Jueves, 5 de enero de 2006

Las ediciones de la mañana no tuvieron tiempo de incluir nada sobre el tiroteo, solo las noticias sobre la decisión de la junta municipal de no trasladar el Casilino 900 y el breve artículo de Linda Nardi titulado: «Y si muriese un policía...». Una curiosa coincidencia, aunque en el marasmo general nadie se fijó en aquel breve.

Pero la desafortunada coincidencia entre el aplazamiento del traslado del campamento de gitanos y el tiroteo en el que habían muerto los tres valientes policías Colajacono, Tatò y Coppola y había resultado gravemente herido Michele Balistreri, jefe de la Sección Especial, colocó al alcalde y a la mayoría que le apoyaba entre la espada y la pared. Y puso en mayores apuros a la Iglesia católica, que hasta el último momento había abogado por los inmigrantes y sus derechos. Contra la injerencia del Vaticano se alzaron en la Cámara de Diputados y el Senado voces acusatorias inéditas e insólitamente explícitas. Mientras la Iglesia auspiciaba la tolerancia por convicción y no por conveniencias, algunos partidos políticos aprovecharon cínicamente los acontecimientos con fines electoralistas. Hubo incluso quien planteó claramente la posibilidad de revisar el concordato entre Italia y el Vaticano.

El Papa se asomó a su balcón de la plaza de San Pedro para rezar el Ángelus. Condenó la violencia y auspició la comprensión mutua. Cuando dijo que rezaría por todos los muertos y que la intolerancia ya había causado gran violencia en el pasado, de una parte de la muchedumbre de la plaza, formada sobre todo por ciudadanos italianos, se elevó una salva de pitidos. Los telediarios italianos cortaron esas imágenes, pero la CNN y la red las difundieron por todo el mundo.

Linda Nardi también pudo ver las imágenes, incluidas las que había censurado la televisión italiana. Después se enteró de que Balistreri, tras las operaciones del bazo y la tibia, estaba fuera de peligro. Entonces compró una cantidad enorme de provisiones en el supermercado y se encerró en su piso. Luego llamó al jefe de redacción para informarle de que escribiría desde su casa.

Al amanecer bajaba al quiosco de la esquina a comprar los periódicos y volvía a su sala de estar. Lo leía todo, seleccionaba, recortaba, subrayaba, catalogaba. Hizo una buena síntesis de todo en su ordenador y guardó el archivo en una carpeta ya existente, «Michele Balistreri».

Al archivo lo llamó: «Para cuando estés curado».