10

La subcomisaria general, Camilla Brace-Cosworthy, se hallaba ante su escritorio, con la espalda erguida y una actitud resuelta. Era una mujer elegante de cincuenta y tantos, y parecía estar en la flor de la vida. Llevaba el uniforme de la policía metropolitana, es decir, blusa blanca y pañuelo a cuadros al cuello. La melena rubia, impecablemente arreglada, le llegaba hasta los hombros e iba maquillada con esmero, como para posar ante las cámaras.

—Pase, Erika. Tome asiento —dijo con afectación—. Por supuesto, ya conoce al comandante Marsh —añadió señalando con las uñas esmaltadas de rojo a Paul Marsh, que estaba sentado a su lado.

—Sí, buenos días, señor —saludó Erika, y ocupó una silla frente al escritorio—. Felicidades por su nombramiento, señora.

Camilla desechó el cumplido con un gesto y se puso unas grandes gafas de diseño de montura negra.

—El tiempo dirá si estoy a la altura de las felicitaciones —dijo; los cristales le agrandaban los ojos—. Bueno, hablemos del caso Jessica Collins. Usted encontró sus restos el viernes. ¿Han sido identificados oficialmente?

—Sí, señora.

Erika observó que Camilla hojeaba un expediente que tenía sobre el escritorio.

—Veo que ha trabajado en varios equipos de Investigación Criminal, tanto en Londres como en Mánchester, ¿no?

—Sí, señora.

Camilla cerró el expediente, se quitó las gafas y se dio unos golpecitos en los dientes con una de las varillas.

—Su traslado a Bromley fue claramente un descenso de categoría. ¿Por qué?

—Erika creía que la estaban postergando —intervino Marsh.

—Hubo una oportunidad de ascenso a comisario para la cual creo que se me postergó —lo corrigió Erika—. Se encargó su predecesor, señora. Fue precisamente en la época en la que conseguí atrapar a la Cazadora Nocturna, una asesina que…

—¡Sí! ¡Un caso de lo más sangriento! —exclamó la subcomisaria general, con un tono que Erika no supo si era de horror o de admiración.

—Cuando me enteré de que me habían descartado para el ascenso, discutí con el comandante Marsh, que era mi superior entonces, y amenacé con marcharme. Él me tomó la palabra.

Le echó un vistazo a Marsh, que fruncía el entrecejo, y comprendió que aquello no iba a favorecerla.

—Pero ha sido el comandante Marsh quien ha propuesto con bastante insistencia que la nombremos jefa de investigación del caso Jessica Collins —observó Camilla.

—Creo que la inspectora Foster tiene todavía mucho que ofrecer… —apuntó Marsh.

Camilla volvió a ponerse las gafas y miró el expediente.

—Ha tenido usted una carrera con bastantes altibajos, Erika. Además de resolver el caso de la Cazadora Nocturna, fue usted quien atrapó al asesino múltiple Barry Paton…

—El Estrangulador de York, señora.

—Lo tengo todo aquí. El Estrangulador de York había matado a ocho colegialas, y usted dio un vuelco al caso al identificarlo gracias a las imágenes de una cámara de vigilancia: concretamente, de su imagen reflejada en un escaparate situado frente a un cajero automático…

—Sí. Y él todavía me lo sigue agradeciendo cada año por Navidades y por mi cumpleaños.

Marsh sonrió; Camilla, no.

—No tuvo tanta suerte con algunos de sus otros casos. Fue suspendida hace dos años mientras se efectuaba una investigación…

—Finalmente, quedé exonerada, señora…

—Si me permite terminar. Fue suspendida mientras se efectuaba una investigación. Usted dirigió una redada contra la droga en una casa del gran Mánchester que se saldó con la muerte de cinco agentes, uno de los cuales era su marido.

Erika asintió.

—¿Cómo se recuperó de esa experiencia? —preguntó Camilla, que la observaba atentamente.

—Mediante una terapia. Ya casi no sabía quién era, y no estaba segura de querer seguir en el cuerpo. Pero al final volví, y los resultados están en ese expediente.

—Necesito que la reapertura de esta investigación quede en buenas manos. ¿Por qué cree que es la persona idónea?

—No soy una agente que pretenda hacer carrera. Me entrego por completo a mis casos. Estamos hablando de una niña vulnerable de siete años que desapareció y que alguien arrojó a esa cantera como si fuera una bolsa de basura. Quiero averiguar quién fue. Quiero que se le haga justicia a Jessica. Quiero que su familia pueda hacer el duelo como corresponde y pasar página.

Erika se reclinó en la silla; estaba sudando.

—Hacerle justicia a Jessica… Eso podríamos usarlo —comentó Marsh.

—No. —La subcomisaria general le lanzó una mirada fulminante—. ¿Le importa esperar fuera, Erika? Gracias.


Erika regresó a la sala de espera y tomó asiento. Pese a la cantidad de veces que había creído que su carrera había terminado, ahí estaba una vez más, al principio de algo excitante. Aun así, se preguntaba si estaba al borde de un peldaño o de un precipicio. Al cabo de pocos minutos, sonó un pitido en el teléfono de la secretaria. Esta descolgó y enseguida le indicó que volviera a entrar en la oficina.


Camilla estaba poniéndose la chaqueta del uniforme policial y alisándose el pelo. Marsh permanecía de pie a su lado.

—Erika, me complace anunciarle que voy a nombrarla jefa de investigación del caso Jessica Collins —dijo.

—Gracias, señora. No se arrepentirá de su decisión.

Camilla se puso con cuidado la gorra galoneada.

—Eso espero. —Rodeó el escritorio para estrecharle la mano—. Caramba, es usted muy alta. ¿No le cuesta encontrar pantalones de su talla?

Erika se desconcertó momentáneamente.

—Mmm. Antes me costaba, pero las compras por Internet han facilitado mucho las cosas…

—Sí, ¿verdad? —dijo Camilla, y le estrechó la mano entre las suyas—. Bueno. Tengo que salir volando para reunirme con el comisario general. El comandante Marsh se encargará de darle todos los detalles.

—Dele recuerdos a sir Brian de mi parte —terció Marsh.

Camilla asintió y los acompañó a la puerta.


Erika y Marsh bajaron en ascensor en silencio.

—Me ha parecido incluso demasiado fácil —dijo ella al fin.

—Nadie quiere el caso, en realidad —repuso Marsh—. El equipo de Investigación Criminal lo ha cedido con gusto. Usted se encargará de llevarlo desde la comisaría de Bromley; yo lo supervisaré y deberá informarme a mí.

—¿Y el comisario Yale?

—¿Acaso él no tiene bastante con lo suyo?

—Él cree que he actuado a sus espaldas.

—Y así ha sido.

—Pero no era nada personal.

—A usted las cosas siempre le parecen personales.

—¿Qué quiere decir?

Marsh resopló y le espetó:

—Yo nunca sé lo que está pensando. Es tan directa que llega a ser brutal. No se fía de casi nadie.

—¿Y?

—Y resulta complicado trabajar así.

—Si fuese un hombre, ¿tendríamos esta conversación en un ascensor? ¿Me preguntaría lo que estoy pensando?

Él frunció el entrecejo y desvió la mirada.

—¿A qué viene todo esto? ¿Es por lo de anoche?

El comandante miró al suelo; luego alzó la vista y, mirándola a ella, le aconsejó:

—Tiene que centrarse en el caso, Erika, y hacerlo bien.

—Sí, señor.

—Me encargaré de que le envíen a la comisaría de Bromley todos los archivos y materiales de las dos investigaciones precedentes —dijo él, otra vez en plan profesional—. Ha de organizar y poner en marcha su centro de coordinación; me reuniré con su equipo mañana a las tres de la tarde.

—Veamos, ¿quién está al mando?, ¿usted o yo?

—Usted, pero debe informarme a mí; y yo informaré a la subcomisaria general. Tendrá que colaborar estrechamente con el comisario Yale, ya que utilizará sus recursos.

—¿Puedo escoger a mi equipo?

—Dentro de lo razonable.

—Bien. Quiero a la inspectora Moss y al inspector Peterson. Ambos son buenos agentes.

Marsh asintió mientras el ascensor llegaba a la planta baja y se abrían las puertas. Salieron a la amplia recepción.

—Erika, las cagadas en la última investigación de este caso fueron enormes. Uno de los sospechosos ganó una demanda contra el equipo de Investigación Criminal y recibió una indemnización de más de trescientas mil libras… Por los pelos conseguimos evitar una pesquisa oficial.

—¿Ahora me lo dice?

—Hágalo bien esta vez. Averigüe qué le ocurrió a Jessica Collins. ¿Qué es lo primero que piensa hacer como jefa del caso?

—He de explicarle a la familia Collins que hemos encontrado a la niña —contestó ella con el corazón encogido.