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Erika y John miraron otros dos vídeos por la tarde. Eran más cortos, porque estaban grabados a velocidad normal, y reflejaban varios días de primavera pasados en el parque de Avondale Road. Trevor Marksman había filmado a montones de niños del barrio, con frecuencia animando a los padres a sonreír y a saludar a la cámara mientras empujaban a sus hijos en los columpios o los recogían al pie de los toboganes.

Jessica Collins hacía su primera aparición en un vídeo fechado, según la etiqueta, el «11.06.1990», montando en el balancín con otra niña morena. Las dos reían mientras se balanceaban. En segundo plano, detrás de ellas, una Marianne y una Laura más jóvenes se hallaban sentadas a la sombra de un gran roble. Laura estaba fumando y apenas atendía a lo que le decía su madre.

La cámara se concentraba en Jessica bastantes minutos, enfocándola con el zum desde el otro lado del parque. A Erika le impresionó lo preciosa y despreocupada que se la veía mientras se balanceaba con su amiguita y se subía a las barras para trepar… Sus sentimientos se transformaron en repugnancia al caer en la cuenta de que lo estaba viendo todo a través de la mirada de Marksman.

La cámara ofrecía a continuación una vacilante imagen de una senda de la parte trasera del parque, pasaba junto a una papelera abollada y un banco de madera, y enfocaba a un hombre que trataba de introducir una pala llena de hojas secas en una bolsa de basura. No tenía demasiada suerte porque soplaba el viento.

«¿Qué?, ¿te diviertes?», dijo una voz. El hombre se dio la vuelta. No cabía duda de que era Bob Jennings al vérsele el desgreñado pelo castaño y la cara de gnomo.

«A da puta mierrrda, vozotras dos, zoorras», farfulló Bob como si estuviera flipado.

Sonó una maldición porque el signo de batería baja parpadeó en la esquina del encuadre. La imagen se bamboleó y, antes de que la batería se agotara y la grabación se cortara, apareció fugazmente una cara familiar mientras la cámara pasaba de unas manos a otras.

—¡Maldita sea! Ese era Bob Jennings. Y esa otra cara, justo al final… ¿Podemos retroceder?

John sacó la cinta y se acercó al portátil. Disponían de la grabación digitalizada. Buscó los últimos minutos y volvió a pasarlos: primero el encuentro con Bob y luego cuando aparecía la señal de batería baja. Tuvo que hacer varios intentos, porque la cara se veía una fracción de segundo, pero al fin consiguió detener la imagen ahí. Era Trevor Marksman.

Se quedaron contemplando la pantalla.

—Esto significa que alguien le devolvió la cámara a Trevor. Él no estaba filmando solo en el parque. En la primera investigación, declaró que fue él quien grabó todas las cintas —dijo Erika.

—Y en la fiesta se puso como una fiera diciendo que no dejaba a nadie la cámara —puntualizó John.

Pasó nuevamente esa parte: la cámara recorría el sendero, la aparición fugaz de la cara…

—Escuche, ¿lo oye? Alguien dice: «Ya estamos otra vez». El acento parece sudafricano.

Llamaron a la puerta y reapareció Peterson, que había subido a hacer averiguaciones.

—Jefa, he encontrado a Joel Michaels. He tenido que buscar sus antecedentes penales, donde figura con su nombre original, que es Peter Michaels. Cambió su nombre de pila por el de Joel en 1995. Tiene cincuenta y tres años. Estuvo en el centro de rehabilitación al salir de la cárcel. Cumplió una sentencia de seis años, desde febrero de 1984 hasta marzo de 1990 por haber retenido y violado a un niño de nueve años.

Erika y John se miraron. Peterson prosiguió:

—Peter Michaels fue interrogado en 1990, junto con todos los demás residentes del centro de rehabilitación; e igual que Marksman, tenía una coartada para el siete de agosto. Sin embargo, no se lo sometió a vigilancia en las semanas posteriores a la desaparición de Jessica.

—Tampoco le pusieron vigilancia a Bob Jennings —observó John—. No he encontrado nada sobre él en los expedientes del caso. Nunca lo entrevistaron, ni nunca se lo consideró sospechoso…

—Y mire: los tenemos ahí a los tres filmados, hablando. Está claro que se conocían —dijo Erika.