18

Theresa se había puesto muy enferma. Si hubiera estado Cambiada, su situación habría sido peor. Jackson advirtió la ironía, pero no pudo celebrarla.

Había estado expuesta a 240 rads. En cuanto Jackson regresó de Kelvin-Castner a su apartamento, trató de depurar el organismo de Theresa todo lo posible. No la envió a un hospital; los enclaves ya no contaban con hospitales dignos de ese nombre. No eran necesarios.

Por medio del comunicador, Jackson ordenó el equipo que necesitaba, que llegó al apartamento al mismo tiempo que él. Theresa estaba histérica.

—Tranquila, Tessie, no te preocupes. Resiste, querida, todo está bien; trata de colaborar todo lo que puedas.

—¡Muerta! —gritó Theresa—. ¡Muerta… muerta… muerta…!

—No, no vas a morir. Chist, Tessie, tranquila… —Pero no logró calmarla.

—Dale un sedante —sugirió Vicki, forcejeando para sujetar los brazos de Theresa, que se agitaban frenéticamente—. Jackson… es lo mejor.

Él aceptó el consejo. Luego, con la ayuda de Vicki, se ocupó del fláccido cuerpo de Theresa. Por medio de una bomba, le hizo un lavado de estómago y le colocó sondas robóticas desintoxicadoras en el esófago, el tracto respiratorio, el recto, por la nariz y los oídos, la vagina y a través de las retinas. Vicki y él frotaron cada milímetro de su piel con un compuesto químico. Vicki cortó el largo cabello rubio de Theresa y le rasuró el vello púbico. En ese momento, Jackson salió de la habitación. De pie en el vestíbulo, golpeó la pared con los puños.

Cuando regresó al cuarto, Vicki tuvo la gentileza de no mirarlo directamente a los ojos.

Le insertó a Theresa un tubo endotraqueal; sus vías aéreas superiores iban a inflamarse y a quedar en carne viva, por lo que necesitaría ayuda mecánica para respirar. A continuación le aplicó una inyección para hacerla transpirar todo lo posible. Una inyección intravenosa compuesta por nutrientes y electrolitos. Cuando Vicki y él terminaron, permanecieron un instante contemplando a Theresa, que yacía inmóvil sobre la cama, protegida con una sábana de algodón. Toda su piel estaba cubierta de parches verdes que enviaban información a monitores conectados a un terminal central. Parecía un escuálido gorrioncillo desplumado, pensó Jackson con desesperación.

—Voy a quedarme, Jackson. En estas circunstancias, no puedes atender solo a tu hermana.

—He hecho traer un robot-enfermero, con software de enfermedad por radiación. Llegará pronto. Lo tienen que enviar desde Atlanta.

—No sirve para reemplazar a las personas —objetó Vicki.

—¿Sabes algo acerca de enfermedad por radiación? —preguntó él, con más brusquedad de la que pretendía.

—Tú me enseñarás.

—Pero Lizzie y Dirk…

—… no me necesitan —le aseguró ella—. Lizzie puede arreglárselas muy bien. Y al menos sabemos que en el campamento no va a ocurrir nada muy novedoso ni innovador.

Jackson no sonrió. Apenas la había escuchado.

—Si Theresa hubiera estado Cambiada… —murmuró.

—Imaginé que no lo estaba —dijo Vicki—. Pero ¿por qué no?

Él pasó por alto la pregunta.

—Si estuviera Cambiada, esto sería aún peor. Cuando Miranda Sharifi diseñó el Limpiador Celular, no tuvo en cuenta la enfermedad por radiación. Bueno, no pudo cubrir absolutamente todo. El Limpiador Celular extirpa de raíz todo ADN aberrante. Por eso funciona tan bien con los tumores. Pero Theresa… —no pudo terminar la frase.

Vicki lo hizo por él:

—Va a transformarse en un montón de ADN aberrante mutado. Jackson, no sabes cuánto lo siento. ¿Dónde está la piloto?

—Volvió a casa por sus propios medios, supongo.

—Entonces, esperemos que también tenga un pariente médico.

Jackson miró a Vicki con desagrado.

—¡No soy un filántropo humanitario itinerante, maldita sea! ¡La piloto no es paciente mía!

Vicki no respondió, pero le tocó levemente el hombro.

—Voy a dormir un rato. Vigílala ahora, y te relevaré dentro de algunas horas.

—Pídele al sistema doméstico que te despierte. Su nombre es Jones, y la contraseña para el programa huésped es «Michelangelo».

—Lo sé —dijo Vicki, y a Jackson no se le ocurrió preguntarle cómo lo sabía.

Al cabo de una hora, llamó al aeródromo de Manhattan Este, y envió un mensaje a la técnica piloto que había llevado a Theresa Aranow. Agregó un archivo sobre el tratamiento de la enfermedad por radiación.

Luego acercó una silla hasta la cama de su hermana, y se sentó a contemplar su rostro dormido, mientras aún estaba entero.

Vicki entró de puntillas en la habitación en plena noche.

—Deja que me quede con ella —dijo suavemente.

Jackson había estado dormitando y soñando a ratos. Burbujas enormes lo atacaban, tratando de engullir su cabeza… se dio cuenta de que se trataba de las células-T de Theresa, movilizadas para atacar el cuerpo de la joven.

—No, me quedaré aquí —dijo, medio dormido.

—Jackson, estás hecho una piltrafa. Vete a la cama. No va a cambiar nada antes de la mañana.

Pero Theresa ya estaba cambiando. Sobre su piel comenzaban a aparecer las quemaduras por radiación, y las llagas le cubrían la boca y la lengua.

—Jackson…

—Me quedaré.

Ella acercó una silla y se sentó a su lado. Algunos minutos —¿horas?— después, Jackson se despertó tambaleándose por el vestíbulo, rumbo a su dormitorio. Vicki lo llevaba a rastras. No recordaba haberse dormido, ni tampoco despertado. Ella lo empujó vestido sobre la cama, e instantáneamente cayó en un sueño inquieto.

Cuando se despertó, Cazie lo sacudía por el hombro, erguida sobre él como una furia griega.

—¡Jackson! Te he dejado una docena de mensajes de prioridad uno, desde K-C… ¿qué te ocurre? ¿No te das cuenta de lo importante que es este acuerdo? Y aunque no te des cuenta, ¿no puedes, al menos, tener la cortesía de contestarme alguna vez en treinta y seis horas, por enfadado que estés? ¡Dios, no puedo creer que tú…!

—Me gustaría que no molestaras a Jackson —dijo suavemente Vicki desde la puerta del dormitorio.

Cazie se volvió con lentitud. Su cutis color miel palideció, haciendo que las motas que bailaban en sus ojos se vieran de un verde más brillante.

—Jackson necesita dormir —continuó Vicki, en el mismo tono de dulce sensatez—. Sería mejor que te marcharas.

Cazie ya se había recuperado, aunque conservaba el peligroso sarcasmo de siempre.

—No opino lo mismo… Diana, ¿no? ¿O Victoria? La verdad es que Jackson parece muy satisfecho… debes de haberle ofrecido un verdadero tour de force. Estoy segura de que se lo pasó muy bien. Pero ahora tenemos cosas importantes que discutir, así que, si ya te han pagado, el sistema del edificio puede pedir para ti un transporte robot. Bueno, Jack, si quieres, te espero en tu estudio mientras te duchas.

Vicki se limitó a sonreír.

Súbitamente, Jackson se sintió harto de las dos. Haciendo un gran esfuerzo, se levantó de la cama.

—No seas tan estúpida, Cazie. Theresa está enferma. No he tenido tiempo de pensar en Kelvin-Castner, ni lo tendré hasta que ella esté fuera de peligro.

La expresión de Cazie cambió.

—¿Enferma? ¿Es grave? ¿Qué le pasa? Jackson, una jeringuilla del Cambio…

—Esta vez, no. Es enfermedad por radiación. —Pasó junto a ella, rumbo al cuarto de Theresa. Cazie fue tras él.

Su hermana seguía durmiendo serenamente; no se habían registrado cambios en las lecturas de sus monitores. Cazie la vio, y lanzó una exclamación ahogada.

—¿Jack… qué…?

—Estaba en el radio de influencia de la explosión nuclear que destruyó La Solana. —A estas alturas, la noticia ya debía de estar en todas las redes de noticias. Cazie siempre miraba las redes de noticias.

—¿Tess? ¿Fue a Nuevo México? ¡Pero eso es imposible!

—Yo habría dicho lo mismo.

—¡Oh, por Dios, Jack! Me quedaré y te ayudaré a cuidarla.

Éste era el aspecto más auténtico de Cazie, el más amable. Se quedó contemplando a Theresa, con cariño y dolor.

—Vicki la está atendiendo muy bien —dijo Jackson, y de inmediato se sintió demasiado despreciable para disfrutar de su propia crueldad.

—Muy bien —concedió Cazie con humildad. Apoyó suavemente la mano sobre el borde de la cama de Theresa.

Jackson cerró los ojos.

—Dime lo que quieres decirme acerca de Kelvin-Castner —le dijo.

—Eso puede esperar —replicó Cazie en voz baja.

—No, no puede. Y de todas maneras ahora no hay nada que pueda hacer por Theresa. Cuéntame…

—Si tú… bueno, muy bien. Quiero hacer una inversión inicial de quinientos millones de dólares, con un programa rotativo de objetivos de ejecución no imponibles. Te envié el programa de objetivos propuesto. Poseemos el quince por ciento de los beneficios brutos, sólo de este proyecto, con una responsabilidad legal y situación dentro de los parámetros normales. El ROI y los encajes a largo plazo…

—No, no me refería a eso. No me cuentes esas cosas. Quiero saber qué va a hacer Kelvin-Castner.

—Apresurarse para obtener una molécula transmisible y patentable basada en las muestras de tejidos de los Vividores y en las alteraciones cerebrales. Los primeros modelos computerizados ya están en marcha. Hay cientos de posibilidades que comprobar, por supuesto, tal vez miles. Pero si conseguimos un modelo patentable, podremos usarlo como base de un increíble número de fármacos resistentes al Limpiador Celular. El equipo de estudios preliminares ya ha comenzado a lanzar ideas.

Resistente al Limpiador Celular. Era la primera vez que Jackson oía esta expresión. Tal vez el «equipo de estudios preliminares» la había acuñado durante su tarea de lanzar ideas.

Dirigió una última mirada a los índices de Theresa, y luego condujo a Cazie fuera de la habitación. El robot-enfermero se acercó flotando hasta la cama.

Ya en el vestíbulo, Jackson dijo:

—Vaya votar a favor de invertir los fondos, y voy a comprometer también los votos de Theresa, con una condición. La primera línea de investigación, la primera, Cazie, con la mayor asignación de talento y de recursos, deberá estar dirigida a encontrar un antídoto para el neurofármaco original que afectó a los Vividores. Algo que revierta su acción y restaure la química cerebral de los afectados a su funcionamiento anterior. Sin esa ansiedad ante los extraños, ni la inhibición ante las novedades, ni todo ese miedo de mierda. ¿De acuerdo?

Cazie vaciló sólo un instante.

—De acuerdo.

—¿Puedes lograr que Alex Castner también esté de acuerdo?

—Sí —respondió Cazie, en tono confiado. Jackson se preguntó de pronto si se acostaba con Castner, tal vez con Thurmond Rogers.

—Redacta un contrato, y envíamelo —dijo—. Y quiero informes grabados permanentes sobre el antídoto, además de registros de laboratorio.

—No hay problema.

—Y deja constancia en el contrato de que estaré oficialmente informado sobre cualquier tipo de avance, que sea significativo, sobre cualquier aspecto de todo el proyecto.

—Dalo por hecho. Tendrás el contrato en tu apartamento mañana por la mañana. Podemos registrar el compromiso de voto ahora mismo. El tuyo, en persona, y el de Theresa por poderes. Pero Jack… —se le quebró la voz—, ¿hasta qué punto es grave lo de Theresa? ¿Se va… se va…?

—No va a morir. —Jackson la observó; vio que alzaba la mirada hacia él y que los ojos se le llenaban repentinamente de lágrimas—. Tess se va a recuperar. Le llevará mucho tiempo, pero se va a recuperar.

—¿Y a largo plazo…?

—A largo plazo, tendrá que aplicarse una jeringuilla del Cambio. Es lo único que le evitará futuros cánceres.

—Pero ya no hay más jeringuillas. A menos que tú…

—Por supuesto que tengo una para Theresa. En la caja fuerte de mi padre. Siempre conservé una para Theresa.

El rostro de Cazie mostró una repentina comprensión. De lo que le había costado, como profesional de la medicina, hacer una cosa así, mientras aumentaba la crisis de la salud pública, mientras veía morir bebés, sabiendo que podría haber salvado al menos a uno de ellos. Se adelantó, lo abrazó y él la dejó hacer. Sus pechos plenos se apretaron suavemente contra él, y su cabeza se acomodó con familiaridad bajo la barbilla de Jackson. Se sentía muy cansado.

Con el rabillo del ojo, vio que Vicki desaparecía tras una esquina del vestíbulo.

A Theresa le aparecieron llagas supurantes en el cráneo, la cara y el resto del cuerpo. Sus tejidos se inflamaron hasta tal punto que, de no haber estado bajo el efecto de poderosos analgésicos, la presión de la mullida cama habría sido una agonía. Sus pechos, pequeños y firmes, se convirtieron en sacos ulcerosos, con los pezones agrietados y sangrantes.

No podía hablar. Toda su boca, la lengua y las encías eran una masa de úlceras al igual que el resto de su cuerpo, quemado por la radiación. A veces, emergiendo momentáneamente de la inconsciencia, intentaba farfullar a través del respirador endotraqueal. Con sus ojos hinchados, observaba a Jackson con mirada apremiante.

—Enn… mu… mu…

Él siempre optaba por sedarla. No podía soportar su sufrimiento.

—Evolución del paciente dentro de la normalidad —decía amablemente el robot enfermero varias veces al día—. ¿Desea informes detallados?

—Por el amor de Dios, Jackson, duerme un poco —le pedía Vicki, con la misma frecuencia—. Pareces un residuo del laboratorio de Miranda Sharifi.

—M-M-M-M… mu… mue… —intentaba Theresa.

Él aumentaba las dosis de sedantes.

Dos veces al día, tal como estipulaba el contrato, llegaban los informes de laboratorio de Kelvin-Castner, montones y montones de datos en bruto. Jackson leía sólo los resúmenes, apresuradamente redactados por Thurmond Rogers: «Jackson, hemos desarrollado modelos computerizados de los pliegues proteínicos más probables para la molécula inicial, basados en las respuestas de los receptores-huésped más adecuados. Desgraciadamente, hay seiscientos cuarenta y tres posibles pliegues de nivel A, de manera que la prueba va a llevar algún tiempo, y pensamos que…»

—Suficiente, Caroline —le indicó Jackson a su sistema—. Archiva los informes por fecha, emisor, y… lo que haya que hacer para que se adapte al protocolo de recepción —Y déjame en paz.

—Bien, doctor Aranow —respondió Caroline.

—Jack, ¿cómo está Tess? —preguntaba diariamente la imagen de Cazie, más de una vez al día; Jackson no sabía con cuánta frecuencia porque nunca respondía sus llamadas. Una vez oyó la voz de Cazie en la habitación de al lado, hablando con Vicki. ¿Con Vicki? ¿Discusión, desafío, enfrentamiento? Prefirió no saberlo.

Theresa perdió peso que no podía permitirse perder. Su cuerpo, ya de por sí delgado, se volvió esquelético; los brazos y las piernas semejaban ganchos de alambre, y los codos y las rodillas parecían a punto de romper la piel. Las llagas seguían supurando.

Los informes de Kelvin-Castner, según le decía Thurmond Rogers diariamente, no progresaban. Los modelos computerizados no estaban saliendo como se esperaba. Los algoritmos, según la investigación, no podían ser aplicados. Sólo existían posibilidades, hipótesis más tarde descartadas, resultados insatisfactorios de las pruebas en animales. Necesitaban un resultado, explicaba Thurmond Rogers en mensajes que Jackson sólo leía por encima. El resultado iba a aparecer, aseguraba Rogers. Sin embargo, aún no lo había hecho. «Después de todo, no somos ni Miranda Sharifi, ni Jonathan Markowitz», agregaba Rogers con malhumor.

—Evolución del paciente dentro de la normalidad —seguía diciendo el robot enfermero.

—Duerme. Al final te pondrás enfermo —decía Vicki.

—Posiblemente un decapéptido, que dispare una respuesta celular en…

—Mu… mue… mmmm…

—¿Cómo está Tess, Jack? ¿Cómo estás tú? Contéstame, hombre…

Al cabo de un mes, Theresa todavía mostraba quemaduras por radiación en la cara y el cuerpo. Sus músculos se habían atrofiado, pero las llagas dejaron de supurar. Jackson quiso que comenzara a comer, aunque no podría tener verdadero apetito sino hasta después de varias semanas. Para comer, tuvo que abandonar los sedantes.

Vicki y él acomodaron a Theresa contra las almohadas. Al lado de la cama, Vicki puso un gran ramo de flores genemodificadas rosadas, amarillas y de un naranja intenso. Luego, abandonó discretamente la habitación. El robot enfermero había preparado una mezcla de proteínas líquidas, con una pajita, que olía a frambuesas. A Theresa siempre le habían gustado las frambuesas.

—Jack… son.

—No trates de hablar, Tessie, si te duele. Has estado muy enferma, pero te pondrás bien. Estoy aquí, contigo.

Ella le dedicó una mirada borrosa. Su cabeza estaba completamente calva, llena de costras, quemada. Pero, lentamente, sus ojos celestes fueron aclarándose.

—Mi-Mi-Mir…

—No te esfuerces, cariño.

—Mi-Mir…

—Déjame ayudarte —terminó concediendo Jackson—. Miranda Sharifi, ¿verdad? Fuiste a La Solana a realizar investigaciones para tu libro sobre Leisha Camden, ¿no es así? ¿A hablar con el padre de Miranda, porque él conoció a Leisha?

Theresa vaciló. La patética cabeza desprovista de pelo asintió en forma casi imperceptible. Cuando la parte de atrás de su cráneo rozó la mullida almohada, Theresa hizo una mueca de dolor.

—Mue… ta.

—Richard Sharifi está muerto. Alguien lanzó una bomba sobre La Solana, y el lugar se volatilizó. —Jackson vio la pregunta que mostraban sus ojos—. No, el gobierno no sabe quién lo hizo. Al parecer fue teledirigida desde una base terrestre en las montañas de Nuevo México. Ningún grupo se ha adjudicado la autoría, nadie ha sido arrestado, y si el FBI tiene alguna pista, no la ha hecho pública. Y la Base Selene no ha tomado represalias, ni siquiera ha hecho ningún comentario público.

—No… en… Selene.

—¿Qué es lo que no está en Selene? Tess, querida, no trates de hablar más, me doy cuenta de lo mucho que te duele. Todo esto puede esperar hasta que tú…

—Mue… ta. Miranda.

Jackson tomó suavemente la mano de Theresa.

—¿Miranda Sharifi está muerta? ¿Cómo lo sabes, querida?

—Hablé… con ella. Yo. Vi… ella…

—¿Viste a Miranda Sharifi? —Jackson observó el monitor. La temperatura, la conductibilidad de la piel y el registro cerebral eran normales. Theresa no deliraba—. Cariño, no es posible. Miranda está en Selene. En la Luna.

—¡No!

—¿Qué? ¿Estaba en La Solana? Tess… ¿cómo es posible?

Theresa lo miró intensamente, con sus ojos azules destacándose en su cabeza monstruosamente deformada. Luego comenzaron a rodar las lágrimas por sus mejillas. Jackson vio su mueca de dolor cuando la sal tocó su piel.

—¡Muerta! ¡Muerta!

—Tess, no…

—Si dice que vio a Miranda, y Miranda está muerta, probablemente sea verdad —dijo la voz de Vicki a sus espaldas—. Sabe lo que vio. Es el único motivo posible de que bombardearan La Solana sin atribuirse el atentado ni presentar acusaciones.

Theresa miró más allá de Jackson, a Vicki, que estaba de pie en la puerta de la habitación. Asintió, con un tremendo esfuerzo. Luego se le cerraron los ojos, y se quedó dormida.

—¿Sabes de qué está hablando? —preguntó Jackson, volviéndose hacia Vicki.

—Probablemente mejor que tú. —El rostro de Vicki se frunció en una mueca de pena, y abandonó el cuarto.

Jackson no la siguió. Volvió a mirar a Theresa, que aún estaba sentada, con su pobre boca abierta. Suavemente, Jackson la acostó y la puso lo más cómoda posible.

Atravesó todo el apartamento y pasó por el escudo de energía-Y rumbo a la terraza. Aparentemente, era el atardecer; Jackson había perdido la cuenta de las horas, los días. Los árboles y los macizos de flores del parque de la planta baja estaban en flor, en un estallido de genemodificada gloria estival. Pensó que debían de estar en mayo.

Theresa decía que Miranda Sharifi había muerto.

¿Y el resto de los SuperInsomnes también? Tal vez. En general habían permanecido juntos, unidos con los de su misma clase. Quizá porque era la única forma en que podían encontrar a alguien que los comprendiera. Tal vez fuera por protección, simplemente. Se mantuvieron juntos, se escondieron, y luego utilizaron su tecnología para hacer creer al resto del mundo que estaban ocultos en otro lugar, como una protección más.

Y, si Theresa estaba en lo cierto, nada de eso había servido. El enemigo los había encontrado igualmente.

Más abajo, una repentina brisa meció las copas de los árboles. De pie en el borde de la terraza, Jackson oyó el susurro de las hojas y olió su húmeda fragancia. Hacia el sudeste, exactamente debajo de la luna, un brillante planeta resplandecía con luz constante. Júpiter, probablemente. O un holo de Júpiter, puesto ahí por decisión del comité que regulaba el clima del enclave. Este mes, agreguemos un planeta a la programación de la cúpula. Los niños podrán aprender a utilizar el software de búsqueda de estrellas.

Jackson volvió a ver las imágenes de niños Vividores sin Cambiar en las paredes del estudio de Theresa. Agonizando con hinchazón y putrefacción, por la falta de una profilaxis que ya nadie necesitaba, o por la falta de jeringuillas del Cambio, o por la falta de atención médica.

Y ya no habría más jeringuillas del Cambio. La gente, o las organizaciones sociales, o el gobierno, podían seguir enviando interminablemente mensajes o incluso expediciones a Selene, y no tendría importancia. A menos que los Súper hubieran dejado un enorme escondite lleno de jeringuillas en alguna parte para un descubrimiento póstumo, no habría jeringuillas del Cambio para la siguiente generación. Ni la otra. Ni la posterior. Ni siquiera para los niños Auxiliares. La bioquímica nano tecnológica estaba demasiado por encima de la capacidad humana normal, incluso de la modificada genéticamente. No se puede acceder a la revolución industrial cuando se acaba de inventar la rueda.

Jackson apoyó las manos en la baranda de la terraza y se inclinó hacia delante. Desde la calle, cuatro pisos más abajo, le llegó el amortiguado sonido de la risa de una mujer, seguida por la de un hombre con registro de tenor. Jackson no llegaba a ver a ninguno de los dos. El aire olía a menta, a hierba recién cortada y a rosas.

El Edén. Así lo había descrito una vez Theresa, refiriéndose a Central Park, durante su etapa religiosa. Tenía doce años, y había pensado en hacerse monja.

El Edén. ¿Durante cuánto tiempo?

Seguramente, muchas familias de todos los enclaves habrían escondido algunas jeringuillas: una o dos por aquí, otras más por allá. Los recién nacidos serían inyectados, en secreto, antes de que los del exterior supieran que había jeringuillas y pudieran robarlas. Cuando las jeringuillas escondidas se hubieran acabado, la tasa de nacimientos caería aun más de lo que ya venía cayendo, cuando los padres acostumbrados al Cambio contemplaran la enfermedad y la necesidad de alimentos de los niños sin Cambiar. Finalmente, la gente tendría hijos igualmente, porque así había sido siempre. Tras un coma febril, la medicina volvería a renacer y emprendería una investigación sobre drogas del placer, y los Auxiliares se las arreglarían, como siempre lo habían hecho, detrás de sus escudos de energía-Y, que se expanderían año tras año a medida que aumentara la necesidad de conseguir tierra para dedicarla al cultivo, granjas, fábricas de soja sintética, escudos de seguridad más resistentes. Pero los enclaves se adaptarían. Tenían la tecnología necesaria para hacerlo. Aquí no habría expulsión del Edén.

¿Y los Vividores? No había necesidad de preguntarse lo que sucedería allí: ya estaba sucediendo. Hambruna, muerte, enfermedad, guerra. Y, finalmente, volverían a aprender habilidades para la subsistencia y la supervivencia. O, si la tolerancia neurofarmacológicamente inhibida para la novedad continuaba extendiéndose, no lograrían aprender. Se aferrarían a las viejas rutinas ideadas para cuerpos Cambiados, que la nueva generación no tendría. Y los Auxiliares, amargados por las Guerras del Cambio y demasiado conscientes de que los Vividores ya habían resultado económicamente innecesarios, al menos desde hacía tres generaciones, no harían nada.

Genocidio por inacción universal. El Señor no ayuda a quienes son cerebro-químicamente incapaces de ayudarse a sí mismos. A quienes tienen tanto terror a los cambios que no aceptan que nadie se les acerque. Y que han perdido a sus defensores extraterrestres.

Jackson aspiró profundamente el dulce aire artificial, y cerró los ojos.

—Jackson —anunció Vicki a sus espaldas—. Theresa te llama.

—Ya voy.

Para su sorpresa, los brazos de Vicki lo rodearon desde atrás. La mejilla de ella se apoyó contra su espalda. Sintió que se le humedecía la camisa. Recordó que mientras él había estado reflexionando sobre los SuperInsonmes muertos como fuente proveedora de jeringuillas del Cambio, Vicki había tenido alguna clase de historia personal inexplicable con ellos.

—Tú conociste a Miranda Sharifi —dijo, sin darse vuelta.

—Sí. La vi dos veces.

—¿Quién fue el loco que la mató?

—Los candidatos son demasiados como para enumerarlos. El mundo está lleno de descontentos e insatisfechos.

—Sí. Toda clase de perdedores, envidiosos de los ganadores.

—No estoy muy segura de que Miranda fuese una ganadora —dijo Vicki—. En absoluto. Pero ella y los de su clase eran nuestra única posibilidad de lograr una evolución radical. Sólo Sanctuary los pudo crear, y ahora no habrá posibilidad de repetirlo.

Entonces Jackson comprendió. Sus manos se cerraron con fuerza sobre la baranda. De pronto el aire parecía viciado.

—Jennifer Sharifi los mató —dijo—, como represalia por haberla mandado a la cárcel hace treinta años, a ella y a los que la acompañaron en la conspiración.

—Sí —dijo Vicki—. Es probable. Pero el Departamento de Justicia jamás podrá probarlo.

Soltó a Jackson y se apartó de él.

—Depende de ti, Jackson —agregó.

Jackson se volvió hacia ella.

—¿De mí? ¿De qué diablos estás hablando?

—Tú no crees realmente que la investigación de Kelvin-Castner esté orientada a la obtención de una cura para el neurofármaco, ¿verdad? Suponen que no se filtrará en los enclaves, porque saben que los responsables originales de su propagación deben de haber sido los integrantes de otro grupo de Auxiliares. El objetivo sería eliminar el riesgo de que los Vividores se conviertan en una amenaza física o política, evitándose el trabajo sucio de tener que acabar con ellos. A menos que obligues a K-C a respetar seriamente el contrato, se limitarán a seguir adelante con las utilidades comerciales y a reírse del antídoto que deberían lograr por el contrato que tienen contigo.

—Los informes diarios del laboratorio…

—Oh, sí, los has estudiado cuidadosamente, ¿no es así? Tonterías. Apenas si les has echado un vistazo.

Él permaneció en silencio, tratando de captar la verdadera dimensión de todo aquello.

—Yo sí los leí —dijo Vicki—, aunque no sé de qué me sirvió. No estoy preparada para eso; para mí no son más que columnas de gráficos, jeroglíficos de ecuaciones, y modelos de sustancias incomprensibles. Jackson, vas a tener que estar encima de Kelvin-Castner si te interesa encontrar un antídoto. Tú, sí.

—Theresa…

—… se está curando. Dirk, Billy y Shockey no. Después de todo —agregó Vicki, levantando ambas manos, con las palmas hacia arriba, en un humilde gesto de súplica que Jackson nunca le había visto adoptar, ni pensaba que fuera capaz de sentir—, después de todo, eres médico, ¿no es así?

—¡No soy un investigador médico!

—Pues ahora lo eres —insistió Vicki. Y luego, repentinamente, sorprendentemente, sonrió—: Bienvenido a la evolución personal.

Había semanas enteras de informes para revisar. Día a día había ido aumentando el número de investigadores, que habían empezado siendo diecisiete para llegar al increíble número de doscientos cuarenta y uno, distribuidos en diez puntos de todo el país. Cada uno de ellos había enviado a Jackson copias de todo: cada conferencia grabada, cada procedimiento empleado, cada especulación barajada, cada versión de cada modelo electrónico. Variaciones en el promedio de absorción, bioaccesibilidad, unión proteínica, mecanismos de los subtipos receptores, ecuaciones de las terminaciones nerviosas eferentes, modelos Meldrum, ionización ganglionar, síntesis de las proteínas ribosómicas, promedio de las interacciones del Limpiador Celular… nadie hubiese sido capaz de procesar la totalidad de semejante volumen de información. Mientras lo intentaba, Jackson comenzó a sospechar que ése era, precisamente, el punto.

También comenzó a sospechar que mucho de lo que le habían enviado era falso. Pero no tenía el tiempo, ni la experiencia, ni la paciencia para determinar con exactitud qué.

Sentado frente al terminal de su estudio, examinando textos, se dio cuenta de que la única manera de abrirse paso entre la maraña de información era utilizar programas diseñados para buscar pautas concretas y líneas específicas de investigación. O de posible investigación. O tal vez podría funcionar una investigación dirigida. Quizá. No existía ningún programa tan especializado. Y Jackson, que no era un experto en software, no lo podía diseñar. Por no hablar de entrar en los informes que le enviaban desde Kelvin-Castner.

—Llama a Lizzie —le pidió a Vicki, cansado.

¿Lizzie? No sabe nada sobre investigación de la química cerebral.

—Bueno, yo tampoco. O, por lo menos, no lo suficiente. Llámala y dile que le enviaré un coche. Tendrá que ayudarme a diseñar un software especializado. Si no se ve capaz, al menos podrá entrar en los archivos bloqueados de K-C. Dios sabe lo hábil que es en eso de entrar en los sistemas. No quiero traer a un experto ajeno, que podría vender la información. Al menos, no todavía.

Los ojos de Vicki lanzaron destellos.

—Muy bien. Ah, dicho sea de paso, Jones dice que Cazie viene a verte.

Jackson alzó la mirada de la pila de papeles, y la paseó por encima de su antigua Aubusson. La expresión de Vicki era cuidadosamente neutral. Una vez más lo asaltó el recuerdo de sus brazos rodeándolo, tibios y sólidos, junto a la baranda de la terraza.

Tal vez la ayuda de Lizzie no fuera la única manera de salir adelante.

—Cazie —repitió, sereno—. Ha estado aquí con frecuencia, ¿no es verdad? Ha venido a ver a Theresa.

—Esta vez quiere verte a ti.

—¿Cómo lo sabes?

Vicki esbozó una amarga sonrisa.

—Lo sé —replicó.

Entonces apareció Cazie; entró en su estudio a grandes zancadas, como si estuviera en su propia casa, con su vestido azul eléctrico susurrando y sus oscuros rizos revoloteando, una presencia vivaz que encendía el oscuro cuarto con un peligroso resplandor aparentemente capaz de consumir los impresos de plástico no consumible. Miró fijamente a Jackson de mal talante.

—¡Jack! Me gustaría verte a solas.

—No sé si conseguirás ver más allá de ti misma —murmuró Vicki, y abandonó la habitación.

Jackson se puso de pie para aprovechar la frágil ventaja que le otorgaba su altura.

—¿Cómo te encuentras, Jack?

—Bien. —Aguardó. Iba a suceder, entonces. De verdad. Se preguntó si Cazie se daba cuenta.

—¿Y Tessie?

—Va progresando según lo previsto.

La sonrisa de Cazie fue genuina.

—¡Cuánto me alegro! Nuestra Tessie… ¿recuerdas que la considerábamos la hija que aún no habíamos tenido? Un sentimiento inmerecido, pero no del todo falso. —Se acercó más a él. Percibió la fragancia de su perfume, como de flores maceradas por calor animal.

—Kelvin-Castner no está desarrollando el antídoto —dijo Jackson—. Y puedo demostrar que tú lo sabes.

Era la única tentativa real con la que contaba: pillarla desprevenida, contando con que ella no esperaba de él ninguna argucia, ni acusaciones insustanciales, ni mentiras. Cazie confiaba en Jackson, aunque siempre le había dejado saber que no podía confiar en ella. Él era su Jackson: sólido, honesto, loco por ella. Fácil de engañar. Fácil de controlar.

La observó atentamente. Cazie resistió bien el golpe; sólo abrió un poco más los enormes ojos de color verde dorado, en un involuntario cambio en el brillo de sus pupilas. Con eso bastaba. Jackson sintió un súbito golpe en el estómago.

—Eso no es verdad, Jackson —respondió Cazie, imperturbable—. Cada día te hemos enviado los informes de laboratorio.

—Son falsos. Todo el esfuerzo para comprender el factor de permanencia va dirigido a su uso como base de una droga del placer.

—No has tenido tiempo para esa clase de análisis. Y aunque lo hubieras tenido, te equivocas. Ven a K-C y compruébalo tú mismo. Thurmond te mostrará…

—… experimentos reales. Sí, no lo dudo. Algunos reservados para guardar las apariencias. Cazie… ¿cómo has podido? Sabes lo que este nuevo neurofármaco les hizo a los Vividores del campamento de Vicki, lo que podría hacer en todas partes. Nadie será capaz de adaptarse, de modificar sus rutinas cotidianas. ¡Cuando las jeringuillas del Cambio se hayan terminado, y los niños no cuenten con el Limpiador Celular para eliminar todo organismo nocivo que los infecte, ni con tubos trofoblásticos que los alimenten, nadie estará en condiciones de realizar suficientes innovaciones para volver a aprender cómo hacerlo! Dentro de una generación…

—Oh, Jack, por Dios, no cambiarás nunca, ¿verdad? Te limitas a clavar los ojos en tu mínima especialidad, el sagrado modelo médico, y jamás echas ni un simple vistazo al panorama general. ¡Levanta la vista… literalmente! ¡Los Vividores no existen si quedan librados a sus propios medios, no son más que pequeños e indefensos lagartos en peligro, solos en un desierto yermo! Tienen a Miranda Sharifi como ángel guardián, con todas sus huestes de serafines y querubines SuperInsomnes. Cuando esté dispuesta y lista, Miranda volará desde Selene, quemará algunas hierbas, conseguirá producir el antídoto, y eso será todo. K-C no tiene por qué hacer algo por los Vividores. Y no hay ningún motivo para que lo hagamos nosotros.

—Bien, pero está el pequeño detalle de que tú me lo prometiste.

Cazie lo miró a los ojos. Dios, qué hermosa era. La mujer más deseable que jamás había conocido. Hermosa, brillante, tierna cuando se lo proponía. Su esposa —al menos en el pasado lo había sido—, con todo lo que Jackson había pensado alguna vez que esa palabra implicaba. Algo se retorció bruscamente debajo de sus costillas. Era físicamente doloroso saber que ya no volvería a tenerla en sus brazos.

—Jack…

—Dile a Thurmond Rogers, mi antiguo condiscípulo, que voy a ir a Kelvin-Castner ahora mismo con un experto en informática y un abogado. Revisaré personalmente cada informe, visitaré cada uno de los laboratorios del complejo de riesgo biológico, le perseguiré con expertos consultores. Y si…

—No puedes llevar gente ajena a K-C. El procedimiento de reserva…

—… y si no encuentro progresos sustanciales y científicamente válidos, diarios, en la búsqueda de un antídoto para el neurofármaco inhibidor, voy a demandar a K-C por incumplimiento de contrato, e iniciaré un pleito que impedirá al viejo Alex conseguir la patente hasta el fin del milenio. Aunque eso signifique la quiebra de TenTech.

Cazie se quedó mirándolo. Jackson tuvo la impresión de que de pronto ella se había instalado detrás de un escudo de energía-Y, invisible pero infranqueable. ¿De quién era el escudo, de él, o de ella? Con una profunda tristeza, advirtió que eso ya no importaba.

Cazie siempre había sido de reacciones rápidas.

—Esta vez has terminado conmigo, ¿no es así, Jack? —dijo con gran suavidad—. Para siempre.

—Transmítele a Rogers lo que te he dicho.

—Algo ha cambiado en ti. Estás realmente dispuesto a sacrificar TenTech por esta pose quijotesca. ¿Por qué?

—Porque eres incapaz de ver que no se trata de una pose.

—Yo nunca finjo, Jack —dijo ella, sin moverse.

—No. Nunca lo has hecho —replicó él, con pesadumbre.

De pronto Cazie echó la cabeza hacia atrás, y lanzó una carcajada, rotunda y cristalina, sin rastros de histeria. Jackson sintió algo entonces, un ramalazo del antiguo temor: No puedo dejarla ir, y con la misma claridad sintió el momento exacto en que se esfumaba, dejándolo vacío.

—Ahora voy a visitar a Theresa —dijo Cazie, sin darle mayor importancia.

Tras su partida, Jackson permaneció en su lugar, aguardando. Ahora entraría Vicki con algún comentario sardónico y provocativo. Así sucedía siempre: él discutía con Cazie, Vicki escuchaba detrás de la puerta, luego entraba y ponía el dedo en la llaga.

Pero ésta no era otra discusión de rutina con Cazie. Unos minutos después, Vicki entró, pero no para azuzarlo. Estaba pasando un jersey por su cabeza, con el cabello enmarañado por la brusquedad con que lo hacía, sin dirigirle la mirada.

—Me llevo tu coche, Jack. Lizzie se ha ido.

—¿Lizzie? ¿Adónde se fue?

—Annie sólo sabe que Lizzie se marchó del campamento hace una semana y que no ha vuelto a llamar. Dos desconocidos, genemodificados, llegaron en su busca poco después de su partida. Annie se quedó aterrorizada, naturalmente.

—Una semana… escucha Vicki, no puedo acompañarte. Tengo que ir a Kelvin-Castner…

Eso la distrajo un momento; la fría determinación que mostraba su rostro se intensificó, y sus ojos destellaron. Sólo por un instante.

—… pero puedo darte un revólver. Un Larsen-Colt láser, que…

—No tienes ningún arma comparable a las que puedo conseguir yo —replicó Vicki, con la misma fría eficiencia, y dejó a Jackson absorto, mientras ella salía del estudio atestado de informes que aún no había leído.