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Hubo una explosión de júbilo y alivio a la una de la madrugada del sábado cuando comprobaron que las huellas de uno de los prietos paquetes de heroína de la maleta coincidían con las de Jason Tyler. Una coincidencia perfecta.

El equipo de la inspectora Foster estuvo trabajando todo el fin de semana hasta la comparecencia de Tyler ante el tribunal, el lunes por la mañana, en la que se formuló la acusación y se decretó su prisión sin fianza.

El lunes por la tarde, Erika llamó a la puerta del comisario Yale, que ya estaba recogiendo el abrigo para marcharse.

—¿Vamos a tomar una copa, Erika? Se la merece. Yo invito a la primera ronda —dijo el comisario sonriente.

—Acabo de leer el comunicado de prensa sobre Jason Tyler, señor —dijo ella—. Ha omitido usted el hallazgo del esqueleto.

—No quería que ensombreciera nuestra victoria contra ese individuo. Además, a juzgar por lo que ha encontrado, es un caso del pasado. No tiene nada que ver con él. Y lo mejor de todo es que no es problema nuestro. Lo han pasado a uno de los equipos de Investigación Criminal.

Yale se puso el abrigo, se acercó al archivador que quedaba junto a la puerta, donde había un espejito fijado con cinta adhesiva, y se pasó un peine por su rebelde mata de pelo rojizo.

Erika sabía que el comisario no estaba siendo insensible, sino realista.

—¿Vamos a tomar esa copa, pues? —preguntó Yale.

—No, gracias. Estoy hecha polvo. Me parece que me iré a casa.

—De acuerdo. Buen trabajo. —Él le dio una palmadita cuando salieron.

Erika llegó a su piso de Forest Hill y se duchó. Al salir del baño, envuelta en una toalla, echó un vistazo por la ventana. Hacía una tarde gris y plomiza, y una niebla baja se cernía sobre el pequeño recuadro de jardín. Corrió las cortinas, encendió la televisión y se tumbó en el sofá.

El pequeño esqueleto pobló sus sueños durante las horas siguientes. Una y otra vez le reaparecían las imágenes del momento en que había quitado la última capa de plástico y había visto aquel cráneo con mechones de pelo todavía adheridos… y el delgado cinturón en torno a la espina dorsal…

La despertó el timbre del teléfono.

—Hola, Erika —dijo una suave voz masculina—. Soy Isaac. ¿Estás ocupada?

Desde que se había trasladado a Londres, hacía dos años y medio, el patólogo forense Isaac Strong se había convertido en su amigo y en un compañero de confianza.

—No. Estoy viendo una peli —contestó ella frotándose los ojos hasta que vio nítida la pantalla—. Sarah Jessica Parker y Bette Midler van montadas en escobas, seguidas por otra bruja montada en un aspirador.

—¡Ah, sí! El retorno de las brujas. No puedo creer que ya sea Halloween otra vez.

—Es mi primer Halloween en Forest Hill. Me temo que vivir en una planta baja me deja más expuesta a los críos que van de puerta en puerta. —Se quitó la toalla de la cabeza y comprobó que casi tenía el pelo seco.

Isaac continuó:

—En realidad, te llamo por un asunto de trabajo. Por los restos que encontraste el viernes en la cantera Hayes.

Ella se quedó paralizada, con la toalla en la mano.

—¿Qué sucede?

—Me llamaron para hacer una autopsia urgente el sábado por la mañana y, al terminar, vi esos restos y como observé que tu nombre figuraba en la documentación, eché un vistazo.

—Creía que se había hecho cargo del asunto uno de los equipos de Investigación Criminal.

—Así es, y estuve hablando con ellos, pero ahora nadie responde a mis llamadas. He pensado que tú sí responderías, y que te interesaría lo que he descubierto.

—Me interesa. Cuéntame.

—Estoy en la morgue, en Penge. ¿Cuánto tardarías en venir?

—Ahora mismo salgo. —Tiró al suelo la toalla y fue corriendo a vestirse.