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Aunque le ofrecieron algunos proyectos para seguir en Roma, Balestri decidió volver a Nueva York en la fecha prevista. En Roma cada una de sus palabras y opiniones era inmediatamente distorsionada, incorporada a esquemas de pensamiento ajenos. No podía hablar sin temor a que una frase dicha al azar sirviera para sostener tesis que estaban absolutamente lejos de sus opiniones. Le era cada vez más difícil hablar del significado en la arquitectura sin quedar atrapado en las discusiones sobre la sociedad. Empezaron a agobiarlo las sobremesas que compartía con jóvenes arquitectos que parecían más entusiastas y más fanáticos con el paso de la noche, mientras él se mostraba más cansado y moderado. En busca de aprobar de un modo absoluto su pensamiento, lo deformaban. Balestri empezaba a darse cuenta de que él mismo no entendía el modo como sus palabras funcionaban en el mundo. Escribió en uno de sus cuadernos: Hablé del significado de la arquitectura, sin comprender el significado del significado.
Pero fue la polémica desatada por un artículo belicista de Marco Fontamara lo que lo convenció a marcharse cuanto antes de Roma. En un artículo escrito con prosa incendiaria y los saltos argumentales característicos de la vanguardia, Fontamara había sugerido que la guerra era la forma más radical del urbanismo. Si el urbanismo se ocupaba de la forma y el sentido de la ciudad y sus transformaciones, y la guerra ejercía la mayor transformación posible sobre las ciudades involucradas, alterando su forma y su sentido, había llegado el momento de considerar desde la perspectiva del urbanismo a quienes hacían la guerra. Las guerras del futuro debían contemplar la destrucción de las ciudades y debían ser guiadas por urbanistas, que entenderían mejor el modo de acabar simbólicamente con la ciudad enemiga. Los arquitectos no debían ocuparse solamente en construir, sino también en destruir, ya que eran las demoliciones de las guerras las que determinarían las condiciones de los futuros edificios.
No había nada más alejado de Balestri que las polémicas, que siempre le parecían una exhibición de impotencia. Pero esa vez se vio obligado a intervenir porque Fontamara había encontrado lo que él llamaba el germen de sus pensamientos en algunos escritos que Balestri había cedido a la revista. En una breve nota, Balestri aclaró que su pensamiento no tenía ningún punto en común con el de Fontamara.
Al huir de Roma, Balestri huía de todos aquellos malentendidos que, a pesar de su voluntad, siguieron imponiéndose en las aulas llenas de estudiantes, en los cafés, en las reuniones políticas, y más adelante, en las salas heladas de los ministerios.