante décadas seguidas, valoraban que un lugar les brindara la oportunidad de permanecer en soledad.

Soledad, pensó TenSoon. Pronto tendré soledad de sobra. La perspectiva de una eternidad en prisión hizo que se sintiera algo menos molesto con la gente que venía a mirarlo boquiabierta. Serían los últimos miembros de su pueblo a los que viera. Reconoció a muchos de ellos. Los Cuartos y los Quintos venían a escupir en el suelo ante él, mostrando así su devoción a los Segundos. Los Sextos y Séptimos, que componían el grueso de quienes cumplían los Contratos, venían a apiadarse de él y a sacudir tristemente la cabeza por un amigo caído. Los Octavos y Novenos venían por curiosidad, sorprendidos de que alguien tan viejo hubiera caído tan bajo.

Y entonces vio un rostro especialmente familiar entre los curiosos. TenSoon se apartó, avergonzado, cuando MeLaan se le acercó, con el dolor reflejado en aquellos enormes ojos suyos.

—¿TenSoon? —susurró.

—Vete, MeLaan —dijo él en voz baja, de espaldas a los barrotes, lo cual sólo hizo que se encarara a otro grupo de kandra que lo observaba desde el otro lado.

—TenSoon… —repitió ella.

—No tienes que verme así, MeLaan. Por favor, vete.

—No deberían poder hacerte esto —protestó ella, y TenSoon captó la furia en su voz—. Eres casi tan viejo como ellos, y mucho más sabio.

—Ellos pertenecen a la Segunda Generación —argumentó TenSoon—. Son elegidos por la Primera. Nos dirigen.

—No tienen que hacerlo.

—¡MeLaan! —dijo él, volviéndose por fin hacia ella.

La mayoría de los mirones retrocedieron, como si el delito de TenSoon fuera una enfermedad que pudieran contraer. MeLaan se quedó sola junto a la jaula, su Cuerpo Verdadero de cimbreantes huesos de madera la hacía parecer innaturalmente delgada.

—Podrías desafiarlos —dijo MeLaan en voz baja.

—¿Qué crees que somos? —replicó TenSoon—. ¿Humanos, con sus rebeliones y levantamientos? Somos kandra. Somos de Conservación. Seguimos el orden.

—¿Todavía te inclinas ante ellos? —susurró MeLaan, apretando su fino rostro contra los barrotes—. ¿Después de lo que dijiste… de lo que está sucediendo arriba?

TenSoon vaciló:

—¿Arriba?

—Tenías razón, TenSoon. La ceniza cubre la tierra con un manto negro. Las brumas salen durante el día, matan cosechas y personas. Los hombres marchan a la guerra. Ruina ha regresado.

TenSoon cerró los ojos.

—Ellos harán algo —dijo por fin—. La Primera Generación.

—Son viejos. Viejos, olvidadizos, impotentes.

TenSoon abrió los ojos:

—Has cambiado mucho.

Ella sonrió:

—Nunca deberían haber permitido que los niños de una nueva generación fueran educados por un Tercero. Hay muchos de nosotros, los más jóvenes, que estaríamos dispuestos a luchar. Los Segundos no pueden gobernar eternamente. ¿Qué podemos hacer, TenSoon? ¿Cómo podemos ayudarte?

¡Oh, niña!, pensó él. ¿Crees que no os conocen?

Los miembros de la Segunda Generación no eran necios. Puede que fueran perezosos, pero eran viejos y hábiles; TenSoon lo sabía, pues los conocía a todos muy bien. Tendrían a algún kandra escuchando lo que se decía en esta jaula. Un kandra de la Cuarta o la Quinta Generación que tuviera la Bendición de la Consciencia podía estar a cierta distancia y seguir oyendo lo que aquí se decía.

TenSoon era un kandra. Había regresado para recibir su castigo porque era lo adecuado. Se trataba de algo más que honor, de algo más que el Contrato. Se trataba de quién era él.

Y sin embargo, si lo que MeLaan decía era cierto…

Ruina ha regresado.

—¿Cómo puedes quedarte ahí sentado? —dijo MeLaan—. Eres más fuerte que ellos.

TenSoon negó con la cabeza:

—Rompí el Contrato, MeLaan.

—Por un bien mayor.

Al menos la he convencido a ella.

—¿Es verdad, TenSoon? —preguntó ella en voz muy baja.

—¿Qué?

—OreSeur. Tenía la Bendición de la Potencia. Debiste de haberla heredado al matarlo. Sin embargo, no la encontraron en tu cuerpo cuando te apresaron. ¿Qué hiciste con ella? ¿Puedo conseguírtela? ¿Traértela, para que puedas luchar?

—No lucharé contra mi propio pueblo, MeLaan. Soy un kandra.

—¡Alguien tiene que liderarnos! —susurró ella.

Al menos, esa afirmación era cierta. Pero el derecho no correspondía a TenSoon. Ni, en realidad, a la Segunda Generación… y tampoco a la Primera Generación. Correspondía a quien los había creado. Estaba muerto, pero otra había ocupado su lugar.

MeLaan guardó silencio un rato, todavía arrodillada junto a la jaula. Tal vez esperaba que él la animara de algún modo, o que se convirtiera en el líder que buscaba. TenSoon no habló.

—Así que has venido a morir —dijo ella finalmente.

—A explicar lo que he descubierto. Lo que he sentido.

—¿Y luego, qué? ¿Vienes, proclamas la terrible noticia y luego nos dejas para que resolvamos los problemas por nuestra cuenta?

—Eso no es justo, MeLaan. Vine para ser el mejor kandra que sé.

—¡Pues lucha!

Él sacudió la cabeza.

—Entonces es cierto —repuso ella—. Los otros de mi generación dicen que fuiste domado por ese último amo tuyo. Un hombre llamado Zane.

—No me domó.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué regresaste a la Tierra Natal con ese… cuerpo que estabas usando?

—¿Los huesos del perro? —dijo TenSoon—. No me los dio Zane, sino Vin.

—Entonces ella te domó.

TenSoon resopló suavemente. ¿Cómo podía explicarlo? Por un lado, parecía irónico que MeLaan, quien llevaba ex profeso un Cuerpo Verdadero no humano, hallara tan repulsiva su utilización del cuerpo de un perro. Sin embargo, lo comprendía. Él mismo había tardado un tiempo en apreciar las ventajas de esos huesos.

Vaciló.

Pero no. No había venido a traer la revolución. Había venido a explicar, a servir a los intereses de su pueblo. Lo haría aceptando su castigo, como todo kandra.

Y sin embargo…

Había una oportunidad. Minúscula. Ni siquiera estaba seguro de querer escapar, pero si había una oportunidad…

—Esos huesos que llevaba —se encontró diciendo TenSoon—. ¿Sabes dónde están?

MeLaan frunció el ceño:

—No. ¿Para qué los quieres?

TenSoon sacudió la cabeza.

—No los quiero —repuso él, escogiendo sus palabras con cuidado—. ¡Eran repugnantes! Me obligaron a llevarlos durante más de un año, forzado al humillante papel de un perro. Los habría descartado, pero no tenía ningún cadáver que ingerir y tomar, así que tuve que regresar aquí con ese horrible cuerpo.

—Estás evitando el verdadero asunto, TenSoon.

—No hay ningún asunto verdadero, MeLaan —protestó él, volviéndose. Funcionara o no su plan, no quería que los Segundos la castigaran por asociarse con él—. No me rebelaré contra mi pueblo. Por favor, si de verdad deseas ayudarme, déjame en paz.

MeLaan siseó, y él la oyó ponerse en pie:

—Una vez fuiste el más grande de todos nosotros.

TenSoon suspiró cuando ella se marchó. No, MeLaan. Nunca fui grande. Hasta hace poco, fui el más ortodoxo de mi generación, un conservador distinguido solamente por su odio a los humanos. Ahora, me he convertido en el mayor criminal de la historia de nuestro pueblo, pero por accidente.

Eso no es grandeza. Es estupidez.

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