Capítulo 9

La alomancia nació con las brumas. O, al menos, la alomancia coincidió con la aparición de las primeras brumas. Cuando Rashek se hizo con el poder en el Pozo de la Ascensión, tomó conciencia de ciertas cosas. Algunas se las susurró Ruina; otras le fueron concedidas como parte instintiva del poder.

Una de ellas era el conocimiento de las Tres Artes Metálicas. Supo, por ejemplo, que las pepitas de metal de la Cámara de la Ascensión convertían en nacidos de la bruma a quienes las ingerían. Después de todo, eran fracciones del poder del Pozo mismo.

TenSoon había visitado antes el Cubil de la Confianza: pertenecía a la Tercera Generación. Había nacido hacía siete siglos, cuando los kandra eran todavía nuevos, aunque para entonces la Primera Generación ya había cedido la educación de los nuevos kandra a la Segunda Generación.

Los Segundos no lo habían hecho muy bien con la generación de TenSoon… o, al menos, eso pensaban los Segundos. Habían querido formar una sociedad de individuos que siguieran reglas estrictas de respeto y veteranía. Un pueblo «perfecto» que viviera para servir a sus Contratos… y, por supuesto, a los miembros de la Segunda Generación.

Hasta su regreso, TenSoon había sido considerado uno de los Terceros menos problemáticos. Se le conocía como un kandra poco preocupado por la política de la Tierra Natal; un kandra que servía a sus Contratos, contento con mantenerse lo más alejado posible de los Segundos y sus maquinaciones. Resultaba irónico que TenSoon acabara siendo juzgado por el más horrible de los crímenes kandra.

Sus guardias lo condujeron directamente al centro del Cubil de la Confianza, a la plataforma misma. TenSoon no estaba seguro de sentirse honrado o avergonzado. Ni siquiera como miembro de la Tercera Generación había estado tantas veces cerca de la Confianza.

La sala era grande y circular, con paredes metálicas. La plataforma consistía en un enorme disco de acero enclavado en el suelo de roca. No era muy grande (quizá de un palmo de altura), pero tenía tres metros de diámetro. TenSoon sintió frío en los pies al contacto con su lisa superficie, y recordó de nuevo su desnudez. No le ataron las manos: eso habría sido un insulto demasiado grande hasta para él. Los kandra obedecían lo recogido en el Contrato, incluso los pertenecientes a la Tercera Generación. No huiría, y tampoco abatiría a uno de los suyos. Él estaba por encima de todo eso.

Iluminaban la sala lámparas, en vez de piedras brillantes; aunque cada lámpara estaba rodeada de cristal azul. Costaba conseguir aceite: la Segunda Generación no quería depender de los suministros procedentes del mundo de los hombres, y con razón. La gente de arriba no sabía que había un gobierno kandra centralizado. Ni siquiera la mayoría de los sirvientes del Padre lo sabían. Mucho mejor así.

Con la luz azul, TenSoon veía perfectamente a los miembros de la Segunda Generación: a los veinte, de pie tras sus estrados, dispuestos en hilera al otro lado de la sala. Estaban lo bastante cerca para verlos, examinarlos, y hablarles… aunque también lo bastante lejos para que TenSoon se sintiera aislado, de pie allí solo en el centro de la plataforma. Tenía los pies helados. Bajó la cabeza y advirtió el pequeño agujerito en el suelo, cerca de sus dedos, tallado en el disco de acero de la plataforma.

La Confianza, pensó. Estaba directamente bajo él.

—TenSoon de la Tercera Generación —dijo una voz.

TenSoon alzó la cabeza. Era KanPaar, por supuesto. Un kandra alto; o, más bien, un kandra que prefería usar un Cuerpo Verdadero alto. Como todos los Segundos, sus huesos estaban construidos con el cristal más puro; en su caso, de un profundo tono rojo. Era un cuerpo poco práctico en muchos aspectos. Esos huesos no soportarían demasiado castigo. Sin embargo, para la vida que llevaba un administrador en la Tierra Natal, la debilidad de huesos parecía quedar compensada con su chispeante belleza.

—Presente —dijo TenSoon.

—¿Insistes en forzar este juicio? —preguntó KanPaar, la voz arrogante, reforzando su fuerte acento. Al haber permanecido apartado de los humanos tanto tiempo, su lenguaje no se había corrompido por los dialectos de éstos. Supuestamente, el acento de los Segundos era similar al del Padre.

—Sí —contestó TenSoon.

KanPaar suspiró de modo audible, de pie tras su bello atril de piedra. Finalmente, volvió la cabeza hacia la parte superior de la sala. Los kandra de la Primera Generación observaban desde arriba. Estaban sentados en huecos individuales que recorrían todo el perímetro de la sala superior, ensombrecidos hasta un punto en que eran poco más que formas humanoides. No hablaban. Ésa era otra peculiaridad de los Segundos.

Las puertas se abrieron tras TenSoon. Sonaron voces apagadas, roce de pies. Se dio la vuelta, y sonrió para sus adentros al verlos entrar: kandra de diversos tamaños y edades. Los más jóvenes no podían asistir a un evento tan importante, pero a los miembros de las generaciones adultas (todos hasta la Novena Generación) no se les podía prohibir. Ésta era su victoria, tal vez la única que tendría en todo el juicio.

Si iba a ser condenado a cadena perpetua, quería que su pueblo conociera la verdad. Y lo que es más importante, quería que oyeran este juicio, que oyeran lo que él tenía que decir. No convencería a la Segunda Generación, pero ¿quién sabía lo que pensarían en silencio los Primeros, sentados en sus huecos ensombrecidos? Tal vez los kandra más jóvenes lo escucharían. Tal vez harían algo cuando TenSoon ya no estuviera. Los vio entrar, llenando los bancos de piedra. Ahora había cientos de kandra. Las generaciones mayores (Primeros, Segundos, Terceros) eran inferiores en número, ya que muchos habían muerto al principio, cuando los humanos los temían. Sin embargo, las generaciones posteriores estaban bien pobladas: la Décima Generación contaba más de cien individuos. Los bancos del Cubil de la Confianza habían sido construidos para albergar a toda la población kandra, pero ahora los ocupaban sólo quienes estaban libres de deberes y Contratos.

TenSoon esperaba que MeLaan no formara parte de aquel grupo. Sin embargo, fue prácticamente la primera en las puertas. Por un momento, le preocupó que cruzara la sala corriendo y se subiera a la plataforma, donde sólo se permitía a los más benditos o malditos. En cambio, ella se detuvo tras la puerta, obligando a los demás a rodearla a empujones, molestos, mientras buscaban sus asientos.

No tendría que haberla reconocido. Llevaba un Cuerpo Verdadero, un cuerpo excéntrico hecho de madera, fino y cimbreante de un modo exagerado e innatural; el cráneo de madera era alargado, con una barbilla triangular terminada en punta, los ojos demasiado grandes, y trozos retorcidos de tela sobresalían como cabellos de su cabeza. Las generaciones más jóvenes se rebelaban contra los límites del decoro, molestando a los Segundos. En su día, TenSoon probablemente habría estado de acuerdo con ellos; incluso ahora, era lo más parecido a un tradicionalista. Sin embargo, hoy, el cuerpo rebelde de MeLaan lo hizo sonreír.

Eso pareció darle consuelo a ella, que buscó un asiento delante, con un grupo de kandra de la Séptima Generación. Todos tenían Cuerpos Verdaderos deformados: uno de ellos parecía un bloque, y otro tenía cuatro brazos.

—TenSoon de la Tercera Generación —dijo KanPaar formalmente, haciendo callar a la multitud de expectantes kandra—. Has exigido obstinadamente ser juzgado ante la Primera Generación. Por el Primer Contrato, no podemos condenarte sin concederte antes la oportunidad de presentarte ante los Primeros. Si ellos consideran adecuado rescindir tu castigo, serás liberado. De lo contrario, deberás aceptar el destino que te asigne el Consejo de Segundos.

—Comprendo —dijo TenSoon.

—Entonces… —dijo KanPaar, inclinándose hacia delante en su atril—, comencemos.

No se le ve nada preocupado, advirtió TenSoon. Habla como si estuviera disfrutando con esto.

¿Y por qué no? ¿Después de predicar durante siglos que la Tercera Generación está llena de granujas? Todo este tiempo han intentado ocultar sus errores a nuestra costa, errores como darnos demasiada libertad, hacernos pensar que éramos tan buenos como ellos. Si demuestra que yo (el más «templado» de los Terceros) soy un peligro, KanPaar ganará una lucha que lleva librando toda la vida.

A TenSoon siempre le había resultado extraño lo amenazados que se sentían los Segundos por los Terceros. Sólo habían tardado una generación en comprender sus errores: los Cuartos eran casi tan leales como los Quintos, con sólo unos pocos miembros desviados.

Y, sin embargo, con algunas de las generaciones más jóvenes (MeLaan y sus amigos eran un buen ejemplo) actuando como lo hacían… bueno, tal vez los Segundos tenían derecho a sentirse amenazados. Y TenSoon iba a ser su sacrificio. Su modo de restaurar el orden y la ortodoxia.

Les esperaba una buena sorpresa.

El Héroe de las Eras
titlepage.xhtml
Khariel.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Presentacion.xhtml
dedicatoria.xhtml
Agradecimientos.xhtml
Portadilla.xhtml
Mapa01.xhtml
Mapa02.xhtml
Mapa03.xhtml
Prologo.xhtml
PrimeraParte.xhtml
Capitulo01.xhtml
Capitulo02.xhtml
Capitulo03.xhtml
Capitulo04.xhtml
Capitulo05.xhtml
Capitulo06.xhtml
Capitulo07.xhtml
Capitulo08.xhtml
Capitulo09.xhtml
Capitulo10.xhtml
Capitulo11.xhtml
Capitulo12.xhtml
Capitulo13.xhtml
SegundaParte.xhtml
Capitulo14.xhtml
Capitulo15.xhtml
Capitulo16.xhtml
Capitulo17.xhtml
Capitulo18.xhtml
Capitulo19.xhtml
Capitulo20.xhtml
Capitulo21.xhtml
Capitulo22.xhtml
Capitulo23.xhtml
Capitulo24.xhtml
Capitulo25.xhtml
Capitulo26.xhtml
Capitulo27.xhtml
Capitulo28.xhtml
Capitulo29.xhtml
Capitulo30.xhtml
Capitulo31.xhtml
Capitulo32.xhtml
Capitulo33.xhtml
TerceraParte.xhtml
Capitulo34.xhtml
Capitulo35.xhtml
Capitulo36.xhtml
Capitulo37.xhtml
Capitulo38.xhtml
Capitulo39.xhtml
Capitulo40.xhtml
Capitulo41.xhtml
Capitulo42.xhtml
Capitulo43.xhtml
Capitulo44.xhtml
CuartaParte.xhtml
Capitulo45.xhtml
Capitulo46.xhtml
Capitulo47.xhtml
Capitulo48.xhtml
Capitulo49.xhtml
Capitulo50.xhtml
Capitulo51.xhtml
Capitulo52.xhtml
Capitulo53.xhtml
Capitulo54.xhtml
Capitulo55.xhtml
Capitulo56.xhtml
Capitulo57.xhtml
Capitulo58.xhtml
QuintaParte.xhtml
Capitulo59.xhtml
Capitulo60.xhtml
Capitulo61.xhtml
Capitulo62.xhtml
Capitulo63.xhtml
Capitulo64.xhtml
Capitulo65.xhtml
Capitulo66.xhtml
Capitulo67.xhtml
Capitulo68.xhtml
Capitulo69.xhtml
Capitulo70.xhtml
Capitulo71.xhtml
Capitulo72.xhtml
Capitulo73.xhtml
Capitulo74.xhtml
Capitulo75.xhtml
Capitulo76.xhtml
Capitulo77.xhtml
Capitulo78.xhtml
Capitulo79.xhtml
Capitulo80.xhtml
Capitulo81.xhtml
Capitulo82.xhtml
Epilogo.xhtml
ArsArcanum.xhtml
Guiarapida.xhtml
Glosario.xhtml
Resumen.xhtml
autor.xhtml
Bibliografia.xhtml