Capítulo 61

No me extraña que nos concentráramos demasiado en las brumas durante aquellos días. Pero, por lo que ahora sé de la luz del sol y el desarrollo de las plantas, comprendo que nuestras cosechas no corrían tanto peligro como temíamos en los días brumosos. Bien podríamos haber encontrado plantas comestibles que no necesitaran tanta luz para sobrevivir.

Cierto, las brumas causaron algunas muertes entre quienes se internaron en ellas, pero el número no fue un porcentaje lo bastante grande de la población para suponer una amenaza a nuestra supervivencia como especie. La ceniza, ése era nuestro verdadero problema. El humo que llenaba la atmósfera, los copos negros que lo cubrían todo, las erupciones de los montes de ceniza volcánicos… Eso era lo que iba a matar al mundo.

—¡Elend! —llamó Ham, corriendo a darle encuentro—. ¡Has vuelto!

—¿Sorprendido? —preguntó Elend, leyendo la expresión de su amigo.

—Por supuesto que no —respondió Ham, un poco demasiado rápido—. Los exploradores informaron de tu llegada.

Mi llegada puede que no te sorprenda, pensó Elend, cansado, pero el hecho de que siga vivo sí. ¿Creías que me había marchado para hacerme matar, o simplemente pensaste que me perdería y os abandonaría?

No era algo en lo que quisiera seguir pensando. Así que simplemente sonrió, posó una mano sobre el hombro de Ham y contempló el campamento. Parecía extraño, socavado como estaba, la ceniza apilada en el exterior. Parecía como si lo hubieran hundido unos palmos en el suelo. Había tanta ceniza…

No puedo preocuparme por todo a la vez, pensó Elend con decisión. Sólo tengo que confiar. Confiar en mí mismo y seguir adelante.

Había estado pensando en el espíritu de la bruma el resto del viaje. ¿De verdad le había dicho que no atacara Fadrex, o simplemente Elend había malinterpretado sus gestos? ¿Qué quería que hiciera al señalarle su frasquito de metales?

Junto a él, Ham no quitaba ojo a la masa de nuevos koloss. A un lado del ejército se hallaban sus otros koloss, todavía bajo control. Aunque cada vez era más diestro manteniendo a raya a las criaturas, agradeció estar de nuevo cerca de ellas. Eso hacía que se sintiera más cómodo.

Ham silbó con suavidad.

—¿Veintiocho mil? —preguntó—. Al menos, es lo que dicen los exploradores.

Elend asintió.

—No había advertido lo numeroso que era el grupo —dijo Ham—. Con tantos…

Treinta y siete mil en total, pensó Elend. Más que suficientes para atacar Fadrex.

Empezó a bajar por la pendiente, dirigiéndose al campamento. Pese a no haber necesitado mucho peltre que lo ayudase durante el viaje, seguía cansado.

—¿Alguna noticia de Vin? —dijo esperanzado, aunque bien sabía que si ella hubiera conseguido escapar, ya lo habría encontrado.

—Enviamos un mensajero a la ciudad mientras estuviste fuera —contestó Ham mientras empezaban a caminar—. Yomen dijo que vendría un soldado y confirmaría que Vin seguía con vida, y por eso accedimos en tu nombre, pensando que sería mejor que Yomen creyera que estabas aquí.

—Hicisteis bien.

—Ha pasado ya algún tiempo —observó Ham—. No hemos sabido nada de ella desde entonces.

—Sigue viva —dijo Elend.

Ham asintió:

—Eso creo yo también.

Elend sonrió.

—No es sólo fe, Ham —dijo, señalando los koloss que se habían quedado atrás—. Antes de que la capturaran, le entregué algunos. Si hubiera muerto, éstos habrían escapado a su control. Mientras viva, tenga o no metales, continuarán unidos a ella.

Ham vaciló:

—Eso… habría sido bueno saberlo antes, El.

—Lo sé. Es demasiado fácil olvidar a cuántos controlo: ni siquiera me dio por pensar que no todos esos son míos. Manda exploradores que no les quiten ojo de encima. Los recuperaré, si se vuelven salvajes.

Ham asintió:

—¿Podrías contactar con Vin a través de ellos?

Elend negó con la cabeza. ¿Cómo explicarlo? Controlar a los koloss no era algo sutil: sus mentes eran demasiado obtusas para hacer otra cosa que no fuera cumplir órdenes sencillas. Podía ordenarles atacar, o inmovilizarse, o transportar cosas. Pero no podía dirigirlos con precisión, no podía instruirlos para que entregaran un mensaje o incluso consiguieran un objetivo. Sólo podía decir: «Haz esto», y verlos marchar.

—Hemos recibido informes de la Dominación Central, El —dijo Ham, la voz preocupada.

Elend lo miró:

—La mayoría de nuestros exploradores no regresaron. Nadie sabe qué les pasó a Demoux y los hombres que enviaste: esperamos que llegaran a Luthadel, pero la ciudad está en mala situación. Los exploradores que han regresado traen algunas noticias frustrantes. Hemos perdido muchas de las ciudades conquistadas este último año. El pueblo pasa hambre, y un montón de aldeas están vacías, a excepción de los muertos. Los que pueden huyen a Luthadel, dejando regueros de cadáveres en los caminos, enterrados bajo la ceniza.

Elend cerró los ojos. Pero Ham no había terminado.

—Cuentan que hay ciudades engullidas por los temblores de tierra —dijo Ham, la voz casi un susurro—. El rey Lekal y su ciudad cayeron ante la lava de uno de los montes de ceniza. Hace semanas que no sabemos nada de Janarle: toda su comitiva parece haberse desvanecido. Y la Dominación Norte es un caos; dicen que toda la Dominación Sur está en llamas… Elend, ¿qué hacemos?

Elend continuó caminando por un sendero libre de ceniza, hasta llegar al campamento. Los soldados estaban allí reunidos, susurrando, mirándolo. No sabía cómo responder a la pregunta de Ham. ¿Qué hacía? ¿Qué podía hacer?

—Los ayudaremos, Ham —dijo—. No nos rendiremos.

Ham asintió, levemente animado:

—Aunque, antes de hacer nada, lo que deberías hacer probablemente es cambiarte de ropa…

Elend bajó la cabeza, recordando que aún llevaba el uniforme negro, ensangrentado tras la matanza de koloss y manchado de ceniza. Su aspecto hizo que algunos hombres se agitaran. Sólo ven en mí el atuendo blanco y prístino. Muchos de ellos ni siquiera me han visto pelear, nunca me han visto manchado de sangre, nunca me han visto cubierto de ceniza.

No estaba seguro de que eso le molestara.

Ante ellos, Elend pudo ver una figura barbuda sentada en una silla junto al sendero, como si hubiera salido a tomar el aire por la tarde. Cett lo miró al pasar.

—¿Más koloss? —preguntó.

Elend asintió.

—Entonces ¿vamos a atacar?

Elend se detuvo.

Al parecer, el espíritu de la bruma no quería que atacara. Pero no podía estar seguro de qué quería que supiera o pensara… ni siquiera sabía si debía confiar en él. ¿Podía basar el futuro de su imperio en vagas impresiones recibidas por un fantasma en la bruma?

Tenía que conseguir aquel depósito, y no podía permitirse esperar un asedio, ya no. Además, atacar parecía la mejor manera de recuperar a Vin. Yomen jamás la entregaría: Elend tenía que esperar o atacar, contando con que en el caos de la batalla Yomen la dejara en algún calabozo. Cierto, si atacaba se arriesgaba a que la ejecutara, pero dejar que Yomen la utilizara como moneda de cambio parecía igual de peligroso para ella.

Tengo que ser el hombre que tome las decisiones difíciles, se dijo. Es lo que Vin intentaba enseñarme en el baile: que puedo ser a la vez Elend el hombre y Elend el rey. Me hice cargo de esos koloss para algo. Ahora tengo que usarlos.

—Informa a los soldados —dijo Elend—. Pero que no formen filas. Atacaremos por la mañana, aunque por sorpresa: los koloss primero, para que quiebren sus defensas. Los hombres podrán formar detrás, luego entrar y tomar el control.

Rescataremos a Vin, entraremos en esa caverna y después regresaremos a Luthadel con los suministros de alimentos.

Y sobreviviremos mientras podamos.

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