17
Un hombre alto y delgado les abrió la puerta del número siete de Avondale Road. Llevaba la cabeza afeitada, aunque la leve sombra de los laterales mostraba que estaba totalmente calvo en la coronilla, y le asomaba una incipiente barba entrecana. Vestía una camisa azul marino arremangada, que dejaba a la vista sus antebrazos musculosos, unos pantalones negros de algodón y mocasines de piel negra. Erika se quedó de piedra cuando dijo que era Martin Collins. Era un sesentón de aspecto juvenil y pulido en comparación con Marianne, que tenía toda la pinta de una vieja pensionista.
—Estamos todos en el salón —gruñó. Todavía conservaba un marcado acento irlandés.
Erika y el inspector Peterson lo siguieron. El aroma de la sofisticada loción de afeitar del señor Collins se imponía sobre el hedor a cerrado, parecido al de una iglesia, que impregnaba la casa.
Entraron en el salón. Marianne estaba sentada en el extremo de un largo sofá junto a la chimenea. Iba de negro de pies a cabeza, lo que acentuaba su palidez mortal. Asía su rosario con tal fuerza alrededor de la mano derecha que las cuentas se le clavaban en la piel. A su lado, se hallaba una atractiva cuarentona morena, profusamente maquillada. Llevaba un traje de chaqueta negro de diseño y una blusa blanca. Sus ojos castaños, claramente enrojecidos, parecían distantes.
La inspectora jefe se presentó a sí misma y a Peterson.
—Esta es mi hija Laura —dijo Marianne señalándola.
Laura se puso de pie y les dio la mano. En un sillón junto al sofá se hallaba un guapo joven de cejas y pelo oscuros, también vestido elegantemente con un traje negro. Se levantó y dijo que era Toby. A su lado había un indio apuesto y flaco, con el cabello hasta los hombros, ataviado con un traje negro de seda.
—Este es mi prometido, Tanvir —añadió Toby.
Se estrecharon las manos. Marianne, mordiéndose los labios, miró implorante a Martin.
—¿Qué pasa? —dijo Toby.
—Tu madre pidió que estuviera solo la familia —contestó Martin.
—Tanvir es mi familia y quiero que esté presente. No habría habido ningún problema si Laura hubiera traído aquí a su marido o a los niños…
—Pero yo no he traído a Todd —le soltó su hermana—. Se ha quedado cuidando a Thomas y a Michael.
Cogió la mano libre de su madre entre las suyas. Toby abrió la boca para responder, pero Erika se adelantó y dijo:
—Quisiera darles a todos nuestro pésame. Somos conscientes de que son momentos muy difíciles.
El aspecto de la familia le había sorprendido muchísimo. Parecían muy sofisticados y llenos de dinamismo en comparación con la madre.
—Sí, así es. Siéntense, agentes, por favor —respondió Marianne, y les indicó un par de sillas de alto respaldo situadas frente al sofá. Ambos policías tomaron asiento—. Acepten, por favor, mis disculpas por lo de ayer. No sé qué me entró.
—He hablado con Nancy y, aunque consideramos muy grave pegar a un agente de policía, ella no quiere presentar ninguna denuncia. Eran circunstancias excepcionales —dijo la inspectora Foster.
—Me siento muy avergonzada…
—¿Les apetece a todos un té? —la interrumpió Tanvir poniéndose de pie. Todo el mundo se quedó de piedra.
—Sería perfecto —dijo Peterson.
—Tú no sabes dónde están las cosas —le espetó Marianne.
—Sabe usar un hervidor; y seguro que las tazas siguen como siempre encima del microondas —apuntó Toby.
Tanvir vaciló, molesto.
—Sí, un té sería perfecto —dijo Erika, y le sonrió.
—Deja que lo haga yo —replicó Marianne levantándose.
—No es contagioso, mamá —dijo Toby.
—¡Toby! ¡Por el amor de Dios! —exclamó Martin.
—Tanvir, estoy segura de que eres una buena persona, pero… —murmuró Marianne.
—¡Ya basta! —gritó Martin—. ¡¿Quieres perder a tu hijo, además de a tu hija?! ¡Déjale hacer el té, maldita sea!
El joven indio salió del salón. Marianne se pasó por la cara un pañuelo de papel estrujado. Laura se le aproximó y le cogió las manos.
—¿Cómo puedes decir eso, Martin? —refunfuñó Marianne.
—¡Ya basta, joder! —clamó Martin.
Él no se sentó y siguió deambulando frente a las cortinas. Erika comprendió que debía tomar las riendas y dijo:
—No se preocupen. Como ya les he dicho, comprendo que deben de ser momentos difíciles…
—Ya lo oyes, Toby —dijo Martin—. Momentos difíciles. Se suponía que hoy solo se iba a reunir la familia. Yo quería que estuviéramos todos juntos por una vez sin…
—¿Cómo puedes hablar así, Martin? Nunca estaremos todos juntos. ¿Cómo puedes olvidarte de Jessica? —gimió Marianne.
—Joder. No quería decir eso. ¿De veras crees que la he olvidado? —gritó Martin—. Tú no tienes el monopolio del dolor… ¡Santo Dios! Todos hemos sufrido a nuestro modo…
—¿Quieres dejar de usar el nombre de Dios en vano?
—Papá…
—No. ¡No voy a permitir que vuelva a decirme que no he llorado lo bastante, que no estoy actuando como es debido! —Se acercó al sofá y apuntó a su exesposa con el dedo—. Yo amaba a esa niña, y removería cielo y tierra para poder pasar un minuto más con ella, para tenerla aquí con nosotros… para haber visto cómo iba creciendo durante los últimos… —Se le quebró la voz y se giró, dándoles a todos la espalda.
—Escuchen, no queremos entrometernos en su vida más de lo necesario —intervino Erika—. Ustedes solicitaron esta reunión con nosotros. Centrémonos, por favor, en lo que estamos haciendo para atrapar al culpable.
Laura estaba llorando, igual que su madre. Toby permanecía con aire resuelto en el sillón, con los brazos cruzados sobre su fornido tórax.
—Ah, yo ya sé quién es el culpable —dijo Marianne—. Ese maligno hijo de puta, Trevor Marksman. ¿Lo han detenido?
—Estamos examinando todos los aspectos del caso —explicó Erika.
—No me venga con chorradas oficiales —dijo Martin—. ¡Hable como un ser humano!
—De acuerdo, señor Collins. Hemos heredado un caso complejo. Cuando Jessica desapareció, hace veintiséis años, hubo muy pocos testigos. Hemos de retroceder y retomar la investigación inicial que, como saben, tenía muchas lagunas.
—¿Dónde está Marksman?
—Lo último que sabemos es que estaba viviendo en Vietnam.
—Conque Vietnam, ¿eh? Un lugar repleto de chicos pobres. ¡Imagínese lo que se puede hacer allí con trescientas mil libras! —rugió Martin.
—Ese hombre… ese malvado… ¿Cómo va a ser justo que pueda demandar a la policía, sacarle todo ese dinero y largarse como si nada? —intervino Marianne.
—No se hallaron pruebas suficientes —dijo Erika.
—Yo he visto todas esas series de la tele… Seguro que pueden hacer mucho más con las nuevas técnicas forenses, ¿no? —terció Martin—. Cosas que antes no podían hacerse, ¿no es cierto?
—Hemos encontrado los restos de Jessica cuando ya llevaban muchos años bajo el agua. Es muy limitado lo que podemos descubrir desde el punto de vista forense…
Todos la miraron fijamente, asimilando la información de que el cuerpo había sido arrojado al agua.
La inspectora jefe prosiguió:
—Yo he resuelto dos casos antiguos de secuestro y he escogido a los mejores agentes para trabajar conmigo. Sé que mucha gente ha acabado dándose por vencida con respecto a la muerte de Jessica, pero yo no soy así. Atraparé a ese cabrón y lo llevaré ante la justicia. Tienen mi palabra.
Martin miró alternativamente a los dos policías, y asintió.
—De acuerdo. Le tomo la palabra —dijo mientras los ojos se le anegaban en lágrimas—. Parece una mujer de fiar. —Se giró, sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno.
—¿También vas a follártela? —soltó Marianne. Se hizo un silencio mortal—. ¿No lo sabía? Él se estaba follando a esa puta, la inspectora Amanda Baker.
—Cállate, Marianne… —le advirtió Martin.
—No. ¿Por qué voy a callarme? Te acostaste con esa mujer. Una mujer que me consolaba, a la que le hice confidencias…
—¡Fue mucho después de que asumiera el caso! —gritó Martin.
—¿Y por eso está bien? —dijo Marianne, y se levantó tambaleante.
—Y, supuestamente, yo soy el miembro de esta familia del que todos se avergüenzan —comentó Toby, casi como hablando aparte con Erika y Peterson.
—¡Callaos de una vez! —gritó Laura—. ¡Todos! ¡Estamos aquí por Jessica! Mi… nuestra hermana. Ella ni siquiera pudo crecer… debería estar aquí. ¡Y vosotros lo único que hacéis es discutir y pelearos! —Las lágrimas le dejaban regueros en las mejillas sobre la base del maquillaje. Se las enjugó con el dorso de la mano.
—No es nada, cariño —le dijo Marianne abrazándola.
Laura se zafó de ella e inquirió:
—¿Cuándo podremos verla? Yo quiero verla.
—A mí también me gustaría verla —dijo Marianne.
—Y a mí —terció Toby.
—Desde luego, se puede organizar, pero únicamente cuando el patólogo forense haya terminado. Entonces les entregarán los restos de la niña —informó Erika.
—¿Qué le están haciendo? —preguntó Laura.
—El forense está realizando pruebas, tratando de sacar toda la información posible para hacerse una idea de cómo murió.
—¿Sufrió? Por favor, dígame que no sufrió —suplicó Marianne.
Erika inspiró hondo.
—Isaac Strong es uno de los mejores patólogos forenses del país y, además, es una persona muy respetuosa. Su hija está en buenas manos.
La madre asintió y miró a Martin, que les daba a todos la espalda, apoyado en la pared, con la cabeza gacha. El cigarrillo se le había consumido en la mano.
—Martin, ven aquí, cariño —dijo la mujer.
Él se acercó al sofá, se sentó en el reposabrazos y, hundiendo la cara en el cuello de Marianne, soltó un sollozo ahogado.
—Calma, no es nada —dijo Marianne. Le puso la mano libre en la espalda y lo estrechó contra su cuerpo. Laura se acurrucó junto a su madre y los tres sollozaron.
—Yo apenas la recuerdo —dijo Toby, también con lágrimas en los ojos, mirando a Erika y a Peterson.
Tanvir reapareció con el servicio del té en una bandeja y la dejó sobre la mesita. Erika se moría de ganas de abandonar aquella casa opresiva; entre el lúgubre mobiliario y el espantoso ambiente general, las imágenes de la Virgen María adquirían un aire de siniestra melancolía.
—Nos gustaría hacer un nuevo llamamiento público y queríamos preguntarles si estarían dispuestos a presentarse ante los medios, toda la familia junta —planteó Erika.
Ellos asintieron.
—Nuestra jefa de prensa puede asesorarles sobre el momento y la manera de hacerlo.
—¿Tiene algún nuevo sospechoso? —preguntó Laura.
—Todavía no, pero estamos trabajando con nuevos datos.
—¿Cuáles? —dijo Laura con aspereza.
—Bueno, el más evidente es que hemos encontrado a Jessica en la cantera Hayes. ¿Puedo preguntarles qué saben de esa cantera? ¿Solían ir allá toda la familia, o con la niña?
—¿Para qué íbamos a ir a esa vieja cantera? —se extrañó Marianne—. A mi hija le gustaba bailar, entrar en la tienda de mascotas…
—Yo iba a pescar allí —dijo Toby—. Cuando tenía doce o trece años… ¡Ay, Dios! Ella debía de estar allí al fondo. Yo iba por el estanque en bote. Y ella estaba allí. —Tanvir se sentó en el brazo del sillón y le cogió la mano.
Marianne lo notó y desvió la mirada.
Peterson intervino:
—Comprendo que todo esto es muy duro, pero dígame, ¿de quién era el bote? ¿Y quién tenía acceso a él?
—De mi amigo Karl. Era un bote inflable —explicó Toby—. Pero Karl y yo teníamos trece años cuando salíamos a pescar; y yo solo tenía cuatro cuando Jessica desapareció.
—Todo apunta a Trevor Marksman —afirmó Martin enjugándose los ojos—. ¡Al ayuntamiento le parecía bien tener un centro de reinserción de jodidos pederastas al final de nuestra calle! ¿Ha visto las fotografías que le sacó el tipo? ¿Y el vídeo, ese vídeo que filmó cuando Jessica estaba en el parque con Marianne y Laura?
—Es el primero en nuestra lista de sospechosos y volveremos a interrogarlo —aseguró Erika.
Martin negó con la cabeza y comentó:
—Yo escribí a la diputada de la zona para pedirle que se indagaran las circunstancias de la primera investigación. ¿Sabe lo que hizo?
—No —dijo Erika.
—Me respondió con una carta estándar. Ni siquiera tuvo la cortesía de escribir la respuesta. Yo tengo secretarias en mi empresa inmobiliaria que no poseen más que la educación básica, e incluso ellas saben contestar como es debido de su puño y letra. Ya me dirá si un miembro del Parlamento… ¿Sabía que para ser diputado no se necesita ninguna titulación? —Ahora volvía a deambular de aquí para allá. Marianne, Toby y Laura lo observaban—. ¿Qué titulación tienen ustedes?
—Somos agentes de policía —dijo Peterson.
—¿Sí? Bueno, pues Marksman, ese cabrón ignorante, consiguió la asesoría gratuita de un abogado de categoría, los demandó a ustedes y les sacó trescientas mil libras.
—Es lamentable lo que ocurrió —replicó Erika. Nada más decirlo temió que Martin fuera a sulfurarse aún más.
—Bueno, yo tengo dinero, no necesito una asesoría gratuita. ¿Sabían que el antiguo novio de Laura se ha convertido también en un abogado de categoría?
—Papá… —dijo Laura fulminándolo con una mirada.
—Oscar Browne es socio de Fortitudo Chambers y ya ha dicho que está dispuesto a trabajar para mí.
—Oscar Browne… —repitió Erika al recordar los expedientes del caso que había revisado—. Él era su novio en la época de la desaparición de Jessica, ¿no?
—Sí, en efecto —afirmó Laura.
—¿Y ambos estaban de camping en Gales cuando su hermana desapareció?
—Sí. Volvimos enseguida cuando nos enteramos. Lo vimos en las noticias… —Le temblaban los labios.
—¿Y sigue en contacto con Oscar?
—Él ahora está casado y tiene hijos, igual que yo, pero se ha mantenido en contacto conmigo. Una experiencia de ese tipo crea un vínculo muy fuerte.
Erika vio que Martin deambulaba de aquí para allá una vez más, con la cara congestionada.
—El asesino de Jessica ha estado suelto por ahí, riéndose de nosotros, durante veintiséis años, porque ustedes… ustedes, maldita pandilla de inútiles, no han hecho nada. Han permitido que se les escaparan todas las pruebas de las manos. ¿Cómo pudo desaparecer mi hija así como así? Ella se limitó a recorrer la calle, joder; es solo un minuto. Y… ¡NADIE VIO NADA!
Dicho lo cual, volcó de un mandoble la bandeja de té. Las tazas y los platos se hicieron añicos en el suelo.
—Tiene usted que calmarse, señor —dijo Peterson acercándosele.
—¡No me diga que me calme! ¡Usted no puede entrar en mi casa…!
—¡Esta ya no es tu casa, Martin! —gritó Marianne—. ¡Y no puedes venir aquí y destrozarlo todo! —Se arrodilló y se puso a recoger los pedazos grandes de porcelana.
—Mamá, te vas a cortar —dijo Toby en voz baja y, arrodillándose a su lado, le apartó las manos.
Laura miraba impotente a su madre y a su hermano. Martin, encendido de ira, seguía paseándose. De repente se dedicó a dar patadas en la pared. Marianne le gritó que parase.
—Señor Collins, si no se calma ahora mismo tendré que esposarlo y meterlo en un coche patrulla —lo amenazó Erika levantando la voz—. ¿De veras quiere que terminemos así? La prensa está afuera, esperando novedades, y un padre culpable les vendría de perlas. Así que… ¿va a calmarse de una vez, por favor?
Martin reaccionó al oír estas palabras. La miró, escarmentado, y asintió.
—Disculpe —dijo, y se pasó la mano por la cabeza.
—No puedo ni imaginarme lo que debe de haber sido todo esto para su familia… —musitó Erika.
—Nos ha destrozado —murmuró él echándose a llorar. Marianne se acercó para consolarlo, seguida de Toby y Laura. Tanvir se mantuvo al margen. Miraba a Peterson.
—Bueno, creo que vamos a dejarlo aquí —intervino Erika—. Tienen que pasar juntos un tiempo. Nosotros vamos a revisar todas las declaraciones de los testigos. Es posible que queramos hablar con ustedes de ciertos detalles. Ya los llamaremos.
Le hizo una seña a Peterson, y se apresuraron a retirarse.