24

Cuando Vicki finalmente terminó de hablar, Jackson permaneció largo tiempo en silencio. El cuerpo de ella junto al suyo, en la estrecha cama para huéspedes de Kelvin-Castner ya no lo distraía, y ciertamente ya no tenía sueño.

La creyó. Aunque algunos de los hechos que le había susurrado al oído parecieran increíbles. ¿Theresa —su Theresa—, había rescatado a Lizzie Francy de la cárcel? ¿Había ido sola a un campamento Vividor para regalarles su robot enfermero? ¿Había elegido ser Cambiada?

Sin embargo, creía las palabras de Vicki. Aunque también había creído a Cazie, hasta que llegó a Kelvin-Castner…

—Quiero mostrarte una cosa —dijo Vicki, y ahora fue su voz la que sonó adormilada—. Una especie de prueba. Pero eso puede esperar hasta la mañana. Me estoy muriendo de sueño. Me agotaron Lizzie, y Theresa, y los niños de la próxima era…

—¿Los qué? —preguntó Jackson, con más aspereza de la que se proponía, porque se sentía demasiado desorientado. Theresa, decidiendo ser Cambiada… Theresa, Cambiada. ¿Seguiría necesitándolo?

—Los niños de la nueva era —repitió Vicki, casi dormida—. Los autodenominados… —Se sumió en un profundo sueño.

Jackson se deslizó de debajo del fláccido cuerpo de Vicki, y se levantó de la cama. Dormir le resultaba imposible. El cuarto, de no más de tres por tres, no le permitía pasearse. Y si se ponía a usar el terminal, despertaría a Vicki. No quería que estuviera despierta. Sólo lograría asestarle nuevos golpes emocionales —eso era, exactamente, lo que ya había hecho—, y él había recibido demasiados golpes en un solo día.

¿Cuántos golpes que hicieran sacudir el cerebro podían considerarse demasiados? ¿Y por qué demonios era él quien los estaba recibiendo?

Sigilosamente, Jackson abrió la puerta del cuarto, la cerró tras él, y recorrió de puntillas, descalzo y en pijama, el desconocido pasillo de aspecto institucional. Al final del corredor encontró un pequeño salón vacío. Era normal que estuviera desierto; era más de medianoche. En el salón había un sofá, algunas sillas, una mesa, un robot de servicio —todo tan institucional como el pasillo—, y un terminal de pantalla plana.

—Activar sistema —ordenó Jackson.

—Sí, ¿en qué puedo ayudarlo? —Un programa anónimo, para técnicos que estaban esperando o huéspedes aburridos que sufrían de insomnio. Sin duda, de acceso limitado. Con eso bastaría.

—Redes de noticias, por favor. Canal 35.

—De inmediato. Y si hay cualquier otra cosa que Kelvin-Castner pueda hacer por usted, no vacile en solicitarla.

—… en el este de Kansas. El tornado ha pasado por el Enclave de Wichita, que de inmediato activó los escudos de alta seguridad. En Washington, el Congreso ha continuado debatiendo el controvertido tema de la regulación de los aeropuertos; el voto del Senado está programado para mañana por la mañana. En París, el Enclave de la Sorbona ha asistido a la primera presentación del nuevo concierto de Claude Guillaume Arnault, Le Moindre. El venerable y ampliamente celebrado, aunque irascible compositor no…

—Comunicación interna —dijo Jackson. Las redes no tenían nada nuevo sobre la destrucción de Sanctuary. Y el neurofármaco inhibidor no era todavía una noticia principal, sino apenas un fenómeno aislado, una curiosidad local entre Vividores marginales.

Estúpidos. Todos los enclaves eran estúpidos.

—Sí, ¿en qué puedo ayudarlo? —dijo el programa—. ¿Con cuál de los departamentos internos desea comunicarse?

—No quiero comunicarme con un departamento, sino con una persona: Lizzie Francy. Es una huésped usuaria y está en algún lugar del edificio. En la sección sin bioprotección.

—De inmediato. Y si hay cualquier otra cosa que Kelvin-Castner pueda hacer por usted, no vacile en solicitarla.

La cara de Lizzie apareció en la pantalla. Su encrespado cabello negro apuntaba en veinte direcciones diferentes, como hirsutos vectores.

Sus ojos oscuros brillaban de entusiasmo, a pesar de las ojeras.

—Acabo de intentar comunicarme con su habitación.

—No estoy ahí —respondió Jackson, en tono inexpresivo—. Sólo Vicki sigue en mi cuarto. Vino a verme desde mi…

—Lo sé —lo interrumpió Lizzie apresuradamente. Se mesó el cabello con las manos, con lo cual no hizo sino aumentar el número de vectores capilares—. La he despertado. Jackson, necesito, yo, llegar hasta usted. Verlo, yo, personalmente. Ahora.

—Lizzie, aquí todo está bajo bioprotección. Si entras, no podrás volver a salir durante…

—¡Lo sé, lo sé! Pero debo entrar, yo. Ahora.

Jackson la miró más atentamente. No era el entusiasmo lo que daba brillo a sus ojos, sino el miedo. Y su forma de hablar había vuelto a ser Vividora.

—Lizzie, ¿qué…?

—Todavía, nada. No puedo meterme en este sistema, yo. Es demasiado complicado. Pero no quiero estar aquí, yo, sola. Quiero a Vicki. ¡Quiero entrar, yo!

Lizzie, advirtió Jackson, estaba tratando por todos los medios de ofrecer una imagen patética. Una adolescente sola, en plena noche, en un sitio extraño, que clamaba por su madre adoptiva. Salvo que se trataba de Lizzie Francy, que había llegado a Nueva York caminando sola, había penetrado en un enclave supuestamente inviolable, había entrado en los sistemas de más empresas Auxiliares que las que Jackson podía nombrar. El patetismo era una simple apariencia.

El miedo subyacente, no.

—Dirk… —comenzó a decir él.

—Ya sé que si entro, yo, estaré en cuarentena varias semanas. ¡Pero quiero a Vicki, yo! ¡Y no puedo entrar en este puñetero sistema! —Sus ojos negros se llenaron de lágrimas.

—Muy bien. Le daré a un holo la orden de que te acompañe a Descontaminación —dijo Jackson, desconcertado—. Thurmond Rogers me dio el código. El proceso completo lleva aproximadamente una hora. Pero no puedes traer contigo tu terminal, Lizzie.

—¡Allí tengo mi diario! ¡Y las fotos de Dirk! —y se echó a llorar.

—Lizzie, cariño…

—¡Quiero estar con Vicki!

Jackson acabó cediendo. Vicki sabría cómo manejar la histeria inesperada. Lizzie, precisamente ella, lloriqueando y armando una rabieta, llamando a su madre… Pero en realidad Vicki ni siquiera era su madre. Y Jackson no creía que Lizzie no hubiera entrado en el sistema de Kelvin-Castner.

—Vamos, Lizzie —dijo Vicki a su lado—. Deja tu terminal. ¿La información que te preocupa no está guardada en el de Jackson?

—¡No! ¡Si intento hacerlo, puede perderse!

—Entonces, llévate tu ordenador; ya lo has desconectado de la red de Kelvin-Castner, ¿verdad? Claro que lo has hecho. Llévalo al exterior del edificio. Sal por la puerta que está detrás de ti, gira a la izquierda al final del pasillo, sigue hasta la salida de incendios. Allí hay siete personas en una camioneta. Dales tu ordenador, y ellos lo pondrán a salvo mientras vienes a buscarme.

Jackson parpadeó confuso. ¿Una camioneta?

De inmediato, la pantalla se dividió en dos partes, y Thurmond Rogers apareció en la otra mitad.

—Ningún archivo informático puede salir de Kelvin-Castner —dijo—. La señorita Francy ha estado analizando los sistemas de K-C, y…

Vicki lo interrumpió.

—Dos de las seis personas de la camioneta son agentes, equipados con escudos de seguridad. Cuentan con los instrumentos adecuados para encapsular el ordenador de Lizzie de manera que no pueda ser abierto sin el explorador de retina de ella misma, de Jackson y de dos representantes oficiales de Kelvin-Castner presentes en el precintado. Uno de ellos puedes ser tú, Thurmond.

—Con todo, no puedes…

—Una de las personas de la camioneta es un abogado. Tiene una orden judicial para incautar y poner a buen recaudo cualquier registro de Kelvin-Castner que pueda resultar pertinente con el contrato legal del doctor Aranow con la empresa.

—Eso solamente es contractual si…

—Otra de las personas es una microbióloga. Está preparada para examinar la información de Lizzie antes de precintarla, y para declarar, como una opinión de experta con validez legal, si es pertinente o no con respecto al contrato del doctor Aranow. A menos, naturalmente, que no desees que examine esa información.

Thurmond Rogers le dirigió una mirada llena de odio.

—Sal ahora, Lizzie —dijo Vicki—. Es un trayecto corto, y nadie va a detenerte. En el cuello de tu chaquetón llevas adherido un dispositivo de seguimiento; la gente que está en la camioneta seguirá tu rastro cuando salgas del radio de visión de las cámaras de K-C. El doctor Rogers ordenará al sistema del edificio que te abra la puerta y te deje pasar. Con un testigo de la camioneta que te acompañe. Ahora sal, cariño.

Lizzie, con los ojos aún brillantes, tomó su terminal y su horrible mochila violeta. Apretó el terminal contra su pecho con fuerza y se alejó del radio de comunicación. Vicki respiró profundamente y contuvo el aliento hasta que vio aparecer en la pantalla el rostro de un desconocido. A esas horas de la noche, el extraño parecía alerta, bien peinado y sereno.

—Elizabeth Francy ya está fuera, con nosotros, señorita Covington. Con su terminal. El precintado del aparato se llevará a cabo en cuanto aparezca el equipo de Kelvin-Castner, a menos que Kelvin-Castner prefiera que el doctor Seddley examine la información.

—¿Rogers? —preguntó Vicki.

La furia de Thurmond Rogers no se había calmado, aunque lograba dominarse.

—No se realizará ningún examen a esta hora. Estaré en la puerta este de incendios inmediatamente, acompañado por los agentes de seguridad de Kelvin-Castner.

—De acuerdo —respondió el atildado rostro masculino, y Jackson pensó, sin saber muy bien por qué, en el anónimo sistema para huéspedes que le había permitido ver las redes de noticias—. La señorita Francy, acompañada por el agente Addison, está entrando de nuevo en el edificio. —Ambas mitades de la pantalla quedaron en blanco.

Jackson fijó la mirada en Vicki. Iba descalza y tenía el cabello revuelto porque acababa de levantarse. Su mejilla derecha aún mostraba las marcas que había dejado la almohada. Parecía muy joven e indefensa.

—¿Quién es el agente Addison? —le preguntó Jackson—. ¿Y las otras tres personas que están en la camioneta?

—Guardaespaldas.

—¿Cómo sabías…?

—Es mi trabajo —respondió ella—. O al menos lo era. Aunque, por supuesto, yo no he pagado por todo esto: tú lo has hecho.

—¿Cómo…?

—Lizzie entró en todas tus cuentas bancarias hace mucho tiempo. Pero es una criatura con ética, a su manera. Juraría que no llegó a usar esa información. —Vicki sonrió—. No se puede decir lo mismo de mí, evidentemente.

Jackson puso la mano sobre el brazo de Vicki, sin rudeza, pero tampoco con afecto.

—¿Qué logró averiguar Lizzie con su intromisión en el sistema?

—No lo sabré hasta que nos lo diga. O hasta que se vuelva a abrir su terminal.

—¿El agente, o guardaespaldas, o lo que sea, pasará por Descontaminación con ella?

—Como dos átomos fundidos —dijo Vicki sin mirarlo—. Y el agente lleva transmisores continuos subcutáneos. Entre otras cosas.

—Entonces, esperemos hasta que Lizzie pase por Descontaminación —suspiró Jackson.

—Esperemos —convino Vicki—. Sistema, instruya al robot de servicio para que traiga café.

—De acuerdo. Y si hay cualquier otra cosa que Kelvin-Castner pueda hacer por usted, por favor no vacile en solicitarla.

Vicki se limitó a sonreír.

Lizzie y el agente Addison tardaron una hora en atravesar el proceso de Descontaminación. Jackson se tomó dos tazas de café y observó que Vicki se disponía a arrojar una nueva granada. Para entonces, ya reconocía las señales. Ella bebió su café con lentitud, deliberadamente, mientras miraba las redes de noticias.

—Concretamente, ¿qué esperas oír? —preguntó Jackson por fin.

—Cualquier cosa sobre Brookhaven. —Vicki hablaba con naturalidad, lo que significaba que no le importaba que la oyeran. Cambió de posición en el sofá de la sala de espera, encogiendo las piernas sobre el asiento.

—¿Los Laboratorios Nacionales de Brookhaven? ¿Qué ocurre con ellos?

—No lo sé. Pero los programas de supervisión de Lizzie pescaron una anomalía. El programa registra; transmisiones de agencias gubernamentales preseleccionadas para anotar las señales que indiquen diferencias en volumen, frecuencia, prioridades o códigos. La información que Brookhaven ha suministrado mostró una anomalía. — Vicki extendió las piernas y las cruzó.

—¿Una anomalía? ¿Cambios significativos? —preguntó Jackson.

—Una significativa falta de cambios. El mismo volumen, la misma frecuencia, las mismas prioridades y códigos, día tras día. —Quieres decir, entonces, que…

—El neurofármaco inhibidor ha penetrado el escudo de protección de uno de los enclaves. Y no un enclave cualquiera: un laboratorio del gobierno, que supuestamente dispone de bioseguridad. —Vicki volvió a cambiar de posición—. Por supuesto, Kelvin-Castner ya está enterada de esto, estoy segura. Maldición, no logro encontrar una posición cómoda.

Se levantó del sofá, se desperezó, bostezó, y le sonrió a Jackson. Por una vez, él entendió lo que se esperaba que hiciera.

—Ven, y ponte cómoda conmigo —dijo.

Ella cruzó la habitación dirigiéndose hacia donde él se encontraba y se sentó sobre su regazo. De pronto Jackson se dio cuenta de que la pantalla emitía las noticias de rutina a un volumen ligeramente superior al normal. Los labios de Vicki rozaron su oreja.

—Quiero mostrarte una cosa —dijo suavemente, y se desabrochó la camisa.

Jackson sintió una súbita excitación, pero enseguida vio los dibujos sobre el pecho de ella.

—Es muy probable que aquí haya menos cámaras que en tu habitación. Aun así, vuélvete hacia la izquierda. Más. Así —murmuró Vicki.

Sus dos cuerpos formaron un triángulo con el respaldo tapizado de la silla. Vicki inclinó la cabeza, y con su cabello cubrió el espacio que podía divisarse desde el techo. Desabrochó más botones.

Sus senos eran tersos y pálidos, más pequeños que los de Cazie, pero más firmes, agradablemente erguidos. Sobre la curva superior de cada uno de ellos había un dibujo, realizado con tinta que no dejaba manchas, de la clase que utilizaban para señalizar de forma indeleble y para los datos ajenos al registro oficial del laboratorio. Las estilográficas cargadas con ella estaban diseminadas por todo Kelvin-Castner. Vicki debía de haberse hecho los dibujos después de pasar por Descontaminación. Jackson observó los trazados; apenas había luz para descifrar las líneas de tinta. Y el aroma de Vicki, la fragancia de su piel y de su aliento, logró nublar la mente de Jackson.

Hasta que se dio cuenta de lo que estaba viendo.

Dos burdos dibujos de gráficos cerebrales. El del seno izquierdo pertenecía a Theresa. Aunque estaba dibujado del revés y el diseño era tosco, Jackson lo reconoció. Había examinado esos gráficos a diario, mientras Theresa estaba enferma, y con frecuencia en los años anteriores. Eran gráficos de sobreestimulación cerebral crónica, sobre todo en las zonas más primitivas del cerebro, que controlaban las emociones. El sistema límbico, el hipotálamo, la amígdala, la formación del tallo principal reticular, la médula ventral rostral, todo sobreestimulado.

El sistema de activación reticular ascendente —SARA—, que reaccionaba ante la entrada de impulsos neuronales procedentes de otras partes del cerebro, mostraba ondas de actividad particularmente frenética: baja amplitud, alta frecuencia, intensa desincronización. Las señales de alarma atravesaban continuamente la corteza cerebral de Theresa, quien consideraba el mundo un lugar alarmante. Esta información volvía sucesivamente hasta el SARA, que reaccionaba con una actividad electroquímica aún más frenética. Señales electroquímicas de peligro que despertaban pensamientos de peligro, que a su vez provocaban más respuestas electroquímicas al estrés. El círculo vicioso que Theresa jamás había permitido que Jackson interrumpiera con neurofármacos.

El segundo gráfico era completamente diferente. En realidad, no se parecía a ningún gráfico cerebral que Jackson hubiera visto. El SARA y los gráficos de las zonas primitivas mostraban una estimulación normal, de la clase asociada con la acción prolongada, intencionada y realista. Pero la entrada de impulsos desde la corteza hacia el SARA era intensa, y algunas zonas del cerebro mostraban una verdadera tormenta eléctrica. Eran las secciones del cerebro asociadas a una actividad no somática intensa: ataques de epilepsia, visiones místicas, alucinaciones, ciertas clases de creatividad. Gráficos semejantes eran frecuentes entre visionarios internados en instituciones mentales: pacientes que se creían Jesucristo, o Napoleón Bonaparte, o el general Manheim. Pero combinar ese esquema con el control y la claridad de la alta amplitud, las ondas alfa de baja frecuencia, habitualmente producto de una intensa concentración o de biofeedback…

—¿A quién pertenece el segundo gráfico?

—A Theresa.

—¡Imposible!

—No, no lo es. Ambos son de Theresa. El primero fue tomado antes de que se pusiera en el estado mental necesario para llevar a cabo algo que le resulta difícil; el segundo, después. No sé con exactitud cómo lo logra.

—¡Ojalá pudiera ver las lecturas del segmento espinal!

—Bueno —replicó ácidamente Vicki—, sólo tengo espacio para esto en mis pechos, no como otras que yo me sé. De manera que memoricé las partes de los registros que eran sustancialmente diferentes.

—¿Pero cómo pudo Theresa…?

—Baja la voz, Jackson. Y finge que me besas apasionadamente; todavía estamos siendo observados. Ya te he dicho que no sé cómo lo hace Theresa, pero sé lo que me contó que cree hacer. Theresa cambia su registro cerebral fingiendo ser Cazie.

Jackson permaneció en completo silencio. Theresa fingiendo ser Cazie. Capaz de inducir, al menos temporalmente, la clase de esquema de actividad cerebral perteneciente a un temperamento completamente diferente. Con el agregado de la actividad de una intensa creatividad imaginativa cercana a la alucinación. Debía de comenzar con el control de los pensamientos en la corteza cerebral, que a su vez modificaba la información que realimentaba su sistema nervioso vegetativo… Al fin y al cabo, toda experiencia emocional era, en esencia, una historia que el cerebro inventaba para justificar las reacciones físicas del cuerpo. Tess había encontrado la forma de invertir el proceso. Se contaba a sí misma una especie de historia, instalándola en su cerebro consciente, que así alteraba sus reacciones físicas más primitivas. Directamente hasta el nivel neuroquímico. Theresa estaba controlando su mundo físico mediante pura imaginación y voluntad.

Era evidente que Jackson no conocía a su hermana en absoluto.

—Desearía poder hacer una copia de esto… —dijo, titubeante.

—Por supuesto. Pero no ahora.

Vicki volvió a abotonarse la camisa, pero no se apartó de él. Acurrucada en su regazo, con su cálida respiración rozándole el cuello, dijo, con una voz completamente diferente:

—Me das un poco de miedo, ¿sabes?

—Sí, seguro.

—No me crees. Crees que eres el único capaz de sentir demasiado. Bueno, pues jódete.

Repentinamente, se puso de pie. Por las palabras que acababa de decir, Jackson había esperado que se mostrara enfadada, pero en lugar de eso, su rostro mostraba dolor y desconcierto. En ese preciso instante, Jackson comprendió que ésa era la mujer que podía ocupar el lugar de Cazie en su vida.

La súbita comprensión de eso lo llenó inmediatamente de terror. ¿Otra mujer quejosa y mandona, mofándose de él a cada momento, luchando para controlarlo, sabiendo lo que iba a decir antes que lo hiciera?

El aroma de Vicki, por alguna razón en ese momento más intenso que cuando se encontraba sentada tan cerca de él, colmaba su nariz y su garganta. Ella se había dejado desabrochados los últimos tres botones de la camisa. ¿Deliberadamente? Por supuesto. La manipulación lo llenó de resentimiento.

La vulnerabilidad de Vicki duró sólo un momento. Enseguida volvió a ser Victoria Turner, controlada y competente.

Victoria Turner. No Cazie. Esa confusión era suya, no de ella.

Era Theresa la que se transformaba en Cazie.

Jackson se echó a reír en voz alta. No lo pudo evitar; toda la tensa y ridícula situación le pareció de pronto intolerablemente divertida. O tal vez, sólo intolerable. Theresa. Brookhaven. El neurofármaco renegado. Kelvin-Castner. Sanctuary. El mundo estaba estallando en pedazos, tanto en el ámbito del individuo como en el de la sociedad en general, y él, Jackson, había elegido como objeto de temor a una mujer que acababa de decir que estaba igualmente asustada de él, salvo que él tenía demasiado miedo para creerla, y ella tenía demasiado miedo como para creer que él estaba demasiado asustado…

—Vicki… —dijo con ternura.

Sus ojos se encontraron a través de la anodina habitación, mientras las redes de noticias seguían vociferando. El momento se convirtió en un instante mágico, distendido, y dulce.

—Vicki…

—Están llegando visitas que desean verles —anunció alegremente el sistema—. La señorita Prancy y el señor Addison llegarán en noventa segundos. ¿Los hago pasar?

—Sí —contestó Jackson. Agradeció la interrupción, al mismo tiempo que se sentía desilusionado por ella.

—De acuerdo. Y si hay cualquier otra cosa que Kelvin-Castner puede hacer por usted, por favor no vacile en solicitarla.

Addison era un técnico, obviamente seleccionado no sólo para ser amenazador, sino también para parecerlo. Su cabeza rozaba el techo; el diámetro de sus brazos doblaba el de los de Jackson. Y probablemente lo doblaba en todo: músculos, visión, rapidez de reacción. Examinó la habitación con aire profesional. A su lado, Lizzie parecía una muñeca muy pequeña, muy limpita y repeinada, y muy asustada, vestida con la bata verde desechable de Kelvin-Castner. Se arrojó a los brazos de Vicki y se aferró a ella. Jackson esperaba que Vicki empezara a susurrar maternales palabras de consuelo, pero se equivocaba.

—Vamos, Lizzie —dijo Vicki—, compórtate. No me digas que la mayor experta en sistemas se va a poner a llorar por una lavadita a fondo. Tú has entrado más profundamente en los agujeros del gobierno, que los cepillos de Descontaminación en los tuyos.

Lizzie rió. Temblorosa, pero así y todo era una risa. El descarado comentario de Vicki había tranquilizado a Lizzie. Jackson jamás comprendería a las mujeres.

—Ahora —continuó Vicki—, siéntate y cuéntanos todo lo que has encontrado. No, no hagas caso de los monitores. Es bueno que Kelvin-Castner se entere de que sabemos lo que sabemos. ¿Te apetece un poco de café?

—Sí —respondió Lizzie. Parecía más tranquila. Su cabello, al que no había tenido tiempo de dar más tirones después de haber pasado por Descontaminación, caía lacio y limpio sobre su cabeza. Addison terminó con su inspección de la habitación y se situó entre Lizzie y la puerta abierta del nicho.

—Veamos, ¿qué hemos averiguado? —preguntó Vicki.

Lizzie bebió un sorbo de café y esbozó una mueca. Jackson se dio cuenta de que no estaba acostumbrada al café verdadero. Se sentó frente a ella, observándola con calma.

—Sabemos que Kelvin-Castner realizó un modelo de probabilidad para la investigación del neurofármaco del miedo que… que afecta a Dirk. —La voz de Lizzie se quebró, pero fue sólo un instante—. Aunque apenas comprendo gran parte de lo que he descubierto, me da la impresión de que algún programa podría suministrar la información al doctor Aranow según una vía preestablecida. Algunos de los puntos de la señal se habían apoyado en las ecuaciones LehmanWagner de fiabilidad: según lo que preguntara el doctor Aranow, el árbol de decisión suministraba información consistente. Creo. Lo que sí puedo afirmar es que cada una de las ramas del árbol, terminaba en ecuaciones no concluyentes.

—¿Cómo sabemos que la información no era auténtica? —preguntó Jackson.

—Las fechas de la mayoría de la información pertenecían al futuro.

—Experimentos proyectados…

—No lo sé —contestó llanamente Lizzie—. ¿Cómo podría saberlo? —Jackson advirtió que no debía discutir con ella; su confianza podía menguar con la misma facilidad con que se había inflado.

—Ninguno de nosotros lo sabrá hasta que liberen el terminal y puedas estudiar la información, Jackson —dijo suavemente Vicki—. Pero ciertamente suena como una herramienta eficaz para deshacer el contrato, ¿verdad?

—Así es —respondió Jackson. Una gran furia helada comenzaba a crecer en su interior, sin estruendo, como agua estancada. ¿Cazie habría estado al corriente?

—El modelo de probabilidad estaba atravesado por un montón de material sobre usted, doctor Aranow. Un programa psicológico personal —dijo Lizzie, ruborizándose.

De modo que Cazie sí lo sabía.

Jackson se levantó, pero cuando estuvo de pie, no supo por dónde caminar. Lizzie, evidentemente, no había terminado. Su helada furia negra amenazó con desbordarse.

—Buen trabajo, Lizzie —dijo Vicki—. Pero eso no es todo, ¿verdad? ¿Por qué deseabas tanto reunirte con nosotros dentro de la zona de bioseguridad?

La mano de Lizzie se sacudió involuntariamente. Lo que quedaba de su café se derramó.

—Vicki…

—No, dilo. Aquí. Ahora. Así todo el mundo se enterará de lo que sabe K-C.

La cabeza de Lizzie aún temblaba, pero su voz se mantuvo firme.

—Había otros modelos de probabilidades en la información archivada. Simples, así que pude comprenderlas, yo. Mostraban diversas probabilidades de mutación del neurofármaco original. O tal vez no fuera el original, él, sino un producto ya modificado. Esa parte fue difícil. Pero los modelos para los distintos accesos… los modelos…

—Dame el promedio de Tollers —dijo Jackson fríamente—. El cálculo de probabilidades estimaba la transimisión directa de la infección, ¿no es así? De persona a persona, a través de las células de Nielson en los fluidos corporales. ¿Cuál era la probabilidad de Tollers?

—¿Lo sabías? —se soprendió Vicki.

—Lo sospechaba. Tenía la esperanza de que mis temores no se confirmaran. Pero esta clase de vector distribuidor es notablemente inestable, muta permanentemente… Lizzie, ¿cuál es la probabilidad de Tollers para que la mutación, en su forma aeróbica, pueda sobrevivir independientemente, fuera de los cultivos de laboratorio o del cuerpo humano?

—Cero coma tres por ciento.

Baja. El diseñador —cualquiera de los condenados Insomnes del vector original—cualquiera que fuera ese condenado, al menos había hecho cuanto estuvo en su mano para evitar la contaminación incontrolable por medio del aire, a lo largo y a lo ancho de todo el mundo. Por lo menos, había hecho eso.

—¿Y para la mutación de una forma independiente, capaz de transmisión directa de persona a persona?

—Treinta y ocho coma siete por ciento —musitó Lizzie.

Probabilidades de tres a uno. Por fin lo habían averiguado, pensó Jackson. La infección inhibidora podía acabar transmitiéndose de persona a persona, a través de la sangre, la saliva, el semen. ¿La orina? Era posible. Una probabilidad del treinta y nueve por ciento. Para obtener un porcentaje tan elevado, las muestras de laboratorio debían de estar mutando como locas.

—Tuviste miedo de infectarte tú misma, allí fuera —comprendió Vicki—. Y entonces no podrías ayudar a Dirk. Por eso decidiste entrar en la zona bioprotegida, junto a nosotros.

—Aunque la mutación ya hubiera tenido lugar —dijo Jackson—, lo que no es muy probable, ella no se habría contagiado si se hubiese mantenido apartada de la gente. Habría sido necesario que entrara en contacto directo con sangre, o que mantuviera una relación sexual con algún infectado, o… Lizzie, ¿qué ocurre?

—¿O tocar globos oculares? —susurró Lizzie.

—¿Globos oculares?

—Muertos, quiero decir. Oh, doctor Aranow, yo toqué… oh, Dios, ¿y si me he contagiado? ¡Dirk! ¡Dirk! ¿Puedo hacerme alguna prueba? ¿Y si me he contagiado? ¿Qué pasará entonces?

La chica estaba histérica. Jackson recordó que Lizzie tenía dieciocho años y acababa de pasar por horrores que Jackson no podía ni imaginar. Lizzie sollozó. Cuando Vicki la condujo a través del vestíbulo y en algún lugar una puerta se cerró tras ellas, Jackson se alegró por el súbito silencio.

Pareció que pasaba mucho tiempo antes de que Vicki regresara, aunque probablemente no fue así. Sus ojos color violeta genemodificados parecían fatigados. Debía de ser una hora muy temprana de la mañana.

—Lizzie se ha quedado dormida.

—Bien —dijo Jackson.

Vicki se detuvo frente a él; no intentó tocarlo.

—¿Y esto cómo sigue? —preguntó.

—Kelvin-Castner desbarata el archivo falso y realiza la verdadera investigación. —Jackson dirigió la mirada hacia la pantalla silenciosa—. ¿Habéis oído, cerdos? Ahora tenéis un motivo. No se trata solamente de Vividores que inhalaron un compuesto extraño. Han entrado en Brookhaven, ¿no? Los enclaves protegidos también pueden infectarse. Vosotros podéis contagiaros. Es mejor que encontréis un antídoto.

Aguardó. En parte esperaba ver a Thurmond Rogers o a Alex Castner, o incluso a Cazie. La pantalla permaneció en blanco.

—De manera que ahora todos estamos en el mismo bando, detrás de los mismos intereses. Qué tierno —dijo Vicki.

—Correcto —respondió Jackson con amargura.

—Salvo que tú, Theresa y yo —continuó diciendo Vicki— sabemos algo que el resto del mundo ignora. Esta vez, Miranda Sharifi y los Insomnes no podrán sacarnos del atolladero. Esta vez, no habrá milagrosas jeringuillas de Sanctuary, o Edén, o Selene. Los Súper están muertos.

Jackson la miró fijamente.

—No, no debemos mantenerlo en secreto, Jackson. Es preciso que se lo comuniquemos a K-C. Es preciso que llamemos a las redes de noticias, y al gobierno, y a toda la gente que sigue confiando desesperadamente en que, una vez más, Miranda Sharifi venga a rescatarnos. Porque K-C no va a recibir ninguna ayuda caída del cielo. Y el gobierno tiene que entrar en Selene para verificar las personas desaparecidas. Y también la gente debe dejar de enviarle mensajes a Miranda, porque esta vez no habrá ningún dea ex machina. La machina se ha roto, y la diosa ha muerto. Jackson… abrázame, por favor. No importa quién esté mirando.

Así lo hizo él. Y aunque Vicki se sentía cálida entre sus brazos, eso no sirvió de nada.

—Jack —dijo Cazie desde la pantalla del terminal, con el rostro serio—, dime lo que crees saber acerca de Miranda Sharifi y Selene.

Se lo contó todo a Cazie, en plena noche. Se lo contó todo a Alex Castner, también en la madrugada. Se lo contó todo al FBI y a la CIA, a la mañana siguiente, tarde… tarde porque, según se supo luego, Kelvin-Castner no llamó a los federales hasta después de que el consejo directivo de K-C hubo mantenido una reunión. Jackson estaba agradecido por el sueño prolongado. Para el FBI y la CIA tuvo que contar mucho.

Después de eso, trató de desterrar la investigación de su mente. Pasó los días revisando la información que ahora Kelvin-Castner le proporcionaba libremente. No había razón para no hacerlo. Tal como había dicho Vicki, ahora todos luchaban en el mismo bando.

El vigésimo primer día de su cuarentena, el último, había revisado toda la información que poseía K-C. No fue a los laboratorios; no era un experto investigador. Se limitó a los modelos médicos, que estaban inconclusos.

Tal vez se pudiera encontrar un antídoto para el neurofármaco, pero todavía no sabían dónde, ni cómo.

Ni cuándo.

La fría furia negra no lo abandonó.

La furia no se debía a que hubiera pocas esperanzas de encontrar una cura. No era imposible. Tampoco se debía a que alguien hubiera creado este peligroso y cruel neurofármaco, desconocido en la naturaleza. Durante cuatro mil años los hombres habían venido creando venenos desconocidos en la naturaleza para perjudicarse unos a otros. Tampoco se debía al hecho de que Kelvin-Castner hubiera puesto sus beneficios pecuniarios por encima del bien común, hasta que el bien común de pronto coincidió con sus propios intereses. Así funcionaban las empresas.

El vigésimo primer día, mientras Jackson se preparaba a partir de K-C en un breve viaje para ver a Theresa, Thurmond Rogers lo detuvo cerca del dispositivo de seguridad, dentro de la zona del edificio no protegida biológicamente. Thurmond Rogers en persona, no un holo ni una comunicación.

—Jackson.

—No creo que tengamos nada que decirnos, Rogers. ¿O eres el chico de los recados de Cazie?

—No —respondió Rogers, y al oír su tono, Jackson lo miró más detenidamente. La piel de Rogers, genemodificada, con un tono destinado a contrastar con sus rizos dorados, parecía manchada y pálida. Las pupilas de sus ojos color turquesa estaban dilatadas, aun bajo la suave y simulada luz de sol que iluminaba el pasillo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jackson, pero ya conocía la respuesta.

—Ha pasado a ser de transmisión directa.

—¿Dónde?

—El Enclave de la Costa Norte de Chicago.

Ni siquiera entre Vividores. Alguien había salido de la Costa Norte —u otro había entrado—, y había transmitido el neurofármaco a través de la sangre, el semen, la orina, la saliva, la leche materna. Ya se presentaba bajo una forma no inhalante.

—¿Comportamiento de la víctima? —preguntó a Rogers, crispado.

—La misma inhibición severa. Pánico ansioso ante cualquier no-vedad.

—¿Modelos médicos?

—Todos se adaptan a los efectos conocidos. Líquido cefalorraquídeo, gráficos cerebrales, ritmo cardiaco, actividad de la amígdala, niveles de hormonas en sangre…

—Muy bien —comentó Jackson, absurdamente, porque nada estaba bien. Pero de pronto supo por qué estaba furioso.

—Siempre es lo mismo, una y otra vez —dijo Jackson a Vicki. Se hallaban sentados uno junto al otro, en su coche aéreo, despegando de Boston.

Ese mes, los jardines públicos habían florecido de color amarillo: narcisos, junquillos, rosas y pensamientos en artística confusión genemodificada. La cúpula de la Casa de Gobierno resplandecía como el oro bajo los últimos rayos del sol del ocaso y, más allá de la cúpula, el océano mostraba su tono verde grisáceo. Después de un mes sentado frente a terminales, Jackson sentía los dedos rígidos sobre la consola del coche. Lo puso en automático, e irguió los hombros, reclinándose contra el respaldo. Estaba muy cansado.

—¿Qué es siempre lo mismo, una y otra vez? —preguntó Vicki.

—La gente. Siguen haciendo siempre lo mismo, una y otra vez, aunque no sirva de nada.

—¿A qué gente te refieres concretamente? —Vicki apoyó la mano sobre el muslo de Jackson. Él la cubrió con la suya, e inmediatamente pensó: ¿Dónde están las cámaras? Veintiún días de tensión, con plena conciencia de ser observado… Sólo que no había cámaras en su coche aéreo. ¿O sí? El coche había estado aparcado durante tres semanas bajo la cúpula de Kelvin-Castner. Claro que había cámaras. Y, de todas maneras, estaba demasiado cansado para mantener una relación sexual.

—Toda la gente —respondió—. Todo el mundo. Seguimos haciendo lo que hemos venido haciendo siempre, aunque no sirva de nada. Jennifer Sharifi siguió tratando de controlar todo lo que representaba una amenaza para Sanctuary. Miranda Sharifi siguió confiando en la tecnología punta para favorecernos a nosotros, pobres mendigos ignorantes que estamos obligados a dormir. Kelvin-Castner sigue buscando beneficios económicos, aunque no le interesa adónde conducen. Lizzie sigue metiéndose en todos los sistemas que se le pongan por delante. Cazie… —Se interrumpió.

—… sigue actuando frente a cualquier público que alimente su avidez de aplausos —completó Vicki, con cierta ironía—. ¿Y tú? ¿Qué sigues haciendo tú, Jackson?

Él permaneció en silencio.

—¿No se te ha ocurrido aplicarte a ti mismo tu teoría? Bueno, entonces lo haré yo. Jackson sigue suponiendo que el modelo médico puede explicarlo todo acerca de las personas. Establezca un perfil de su bioquímica, y comprenderá usted al individuo.

Jackson miró a Vicki de reojo. Ella tenía los párpados cerrados; Jackson lamentó súbitamente no poder ver el puro color violeta de sus ojos. Vicki había retirado su cálida mano de la de él.

—Pareces Theresa —le dijo.

—Theresa está aprendiendo a hacer algo diferente —replicó ella, sin abrir los ojos—. Muy diferente.

—No deja de ser un control retroalimentado de la química cerebral que…

—Eres un tonto, Jackson —dijo Vicki—. No sé cómo puedo estar enamorada de un hombre tan tonto. Observa a Theresa cuando se entere de que el neurofármaco es transmisible. Sólo obsérvala. Y, mientras tanto… coche, aterriza allí, en aquel claro, a las dos en punto.

Las flores que había en el claro no estaban genemodificadas. El césped era áspero y olía a menta silvestre. Soplaba una brisa algo fresca, al menos para los cuerpos desnudos. Pero Jackson descubrió que no estaba tan cansado como suponía.

Un rato después, Vicki se apretó contra él, con su largo cuerpo cubierto de las marcas que habían dejado por el césped y las malezas, oliendo a menta. Jackson la acarició y descubrió que tenía la carne de gallina. Contra el hombro sintió los labios de ella, que se curvaban en una sonrisa.

—¿Sólo bioquímica, Jackson?

Él lanzó una carcajada, sintiéndose demasiado bien para molestarse.

—Nunca te das por vencida, ¿eh?

—Dejaría de interesarte si así lo hiciera. ¿Sólo bioquímica?

La rodeó con sus brazos. Tenían que volver al coche aéreo; este terreno descuidado era muy duro. Y expuesto. Y cubierto de insectos. Además, tenía que ver a Theresa, volver a Kelvin-Castner, iniciar la lucha legal para conseguir que K-C compartiera la información con CDC, ahora que el neurofármaco había dejado de ser efecto de un terrorismo al azar, para convertirse en una crisis de la sanidad pública…

La voz de Vicki pareció teñida de incertidumbre, esa inesperada cualidad que surgía en ella en momentos inesperados:

—¿Jackson? ¿Bioquímica?

La estrechó con más fuerza.

—No es bioquímica. Es amor.

Y ambas cosas eran y no eran verdad. Como todo lo demás.