Capítulo 13

Debido a su conexión con la sangre, se llama hemalurgia. No es una coincidencia, creo yo, que la muerte esté siempre implicada en el traspaso de poder a través de la hemalurgia. Marsh lo describió una vez como un proceso «sucio». Tampoco es el adjetivo que yo habría elegido. No es lo bastante preocupante.

Me estoy perdiendo algo, pensó Marsh.

Estaba sentado en el campamento de koloss. No se había movido durante horas. La ceniza lo cubría como si fuera una estatua. Últimamente, la atención de Ruina estaba centrada en otra parte, y Marsh se había quedado cada vez con más tiempo para sí mismo.

Sin embargo, no se debatía. Debatirse tan sólo atraería la atención de Ruina.

¿No es eso lo que quiero?, pensó. ¿Ser controlado? Cuando Ruina lo obligaba a ver las cosas a su modo, el mundo agonizante parecía maravilloso. Esa dicha era muy superior al temor que sentía mientras estaba sentado en este tocón, consumiéndose lentamente en la ceniza.

No. ¡No, no es eso lo que quiero! Era dicha, cierto, pero era falsa. Igual que una vez se debatió contra Ruina, ahora se debatía contra su propia sensación de inevitabilidad.

¿Qué me estoy perdiendo?, pensó de nuevo, distrayéndose. El ejército de koloss, trescientas mil criaturas, no se había movido desde hacía semanas. Sus miembros se mataban entre sí lenta, pero implacablemente. Parecía un despilfarro de recursos dejar que el ejército se anquilosara, aunque al parecer las criaturas podían comer incluso las plantas muertas que había entre las cenizas para así sobrevivir.

No podrán vivir mucho tiempo a base de eso, ¿no? No sabía mucho de los koloss, a pesar de haber pasado casi un año con ellos. Parecían capaces de comer casi cualquier cosa, como si sólo llenar sus estómagos fuera más importante que la nutrición real.

¿A qué esperaba Ruina? ¿Por qué no coger su ejército y atacar? Marsh estaba lo bastante familiarizado con la geografía del Imperio Final para reconocer que se hallaba en el norte, cerca de Terris. ¿Por qué no actuar y atacar Luthadel?

No había ningún otro inquisidor en el campamento. Ruina los había llamado a otras tareas y dejado solo a Marsh. De todos los inquisidores, Marsh había recibido el mayor número de nuevos clavos: tenía diez nuevos plantados en diversos lugares de su cuerpo. Eso lo convertía, ostensiblemente, en el más poderoso de los inquisidores. ¿Por qué dejarlo atrás?

Sí… ¿qué importa?, se preguntó. Ha llegado el final. Es imposible derrotar a Ruina. El mundo acabará.

Se sintió culpable por pensar aquello. Si hubiera podido agachar avergonzado los ojos, lo habría hecho. Hubo una época en que dirigió toda la rebelión skaa. Miles de personas buscaban su liderazgo. Y luego… Kelsier fue capturado. Igual que Mare, la mujer a la que ambos amaban.

Cuando Kelsier y Mare fueron arrojados a los Pozos de Hathsin, Marsh abandonó la rebelión. Su racionamiento fue sencillo. Si el Lord Legislador podía capturar a Kelsier, el ladrón más brillante de su tiempo, también acabaría capturándolo a él. No fue el miedo lo que lo obligó a retirarse, sino simple realismo. Marsh siempre había sido pragmático. Luchar había resultado ser inútil. ¿Por qué hacerlo?

Y entonces Kelsier regresó y logró lo que mil años de rebelión no habían conseguido hacer: derrocó al imperio y facilitó la muerte del mismísimo Lord Legislador.

Ése tendría que haber sido yo, pensó Marsh. Serví a la rebelión toda la vida, y me rendí justo antes de la victoria.

Fue una tragedia, y empeoraba por el hecho de que Marsh volvía a hacerlo. Se rendía.

¡Maldito seas, Kelsier!, pensó lleno de frustración. ¿No puedes dejarme en paz ni siquiera después de muerto?

Y, sin embargo, quedaba un hecho acuciante e innegable. Mare no se equivocó. Eligió a Kelsier y no a Marsh. Luego, cuando ambos hombres se vieron obligados a lidiar con su muerte, uno de ellos cedió.

El otro hizo que sus sueños se cumplieran.

Marsh sabía por qué Kelsier había decidido derrocar el Imperio Final. No había sido por dinero ni por fama, ni siquiera, como muchos sospechaban, por venganza. Kelsier conocía el corazón de Mare. Sabía que ella soñaba con que llegara el día en que florecieran las plantas y el cielo dejara de ser rojo. Siempre llevaba consigo aquella pequeña ilustración de una flor, una copia copiada de una copia… la imagen de algo que el Imperio Final había perdido hacía mucho tiempo.

No hiciste realidad sus sueños, Kelsier, pensó Marsh con amargura. Fracasaste. Mataste al Lord Legislador, pero eso no ha arreglado nada. ¡Su muerte empeoró las cosas!

La ceniza continuaba cayendo, revoloteando alrededor de Marsh con una brisa perezosa. Los koloss gruñían, y a lo lejos uno gritó cuando su compañero lo mató.

Kelsier estaba muerto. Había muerto por el sueño de Mare. Ella no se equivocó al escogerlo, y ahora también estaba muerta. Marsh no. Todavía no. Aún puedo luchar, se dijo. Pero ¿cómo? Hasta mover un dedo llamaría la atención de Ruina.

Aunque durante las últimas semanas no se había debatido para nada. Tal vez por eso Ruina había decidido que podía dejarlo solo durante tanto tiempo. La criatura (o la fuerza, o lo que fuese) no era omnipotente. Sin embargo, Marsh sospechaba que podía moverse con libertad, observando el mundo y viendo lo que sucedía en varias partes. Ninguna muralla podía bloquear su visión: parecía capaz de verlo todo.

Excepto la mente de un hombre.

Tal vez… tal vez si dejo de debatirme el tiempo suficiente, podré sorprenderlo cuando por fin decida golpear.

Parecía un plan tan bueno como cualquiera. Y Marsh sabía exactamente lo que iba a hacer cuando llegara el momento. Eliminaría la herramienta más poderosa de Ruina. Se arrancaría el clavo de la espalda y se mataría. No por frustración, ni por desesperación. Sabía que tenía que desempeñar un papel importante en los planes de Ruina. Si se eliminaba a sí mismo en el momento adecuado, podría dar a los demás la oportunidad que necesitaban.

Era todo lo que podía ofrecer. Sin embargo, parecía adecuado, y su nueva confianza le hizo desear poder plantar cara y mirar al mundo con orgullo. Kelsier se había sacrificado para asegurar la libertad de los skaa. Marsh haría lo mismo. Y al hacerlo, esperaba ayudar a salvar al mundo de la destrucción.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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