Epílogo

Dos semanas más tarde

 

El sol relucía en el cielo cuando Erika, Moss y Peterson salieron de la iglesia de Honor Oak Park. Hacía un día precioso de principios de diciembre. El aire era frío y el cielo estaba azul.

Ese era el segundo funeral al que habían asistido aquel mismo día. El primero, el funeral de Crawford, se había celebrado en Bromley. Habían descubierto que el nombre de pila del policía era Desmond y que, antes de separarse, criaba tortugas. Aunque la concurrencia había sido más bien escasa, lo habían enterrado con respeto.

El comisario Yale pronunció el elogio fúnebre, y a veces había tenido que esforzarse bastante para ofrecer una imagen de lo que había sido el agente. A continuación, la hija del finado, que no debía de tener más de diez años, se acercó al atril y leyó un poema. Su madre y su hermano pequeño la observaban silenciosos, sumidos en el dolor.

Si tuviera que irme mañana

no sería un adiós,

pues te he dejado mi corazón,

no tienes por qué llorar.

El amor que guardo dentro de mí,

te alcanzará desde la estrellas,

lo sentirás descender del cielo,

y sanará todas las heridas.

La intensidad del poema pilló desprevenida a Erika. Le conmovió que una niña tan pequeña fuera capaz de expresar tanto en unos cuantos versos.

El segundo funeral había sido menos sombrío. La iglesia de Honor Oak Park era preciosa y el oficio resultó más animado. Cantaron «All Things Bright and Beautiful» acompañados por el órgano, cuya música siempre reconfortaba a Erika.

Amanda Baker era más popular de lo que habían creído y la ceremonia había atraído a gran número de colegas y viejos amigos. Erika se había impresionado al ver que había asistido el subcomisario general saliente Oakley, tan atildado y elegante como siempre, así como su sucesora, Camilla Brace-Cosworthy, que pronunció un ameno y sincero elogio fúnebre. Había terminado con estas palabras:

—Amanda Baker tuvo una historia accidentada con la policía metropolitana y, por desgracia, su mejor momento llegó, precisamente, antes de su prematura muerte. Hay que agradecerle que nunca se diera por vencida en el caso Jessica Collins, ni siquiera cuando los demás lo habían dado por perdido. Ella siguió adelante, continuó formulando preguntas y, al final, proporcionó la pista decisiva que llevó a la resolución del caso. Me gustaría rendirle homenaje públicamente por todos sus años de servicio a la policía.

El discurso suscitó una oleada de aplausos. Erika contempló el ataúd situado en la cabecera de la iglesia y pensó que Amanda se sentiría increíblemente orgullosa.


Al acabar el funeral, Erika y sus dos compañeros cruzaron el cementerio y bajaron hacia la calle.

—Menudo caso —dijo Moss—. Tres cadáveres y un suicidio para encubrir la muerte de la niña. ¿Por qué no confesaron sencillamente la verdad?

—Estaban aterrorizados —opinó Peterson—. Y el miedo los dominó. Los impulsó a hacer cosas que jamás habrían soñado que serían capaces de hacer.

—Qué desastre —asintió Erika.

Al llegar a la verja y salir a la calle, vieron sorprendidos que Toby Collins los estaba esperando con Tanvir. Ambos iban con traje oscuro, y Toby llevaba un ramo de claveles rojos. Parecía muy joven y vulnerable.

—Hola. —Esbozó una tímida sonrisa.

—Hola, Toby —lo saludó Erika—. Llega un poco tarde. Se ha perdido el funeral.

—No es eso. No creía apropiado asistir. Pero hemos traído unas flores… —Se le quebró la voz—. Yo en realidad no sabía nada —añadió, anegado en lágrimas—. ¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Qué le pasará a mi hermana?

Los tres policías se miraron.

—No lo sé —admitió Erika—. Eso deberá decidirlo el tribunal de justicia. Tenemos su declaración grabada, y está claro que la muerte de Jessica fue un accidente. Lo que hizo después con Gerry es lo que el tribunal habrá de analizar cuando se celebre el juicio.

Toby asintió, pero añadió:

—He perdido a toda mi familia. Tan es lo único que me queda. —Tanvir le cogió la mano—. Mi madre sigue en el hospital psiquiátrico… Y la cosa no pinta nada bien. Papá ha escondido la cabeza bajo el ala y se ha ido a España con su nueva familia… Y Laura está en Holloway, esperando el juicio. He de aguardar un par de semanas para poder visitarla. Y no sé si quiero hacerlo.

—Su padre tendrá que volver. Querremos hablar con él.

—Sí, claro. ¿Qué voy a hacer ahora? —musitó el chico. Miraba a la inspectora jefe con tanta intensidad que ella se quedó sin palabras.

—Nadie elige a su familia. Apóyense mutuamente y manténgase unidos —aconsejó Moss poniéndole la mano en el hombro.

—Sí, así lo haremos. Gracias —dijo él.

Miraron cómo se alejaban los dos jóvenes.

En esto, oyeron unos bocinazos y vieron que el coche de Erika aparecía por un cruce circulando en contra dirección.

—¿Esa no es su hermana? —preguntó Moss—. ¿Sabe que está circulando por el carril contrario?

Sonó otro bocinazo mientras el coche se acercaba, frenaba con un chirrido y viraba para colocarse en el carril correcto.

—Ahora sí lo sabe.

Lenka paró junto a ellos y bajó el cristal. Los tres se agacharon y vieron a Jakub y Karolina en la parte trasera; Eva estaba entre ambos, sentada en una sillita para bebés.

—Hola a todos —dijo Lenka; exageraba mucho el acento inglés.

Moss y Peterson dijeron hola y saludaron a los niños con la mano a través del hueco de la ventanilla.

—¿A dónde van, jefa? —preguntó Moss.

—A las atracciones Winter Wonderland, en Blackheath. Mi hermana regresa a su casa dentro de un par de días. Parece que las cosas han vuelto a la normalidad —respondió ella poniendo los ojos en blanco.

—Se sentirá muy triste cuando se vayan —dijo Moss, y le echó una mirada de soslayo a Peterson, que estaba haciéndoles muecas a Jakub y Karolina. Los niños se mondaban.

—Seguro —dijo Erika, y sonrió. Lenka tocó la bocina y ella se subió al coche y añadió—: Nos vemos pronto. Quedemos para tomar unas copas navideñas.

—Llámenos —dijo Peterson.

El coche salió disparado, derrapando peligrosamente sobre el lado contrario antes de situarse en el carril de la izquierda. Moss se volvió hacia su colega, que miraba cómo desaparecía el coche por la esquina, y comentó:

—Ya sabes que seguramente no nos llamará, ¿verdad?

—Tal vez sí —dijo él.

—Te has enamorado de ella, ¿eh, Peterson?

Él asintió suspirando.

—Pobre incauto. Ven, te invito a una pinta —dijo Moss. Lo cogió del brazo y ambos echaron a andar hacia el pub más cercano en busca de una cerveza y un poco de calor.