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23:35
Suzanne corrió rampa abajo de vuelta a Stod. Por el camino pasó junto a paseantes nocturnos a los que no prestó atención. Su única preocupación en ese momento era regresar al Gebler, recoger sus pertenencias y desaparecer. Necesitaba la seguridad de la frontera checoslovaca y el castillo Loukov, al menos hasta que Loring y Fellner pudieran resolver aquel asunto entre ellos.
La repentina aparición de Knoll había vuelto a sorprenderla con la guardia baja. Ese hijo de puta tenía determinación, había que reconocérselo. Decidió no subestimarlo una tercera vez. Si Knoll estaba en Stod era mejor salir del país.
Llegó hasta la calle al final de la rampa y corrió hacia el hotel.
Gracias a Dios que había empaquetado antes sus cosas. Todo estaba listo para marcharse, ya que su plan había sido salir de allí una vez que se hubiera encargado de Alfred Grumer. En su camino había menos farolas encendidas que a la ida, aunque la entrada del Gebler sí estaba bien iluminada. Entró en el vestíbulo. El recepcionista de noche que había detrás del mostrador estaba tecleando algo en el ordenador y no llegó a levantar la mirada. Una vez arriba, se echó la bolsa de viaje al hombro y dejó algunos euros sobre la cama. Más que suficiente para cubrir la factura. No había tiempo para salidas formales.
Se detuvo un momento para recobrar el aliento. Quizá Knoll no supiera dónde se alojaba. Stod era una ciudad grande, con muchísimos albergues y hoteles. No, decidió. Lo sabría y lo más probable es que en ese mismo momento se dirigiera hacia allí. Pensó en la terraza de la abadía. Knoll buscaba a quien fuera que estuviera también en la iglesia y esa otra presencia también le preocupaba a ella. Pero no era ella la que le había clavado un puñal a Grumer en el pecho. Cualquier posible testigo sería más un problema para Knoll que para ella.
Sacó de la bolsa de viaje un cargador relleno para la Sauer y lo encajó en el arma, que después guardó en el bolsillo. Una vez abajo, recorrió rápidamente el vestíbulo y salió por la puerta principal. Miró a derecha e izquierda. Knoll se encontraba a unos cien metros y avanzaba directamente en su dirección. Cuando la divisó, empezó a correr. Ella salió disparada por una callejuela desierta y dobló una esquina. Siguió corriendo y dobló dos esquinas más. Quizá lograra perder a Knoll en aquel laberinto de edificios venerables de aspecto similar.
Se detuvo. Respiraba con dificultad.
Le llegó el eco de unos pasos.
Se acercaban.
En su dirección.
El aliento de Knoll se condensaba en el aire seco. Su llegada parecía cronometrada. Unos instantes más y le pondría las manos encima a aquella perra.
Dobló una esquina y se detuvo.
Solo silencio.
Interesante.
Aferró la cz y avanzó con cautela. El día anterior había estudiado aquella parte de la ciudad vieja en un plano obtenido en la oficina de turismo. Los edificios formaban manzanas interrumpidas por angostas calles adoquinadas y callejuelas aún más estrechas. Por todas partes se veían tejados de gran inclinación, ventanas abuhardilladas y arcadas adornadas con criaturas mitológicas. No era difícil perderse en aquella madriguera en la que todas las calles parecían iguales. Pero él sabía exactamente dónde estaba estacionado el Porsche de Danzer. Lo había encontrado el día anterior, en una misión de reconocimiento, pues sabía que tendría cerca un medio rápido de transporte.
Así que se dirigió en esa dirección, la misma hacia la que se habían encaminado desde el principio los pasos.
Se detuvo en seco.
De nuevo, solo silencio.
Ya no se oía el sonido de las suelas sobre los adoquines.
Avanzó con sumo cuidado y se asomó por una esquina. La calle era una línea recta y el único fulgor que rompía la oscuridad se encontraba en su extremo más alejado. A medio camino se veía una intersección. La calle de la derecha se extendía unos treinta metros y moría en lo que parecía la parte trasera de un establecimiento comercial. Justo a la derecha se encontraba un pequeño contenedor negro de basura y a la izquierda un bmw estacionado. Se trataba más de una callejuela que de una calle. Se acercó hasta allí y comprobó el coche. Cerrado. Levantó la tapa del contenedor. Vacío, excepto por algunos periódicos y bolsas de basura que olían a pescado podrido. Lo intentó con los picaportes del edificio. Cerrados.
Regresó a la calle principal con la pistola en la mano y viró hacia la derecha.
Suzanne esperó cinco minutos completos antes de salir arrastrándose de debajo del bmw. Se había podido esconder allí gracias a su pequeño tamaño. Sin embargo, por si acaso, había tenido la pistola de nueve milímetros en la mano. Knoll no había mirado debajo, al parecer satisfecho con que las puertas del coche estuvieran cerradas y la callejuela vacía.
Recuperó la bolsa de viaje del contenedor, donde la había escondido debajo de algunos periódicos. Un penetrante olor a pescado acompañó a la bolsa de cuero. Se guardó la Sauer y decidió usar otro camino para llegar a su coche. Quizá incluso tuviera que dejar aquel maldito trasto y alquilar otro por la mañana. Siempre podía regresar más tarde y recuperar el Porsche cuando todo se hubiera tranquilizado. El trabajo de un adquisidor era hacer lo que su empleador deseaba. Aunque Loring le había dicho que se encargara del asunto a su discreción, la situación con Knoll y el riesgo de llamar la atención estaban saliéndose de madre. Además, matar a su oponente se estaba demostrando mucho más difícil de lo que en un principio había imaginado.
Se detuvo en la callejuela, antes de llegar a la intersección, y escuchó durante algunos segundos.
No oyó paso alguno.
Se asomó y, en vez de volver a la derecha, como Knoll, tomó la izquierda.
Desde un umbral a oscuras surgió un puño que le golpeó en la frente. Su cabeza salió disparada hacia atrás antes de rebotar. El dolor la paralizó momentáneamente y una mano se cerró alrededor de su garganta. La levantaron del suelo antes de estamparla contra una pared húmeda de piedra. Una enfermiza sonrisa dominaba el rostro nórdico de Christian Knoll.
—¿De verdad me crees tan imbécil? —dijo Knoll a unos centímetros de su cara.
—Vamos, Christian. ¿No podemos resolver esto? Mantengo lo que te dije en la abadía. Volvamos a tu habitación. ¿Te acuerdas de Francia? Fue bastante divertido.
—¿Qué es tan importante como para que tengas que matarme? —Cerró aún más su presa.
—Si te lo digo, ¿me dejarás marchar?
—No estoy de humor, Suzanne. Tengo órdenes de hacer lo que me plazca y creo que sabes lo que me place.
Tengo que conseguir tiemp., pensó ella.
—¿Quién estaba en la iglesia?
—Los Cutler. Parece que siguen muy interesados. ¿Me haces el favor de iluminarme al respecto?
—¿Y yo qué sé lo que quieren?
—Creo que sabes mucho más de lo que estás dispuesta a admitir. —Apretó aún más.
—Vale, vale, Christian. Se trata de la Habitación de Ámbar.
—¿Qué pasa con ella?
—En esa cámara es donde Hitler la escondió. Tenía que asegurarme de ello, por eso estoy aquí.
—¿Asegurarte de qué?
—Ya conoces el interés de Loring. La está buscando, igual que Fellner. Disponemos de información que vosotros desconocéis.
—¿Como cuál?
—Sabes que no puedo decírtelo. Esto no es justo.
—¿Lo justo es volarme por los aires? ¿Qué está pasando, Suzanne? Ésta no es una misión ordinaria.
—Te propongo un trato. Volvamos a tu habitación. Hablaremos después. Te lo prometo.
—Ahora mismo no me siento muy amoroso.
Pero las palabras tuvieron el efecto deseado. La mano alrededor de su garganta se relajó lo suficiente como para que Suzanne pudiera darse la vuelta y, al alejarse de la pared, propinarle un fuerte rodillazo en la entrepierna.
Knoll se desplomó por el dolor.
Ella volvió a patearlo entre las piernas, clavándole el tacón de la bota en las manos, con las que trataba de protegerse. Su adversario cayó al empedrado y Suzanne aprovechó para escapar corriendo.
Una agonía cegadora castigaba la entrepierna de Knoll. Las lágrimas se le agolpaban en los ojos. Aquella puta había vuelto a hacerlo. Era rápida como una gata. Se había relajado solo un segundo para reafirmar su presa. Pero no había necesitado más para golpear.
Mierda.
Levantó la vista y vio a Danzer desaparecer calle abajo. El dolor era terrible. Le costaba respirar, pero probablemente pudiera dispararle una vez. Buscó la pistola en el bolsillo, pero se detuvo.
No hacía falta.
Al día siguiente se ocuparía de ella.