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Desde la ventana del centro de coordinación, Erika observó cómo salía Joel Michaels en libertad. Cruzó la calle, se detuvo en la acera frente a la estación de tren y, alzando la vista hacia la ventana, la miró. Ella resistió el impulso de apartarse y le sostuvo la mirada. El hombre sonrió con aire burlón, dio media vuelta y desapareció entre la multitud que desfilaba bajo la marquesina de la estación. Ella se preguntó a dónde iría. ¿Se dirigía al hospital a ver a Trevor?

—¿Aún cree que fue él? —dijo Moss acercándose a la ventana.

—Ese es el problema. Que no estoy segura.

El resto de la tarde lo pasó en su despacho, intentando centrarse, tratando de descifrar el caso y preguntándose incluso si tenía algo entre manos. A las cinco y media, después de dos horas ojeando apáticamente los expedientes en su ordenador, cogió el abrigo y salió de la comisaría.


Erika se dio cuenta, sorprendida, de que conducía hacia la zona de Hayes y, finalmente, entró en Avondale Road. La calle estaba tranquila, sin nadie a la vista; tan solo había un par de coches aparcados. Paró frente al número siete. Cerrando el coche, bajó por la larga pendiente del sendero de acceso y vio que en la puerta principal había una mujer menuda de cara redonda y un hombre de pelo canoso con una cámara colgada del cuello. Una voz amortiguada les decía desde dentro que se marcharan.

—Esto es propiedad privada. ¿Quiénes son ustedes? —inquirió Erika sacando su placa.

Ambos se volvieron.

—Eva Castle, del Daily Mail —contestó la mujer, y la examinó de arriba abajo—. Solo queremos que la madre nos dé su versión de los hechos…

La puerta se abrió unos centímetros, sujeta por la cadena.

—¡Mi madre no está aquí! ¡Está en el hospital! —dijo la voz desde dentro. Erika reconoció la de Laura.

—Su madre atacó a un pedófilo en público con un cuchillo… —dijo Eva acercándose a la rendija—. ¿Dónde está? ¿En el manicomio? Ahora tiene la oportunidad de contar su versión de la historia. Estamos dispuestos a pagar.

—Venga, lárguense —exigió Erika, y extendió un brazo para apartarlos de la puerta.

El fotógrafo alzó la cámara y se puso a sacar fotos. Erika desvió el objetivo con la mano.

—¡Esto es brutalidad policial! —se quejó el tipo; la mirada le destellaba y su voz era estridente y rasposa.

—Podría detenerlos a los dos por acoso. Están en una propiedad privada —repitió Erika manteniendo desviado el objetivo de la cámara—. Y puedo encargarme de que nos lo tomemos con mucha calma para procesar su caso. Además, le confiscaré la cámara. Con todos los trámites burocráticos, tardará en recuperarla.

—Vamos, Dave —dijo la mujer con una mueca de desprecio. Sacó una tarjeta y la introdujo por la ranura de la puerta—. Si cambia de opinión, llámeme, Laura.

Después de contemplar cómo se alejaban por el sendero, Erika se dio la vuelta hacia la puerta. Laura la observaba por la rendija.

—¿Puedo entrar para charlar?

La joven quitó la cadena y abrió.

—¿De qué? —dijo, asustada. Llevaba unos vaqueros ceñidos y una blusa blanca remetida en la cintura que destacaba su envidiable figura. No iba maquillada, sin embargo, y la inspectora se asombró de lo mayor que parecía sin maquillaje.

—De su madre y de lo que pasó frente a la comisaría.

—Ya hice una declaración a la policía.

—Por favor, Laura. Podría ser de ayuda para el caso. He tenido que dejar libre a Joel Michaels esta misma tarde.

—De acuerdo —dijo ella, y la dejó pasar.

Erika se limpió los pies en el felpudo y cruzó el umbral.

Laura la guio por el pasillo hasta la cocina.

—¿Le apetece un té?

Asintió. La chica llenó el hervidor con manos temblorosas.

—¿Qué le va a pasar a mamá?

—Ha sido acusada de intento de homicidio, pero como sabe, está detenida en virtud de la Ley de Salud Mental en el hospital Lewisham. Los médicos han de evaluarla. Ella no tiene antecedentes penales; quizá sea juzgada tan solo por ataque con lesiones. Yo diría que los jueces serán benevolentes. Es un caso muy lamentable.

Laura siguió preparando el té.

—¿Dónde está la familia restante?

—Papá está con su novia y los niños en mi casa, en el norte de Londres. Yo he venido a terminar de ordenarlo todo una vez acabado el velatorio.

—Laura, ¿quién los avisó de que Trevor Marksman estaba en la comisaría de Bromley?

—Mamá recibió una llamada —contestó la joven, y puso el hervidor en el fogón.

—¿Cuándo?

—Ayer por la mañana, a primera hora.

—¿De quién era la llamada?

—No lo sé. Yo estaba fuera, en el jardín.

—¿O sea que fue su madre la que cogió el teléfono?

—Sí, atendió ella y vino aquí a contármelo. —Abrió el armario y sacó una par de tazas.

—Pero si acaba de decirme que usted estaba en el jardín…

A Laura se le escapó una taza, que se hizo añicos en el suelo.

—Perdón…

—No pasa nada —dijo Erika. Al ver que había un recogedor y una escoba junto al radiador, los cogió y se agachó para ayudar a recoger los trozos.

—Yo estaba en el jardín. Lo que quería decir es que ella salió y me lo contó —aclaró Laura mientras recogía con cuidado dos trozos grandes de la porcelana rota.

—¿Y fue idea de ella ir a enfrentarse con Trevor? —preguntó Erika al tiempo que barría los trozos pequeños y los metía en el recogedor.

Laura asintió. Recogió el último trozo grande de la taza, se incorporó, y se acercó a un cubo de basura con pedal.

—¿A usted le pareció buena idea?

—¡Por supuesto que no!

—¿Ella le dijo quién era la persona que había llamado?

—Dijo que era un periodista. —Tiró los trozos en el cubo—. No sé cómo se llama.

—¿Era un hombre?

Laura volvió a ponerse nerviosa.

—No me dijo el nombre del periodista, ni si era un hombre o una mujer… Ha habido muchos a lo largo de los años, espiando, husmeando… Suelen ser hombres.

Le dio la espalda a Erika y llenó la tetera.

—¿Su madre le dijo abiertamente lo que pensaba hacer?

—Dijo que quería ver a Trevor, que quería preguntarle de una vez por todas si había sido él.

—¿Usted no se dio cuenta de que era una idea descabellada?

La joven puso las manos sobre la encimera y bajó la cabeza, asintiendo.

—Era el día siguiente al funeral y al velatorio… Ella había bebido mucho, y me dijo que se iba en coche a la ciudad conmigo o sin mí.

—¿Dónde estaban todos los demás?

—Se habían ido a mi casa la noche anterior. Yo me quedé aquí con mamá para hacerle compañía.

—¿Usted sabía que su madre había cogido un cuchillo?

—No. ¡Y no la habría llevado si hubiese sabido lo que quería hacer! ¿Vale? Dígame, ¿qué le va a pasar? —Rompió a llorar.

—¿Ha seguido usted en contacto con Oscar Browne?

—¿Qué quiere decir? —respondió ella con brusquedad.

—Es un excelente abogado. Supongo que podría echar una mano en la situación de su madre.

—Ya veo lo que quiere decir. —Todavía le temblaban las manos—. No, no he tenido noticias suyas. Bueno, lo vi en el funeral, obviamente.

—¿Cómo es su relación al cabo de todos estos años?

—No tenemos relación, en realidad. Rompimos en su día, y lo perdí de vista. Ahora tengo a mi marido y a mis hijos. Él tiene su…

—Muy bien. Voy a pedir los registros de su teléfono. A ver si podemos identificar a ese periodista.

Laura asintió, preocupada.

—¿Todavía quiere té?

—No, gracias. Ya tengo que irme.

Cruzaron la sala de estar, donde las cortinas estaban echadas, y llegaron a la puerta. Cuando Laura abrió, Oscar Browne estaba en el umbral a punto de llamar al timbre. El abogado se llevó una sorpresa al ver a Erika.

—La inspectora Foster ha venido a preguntar por mamá —se apresuró a decir la joven.

—¡Ah, sí, claro! —exclamó él. Parecía más alto y más serio que las otras veces—. Para eso he venido —añadió mirando a Erika—. Laura me llamó para hablar de la defensa de su madre.

—Sí, en efecto —dijo ella rápidamente, también dirigiéndose a Erika—. Disculpe, no sé dónde tengo la cabeza.

—En fin, que les vaya bien.

—Gracias por venir, inspectora Foster —dijo Oscar entrando y sujetándole la puerta.

Cuando Erika llegó a su coche, aún estaba confusa por la situación creada entre Laura y Oscar. El caso le estaba dando dolor de cabeza. Se veía bombardeada con infinidad de datos, pero pese a ello, no lograba hacerse una idea global. Necesitaba una copa y dormir una noche entera.

Arrancó el coche y regresó a casa.