12

Lizzie apretó a Dirk contra su cuerpo, e intentó fingir que lo hacía por el bebé. Era la primera vez que veía algo parecido. El doctor Aranow los había llevado hasta el Enclave de Manhattan Este, atravesó volando el escudo de energía-Y como si no existiera, y aterrizó sobre el bloque donde se encontraba su apartamento. Sólo que no era un bloque de apartamentos que Lizzie —criada en el pueblo Vividor de East Oleanta, y viendo mundo desde entonces— pudiera haber reconocido como tal. No identificó el techo. Era hermoso. Brillante césped verde genemodificado, macizos de delicadas flores, bancos, extrañas estatuas y raros robots, que le habría encantado desmontar. Pero no podía hacerlo. Ni siquiera podía tocarlos. No era lo bastante inteligente; era tan sólo una estúpida Vividora, que había sido llevada hasta allí. Había perdido una elección, le había fallado a su clan y, de alguna manera, había hecho a su bebé un daño que ella misma no podía comprender.

—Por aquí —indicó el doctor Aranow, guiándolos a través de un techo que no era tal. El aire era fresco y cálido al mismo tiempo.

—¡Oh, es tan agradable como un día de junio! —exclamó Vicki, lo que no tenía sentido porque estaban en abril. Vicki no sonreía, pero no parecía tan confundida como ella. Por supuesto, en el pasado Vicki había vivido de esa manera. ¿Cómo podía haberse marchado para ir a vivir a East Oleanta? Lizzie se sintió un poco avergonzada; jamás había imaginado que Vicki había abandonado semejante lujo. Lizzie recordó las veces en que le había endilgado discursos a Vicki acerca del mundo, y el recuerdo la atormentó de angustia. Ella no sabía lo suficiente para andar dando discursos a los Auxiliares. No sabía nada de nada.

En cambio el día anterior había creído que lo sabía todo. Apenas un día antes.

El doctor Aranow había llevado a Annie de vuelta al campamento. En ese momento condujo a Lizzie, a Dirk y a Vicki hasta un ascensor, que lo saludó:

—Hola, doctor Aranow.

—Hola. A mi apartamento, por favor. ¿Está mi hermana en casa?

—Sí —contestó el ascensor—. La señorita Aranow está en casa. —Se detuvo.

La puerta se abrió directamente hacia la habitación más impresionante que Lizzie había visto en toda su vida. Larga y estrecha, con lisas paredes blancas, suelos de brillante piedra gris con alfombras, una mesa perfecta con rosas —sólo que no eran exactamente rosas, ya que tenían extrañas hojas color gris plateado, y un aroma embriagador—, y un cuadro iluminado por una fuente de luz que no estaba a la vista. Lizzie no logró comprender la pintura. Dos mujeres desnudas, alimentándose sobre el césped, y dos hombres, vestidos con rígidas vestimentas anticuadas, no comestibles. Por lo visto los hombres no tenían hambre.

—El Manet original, por supuesto —comentó Vicki, pero el doctor Aranow no le respondió. Siguió avanzando, y cuando fueron tras él, Lizzie se dio cuenta de que la maravillosa habitación blanca con las rosas era tan sólo un vestíbulo.

Dentro del apartamento había otro vestíbulo, y a continuación, la verdadera habitación. Al verla quedó paralizada. Una de las paredes era un escudo de energía-y, transparente, que daba a un parque verde, muy verde. Las restantes paredes despedían un tenue fulgor de sutiles grises y blancos cambiantes (pantallas programadas, supuso). Las sillas eran blancas y mullidas, las mesas estaban abrillantadas, dentro de ellas había extrañas plantas… y una joven, sentada sobre una silla de madera maciza, ingiriendo comida por la boca, atendida por alguna clase de robot provisto de una superficie plana que parecía otra mesa brillante.

—Theresa —dijo el doctor Aranow, e incluso Lizzie, en medio de su mortificado registro de lo que la rodeaba, ¡ella, que no sabía nada, nada de nada!, distinguió la prudente amabilidad de su voz—. Theresa, no te alarmes. He venido con algunas personas para una reunión de negocios.

La joven se estremeció en su silla. De la edad de la propia Lizzie, parecía asustada e incómoda… ¿a causa de Lizzie y de Vicki? No tenía sentido. El rostro de la chica estaba rodeado por una nube de cabello rubio plateado, era muy delgada y llevaba puesto un extraño vestido floreado, holgado, que Lizzie habría jurado que era comestible. ¿Cómo era posible? El vestido no tenía agujeros.

—Esta es Vicki Turner —la presentó el doctor Aranow—, y ésta, Lizzie Francy, con su hijo Dirk. Esta es mi hermana, Theresa Aranow.

La joven no dijo nada. Lizzie tuvo la impresión de que temblaba y respiraba más afanosamente. Era una Auxiliar, sin embargo, al contrario de Vicki, al contrario de los periodistas, al contrario de las chicas Auxiliares que se habían divertido follando con Shockey cuando era candidato, Theresa parecía… parecía…

Theresa parecía encontrarse en el mismo estado que Shockey, Annie y Billy.

El doctor Aranow y Vicki intercambiaron una mirada que Lizzie no llegó a comprender.

—Señorita Aranow, ¿le gustaría ver al bebé? —preguntó suavemente Vicki.

El extraño temor de Theresa pareció atenuarse.

—Oh, un bebé… sí… por favor…

El doctor Aranow tomó a Dirk de los brazos de Lizzie —afortunadamente, estaba dormido—, y lo puso en los de Theresa. Theresa lo contempló con absoluto deleite, y luego, ante la sorpresa de Lizzie, se echó a llorar. Sin sollozos, sólo lágrimas incoloras rodando por sus pálidas mejillas.

—¿Podría… Jackson, podría… tenerlo en brazos mientras estáis en vuestra reunión?

—Por supuesto —contestó Vicki.

Lizzie sintió una punzada de resentimiento. Dirk era su bebé, y esta chica, esta Auxiliar Theresa, que vivía rodeada de todos los lujos, quería también al bebé de Lizzie. Y encima ni siquiera le había preguntado a Lizzie si podía tomar a Dirk. Y, por lo que se veía, esta Theresa era una pusilánime. Ella sí que no duraría ni tres minutos, con todos sus conocimientos, manteniendo a todo un clan abastecido con artículos surgidos de la utilización de los bancos de datos.

—Estaremos en el comedor, Theresa —dijo Jackson, y tomó a Vicki y a Lizzie por los brazos.

El comedor no era un terreno de alimentación, sino una mesa con doce sillas, inmóviles robots para servir, y plantas aún más grandes y de aspecto más raro que debían de ser genemodificadas. Sobre una de las paredes se veía una cascada con agua (no una programada, sino agua verdadera). La mesa pulida estaba vacía. El estómago de Lizzie empezó a rugir.

—¿Ni siquiera tenéis un terreno de alimentación? —preguntó, y por alguna razón, se irritó.

—Sí —respondió distraídamente el doctor Aranow—, pero mejor… ¿tenéis hambre? Jones, desayuno para tres, por favor. Lo que estaba comiendo Theresa.

—De inmediato, doctor Aranow —contestó la habitación.

—Caroline, conéctate por favor.

Lizzie no vio ningún terminal, pero una voz distinta dijo:

—Sí, doctor Aranow.

—¡Tienes un sistema personal Caroline VIII! —dijo Vicki—. Estoy impresionada.

—Caroline, llama a Thurmond Rogers, en Kelvin-Castner. Dile que es una llamada prioritaria.

—Sí, doctor Aranow.

—Thurmond es un viejo amigo —explicó Jackson, volviéndose hacia Vicki—. Nos graduamos juntos en la facultad de medicina. Es un investigador del equipo de Kelvin-Castner Farmacéutica. Su departamento es el niño mimado de la empresa, y es una maravilla. Nos ayudará.

—¿Nos ayudará a qué? —preguntó Vicki, pero Lizzie no alcanzó a oír la respuesta. Desde la otra habitación, oyó el llanto de Dirk y se dirigió corriendo hacia allí. Theresa sostenía al bebé con aire desvalido, meciéndolo y cantándole, mientras Dirk lloraba de miedo y trataba de escurrirse de su regazo.

Lizzie lo tomó en sus brazos. De inmediato se sintió mejor con respecto a Theresa. Dirk ocultó la carita en el hombro de su madre, y se aferró a ella.

—No se preocupe —dijo Lizzie—. Es sólo porque no la conoce.

—¿Es… es… tímido con los… desconocidos?

—¡No lo era, hasta esta misma mañana!

Las dos jóvenes se miraron. De repente, Lizzie comprendió qué aspecto debían de ofrecer: la genemodificada Theresa, hermosa y elegante con su bonito vestido, y Lizzie con el sucio abrigo, el cabello y la carita de su bebé sucios de barro y hojas húmedas. Pero la que tenía miedo era Theresa. Lizzie le sacó a Dirk una ramita del pelo.

—Esta mañana ha pasado algo raro —le dijo a Theresa, impulsivamente—. El doctor Aranow dijo que debía de haber un neurofármaco en el terreno de alimentación. Esa sustancia hizo que todo el mundo sintiera temor ante cualquier novedad. Incluso han tenido miedo de votar a Shockey! ¡Con lo mucho que trabajamos! ¡Malditos hijos de perra!

Theresa pareció encogerse.

—¿Temor ante lo nuevo? —dijo en cambio—. Quiere decir… ¿como yo?

Así que eso era lo que le pasaba a esta chica. Había inhalado un neurofármaco como el que habían inhalado Annie, Billy y Dirk. Pero… el doctor Aranow había dicho que no sabía de qué neurofármaco se trataba, y que no era algo que hubieran inventado los Durmientes. Entonces, ¿cómo podía Theresa haber…?

—Tengo que volver —dijo bruscamente—. El doctor Aranow está llamando a un centro de investigación. —Se fue con Dirk hasta el comedor.

Sobre la mesa había varios platos de comida convencional, aunque Lizzie no había visto pasar ningún robot. Fresas enormes y suculentas, panes cubiertos por una capa de frutas y nueces, sabrosos huevos revueltos; Lizzie no había comido un huevo desde el verano anterior y se le hizo la boca agua. Pero de inmediato olvidó por completo la comida.

Una parte de la pared programada se hundió, transformándose en una holopantalla. Lizzie nunca había visto tecnología semejante. Desde allí, un hombre de la edad del doctor Aranow, de rostro hermoso y cabello color castaño, dijo:

—Parece increíble, Jackson.

—Lo sé, Thurmond, lo sé. Pero créeme, conozco a esta gente desde antes, y su cambio de conducta es tan radical como repentino…

—¿Cómo puedes conocer tan bien a Vividores? No son pacientes, ¿o sí? ¿No están Cambiados?

—Sí. Ahora lo de menos es cómo los conozco. Te aseguro que el cambio parece ser neurofarmacéutico, no desaparece cuando cesa la inhalación, y no viene acompañado por malestar gastrointestinal ni por pérdida de conocimiento. Tienes que verlo, Thurmond. Necesito que lo hagas.

El holo tamborileó los dedos sobre su escritorio.

—De acuerdo —accedió—. Convenceré a Castner… si puedo. Trae dos especímenes, el bebé y un adulto.

¿Especímenes?

—¿Cuándo? —preguntó el doctor Aranow.

—Bueno, no puedo… oh, está bien, esta tarde. ¿Estás seguro, Jackson, de que los efectos sobre la conducta no desaparecen cuando se interrumpe la inhalación? Sin esa particularidad, no vale la pena que pierda mi tiempo en…

—Estoy seguro. Esto puede resultar valioso para ti, Thurmond.

—¿Quieres arreglar un contrato, si hay posibilidades comerciales? Nuestro porcentaje habitual es…

—Eso puede esperar. Llegaremos dentro de unas horas. Alerta a tu sistema de seguridad. Vendré con tres Vividores que…

—¿Tres?

—La madre del bebé tiene que ir, y ella no inhaló el neurofármaco, de manera que los adultos serán dos.

—Muy bien. Pero que se bañen antes.

Jackson miró de soslayo a Vicki. Thurmond Rogers, ese estúpido Auxiliar de mierda que pensaba que los Vividores ni siquiera se lavaban, preguntó en tono agudo:

—¿Están ahí, contigo, Jackson? ¿En tu casa?

Vicki se situó frente a la holopantalla. Sostenía delicadamente una fruta entre los dedos. Su chaqueta estaba tan sucia como la de Lizzie, y era más vieja. Sus ojos violeta genemodificados relampaguearon.

—Sí, Thurmond, estamos aquí. Pero no te preocupes, ya nos despiojamos.

—¿Quién es usted? —preguntó Thurmond.

Vicki le dedicó una dulce sonrisa y dio un mordisco a la fresa.

—¿No te acuerdas de mí, Thurmond? ¿En la fiesta de Cazie Sanders? ¿El año pasado?

—Jackson… ¿qué está pasando ahí? Esa mujer es una Auxiliar; ¿por qué está…?

—Seremos cinco los que llegaremos a Kelvin-Castner —dijo Vicki—. Soy la niñera del bebé. Nos vemos luego, Thurmond. —Y se alejó.

—Jackson… —comenzó a decir Thurmond.

—A mediodía, entonces —interrumpió rápidamente Jackson—. Gracias, Thurmond. Caroline, eso es todo.

La pantalla quedó en blanco. Lizzie vio cómo el doctor Aranow y Vicki intercambiaban una mirada. Cambiando a Dirk a su otro hombro —se estaba poniendo pesado—, Lizzie esperó que Vicki le gritara al doctor Aranow por haberle permitido a Thurmond Rogers llamarlos «especímenes», o que el doctor Aranow, le gritara a Vicki por haber interferido en su llamada telefónica.

—¿Conociste a Thurmond Rogers en casa de Cazie? —se limitó a preguntar el doctor Aranow.

—No —contestó Vicki—. No lo había visto en toda mi vida. Pero ahora estará exprimiéndose los sesos, preguntándose dónde fue esa fiesta.

—Lo dudo.

—Yo no —dijo Vicki—. Realmente no sabes cómo se juega a esto, ¿verdad, Jackson?

—No pensé que fuese un juego.

—Bueno, claro que no, con respecto al neurofármaco. Dicho sea de paso, ¿quién es nuestro espécimen adulto? Lizzie, no te quedes ahí parada, atontada y babeante. Si tienes hambre, come fresas. Son genemodificadas y están exquisitas.

Lizzie quiso decir que no. ¿Cómo era posible que Vicki siguiera dando órdenes a todos los que la rodeaban, incluso en casa del doctor Aranow? Pero tenía demasiada hambre. De mal humor, se sentó en una de las sillas bellamente talladas, con Dirk colgando de su hombro, y se sirvió todo lo que pudo alcanzar.

—Volveremos al campamento y traeremos a Shockey —anunció el doctor Aranow.

—¿Por qué a Shockey? —preguntó Vicki—. Billy también inhaló el neurofármaco, y es mucho más colaborador. Incluso la propia Annie.

—No, Billy es muy viejo. Y a Annie ya le puse un parche, que modificó su estado original. Thurmond no los va a considerar sujetos ideales. Además, los cambios de conducta de Shockey me parecieron los más pronunciados… tiene que estar involucrada la amígdala.

—¿La qué? —preguntó Lizzie, sólo para recordarles que estaba allí. Dirk comenzó a agitarse, y lo acomodó sobre su regazo para darle una fresa.

—Es la parte del cerebro relacionada con el miedo y la ansiedad… —comenzó a explicarle el doctor Aranow, y se interrumpió—: ¿Qué le pasa a Dirk?

Sobre el regazo de Lizzie, Dirk lloraba desconsolado. Empujaba con sus piececitos, y apretaba sus bracitos gordinflones contra su cuerpo. Su rostro estaba contorsionado. Se revolvió en los brazos de su madre, tratando de bajarse, tratando frenéticamente de escapar. En su llanto se detectaba una nota del más puro pánico animal, mientras Lizzie sostenía ante él algo completamente nuevo para su experiencia, algo que nunca había visto antes: una fresa perfecta, roja y madura.

—Está dormido —dijo Vicki—. Vamos, Lizzie.

—¿Adónde?

No quería dejar a Dirk. Estaba acostado sobre el suelo de la sala de estar del doctor Aranow, encima de una manta multicolor que Vicki había cogido de uno de los sofás blancos. Dirk había gritado tanto, y había mostrado tal agitación, que finalmente el doctor Aranow había decidido colocarle un parche en el cuello. Sólo para hacerlo dormir, había dicho. Lizzie se sentó en el sofá, que adoptó confortablemente la forma de su trasero, y contempló a Vicki con el ceño fruncido. El doctor Aranow no había querido ir solo a buscar a Shockey. Lizzie no sabía qué le había dicho Vicki para convencerlo, o por qué la propia Vicki había querido quedarse, o cómo iba a arreglárselas para lidiar toda su vida con un niño que se aterrorizaba ante una fresa. Estaba agotada.

—Quiero hablar con Theresa —dijo Vicki—. ¿No te gustaría meterte en los sistemas que hay aquí? Aranow tiene una Caroline VIII.

Una Caroline VIII. Lizzie sólo sabía de este sistema de oídas. De pronto deseó meterse en él más de lo que había deseado nada en toda su vida. Podía meterse en ese sistema. Podía entender ese sistema. A diferencia de todas las demás cosas que súbitamente habían irrumpido en su vida.

—Dirk está bien. El parche hará efecto durante muchas horas. Vamos, Lizzie. Establezcamos una cabeza de playa.

Lizzie no sabía lo que era una cabeza de playa, y tampoco lo preguntó. Pero siguió a Vicki hasta el comedor, desde donde podía oír a Dirk. La mesa todavía estaba llena de comida.

—El sistema de Jackson debe de estar programado para activarse con su voz —señaló Vicki, y Lizzie rió mientras se acercaba uno de los platos.

—¿De veras crees que eso puede detenerme a mí? —dijo.

—Supongo que no. Voy a Buscar a Theresa.

Lizzie comió con avidez. ¡Todo sabía tan bien! Incluso los platos eran bellísimos. Estaban hechos de un material fino, y tenían bordes dorados. ¡Y las copas! ¡Y la cubertería! Después de comer todo lo que pudo, Lizzie echó una mirada furtiva a su alrededor. Rápidamente, ocultó una cucharita de plata en el bolsillo de su cota.

Luego, comenzó con el sistema doméstico, Jones. Tal como esperaba, los accesos protegidos al sistema personal de Jackson eran simples, directos, casi ridículos. Aficionados. Todo lo referente a Jackson estaba a su disposición.

Y todo lo referente a Theresa.

A Lizzie le brillaron los ojos. Si Vicki no encontraba a Theresa, o no lograba hacerla hablar, Lizzie podría enterarse de todo lo referente a la joven a través de su sistema personal. Entonces, cuando Vicki dijera que no había podido enterarse de nada, Lizzie podría dejar caer, como por casualidad, la información. Sabría más acerca de la situación que la propia Vicki.

El sistema personal de Theresa, Thomas, le mostró archivos calendarios, archivos médicos (¿Theresa habría consumido realmente todas esas medicinas cuando era niña? ¿Y qué eran?), cuentas bancarias, cuyos números y vías de acceso Lizzie anotó cuidadosamente. Selecciones de programación de murales, solicitudes a bibliotecas, llamadas por comunicador (casi ninguna… ¿Theresa no tendría amigos?). Órdenes a Jackson, diseños de vestidos… ¿no tenía una agenda diaria? No, pero había un libro que Theresa parecía estar dictando.

Lizzie lanzó un bufido. Las redes Auxiliares estaban inundadas de libros. De todos los usos posibles de un sistema, ése le parecía el más estúpido. ¿Quién podía querer prestar atención a cosas que en realidad no sucedieron nunca, o que habían ocurrido hacía mucho tiempo, y ya habían pasado? El presente ya tenía demasiado contenido tal como estaba. Lizzie pasó el archivo a gran velocidad, hasta que detectó las palabras «Jeringuillas del Cambio».

Dejó de buscar.

—Thomas, léeme esa sección —ordenó.

—Leisha Camden nunca llegó a ver las jeringuillas del Cambio hechas por Miranda —dijo el sistema—. Para entonces, Leisha ya había muerto. Todo el mundo cree que a ella le habrían gustado, porque le dijo a Tony Indivino que daría cualquier suma de dinero para los pobres mendigos de España. Todo el mundo cree que a Leisha le habría gustado cualquier cosa que les diera a pobres mendigos como los Vividores una forma de conseguir alimentos. Sin embargo, yo no creo que a Leisha le gustaran las jeringuillas del Cambio. Comprendía que la gente necesita alimentos, pero que necesita más otras cosas, por ejemplo algo que le dé sentido a su vida.

¿Pobres mendigos como los Vividores? Lizzie jamás había mendigado nada en su vida. Lo que quería, iba y lo conseguía, o se metía en la Red.

—Thomas, resume los contenidos del archivo —ordenó.

—Este archivo es un libro dictado por Theresa Aranow. Lo inició el 19 de agosto de 2118. Trata sobre la vida de Leisha Camden, 2008-2114, la vigesimoprimera Insomne genéticamente programada de Estados Unidos. El libro reseña toda la vida de Leisha Camden, comenzando por su nacimiento en Chicago, Illinois, en el…

—Suficiente. ¿Conexiones con otros archivos?

—Una. Con la red de noticias, archivo 65. Restringido.

¿Restringido? ¿Un archivo de red de noticias? Pero si eran públicas.

—¿Cuál es la restricción del archivo? —preguntó.

—El estudio de Theresa Aranow.

A Lizzie le llevó diez minutos anular la orden.

—Muéstralo sobre la pantalla más cercana —ordenó.

Las paredes del comedor se disolvieron. En su lugar, aparecieron imágenes, con inscripciones debajo de ellas, una al lado de la otra, cada una exhibida durante treinta segundos antes de fundirse en la siguiente. Lizzie no pudo leer las inscripciones, pero reconoció las imágenes. Jamás las había visto todas juntas en un solo lugar.

Bebés con el vientre hinchado y cubierto de manchas. Bebés a los que les sangraban los ojos. Bebés inmóviles, de ojos opacos y miembros escuálidos. Bebés arrugados como pasas, cuya boca abierta dejaba al descubierto sus desdentadas encías hinchadas. Bebés que no habían recibido el Cambio, desamparados frente a las enfermedades o la hambruna… ¡Tantos bebés sin Cambiar!

Lizzie volvió tambaleando a la sala de estar. Vio que Dirk seguía dormido sobre la colorida manta, cada vez más consumida por sus regordetas piernas. En el sueño, su sonrosada boquita hacía suaves movimientos de succión.

Regresó al comedor y miró más fotos. Bebés sin Cambiar, enfermos. Bebés sin Cambiar, agonizantes. Bebés sin Cambiar, muertos… todos ellos, bebés Vividores. Lizzie cerró los ojos. ¿Cuántos bebés sin Cambiar había en todo Estados Unidos? Si ella no hubiera tenido una jeringuilla para Dirk… ¿Por qué no se hacía algo al respecto?

¿Y por qué Theresa Aranow —rica, genemodificada, protegida, segura—, se preocupaba por estos bebés Vividores?

Lizzie supo la respuesta a esta última pregunta. Al miedo de Theresa a todo lo nuevo. A sus pocos amigos. Al hecho de que se alimentara por la boca. A la manta que Dirk estaba consumiendo: la propia Theresa no estaba Cambiada.

Pero ¿cómo era posible? Theresa era una Auxiliar y tenía la edad de Lizzie. Hasta no más de dos años atrás, hubo suficientes jeringuillas del Cambio. ¿Habría, todavía, cantidad suficiente para los Auxiliares? Tal vez, en algunos sitios. Lizzie no lo sabía con certeza. Nada de todo aquello tenía sentido.

—Señorita Aranow, el doctor Aranow viene en el ascensor —dijo el sistema, con la engolada voz de Jones, y en ese momento Lizzie oyó que Vicki se acercaba desde el comedor.

De inmediato apagó el sistema. No sabía por qué, pero Vicki no podía ver esas imágenes. Lo que era muy estúpido, porque era su amiga más íntima, se lo debía todo a Vicki y ésta, por otra parte, siempre estaba al corriente de todas las noticias, y probablemente estuviera enterada de esto también. Sin embargo, seguía siendo una Auxiliar. Lizzie no quería que viera a todos esos patéticos, horribles bebés Vividores. No en esta casa de Auxiliares ricos.

—No he encontrado a Theresa —dijo Vicki, enfadada—. Mejor dicho, creo que sí la encontré, escondida en una habitación de la planta alta, pero no conseguí abrir la cerradura. ¿Por qué no viniste conmigo? ¿Y qué es ese ruido?

—El doctor Aranow ha vuelto.

—¿Solo? ¿Dónde está Shockey? ¿Descubriste el código de acceso?

—Sí.

—Entonces vayamos hasta la torre almenada a recibir dignamente a las tropas.

—Enseguida —respondió Lizzie—. Quiero… me comería otro trocito de pan.

—¡Glotona de metabolismo versátil! —se mofó Vicki, y salió de la habitación.

—Thomas —dijo suavemente Lizzie—, mensaje personal para Theresa Aranow. Urgente.

—Adelante.

—He visto las fotos de los bebés Vividores. Tiene que encontrar a Miranda Sharifi y lograr que le dé más jeringuillas del Cambio. Usted es una Auxiliar, tiene el dinero necesario, puede acceder a Miranda, usted, a través de caminos que para nosotros son inaccesibles… —La voz de Lizzie fue apagándose. ¿Cómo debía firmar el mensaje? ¿Por qué firmarlo, en definitiva? ¿Qué creía estar haciendo, pidiendo la ayuda de una chica Auxiliar que era tan cobarde que no podía salir de su propio apartamento?

—Thomas, cancela el mensaje urgente.

—¿Código personal de cancelación, por favor?

No había tiempo. Jackson y Vicki ya atravesaban la puerta.

—Thomas, cierra todo. —La pared quedó en blanco.

—Vamos, Lizzie —dijo el doctor Aranow, fatigado—. Esto no será tan horrible, te lo prometo. Algo de control conductual, un mapeo cerebral, y una ligera anestesia para que puedan tomar algunas muestras de tejido. No dolerá.

—¿Dónde está Shockey?

—En el coche. Y no va a salir de él, ni siquiera con un parche tranquilizante. Coge a tu hijo y vámonos. —¿Mi madre y Billy se encuentran bien?

—Sí. No. Están igual que cuando los viste.

—¿Cómo conseguiste que Shockey viniera contigo? —preguntó Vicki.

—No fue fácil. Chilló

Lizzie trató de imaginar a Shockey gritando. El grandote, rudo, atrevido Shockey.

—¿Alguien intentó detenerlo? —preguntó.

—Sí. Lo intentaron. Billy y algunos otros. Pero comencé a mostrar una conducta cada vez más rara, y todos se asustaron aún más. Entonces pude irme. Agarré a Shockey, le puse un parche tranquilizante, y lo arrastré hasta aquí. Chillando, claro. —El doctor Aranow se pasó la mano por el cabello. Lizzie nunca había visto a ningún Auxiliar con aspecto tan cansado y… bueno, desquiciado.

—Deberías dormir, Jackson —le dijo Vicki, con una amabilidad que Lizzie no le había oído usar con nadie más que con Dirk o con ella misma.

Él rió brevemente.

—Oh, sí. Eso lo solucionaría todo. Vamos, Lizzie, Thurmond Rogers nos está esperando.

—No, primero quiero darme un baño. Y también a Dirk —replicó Lizzie, antes incluso de saber qué iba a decir.

—No puedes…

—Oh, sí que puedo. Y pienso hacerlo, yo.

Vicki le sonrió. A Lizzie le llevó un momento descubrir la razón. Vicki creía que iba a darse un baño para darle tiempo al doctor Aranow a dormir un rato. Ni hablar. Quería bañarse antes de enfrentarse a Thurmond Rogers y su pretenciosa empresa. Los dos, ella y Dirk. Vicki podía presentarse con la apariencia de una vagabunda del bosque, pero era distinto. Vicki era una Auxiliar.

Lizzie tuvo la impresión de que nunca había comprendido lo que eso significaba realmente.

—Muy bien, muy bien —concedió el doctor Aranow—. Date un baño, pero intenta ir deprisa.

—Lo haré —prometió Lizzie. Y era cierto. Estaba más preocupada que nadie por Annie y por Billy. Se bañaría, y bañaría a Dirk, lo más rápido que pudiera.

Y tal vez pudiera entrar en las partes del sistema que hubiera en el cuarto de baño.