7

Por qué no me lo preguntaste a mí? —dijo Vicki—. ¡Yo podría haberte ayudado tan bien como Jackson Aranow!

—Él es un Auxiliar —argumentó Lizzie. Detestaba que Vicki se enfadara con ella. Se suponía que era su defensora. Y ése era su programa.

—Lizzie, yo soy una Auxiliar —puntualizó Vicki.

—Pero no vives, tú, con Auxiliares. Ya no conoces a nadie. El doctor Aranow conoce a otros Auxiliares, él. —Lizzie se dio cuenta de que empezaba a hablar como una Vividora, cosa que le ocurría cuando estaba nerviosa o preocupada. Irguió la espalda y cruzó los brazos sobre el pecho.

Las dos mujeres estaban tendidas bajo la cúpula de alimentación, tomando un desayuno tardío. Se encontraban solas, salvo por la presencia de Dirk, que dormía junto a ellas en el suelo cálido y seco. Más de un metro por encima de sus cabezas, el débil sol de noviembre quedaba tan aumentado por el plástico especial de la tienda, que no había sido necesario poner en funcionamiento los nuevos conos de energía-Y que el doctor Aranow había enviado desde TenTech. La luz del sol bañaba la piel de Lizzie; tenía la impresión de que podía sentir cómo su cuerpo absorbía nutrientes del suelo y energía del aire. Estaba molesta con Vicki por haber interrumpido esa sensación por lo general agradable.

—Pensé que tal vez el doctor Aranow supiera algo de Harold Winthrop Wayland y de Ellie Lester —comentó Lizzie—. Y así era.

Vicki se apartó el pelo de la cara y arrugó el entrecejo.

—De acuerdo… ¿Qué dijo Jackson sobre Wayland? ¿Qué información que yo no haya descubierto con la misma eficacia?

—Que el supervisor de distrito Wayland estaba muerto, y eso…

—¡Eso ya lo sabíamos!

—… y que la persona que supuestamente debía notificar la noticia al gobierno estatal era su biznieta. Ellie Lester.

—¿Biznieta? ¿Qué edad tenía el supervisor de distrito?

—No lo sé. Pero ella es su pariente más cercano, y debería haber notificado el fallecimiento al estado para que pudieran convocar una elección especial con el fin de cubrir su puesto. Y no lo hizo.

—Bueno, claro que no —dijo Vicki—. ¿Por qué iba molestarse, si ya nadie vota porque todos los Vividores van de un lado a otro como nómadas? Los nómadas no tienen domicilio de voto. Ni depósitos de distrito. Ni votos, ni depósitos, ni necesidad de un supervisor de distrito. De todas maneras, siempre ha sido un cargo para acceder a la política. No concedía ningún poder entre los propios Auxiliares.

—Sin embargo, en principio debía comunicar a la capital del estado que necesitaban una elección especial —insistió Lizzie.

Vicki sonrió.

—Siempre me sorprende ver qué reglas crees que deberían respetarse y cuáles estás dispuesta a quebrantar. No hay duendes en tu mente incoherente.

—¿Qué?

—No importa. Aunque es extraño que el sistema no estuviera programado para comunicar automáticamente al gobierno la muerte de un funcionario electo. Aunque tal vez lo comunicaron a Harrisburgo ¿Qué más te dijo Jackson Aranow sobre Ellie Lester?

—No gran cosa —respondió Lizzie—. Pero parecía raro al hablar de ella.

—¿En qué sentido?

—No lo sé. También dijo que va a ayudarnos.

—No lo necesitamos.

—Bueno, de cualquier manera vendrá esta tarde.

—¿Y otra vez traerá a esa feroz Cazie Sanders para que lo proteja?

—No lo sé.

—Me parece que si sentías una necesidad tan intensa de escoger un defensor adicional entre los Auxiliares, podrías haber elegido a alguien mejor que Jackson Aranow —dijo Vicki.

Lizzie no respondió. Acunó a Dirk con la esperanza de que se despertara y darle de mamar. Él nunca la criticaba. Y era invariablemente delicioso: un bebé tranquilo y sin complicaciones que ya empezaba a sonreír. Su madre decía que eran gases, pero no era eso: ya nadie tenía gases. Ésas eran cosas de mamá, que siempre se entrometía en el placer de Lizzie, lo mismo que Vicki. Ella, Lizzie, jamás le haría eso a Dirk.

Nunca le diría que estaba equivocado, nunca lo fastidiaría, jamás utilizaría ese tono de voz que sólo sirve para molestar a una criatura y desbaratar sus planes. Ella sería una madre perfecta. No cometería ni un solo error con su precioso hijo. Cuando Dirk mamaba y sus oscuros ojos azules se clavaban fijamente en el rostro de Lizzie y ella sentía el compacto cuerpecito en su regazo, se sentía como si fuera a morir de felicidad. Lo mantenía envuelto en ropas no comestibles para que su pequeño cuerpo no se alimentara del suelo y no se redujera así la etapa del amamantamiento. Nunca defraudaría a Dirk. Y haría que el mundo fuera más seguro para él, al margen de cómo Vicki se inmiscuyera en sus planes.

—Hablando de Roma… aquí llega un coche aéreo —comentó Vicki.

El doctor Aranow aterrizó detrás del edificio, junto al terreno de alimentación. Lizzie y Vicki se pusieron sus chaquetas no comestibles, viejas y un poco andrajosas, pero abrigadas y brillantes. Las chaquetas no se deshacían. La de Lizzie era de color caléndula, la otra turquesa. Vicki sonrió mientras se ponía la blusa; a Lizzie le pareció percibir cierto aire de superioridad. A veces pensaba que Vicki ya no le caía tan bien como cuando ella era una niña.

—Lizzie. Señorita Turner —las saludó el doctor Aranow desde la puerta de la tienda.

—Nuestro buen doctor —respondió Vicki sin dejar de sonreír. El doctor Aranow se ruborizó. Lizzie pensó que se había perdido algo. Fue al grano.

—Doctor Aranow, precisamos su ayuda. Tenemos un plan, pero lo necesitamos para llevarlo a cabo.

—Eso dijiste por el comunicador. ¿Cómo se encuentra el bebé?

—Está fantástico, él. —Lizzie notó que su tono de voz cambiaba y vio que los dos Auxiliares la miraban con expresión benévola. Se sintió un poco mejor con respecto a Vicki—. Es un tragaldabas.

—Muy bien —dijo el doctor Aranow—. Me gustaría examinarlo un momento.

—¿Para qué? —preguntó Vicki—. ¿Infección? ¿Irritación del pañal? ¿Venas varicosas?

—Aún existen deficiencias estructurales y endocrinas —dijo rígidamente el doctor Aranow—. El Limpiador Celular sólo elimina las disfunciones, no crea lo que no existe.

—¡Pero Dirk no tiene deficiencias, él! —exclamó Lizzie.

—No, estoy seguro de que no —repuso el doctor Aranow en tono tranquilizador—. Sólo es por rutina. Pero antes de eso, ¿cuál es ese plan para el que necesitáis ayuda?

—Se trata… no, vamos a otro sitio —sugirió Lizzie. Una pequeña multitud se acercaba a ellos: Tasha, Kim, George Renfrew y el viejo señor Plocynski, mientras Scott y Shockey inspeccionaban el coche aéreo. Hasta ese momento, Lizzie no había hablado de su plan con nadie, salvo con Vicki. ¿y si aparecía su madre? Lizzie no quería responder las preguntas de Annie.

—¿A qué otro sitio? —preguntó Vicki. Estaba sonriendo otra vez.

—Vamos a dar un paseo en el coche aéreo —propuso el médico.

—¿Nervioso, Jackson? —preguntó Vicki—. No somos ludditas, ¿sabes? Lo que ves en el rostro de Shockey no es rabia sino envidia.

—Sí, es por el coche aéreo —acotó Lizzie. ¿Alguien le impediría subir al vehículo con el médico?

Nadie lo hizo. Y era un coche más grande que el de la última vez; éste tenía cuatro asientos. Lizzie subió delante con el bebé y Vicki detrás. Sin decir una sola palabra, el doctor Aranow elevó el coche, lo hizo recorrer casi dos kilómetros hacia el río, a toda velocidad, y aterrizó en la orilla. Césped marchito y gruesos tallos de asteres muertos. Rocas grises y agua fría. En la orilla opuesta, un conejo de aspecto enfermizo se alejó saltando. Lizzie deseó que el coche hubiera aterrizado en otra parte, pero no se atrevió a decirlo. El temor la hacía sentirse furiosa consigo misma y se dio cuenta que hablaba en un tono de voz fuerte y autoritario, como una Vividora.

—El supervisor de distrito Wayland está muerto, él. Llamamos a su despacho y exigimos que abrieran un depósito para nosotros porque debemos quedarnos, nosotros, en algún lugar durante el invierno. El programa dijo que no éramos votantes registrados para Willoughby County y no podíamos conseguir fichas de depósitos sin estar registrados. Así que dijimos que nos registraríamos. Entonces el programa dijo que había un requisito de tres meses de residencia en el condado. Así que nos apuntamos y esperamos tres meses. El plazo se cumplió ayer. Luego volvimos a llamar, y el programa dijo que el Supervisor Wayland no estaba disponible.

—El que está muerto no está muy disponible —comentó Vicki desde el asiento de atrás. Lizzie no le hizo caso.

—Así que investigué un poco para descubrir dónde estaba el supervisor. No estaba en ningún sitio. Finalmente comprobé las bases de datos de los fallecidos. Murió hace un mes. Usted figura como el «médico que extendió el certificado».

—Sí —confirmó el doctor Aranow. Su rostro carecía de expresión.

—Así que seguí investigando, yo, para descubrir por qué Harrisburg no celebraba una elección especial, como se supone que deben hacer cuando muere un representante electo. Y resultó que el gobierno estatal no sabía que el supervisor del distrito estaba muerto.

—Yo comprobé el dato después de tu llamada —dijo el doctor Aranow—. Todo el mundo dice que se debe a un fallo en el sistema.

—Oh, sí, sin duda —dijo Vicki—. Déjame adivinar, Jackson. Durante la inexplicada ausencia de Wayland, no fue autorizado ningún servicio de distrito, lo que no le costó dinero a nadie. La biznieta de Wayland tiene el control de su nada despreciable fortuna, lo cual es toda una coincidencia, considerando que el sistema de su casa es el único que tuvo el problema técnico del comunicador con Harrisburg.

El doctor Aranow se acomodó en su asiento para mirar a Vicki.

—¿Conoces a Ellie Lester?

—No. Pero conozco a los Auxiliares.

—¿Desde el punto de vista de quien los ha abandonado? ¿Como lord Jim conocía a la marina mercante?

—Más bien como Horacio conocía a las legiones romanas.

¿De qué estaban hablando? Lizzie había perdido el control de la conversación.

—Así que le dije a Harrisburg que supuestamente debían celebrar una elección especial, y dijeron que eso era lo que planeaban hacer —intervino en voz alta—. El 1 de abril. Hay dos candidatos, y ambos pronunciarán sus discursos de campaña en el Canal 63. Pero…

Vicki la interrumpió.

—Por supuesto, los dos discursos hacen las mismas gastadas promesas, las mismas vanas promesas de proporcionar un servicio coherente y fiable. Entretanto, hay exactamente doscientos sesenta votantes registrados para las elecciones fuera de los enclaves en Willoughby County. Nuestro clan, aquí, además de unos cuantos enclaves de la montaña que albergan a esos Auxiliares que abandonaron definitivamente Manhattan para irse a los lugares de veraneo durante la Guerra del Cambio. Huyendo de la revolución. Trabajadores uníos, no tenéis nada que perder salvo vuestros depósitos.

—Entonces nosotros… —intervino Lizzie.

—En parte la idea es que tú, con tus impecables credenciales de Auxiliar, descubras la verdadera política interior de estos dos candidatos —continuó Vicki—. De esta forma…

—¡Yo estoy planteando esto! —exclamó Lizzie en voz tan alta que Dirk se despertó y parpadeó—. Vicki… yo estoy planteando esto. Es idea mía. Mía.

—Lo siento, pequeña —dijo Vicki poniendo una mano en el hombro de Lizzie. Eso fue peor.

—No soy pequeña. ¡Ya te lo he dicho!

Entonces Vicki y el doctor Aranow intercambiaron una mirada, y Lizzie vio que a los dos aquella situación les resultaba divertida, y se puso tan furiosa que no le importó que por primera vez parecieran coincidir en algo. Ni siquiera le importó que eso conviniera al plan. Los dos pensaban que ella aún era una criatura. Pero se enterarían de que no lo era. Era Lizzie Francy, la mejor manipuladora de datos del país, era madre y pensaba convertir el mundo en un lugar mejor para su hijo. Y por sus propios medios, si era necesario. Y se lo tendrían bien merecido, porque su plan iba a funcionar, y esta vez ni siquiera las leyes de los Auxiliares lograrían detenerla.

—Vamos a elegir nuestro propio candidato, nosotros, como supervisor de distrito. Alguien del clan. Un Vividor.

Eso estaba mejor. El doctor Aranow la estaba mirando como si lo hubiera sorprendido realmente. ¡Como si fuera digna de la atención de un Auxiliar!

Pero entonces su expresión cambió. Le dijo suave, muy suavemente:

—Pero Lizzie, aunque lo consiguieras… aunque lograras que eligieran a un Vividor como supervisor de distrito, ¿no sabes que los Auxiliares pagan impuestos proporcionando servicios con su propio dinero? ¿A cambio de votos? De esa forma consiguen, o al menos han conseguido en el pasado, el poder para redactar leyes que se adapten a ellos. Vosotros obtenéis los bienes y servicios que os permiten seguir vivos. Pero si fuera elegido un Vividor, ¿cómo cubriría las necesidades de un depósito? En primer lugar, no disponéis del dinero necesario. ¿Te das cuenta, mi querida…?

—¡No me hable como si fuera una niña, cerdo!

El doctor Aranow abrió los ojos desmesuradamente. Lizzie oyó que detrás de ella Vicki se sacudía con mal simulada risa. En ese momento sintió odio por ambos. Pero al menos había captado la atención del doctor Aranow. En sus brazos, Dirk se agitó y sollozó. Lizzie bajó la voz y el bebé se volvió a quedar dormido.

—Sé más que usted de este tema, yo. No todos los fondos provienen de los políticos. Hay una reserva que se divide entre los condados de Pensilvania para destinarlo a los gastos que sean necesarios. Ese dinero es lo que quiero.

—Ya ves, Jackson, no estamos muy al corriente de los procedimientos de nuestro gobierno —musitó Vicki—. La medicina es una amante muy exigente.

—Quiero ese dinero —repitió Lizzie, porque el doctor Aranow parecía impresionado por primera vez. O tal vez azorado. ¿Estaba azorado? ¿Era realmente tan inútil que un Vividor fuera elegido? Las dudas volvieron a asaltarla. Tal vez esto no podía funcionar… Sí, podía. Ella haría que funcionara.

—¿Tú? ¿Personalmente? ¿Quieres presentarte como candidata a supervisora de distrito? —preguntó el doctor Aranow.

—Yo no —respondió Lizzie—. No tengo edad suficiente. Hay que tener los dieciocho cumplidos.

El doctor Aranow miró a Vicki por encima del hombro.

—¿Señorita Turner?

—Oh, sin duda —se burló Vicki—. Una Auxiliar que adopta las costumbres de los Vividores. No me votarían ni unos ni otros. Pero no te aterrorices, Jackson… no vamos a pedirte que te presentes.

—Claro que no —confirmó Lizzie—. Billy Washington se presentará. Sólo que aún no lo sabe, él.

—¿Billy Washington? —preguntó el doctor Aranow—. ¿Ese anciano negro que apartó a tu madre de mi lado cuando yo ayudaba a nacer a tu bebé?

—Tienes buena memoria para los nombres —comentó Vicki—. Ya eres casi un político.

—Sí, ése es Billy —dijo Lizzie con impaciencia—. Mi padrastro, él. Él lo hará si yo se lo pido. Haría cualquier cosa por mí y por Dirk.

—El «proyecto para la salud de los bebés» —citó el doctor Aranow. Torció el gesto en una expresión que no era exactamente una sonrisa—. Entiendo. Bueno, tu campaña debería ser bastante interesante. ¿Qué piensas hacer, registrar a todos los votantes Vividores nómadas en Willoughby County al menos tres meses antes de la elección, prometerles acceso a los fondos si votan por el señor Washington y luego aplastar a los divididos candidatos Auxiliares por amplio margen?

—Sí —repuso Lizzie en tono ansioso—. ¡Sé que podemos hacerlo!

—No estoy tan seguro. Los dos partidos políticos establecidos movilizarán a sus propios votantes, ya sabes.

—Lo hemos resuelto. Tendremos a todos los votantes preparados, pero ninguno de ellos quedará registrado hasta las once y media de la noche del 31 de diciembre, el último día antes de la fecha tope. Será demasiado tarde para que los candidatos Auxiliares consigan registrar más gente. Jamás sabrán de dónde les cayó el golpe.

—¿Y los números indican…?

—Sólo hay cuatro enclaves pequeños en Willoughby County —informó Lizie. Repentinamente recuperó la confianza: ahora estaban hablando de datos—. Y son enclaves de verano. El total de votantes registrados aquí incluso para las elecciones internas del enclave es de sólo cuatro mil ochenta. Nada más. No sabemos cuántos Vividores hay en el condado en este momento, pero probablemente hay más de los que calculamos, en ciudades abandonadas y granjas y fábricas como la nuestra. Se van durante el invierno. Podemos hacer que se registren aquí, o que vuelvan a registrarse allí.

—Por su gran orgullo cívico —dijo Vicki. Pero Lizzie vio que no sonreía.

—Bueno —dijo el doctor Aranow—, os deseo buena suerte. Pero os hago una pregunta: ¿cómo sabéis que no iré a contarle a nadie todo lo que sé, para que se registren más Auxiliares en Willoughby antes del 1 de diciembre?

—No lo hará, usted —le aseguró Lizzie. El bebé se agitó en sus brazos y ella lo cambió de posición—. Lo necesitamos.

—¿Para qué? —Parecía nervioso y Lizzie volvió a sentirse repentinamente confiada. Era capaz de poner nervioso a un Auxiliar.

—Para dos cosas: necesitamos que averigüe algo acerca de estos dos candidatos, Susannah Wells Livingston y Donald Thomas Serrano; y saber cómo se dividen sus votantes.

—Porque si un candidato va a llevarse el total de los votos —razonó Vicki—, Lizzie tendrá que registrar a muchas más personas que si puede confiar en que el voto quedará dividido. O si, por ejemplo, uno de los candidatos resulta que está tan muerto como Harold Wayland.

El doctor Aranow se volvió para mirarla.

—No te estás tomando esto muy en serio, ¿verdad?

—Todo lo contrario —le aseguró Vicki—, así soy cuando hablo en serio. Cuando quiero ser frívola, hago discursos pedantes y muy pomposos. Como éste: Hay una manera de considerar la historia según la cual todos los acontecimientos importantes tienen su origen en la naturaleza de personalidades clave modeladas por entornos muy limitados. Según esta teoría, Napoleón, Hitler, Einstein y Ballieri cambiaron el mundo tan profundamente debido a las restricciones y penurias que padecieron en su infancia.

—¿Quién es Napoleón? —preguntó Lizzie—. ¿O… qué otro nombre has dicho? ¿Ballieri?

—¿No sabes quién fue Ballieri?

—No.

—Lewis Ballieri. Del siglo pasado.

—¡No! ¡Y no me importa, a mí! —¿Por qué Vicki no podía comportarse como la gente normal? Pero si lo hubiera hecho… si lo hubiera hecho jamás habría ido a vivir con los Vividores, y Lizzie jamás habría tenido… Apartó esos pensamientos de su mente.

—Como ves, tengo razón —le dijo Vicki al doctor Aranow. Lizzie cambió a Dirk de brazo y se acercó al médico.

—Necesitamos otra cosa de usted, nosotros.

—¿De qué se trata?

Lizzie no logró descifrar su expresión; su rostro nunca cambiaba. Respiró profundamente.

—Necesitamos su coche aéreo.

—¿El mío?

—Prestado. Tenemos que ir a buscar a otros Vividores, nosotros, y no podemos ponernos en contacto con ellos a través del móvil porque podría estar intervenido. Nuestro plan debe mantenerse en secreto. Por eso necesitamos cubrir el condado por aire para localizar todos los clanes de las montañas y los valles, y visitarlos. Vicki sabe conducir, Por favor. Sólo lo necesitamos, nosotros, por unas pocas semanas. Y cuando Billy salga elegido vamos a usar el dinero de los impuestos para conseguir jeringas del Cambio y también conos-Y. Para los bebés.

El doctor Aranow guardó silencio. Fuera del coche, el viento arreciaba formando en el río pequeñas olas espumosas. Un cuervo bajó hasta una roca gris y empezó a graznar. Finalmente, en tono suave, el doctor Aranow dijo:

—Lizzie, no se pueden conseguir jeringas del Cambio en un almacén. Las pocas que quedan no están en venta, a ningún precio. Todas las organizaciones Auxiliares del condado han estado tratando de localizar a Miranda Sharifi en Selene para pedirle más… ¿No lo sabías? Selene nunca responde. Elegir a Billy Washington como supervisor de distrito de Willoughby County no cambiará esta circunstancia.

—Entonces conseguiremos las antiguas unidades médicas robóticas para los bebés —dijo Lizzie. Abrazó con fuerza a Dirk. ¿Qué ocurriría si él no recibía el Cambio, si ella tenía que preocuparse todo el tiempo por las infecciones, el agua contaminada, los parásitos…? Por primera vez Lizzie vislumbró lo que debió de ser para su madre el hecho de criar un hijo. Caray, Annie seguramente había tenido que temer a cada instante que a Lizzie le sucediera algo. ¿Cómo podían vivir así los padres, ellos? Se estremeció.

—No pienso… —dijo el doctor Aranow.

—Sí, piensas —lo interrumpió Vicki y su voz volvió a cambiar; hacía tiempo que Lizzie no la oía emplear ese tono. Le estaba hablando al médico como solía hablarle a Lizzie cuando era una niña pequeña y enferma—. De hecho, tal vez piensas demasiado, Jackson. Pero esta vez no. Limítate a actuar. Te sentirás mejor si haces esto por los Vividores sin preocuparte primero hasta el cansancio. Ya verás qué fácil es.

—No intentes intimidarme, señorita Turner.

—No te estoy intimidando. Sólo intento presentar nuestro caso, el caso de Lizzie, en todos sus aspectos. Ahora tú eres un aspecto. No pediste serlo, pero lo eres. Si dices que no, es simplemente una declaración, como si dices que sí. No hay discusión posible. Eres tú quien tiene la última palabra. Lo único que intento es expresar eso.

Vicki miró fijamente al doctor Aranow. Lizzie se preguntó si Vicki iba a mencionar a la señora Aranow, o como se llamara la mujer que según Vicki era la exesposa del médico. Él aún le pertenecía, decía Vicki. Lizzie no entendía cómo era posible; uno pertenecía a su familia, tal vez, y a su clan, pero no a alguien que había elegido abandonar el clan. Caray, eso sería como decir que Harvey podía influir en las decisiones de Lizzie sólo porque era el padre de Dirk. El mundo no funcionaba así. Sin embargo, si mencionar a la señora Aranow ayudaba a que el médico se decidiera en contra de los Auxiliares… pero tal vez era mejor que Lizzie dejara ese asunto en manos de Vicki. Ella era la Auxiliar, después de todo. Aunque en el clan a nadie se le ocurriría utilizar eso contra ella.

En un tono de voz diferente, Vicki dijo:

—¿Jamás deseas que la guerra de clases hubiera resultado diferente, Jackson? ¿Que las dos partes no estuvieran pagando el precio que están pagando?

A Lizzie aquellas palabras le parecieron absurdas. ¿Qué precio estaban pagando los Auxiliares? Ellos eran servidores públicos, cumplían con el trabajo de organizar las cosas para que los Vividores pudieran disfrutar; al menos eso hacían antes. Ahora tenían mucho menos trabajo. ¿Acaso no les gustaba? ¿Cómo era eso de que habían pagado algún precio por no proporcionar fondos y unidades médicas y líneas de alimentos y todas las otras cosas? Eso les ahorraba dinero y trabajo. Lo que decía Vicki no tenía sentido.

Pero el doctor Aranow tenía la vista fija en algún punto distante. Lizzie tuvo la impresión de que no estaba mirando el río ni los campos, ni el frío bosque. Estaba mirando algún otro lugar, a otras personas aparte de ella y Vicki. ¿Quiénes?

—De acuerdo —dijo el doctor Aranow—. Con una condición. No será este coche. No quiero que lo detecten y lo sigan, ni que mi sistema quede bloqueado por los airados mensajes de personas que antes eran amigas mías. Os proporcionaré un coche aéreo alquilado a alguna empresa fantasma de otro estado.

—¡Oh, gracias, doctor! —exclamó Lizzie. Se inclinó hacia delante y besó al doctor Aranow en la mejilla. Al moverse aplastó el pecho contra la cara de Dirk que, aún dormido, empezó a succionar. Cuando encontró tela entre su boca y el pezón, gimió y arrugó el rostro. Lizzie se abrió la blusa y le dio el pecho.

Lo había logrado. Había logrado conseguir un coche aéreo para los suyos.

—¿Y averiguará, usted, lo de los otros candidatos? —preguntó—. Por favor.

—¿Por qué no? —No parecía tan contento como Lizzie había imaginado.

—¡Arriba el ánimo, Jackson! —sugirió Vicki—. El compromiso sólo hace daño si no se asume libremente.

—Eres toda una filósofa, ¿eh? ¿Una parte de este trato podría incluir que dejes de darme lecciones?

—Pero eso a ti te encanta. Mira a Cazie.

—Vicki —dijo Lizzie. Pero el médico sonrió. No fue una sonrisa muy dulce, pero fue una sonrisa. No estaba furioso con Vicki por su desagradable comentario. ¿Por qué no? Lizzie jamás entendería a los Auxiliares.

Pero tampoco era necesario. Él había prometido que lo haría. Lizzie había ganado.

Ahora, lo único que tenía que hacer era convencer a Billy. Pero eso resultaría fácil. Billy jamás le había negado nada, nunca en toda su vida lo había hecho.

—No —respondió Billy.

—¿No? ¿No?

—No, no lo haré, yo.

—¡Pero… pero es por Dirk!

Billy no contestó. Él y Lizzie estaban sentados en un tronco caído del bosque, con las chaquetas abiertas, porque la tarde de noviembre se había vuelto súbitamente cálida. A Billy le encantaba el bosque. Antes del Cambio era el único de East Oleanta que solía internarse solo en el bosque, con la única compañía de los árboles. Ahora había más gente que lo hacía, pero Billy seguía siendo el único que pasaba allí varios días seguidos. O tantos días como Annie se lo permitía. Y precisamente cuando Annie empezaba a protestar y a quejarse de su ausencia, justamente en ese momento, Billy aparecía otra vez en casa. Entraba en el campamento con el paso decidido con que andaba desde el Cambio, no arrastrando los pies como un viejo, como hacía antes. En su chaqueta quedaban pegadas algunas hojas húmedas, en su pelo algunas ramitas, y Annie protestaba cuando Billy la abrazaba porque había pasado mucho tiempo sin afeitarse. Pero le devolvía el abrazo, fuerte y apretado, hasta que volvía a regañarlo y refunfuñar.

Lizzie sabía que Billy estaría en el bosque, controlando las trampas para conejos, y había seguido sus huellas en el barro. Cuando él quería esconderse, nadie era capaz de rastrearlo, pero esta vez no se había molestado en hacerlo. Lizzie había dejado a Dirk con Annie. Ahora deseaba haber llevado al bebé. Tal vez Dirk habría hecho cambiar de idea al viejo y obstinado Billy.

Billy era demasiado viejo, él. Ése era el problema. Aunque desde el Cambio eran saludables y fuertes, seguían teniendo el cerebro viejo. Pensaban como viejos. Lizzie hizo un esfuerzo para serenarse y razonar con Billy.

—¿Por qué no vas a presentarte como candidato a supervisor de distrito, tú? ¿No te das cuenta de que eso nos ayudará a conseguir todo lo que necesitamos, nosotros, como por ejemplo más robots y unidades médicas para otros niños y mejores botas? ¿No te das cuenta?

—Me doy cuenta, yo.

—Bueno, entonces, ¿por qué no te presentas a la elección? ¡Saldrá bien, Bill!

—No si yo me presento, yo.

Lizzie lo miró. El anciano rompió una rama de un arce caído y hurgó el suelo con ella.

—Lizzie, ¿ves esta tierra? A estas fechas debería estar congelada.

—¿Y eso qué tiene que ver con…?

—Espera. La razón de que el suelo no esté congelado es que hemos tenido un otoño bastante cálido. Nadie podía predecirlo. Simplemente ocurrió. Pero no sabíamos que sucedería, y por eso nos preparamos, nosotros, para un invierno duro. Nos agenciamos todas las mantas y chaquetas que pudimos, pusimos masilla en las aberturas de la casa del clan, tú y Vicki conseguisteis los conos de TenTech.

Lizzie esperó. No tenía sentido apremiar a Billy, él. Siempre acababa haciendo lo que ella quería, aunque a veces tardaba mucho tiempo.

—Nos preparamos, nosotros, para las penurias que pudieran surgir, aunque no han llegado a presentarse. Cualquier otra cosa es una estupidez. ¿Verdad, cariño?

—Verdad —respondió Lizzie. Billy seguía hurgando el suelo con la rama.

—Si tú y Vicki hacéis esta elección Auxiliar, tenéis que prever lo que sucederá, y prepararos para eso. Los Auxiliares no son estúpidos, y no son tan honrados como el clima. En lo que concierne a los Vividores, nosotros, los Auxiliares siempre se muestran fríos.

No es el caso de Vicki, ni del doctor Aranow, quiso decir Lizzie; pero no lo interrumpió.

—Si me presento como candidato a supervisor de distrito, yo, perderemos. Nadie votará por mí. No sólo los Auxiliares; tampoco lo harán los Vividores, ellos, que no pertenezcan a nuestro clan. Como no te votarían a ti, ni a Annie. Nosotros fuimos las primeras personas Cambiadas. Quienes rastreamos a Miranda Sharifi hasta su laboratorio clandestino y le exigimos, nosotros, que nos ayudara cuando estabas tan enferma. Nosotros vimos a Miranda en persona y hablamos con ella.

—¡Pero esas son cosas buenas, ellas!

—Sí. Pero todas son cosas que nos diferencian del resto de la gente. Y a la mayoría de la gente no le gusta demasiado lo diferente. Les resulta incómodo, a ellos. ¿No escuchas los canales de charlas del condado, tú?

Lizzie no los escuchaba. Había temas más importantes y bases de datos más interesantes que explorar, en lugar de escuchar los interminables chismorreos y rumores intergrupales y los insignificantes planes sobre los comunicadores locales. «Alguien dijo, ellos, que un amigo oyó en un canal Auxiliar de Nueva York que algunos individuos de Baltimore consiguieron la instalación de una pista de scooters… Entonces si eres de Glenn's Falls, conoces a mi prima Pamela Cantrell, mide un metro setenta y… Tenemos un terreno de alimentación, nosotros, lo suficientemente grande para…»

—La gente habla, ellos —dijo Billy—. Y a pesar del Cambio, la gente no confía en ideas y planes que parecen muy diferentes de lo que conocían. Tal vez a causa del Cambio. Ya tuvimos demasiadas cosas nuevas, nosotros. Y ahora vienes tú, con otra idea nueva, tal vez una idea peligrosa, si los Auxiliares se ponen furiosos contigo. Si la gente diferente como yo se presenta como candidata a servidor público, también… bueno, todos estarán tan incómodos, ellos, que no me votarán a mí.

—Pero…

—Además —prosiguió Billy con su suave voz—, nuestra familia, nosotros, hizo que el Departamento de Seguridad del Estándar Genético arrestara a Miranda, aunque no era nuestra intención y aunque la dejaron ir, ellos. Miranda Sharifi. No, Lizzie, cariño, nadie me votará en una elección Auxiliar. Ni a Annie, ni a ti, ni a Vicki. No lo harán, ellos.

—¿Entonces a quién? —preguntó Lizzie—. ¿A quién votarán, ellos?

—A alguien que no sea demasiado desconocido —le respondió Billy, poniéndose en pie—. Alguien que antes fuera alcalde, tal vez. Los Vividores están acostumbrados a los alcaldes, ellos, a que sean parte del gobierno.

Era verdad. Lizzie reflexionó. Los alcaldes de las ciudades de los Vividores —en los tiempos en que residían en ciudades— siempre habían sido Vividores que hablaban como Auxiliares. Ellos habían sido los que hablaban en los comunicadores, en los tiempos en que cada ciudad sólo tenía uno, antes de la Guerra del Cambio. El alcalde había sido ridiculizado por trabajar como un Auxiliar mientras los demás disfrutaban, a pesar de que en aquel entonces los alcaldes no trabajaban tan arduamente como lo hacían todos ahora. Sin embargo, el alcalde había sido considerado una especie de estúpido por hacerlo; un verdadero Vividor aristócrata no servía a nadie, sino que recibía servicios. Los de los Auxiliares. Al menos así pensaban en aquel entonces todas las personas que Lizzie conocía.

Pero un alcalde era una persona conocida que podía negociar con los Auxiliares. Informarles de que algo se había estropeado, presentar demandas de los votantes a los servidores públicos recién elegidos, enviar a buscar a la policía o a los guardabosques o a los técnicos cuando fuera necesaria su presencia. Tal vez Billy tenía razón. Tal vez lo más probable fuera que los Vividores de Willoughby County votaran por alguien que en otros tiempos hubiera sido alcalde. ¿Pero estaría de acuerdo un alcalde en presentarse a las elecciones?

—¿Conoces a algún alcalde, Billy? En nuestro clan no tenemos ninguno, nosotros.

Billy sonrió a Lizzie, que seguía sentada en el tronco.

—Sí que lo tenemos, nosotros. ¿No lo sabes? Eso te ocurre por dedicarte a manipular estúpidos datos en lugar de hablar con la gente.

Lizzie se sintió reconfortada. Billy estaba orgulloso de su capacidad para manipular datos. Él siempre se había enorgullecido de ella, incluso cuando era una niñita que montaba robots averiados, intentando aprender por sí misma.

—¿Quién es alcalde, Billy?

—Di mejor quién fue alcalde.

—De acuerdo. ¿Quién fue alcalde?

—Shockey —repuso Billy y ella notó que su boca adoptaba la forma de una enorme O. Billy sonrió—. ¿No es sorprendente lo que se puede descubrir? Eso es lo más importante que el Cambio me enseñó, cariño. Lo más importante. Nunca sabemos, nosotros. Casi nada.

—No es en absoluto sorprendente —comentó Vicki—. Toma a Dirk, quiere mamar.

Lizzie tomó al bebé. La conocida tibieza recorrió su cuerpo en el momento mismo en que lo rodeó con sus brazos. Se sentó apoyando la espalda en la pared de espuma de su cubículo y abrió la parte superior de su chaqueta. La boca pequeña y hambrienta de Dirk se aferró a su pezón como un misil termodirigido. Un estremecimiento, en parte maternal y en parte sensual, recorrió su cuerpo desde el pezón hasta el vientre y la entrepierna. Aún se sentía un poco avergonzada por ese estremecimiento, no le parecía correcto excitarse con su propio hijo. Pero le ocurría siempre, y finalmente decidió no comentar con nadie esa sensación. Pero aumentaba su irritación con Vicki, que se sentaba a su lado y daba la impresión de saberlo todo, a pesar de que jamás había parido ni amamantado a un bebé.

—Bueno, yo me sorprendí, y Billy también —dijo Lizzie—. ¡Shockey! No tiene aspecto de haber sido alcalde de ningún sitio.

—¿Qué clase de gente crees que se dedica a la política? —le preguntó Vicki con una sonrisa.

—Alguien como Jack Sawicki, alguien que se interese en ayudar a su población, sin importarle que a veces la gente se ría de él. Shockey se pone furioso si alguien se burla aunque sea un poco de él, y no creo que le haya interesado jamás ayudar a los demás.

—¿Por eso estás respaldando esta osada unión política? —preguntó Vicki en tono inocente—. ¿Porque sientes el ardiente deseo de ayudar a otros clanes de Willoughby County?

—Por supuesto, yo… —empezó a decir Lizzie, y se interrumpió. Vicki volvió a sonreír.

—Lizzie, cariño, la gente que se mete en política es en su gran mayoría exactamente igual a Shockey. Todos quieren obtener un beneficio personal, quieren poder, y quieren que el mundo se mueva a su antojo. De la misma forma que tú quieres mercancías y poder para controlar el dinero de los impuestos para ti y para tu clan. La única diferencia…

—¡Pero yo no lo quiero para mí! ¡Lo quiero para Dirk y Billy y mama y…!

—¿De veras? Si Billy y Annie se fueran al sur mañana mismo, y el caritativo Jackson Aranow te entregara las mercancías que quieres, además de abrir una cuenta de crédito a nombre de Dirk, ¿abandonarías totalmente este proyecto? ¿Eh?

Lizzie no respondió.

—No lo creo. Lizzie, no tiene nada de malo buscar el propio interés, siempre y cuando no sea lo único que busques. Alguien que conocí una vez me dijo… —Otra vez lo mismo, pensó Lizzie. Acomodó a Dirk, que chupaba con avidez, en una posición más cómoda— que había cinco circunstancias en las que podía darse cualquier relación humana. Cualquier relación: una conferencia internacional, un matrimonio, un departamento de policía, lo que fuera. Sólo cinco circunstancias posibles. Uno, la negociación saludable, desde una posición básicamente aliada. Dos, la imparcialidad total, sin ningún pacto de ayuda mutua ni interacción significativa. Tres, dominación y dependencia, como había entre los Vividores y los Auxiliares. Cuatro, la lucha encubierta por el dominio, sin que se produzca un auténtico estallido de hostilidades. O, cinco, la guerra abierta. En la medida en que uno intenta permanecer dentro del marco de las leyes de una elección, está en una lucha encubierta por sus propios intereses. Eso no tiene nada de malo. Y así es Shockey, sólo más rudo que la mayoría de los políticos. Apostaría a que su mandato como alcalde fue muy breve, ¿no?

—No lo sé.

—No te quepa duda. Como John Locke afirmó en una ocasión…

—¿Hay algo que tú no sepas?

Vicki la miró. Lizzie bajó la vista, la fijó en el bebé y volvió a mirar a Vicki con expresión airada. Bien, era verdad. Vicki siempre le estaba diciendo cosas. Como si lo supiera todo y Lizzie fuera una especie de estúpida… Vividora.

—En realidad —respondió Vicki serenamente—, es poco lo que sé, lo cual resulta especialmente sorprendente si piensas que hace sólo unos años yo pensaba que lo sabía todo.

—Lo siento —musitó Lizzie. ¿Lo sentía realmente? No lo sabía. En los últimos tiempos, Vicki la confundía, aunque antes pensaba que era maravillosa… Pero nada era igual.

—No lo lamentes —Vicki se puso de pie y se desperezó—. Karl Marx te está observando.

—¿Qué?

—Nada, cariño. Te veré a la hora de la cena, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —farfulló Lizzie. Observó a Vicki mientras la Auxiliar salía del cubículo y desaparecía al otro lado de la maltrecha mesa de plástico que, colocada en posición vertical, formaba una de las paredes. Vicki no se volvió. Lizzie abrazó a Dirk y deseó no haberle hecho ese comentario a Vicki. Siempre se había mostrado muy amable con ella. Pero realmente actuaba como si lo supiera todo. Cada idea que surgía, cada plan o… ¿Por qué Vicki era así? ¿Porque era una Auxiliar?

Lizzie se estiró tratando de no molestar al bebé, hasta que sus dedos tocaron la parte superior de la cómoda. Bajó la terminal. «Búsqueda en biblioteca.»

—Preparada —dijo el sistema.

—Definiciones de tres frases para dos expresiones. Primero… «Te está observando». Segundo, «Carl Marks».

—«Te está observando» era una famosa frase de una grabación anterior a los holos, titulada Casablanca. Lo decía el actor principal a la protagonista, como parte de un brindis. Alrededor del 2090, la frase volvió a estar en boga como expresión irónica que significaba aproximadamente «Supongo que has ganado esa contienda».

»“Karl Marx” fue un político teórico cuyas obras fueron utilizadas por muchos revolucionarios del siglo XX como base para la rebelión. Estaba a favor de un socialismo que incluía la propiedad colectiva de los medios de producción. El procedimiento que previó para lograrlo era la lucha de clases.

—Sistema fuera —dijo Lizzie.

—Sistema fuera.

Lucha de clases. ¿Era eso lo que ella, Lizzie, estaba buscando? ¿Era eso lo que Vicki sentía realmente con respecto a ella? ¿Y también con respecto a Billy, Annie y Dirk?

Aquello le dejó un mal sabor de boca. Tragó saliva, pero fue en vano. Había estado a punto de pedirle a Vicki que la acompañara a ver a Shockey para exponerle el plan. Tal vez ahora no lo hiciera. Tal vez, si eso era lo que Vicki sentía, decidiera ir ella sola a ver a Shockey.

El bebé había terminado de comer y se había quedado dormido otra vez. Lizzie lo estrechó contra su pecho y se inclinó para oler su dulce aroma a bebé limpio. Pero ni siquiera eso logró tranquilizarla.

Encontró a Shockey con Sharon y el bebé de ésta —Callie, de nueve meses— pescando a la orilla del río, disfrutando del hermoso día. Sharon y Shockey llevaban cotas de invierno y los abrigos desabrochados. Lizzie vio que Sharon también tenía desabotonada la blusa. Así eran las cosas.

Callie estaba junto a la orilla, en un cesto de tela plástica azul, moviendo un mugriento pato de plástico entre sus manitas gordezuelas. Era un bebé hermoso, tenía el pelo castaño y suave, y los ojos enormes como Sharon, pero al ver a Lizzie arrugó la cara, a punto de llorar, y buscó a su madre con la mirada. Annie decía que los bebés se comportaban así a la edad de Callie. Se mostraban tímidos con los desconocidos y nerviosos ante las situaciones nuevas. Annie decía que Callie lo superaría. Bueno, Lizzie no pasaba mucho tiempo con Sharon, pero tampoco era precisamente una desconocida. Ambas pertenecían al mismo clan. Lizzie abrigaba la esperanza de que Dirk no pasara por esa etapa cuando fuera mayor. Se puso fuera del alcance de la vista de Callie.

Sharon y Shockey se inclinaron sobre los sedales. Sharon rió entre dientes y guió la mano de Shockey hasta su blusa abierta.

—¡Hola! —dijo Lizzie en voz alta.

—Hola, Liz —respondió Shockey al tiempo que se enderezaba—. Si pescamos algo nosotros, ¿querrás compartir una comida de verdad, para variar?

Su sugerencia no tenía nada de malo. Los miembros del clan comían a menudo por la boca: bayas o frutos secos, conejo asado, manzanas silvestres. A veces Lizzie sentía un intenso deseo que nada podía aliviar salvo el sabor acre de las cebollas. El Cambio sólo significaba que nadie tenía que molestarse en conseguir comida, no que no pudieran tomarla. No tenía nada de malo que Shockey le ofreciera pescado. Era la manera en que lo decía, con la mirada clavada en ella, la boca curvada en un esbozo de sonrisa algo burlona, sin dejar de tocar el pecho desnudo de Sharon. La desnudez del sexo era diferente de la desnudez de la comida: debía guardarse como algo íntimo. Y Shockey actuaba como si fuera propietario de Sharon. Bueno, al menos no era propietario de Lizzie.

A pesar de todo, se obligó a sonreír.

—Claro, si pescas algo, tú. Pero no he venido por eso. Tengo una propuesta que hacerte, yo.

La sonrisa de Shockey se ensanchó y sus ojos oscuros parpadearon lentamente.

—Billy me ha comentado que en otros tiempos fuiste alcalde de una población —dijo Lizzie rápidamente.

La sonrisa de Shockey se desvaneció.

—Sí. ¿Y qué? Alguien tenía que ser alcalde.

—Tienes razón, tú —coincidió Lizzie. Miró a Shockey con cierta indiferencia—. Y aún es así.

—Ya no necesitamos alcaldes, nosotros, nunca más —intervino Sharon.

—Pero necesitamos un supervisor de distrito, nosotros. Harold Winthrop Wayland ha muerto.

—¡Shockey no es un Auxiliar, Lizzie Francy, y no lo olvides, tú! —dijo Sharon en tono agudo.

—Claro que no lo es —coincidió Lizzie—. Es un Vividor, él, de eso se trata.

—¿De qué se trata? —preguntó Sharon, en voz tan alta que Callie, alarmado, levantó la vista de su pato de plástico—. ¡Los Vividores no trabajan, ellos, en ningún trabajo como supervisor de distrito!

—Un supervisor de distrito controla la distribución de los almacenes. En Willoughby County no tenemos supervisor, nosotros, y por eso no hay nada en el almacén. Pero si elegimos uno nuestro, entonces…

—¡Entonces seguirá sin haber nada en el almacén! Manipula tu cerebro, tú, para variar, en lugar de manipular las redes de los Auxiliares. ¡Shockey no puede poner mercancías en ningún almacén!

—Sí, podría hacerlo —rebatió Lizzie. De pronto se sintió cansada de hablar como una Vividora con esta estúpida muchachita. Conocía a Sharon de toda la vida, y siempre había sido una estúpida—. Existe un fondo de crédito impositivo del estado, reunido para los impuestos corporativos, que se divide entre todos los condados. Un fondo de crédito que va aumentando gracias a los impuestos Auxiliares. Pero si logramos que haya suficientes Vividores registrados y conseguimos que Shockey salga elegido, él podrá usar la parte de Willoughby para crear un almacén para nosotros.

—Pero si él…

—Calla, Sharon, y deja hablar a Shockey. —Lizzie temió que eso pusiera furioso a Shockey, lo cual demostraría que Sharon lo dominaba. Pero Shockey no estaba furioso. Sus ojos atrevidos, enmarcados por unas gruesas cejas, tenían una expresión distante. Apartó la mano del pecho de Sharon para acariciarse la barba. Las dos mujeres lo miraron.

—Sí —dijo finalmente.

—¿Sí? —chilló Sharon.

—Calla, Sharon. Sí, Lizzie, lo haré. —De pronto se inclinó sobre el bebé y lo levantó por encima de su cabeza—. ¿Qué me dices de esto, Callie? ¿Quieres ver a tu viejo amigo convertido en supervisor de distrito?

El bebé lanzó un grito de alegría. Evidentemente, el pequeño no consideraba a Shockey un desconocido. Sharon adoptó una expresión taciturna. Pero Lizzie lo observó y pensó que Shockey no estaba mirando a ninguno de los tres. Estaba contemplando algo más, y sonrió con la misma expresión burlona con que le había ofrecido el pescado a Lizzie. ¿Qué era lo que Vicki había dicho? ¿En su lista de relaciones humanas? Una lucha encubierta por el dominio, sin que se produzca un auténtico estallido de hostilidades reales…

—Liz, dime simplemente qué debo hacer. Estoy preparado, yo, y a vuestra disposición.