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Cuando llegó a la comisaría de Bromley el martes por la mañana, se tropezó en la planta baja con el comisario Yale, que salía del baño con un ejemplar del Observer bajo el brazo.

—Erika, ¿tiene un minuto? —dijo.

Ella asintió y lo siguió hasta su despacho. Yale cerró la puerta, rodeó el escritorio, remetiéndose la camisa sobre su prominente panza, y le indicó que tomara asiento. Tamborileó con los dedos sobre el tablero y recolocó la foto enmarcada de su esposa y sus dos hijos pequeños. La esposa era bajita y rubia, pero los niños habían heredado el pelo rojizo y rebelde del padre, que ambos lucían en forma de un casquete de rizos.

—Acabo de recibir una llamada de nuestra nueva subcomisaria general —dijo Yale tras un silencio.

—¿Camilla Brace-Cosworthy? —preguntó Erika, procurando disimular su excitación.

—Sí. He pensado que era para presentarse, pero no…

—¿Para qué llamaba, entonces?

—Quiere conocerla a usted.

—¿A mí? ¿En serio? —No sabía qué cara poner. ¿Debía fingir asombro? Y en ese caso, ¿qué grado de asombro? A ella no la conocían precisamente por manifestar un amplio abanico de emociones. Optó por mostrarse sorprendida.

—Sí, en serio. Yo no tengo tan buenos oídos como la nueva subcomisaria general. Lleva un día en el cargo y, sin embargo, quiere verla para hablar del caso Jessica Collins… ¿Usted sabe algo que yo no sepa? Desde luego, no van a darle un Oscar por su modo de reaccionar.

—No, señor —dijo ella, pensando que en parte era cierto.

—Soy su superior, Erika. ¡Y ya hemos hablado de este asunto! Le dije que no tenemos recursos ni tiempo para manejar un caso antiguo como ese. Obviamente, no era la respuesta que usted quería escuchar, y ahora recibo una llamada de la señora Brace-Cosworthy. —Yale se había ido acalorando y tenía la cara más roja de lo habitual.

—Yo no he hablado con ella.

—¿Con quién ha hablado?

—Con nadie.

El comisario se repantigó en la silla.

—Parece tener usted siete vidas. A juzgar por los ruegos del comandante Marsh para que le hiciera un sitio en mi equipo, deduzco que mantienen una relación «especial».

Ella se irguió, procurando mantener la calma.

—Nos formamos los dos juntos, señor. Empezamos a patrullar por las calles al mismo tiempo. Él era un buen amigo de mi difunto marido. Y está casado.

—Bueno, el comandante Marsh asistirá también a esa reunión con la subcomisaria general. ¿Lo sabía?

—No, no, señor. Y espero que sepa que estoy muy agradecida por la oportunidad que me ha dado.

Él asintió, nada convencido.

—La esperan a las once. Tiene que presentarse en la oficina de la subcomisaria en New Scotland Yard.

Erika dedujo que la conversación había concluido porque Yale, sin aguardar a que respondiera, se dio la vuelta hacia su ordenador y se puso a trabajar.

—Gracias, señor.

—Y necesito en mi mesa su informe definitivo sobre Jason Tyler al final del día.

—Sí. Gracias, señor —dijo ella poniéndose de pie.

—Erika. Incluso a los gatos se les agotan las vidas. Use sabiamente las que le quedan —advirtió el comisario alzando un instante la vista hacia ella para volver enseguida al trabajo.