22
Jackson se sentó en el atrio de Kelvin-Castner, sobre un banco de mármol blanco, rodeado por columnas de mármol blanco, una piscina decorativa llena de una lechosa agua blanca, y su abogado. De vez en cuando, plateados peces saltarines surgían de la superficie del agua blanca, genemodificados y brillantes. Las blancas columnas de mármol estaban decoradas con delicados hilos de plata. La última vez que Jackson había estado allí, el salón de entrada había estado tapizado de damasco con diseño espiralado. Alguien lo había programado nuevamente.
El abogado de Jackson, vestido con un severo traje negro abrochado hasta el cuello, le estaba costando a TenTech triples honorarios profesionales por «servicio inmediato, exclusivo y prioritario». Jackson lo había convocado una hora atrás y provenía de la mejor firma de abogados de Manhattan. Por esa razón, la firma postergó la atención de varios casos que tenía entre manos. En estas circunstancias, Jackson no quería un abogado de TenTech que tal vez se habría acostado con Cazie.
—No nos pueden tener aquí esperando indefinidamente, ¿verdad? —preguntó.
—No —contestó Evan Matthew Winterton, de Cisneros, Linville, Winterton y Adkins. Había sido objeto de modificaciones genéticas que le daban, en parte, el hermoso aspecto típico del siglo XVIII: rostro alargado, anguloso y aristocrático, penetrantes ojos hundidos, dedos largos y delicados, pero fuertes. Winterton tecleó en un terminal manual—. Por contrato, usted tiene garantizado el acceso físico, tanto a las instalaciones como al banco de datos. No tiene acceso, sin embargo, a la persona de Alex Castner. Él no está obligado a recibirle.
—Pero Thurmond Rogers sí.
—Sí. Aunque la redacción en esta sección quinta del párrafo cuatro es algo ambigua en algunos puntos… ¿por qué no acudió a mí en primera instancia, para redactar el contrato?
—No pensé que pudiera necesitarle a usted ni a nadie como usted. Confiaba en que Kelvin-Castner cumpliría lo convenido.
El abogado se limitó a mirarlo fijamente.
—Muy bien, me comporté como un tonto —admitió Jackson, con la esperanza de que el sistema del edificio estuviera grabándolo. Que Cazie y Rogers se enteraran de que él lo sabía—. No quiero volver a hacerlo. Por esa razón, también contraté a un experto en sistemas, aparte de usted.
—Puede tener un experto en sistemas —dijo Winterton, con el tono paciente de quien ha dicho lo mismo muchas veces—. Un experto en sistemas que abra programas insignia, organización informatizada, y algoritmos resumidos en la base de datos. Lo que no puede tener es un experto informático que se meta en los registros privados de la empresa, a menos que cuente con pruebas suficientes para obtener una orden judicial, de que Kelvin-Castner incurre en violación de contrato. Ya le he explicado, Jackson, que usted no dispone de semejante prueba.
No. Todo lo que tenía era la expresión de los ojos de Cazie, por quien, tras muchos años de contemplarla, había desarrollado una sensibilidad especial, como un registro cerebral. No era la clase de evidencias que justificaban una orden judicial. Sólo dejaba al desnudo la verdad.
—Sin embargo —siguió diciendo Winterton, en ese estilo pedante que, según Jackson, encubría los instintos asesinos de un tiburón—, si su examen profesional de los datos que le ofrecen, más el del experto en sistemas, muestra pruebas suficientes para sospechar que Kelvin-Castner no está cumpliendo los compromisos contractuales de suministrar toda la información, cabe la posibilidad de iniciar un subpoena duces tecum.
Era evidente que Winterton también esperaba que el edificio los estuviera grabando. Estaba enviándole una advertencia a Castner.
La pared se iluminó y apareció una holo de Thurmond Rogers, sonriendo cálidamente.
—¡Jackson! ¡Cuánto me alegro de que por fin hayas venido a ver personalmente nuestros progresos!
—No, no creo que te alegres tanto —replicó Jackson—. Te presento a mi abogado, Evan Winterton. Un experto en sistemas está viajando desde Nueva York, junto a dos consultores médicos. Vamos a examinar cuidadosamente vuestra base de datos, Thurmond, para asegurarnos de que estáis cumpliendo el contrato.
La sonrisa de Rogers no se alteró.
—Me parece muy bien, Jackson. Los procedimientos de rutina son necesarios cuando es mucho lo que está en juego, ¿verdad? Eres más que bienvenido.
—Déjanos entrar, entonces.
—Verás, Jackson, ésta es una instalación de nivel cuatro de bioriesgo. El aire está sellado, lo sabes, y tenemos los procedimientos de descontaminación de EE.UU. Instalación A. Ningún investigador ha abandonado el edificio desde el inicio del proyecto. Una vez que has entrado, te quedas dentro. Pero Alex Castner ha autorizado que se te brinden todas las facilidades para acceder a las bases de datos, en la zona no sellada de Kelvin-Castner. Las habitaciones son muy cómodas. De manera que, si sigues mi holo…
—No —contestó Jackson—. Mi equipo va a utilizar las cómodas instalaciones, pero yo pienso entrar en los laboratorios.
El rostro de Thurmond adquirió una expresión grave.
—Jackson, no es aconsejable. Sobre todo teniendo a tu hermana tan enferma y susceptible a las infecciones. No está Cambiada, ¿verdad? Me lo dijo Cazie. Aunque el neurofármaco no es transmisible en su forma corriente, no hay ninguna garantía de que alguna de las versiones no pueda mutar, o incluso que sea deliberadamente creada para resultar transmisible por contacto directo.
—Voy a entrar —insistió Jackson—. Figura en mi contrato.
—Entonces, no puedo detenerte —dijo Rogers, y por la rapidez de su respuesta, Jackson se dio cuenta de que el tema había sido discutido antes de su llegada. Si insiste, legalmente no tenemos más remedio que dejarle entrar, había decidido alguien, Castner, o un consejero de K-C, o incluso un software de probabilidades judiciales—. Pero, naturalmente, tendrás que pasar por todos los procedimientos de descontaminación, y quedar en cuarentena antes de marcharte. Si ambos seguís la holo, os conduciré a cada uno al corredor apropiado para…
La holo quedó inmóvil. En ese mismo instante, el comunicador de Winterton comenzó a sonar.
—Llamada Código Uno, señor Winterton. Repito, llamada Código Uno…
—Adelante. Por cable, por favor —dijo Winterton, y sólo entonces Jackson advirtió el delgado cable que corría discretamente desde el cuello de Winterton hasta su oreja izquierda. Las llamadas Código Uno de su firma de abogados debían de estar codificadas. Pero cuando el mando a distancia que llevaba en el bolsillo las hubiera descifrado, los datos podían ser interceptados. A menos que fueran directamente hasta su cerebro, no por medio de radiación, sino por el antiguo método de un cable aislado. A veces, reflexionó Jackson sin entusiasmo, los métodos antiguos eran los mejores. Por ejemplo, inspeccionar visualmente los experimentos de K-C en persona.
Súbitamente, el alargado rostro aristocrático de Evan Winterton se distorsionó. Sus profundos ojos se abrieron desmesuradamente y luego volvieron a cerrarse.
Jackson comprendió que estaba presenciando una reacción extremadamente emocional. La inmovilizada holo de Thurmond Rogers se desvaneció.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Jackson—. ¿Qué ocurre?
A Winterton le llevó unos instantes responder. Cuando lo hizo, su voz sonó áspera.
—Alguien ha bombardeado Sanctuary.
—¿Sanctuary?
—Un ataque nuclear, desde el exterior. La trayectoria del misil se originó en África. El presidente ha declarado la alerta nacional. — Winterton se puso en pie, dio un innecesario paso al frente, y comenzó a maniobrar velozmente su mando a distancia, todavía escuchando el implante auditivo. Jackson trató de asimilar la noticia. Sanctuary, desaparecido. Como La Solana. Todos los Insomnes, o casi todos… pero sólo Theresa, Vicki y él lo sabían. El resto del mundo creía que Miranda Sharifi estaba a salvo, en Base Selene.
—¿Quién…?
—No tiene importancia —dijo Winterton, y Jackson se dio cuenta de que para él no la tenía. Cisneros, Linville, Winterton y Adkins seguramente contaban con muchos clientes que tenían asuntos directa o indirectamente relacionados con Sanctuary. La madeja de empresas de Jennifer Sharifi, de los grupos de presión, inversores, los holdings de compañías financieras, y las actividades comerciales de informática sin duda precisarían una legión de abogados, tanto Insomnes como (en un papel de trabajo a ciegas) Durmientes. Todas las instituciones financieras del mundo reaccionarían de algún modo ante la destrucción de Sanctuary. Llevaría décadas desenmarañar las consecuencias legales.
Los Vividores no disponían de tanto tiempo. No, si el neurofármaco se propagaba.
—Lo siento, Jackson, debo marcharme —dijo Winterton—. Asuntos urgentes de mi firma.
—¡Lo he contratado! —protestó Jackson—. Está obligado a quedarse hasta que…
—Lo siento, pero no es así —replicó Winterton—. Hasta ahora, no tenemos nada por escrito. Si no fuera por la urgente necesidad de mi firma… pero seguramente usted comprenderá que esto lo cambia todo. Sanctuary ha sido destruido.
Ni siquiera Evan Matthew Winterton, advirtió Jackson mientras su abogado se alejaba, pudo evitar el tono de temor que teñía su voz.
Jackson contempló la piscina del atrio, con su empañada agua blanca. Los peces plateados seguían saltando y retozando sin cesar. Debían de tener el metabolismo acelerado por modificaciones genéticas para mantener ese nivel de actividad. Se preguntó qué comerían.
Sanctuary ha sido destruido. Esto lo cambia todo. Y luego, con la voz de Vicki: Depende de ti, Jackson.
Él no quería que fuera así. Era tan sólo un individuo, no especialmente efectivo, en el mundo; y su experiencia profesional había reforzado su convicción de que ningún individuo aislado marca diferencia alguna. Era un dogma científico: la evolución jamás se interesaba en el individuo, sólo en la supervivencia de las especies. La química cerebral configuraba la elección individual de un curso de acción, sin importar que la persona creyera en el libre albedrío. Hasta los más grandes descubrimientos científicos, de no haber sido realizados por quienes fueron sus ejecutores, lo habrían sido por algún otro. Cuando el lento incremento de pequeñas partículas del conocimiento llegaba a formar una masa crítica, entonces se producía la aparición de cosas tales como el barco a vapor, la relatividad, o la energía-Y. El individuo carecía de verdadera importancia para los cambios radicales. Tal vez Miranda Sharifi fuera la excepción, pero claro, ella no era humana. Y ya no quedaba nadie como ella.
Jackson no quería eso. Sólo deseaba vivir tranquilamente con Theresa, y estar en condiciones de volver a amar a Cazie, y practicar la medicina, la medicina convencional, aquella para la cual había estudiado antes de que los Insomnes se pusieran a rehacer el mundo. Dadas las circunstancias, no podía tener ninguna de esas cosas, pero eran exactamente lo que él deseaba.
¿O no?
Si hubiera querido practicar la medicina convencional, podría haber abandonado su lujoso enclave para unirse a los Médicos para la Ayuda Humanitaria, quienes trabajaban entre los niños Vividores que necesitaban cuidados médicos. Si hubiera querido realmente recuperar a Cazie, no se habría opuesto a ella en el tema del papel de TenTech en la adaptación de los objetivos que atacaría el neurofármaco. Si hubiera querido vivir tranquilamente con Theresa, ¿por qué no se había quedado con ella, en su apartamento que daba al Edén cuidadosamente protegido de Central Park?
Bienvenido a la evolución personal.
Se puso de pie. Los peces plateados continuaban retozando frenéticamente en su blanca piscina. Probablemente su metabolismo genemodificado no les permitía detenerse.
—Sistema del edificio —dijo Jackson—, dígale a Seguridad que estoy listo para comenzar el proceso de descontaminación para entrar en la zona sellada de los laboratorios de riesgo biológico.
Un lejano holo de Cazie apareció a un lado. Jackson acababa de emerger de Descontaminación, vestido con un traje verde desechable de Kelvin-Castner. El traje no era en absoluto protector. Tal vez K-C no estuviera tan preocupada por lo que pudiera infectarlo como por lo que podría haber llevado con él. O quizá tuviera que atravesar otra etapa de descontaminación antes de inspeccionar los laboratorios de alto riesgo biológico que supuestamente estaban recreando el neurofármaco inhibidor. Siempre y cuando tales laboratorios existieran.
El holo de Cazie (¿proyectado desde dentro o desde fuera de Kelvin-Castner?) dijo:
—Hola, Jackson. A pesar de todo, me alegro de volver a verte en carne y hueso.
Sus modales eran perfectos. No se mostró seductora; sin duda se había dado cuenta ya de que él estaba más allá de semejantes artimañas. Su comportamiento no era frío, ni acusador, ni zalamero, ni falsamente amistoso. Cazie hablaba con gravedad, muy serena, con apenas un toque de pesar porque las cosas no hubieran podido ser diferentes, y un aire de respeto por el derecho de Jackson de hacer lo que estaba haciendo. Perfecta.
—Hola, Cazie. —Con estupor, advirtió que ella le inspiraba un poco de pena. Porque no era otra cosa—. ¿Comenzamos?
—Sí. Hay mucho para mostrarte, y enseguida habrá alguien allí para hacerlo. Pero mientras estás en la zona de Descontaminación, se ha presentado un problema.
—¿Se ha presentado?
—Tu amiga Victoria Turner. Con esa joven Vividora, la madre de las muestras de tejidos infantiles. La señorita Turner exige que se le permita entrar donde estés. Lo exige a grito pelado, debería agregar.
La proyección de Cazie miró a Jackson significativamente, con una repentina vulnerabilidad en sus ojos holográficos. ¿Deliberada, o auténtica? Con Cazie, nunca se sabía. Y ahora ya no tenía importancia.
Reflexionó deprisa.
—Admitid a Vicki y que pase por Descontaminación. Puede ayudarme en mi inspección. Poned a Lizzie en la habitación de fuera, junto a los expertos informáticos de Nueva York… ¿todavía están aquí? —No. Pero me temo que la señorita Turner no puede pasearse tan campante por los laboratorios que son propiedad de Kelvin-Castner sólo porque tú…
—En mi contrato figura la presencia de un inspector asistente. Vuélvelo a leer.
—Un ayudante profesional, no un aficionado…
—Vicki trabajó para la Agencia de Aplicación de las Normas Genéticas. Está entrenada en espionaje. Ahora, muéstrame dónde puedo comunicarme inmediatamente con Lizzie, mientras Vicki está en Descontaminación.
Cazie se mordió el labio inferior, con la fuerza suficiente como para hacer brotar una brillante gotita de sangre.
—Sigue a lo largo de este pasillo —dijo fríamente—, y entra por la última puerta a tu izquierda. —Jackson comprendió que Cazie había asimilado los cambios producidos en su relación y comenzaba a actuar en consecuencia. Esa única gota de sangre holográfica era el único reconocimiento que llegaría a ver. O, posiblemente, lo único que Cazie se permitiría a sí misma.
La puerta daba a un cuarto con forma y tamaño de nicho, con un terminal de apariencia corriente, conectado con el sistema del edificio.
—Llamar a Lizzie Francy, dentro de las instalaciones —ordenó Jackson.
—¡Doctor Aranow! No se preocupe por Theresa, ya está de vuelta en casa, y dormida.
—¿Theresa? ¿De vuelta en casa? ¿De qué estás hablando?
Lizzie sonrió. Jackson pudo ver que bullía de excitación y autocomplacencia. Su aspecto era deplorable: el pelo lleno de briznas de césped —muy verde, muy genemodificado—, la cara sucia, su chaquetón de color amarillo chillón más arrugado de lo que Jackson podía imaginar. Era una vivaz, juvenil, desordenada mancha en el prístino cubículo de trabajo de Kelvin-Castner. Jackson sintió que se le levantaba el ánimo de sólo mirarla.
—Fui hasta el Enclave de Manhattan Este porque tengo algo muy importante que decirle, para lo cual no me atreví a abrir una línea de comunicación…
—Entonces, no lo digas aquí.
—Claro que no —respondió Lizzie desdeñosamente—. En fin, entré a Manhattan Este por mis propios medios, ya le contaré cómo, y luego un robot de seguridad me atrapó y me metió en la cárcel. Fingí una emergencia médica y obligué a la unidad médica a abrir una línea de comunicación hasta su casa, sólo que usted no estaba allí, de manera que hablé con Theresa, y ella bajó hasta la cárcel y me sacó de allí…
—¿Theresa? ¿Cómo pudo…?
—No lo sé. Ha aprendido a hacer algo extraño con su cerebro. De todas maneras, cuando se asustó demasiado la llevé a casa y usé su sistema para llamar a Vicki, que al parecer estaba buscándome a mí. Me trajo hasta aquí, porque dijo que usted me necesitaba. Pero primero quería decirle que el robot enfermero dice que Theresa está bien, y está durmiendo. Y Dirk también está bien… llamé a mi madre.
Jackson se sintió mareado. Lizzie —una Vividora, casi una niña—, había caminado cien kilómetros hasta Nueva York, penetrado en lo que se suponía un escudo de energía inviolable, vencido al equipo de seguridad de Patterson Protect, y estaba allí, ansiosa por enfrentarse a una de las empresas farmacéuticas más importantes del mundo… ¿De verdad carecía de importancia el individuo en los cambios radicales?
—Escucha, Lizzie, te necesito para que diseñes un programa con una lista de combinaciones de contraseñas. Voy a dártelas, para investigar todos los registros de Kelvin-Castner. Cópiame todo lo que encuentres, para que lo revise después, con doble contraseña claramente señalada.
Lizzie lo miró con expresión confundida. Lo que él le pedía podía hacerlo cualquiera que estuviera familiarizado con los sistemas. Las palabras que Jackson pronunció a continuación fueron lentas y cuidadosas, y lo hizo mirándola directamente a los ojos, para que lo comprendiera cabalmente.
—Es muy importante. Necesito que lo hagas lo mejor que puedas.
Ella entendió. Jackson se dio cuenta por su sonrisa. Lo que ella hacía mejor era meterse en los sistemas a toda velocidad, disimulando sus rastros a medida que avanzaba, de manera que los expertos en sistemas de K-C que estuvieran controlando lo que hiciera constantemente estarían un paso por detrás de sus movimientos. Ella encontraría datos ocultos que se adaptaran a sus combinaciones de contraseñas mucho más rápidamente de lo que ellos esperaban, y lo copiaría en su biblioteca de cristales antes de lo que creyeran posible. Sobre todo, de lo que creían que podía hacer una sucia adolescente Vividora.
Y después Jackson tendría pruebas suficientes para un subpoena duces tecum de los documentos privados de K-C.
—Muy bien, doctor Aranow —dijo Lizzie alegremente, y él habría jurado que tenía los ojos tan abiertos y se mostraba tan poco locuaz para quitarse de encima a los observadores de K-C. Estaba disfrutando, la pequeña bruja.
Jackson no. Dejó que Cazie lo condujera hasta el primero de los laboratorios de K-C y le presentara al técnico ayudante (un insulto a su jerarquía, por supuesto), quien le explicó la investigación al intruso. Jackson se preparó para oír largas columnas de datos poco relevantes, para examinar progresivos experimentos poco relevantes, y para preguntarse detrás de cuál de las puertas precintadas se estaba desarrollando el verdadero trabajo, orientado hacia alguna dirección que no haría nada por lograr que el pequeño Dirk tuviera menos miedo que antes a los árboles que estaban fuera de su casa.
Esfuérzate, Lizzie. Trabaja deprisa.
A medianoche, a Jackson le dolía la cabeza. Durante horas se había concentrado en las investigaciones que le habían mostrado, procurando discernir entre líneas. No había comido. No había tomado el sol. Mente y cuerpo habían llegado al límite de sus fuerzas.
Por primera vez se dio cuenta de que Vicki no se había reunido con él.
—Esta serie de pliegues proteínicos en particular parecieron muy prometedores al principio —dijo el investigador jefe, que Jackson había insistido en que reemplazara como guía al ayudante—. Pero, como puede ver en el modelo, la ionización ganglionar…
—¿Dónde está Victoria Turner, mi ayudante, que debía presentarse aquí hace horas?
El doctor Keith Whitfield Closson, uno de los microbiólogos más importantes de Estados Unidos, miró a Jackson con frialdad.
—No tengo la menor idea de dónde está su gente, doctor.
—No, claro. Lo siento. Gracias por haberme dedicado su tiempo, doctor, pero creo que es mejor que continuemos por la mañana. Si fuera tan amable de indicarme dónde se encuentran mis habitaciones…
—Tendrá que pedirle al sistema del edificio que le envíe un hologuía —replicó Closson, aún más fríamente—. Buenas noches, doctor.
El sistema lo condujo hasta su cuarto, un anodino rectángulo de diseño funcional, pero en absoluto estético: cama, armario, escritorio, silla, terminal. Jackson usó el terminal para llamar a Lizzie.
Seguía sentada, sola en la misma habitación, igual que horas atrás, con los restos de una comida por boca desparramados sobre una mesa, a su lado. Tenía todo el pelo enmarañado, evidentemente después de haber recibido varios tirones en el fragor de la batalla, y sus ojos refulgían. No parecía ni remotamente cansada. De pronto, Jackson se sintió muy viejo.
—Lizzie, ¿cómo va ese programa?
—Bien —respondió con una sonrisa—. Voy acercándome cada vez más a una contraseña que funcione. Oh, y Vicki me pidió que le dijera que está atravesando la zona de Descontaminación, y enseguida estará allí, con usted, para hablar.
—¿Por qué se ha retrasado tanto?
—Se lo dirá ella misma. Lo siento, Jackson, pero debo volver al trabajo.
Era la primera vez que Lizzie lo llamaba por su nombre de pila. Involuntariamente, sonrió con tristeza. Lizzie ya lo consideraba su igual. ¿Y cómo se sentía él al respecto?
Estaba demasiado cansado para sentir algo.
Pero cuando salió de la ducha, vestido con el pijama verde suministrado por Kelvin-Castner, se encontró con que Vicki estaba esperándolo, sentada en la única silla verde de K-C.
—Hola, Jackson. Me he invitado sola.
—Ya veo. —¿Estaría bajo observación su habitación? Por supuesto que sí.
Vicki parecía más agotada aún que él. En lugar del chaquetón de Vividor que siempre le había visto usar, llevaba pantalones y una túnica verdes que le había proporcionado K-C después de la descontaminación.
—He estado en tu casa —dijo—, por eso no pude llegar antes. No te alarmes tanto, Theresa está bien. Pero tengo mucho que contarte. —Tal vez no…
—… en este cuarto. Sí, tienes razón, querido.
Se levantó de la silla, avanzó hacia él, y no se detuvo hasta haberlo arrojado sobre la cama y haberse acostado cuan larga era sobre él. Puso la boca directamente sobre la oreja de Jackson.
—Haz como si lo sintieras, ya sabes. Monitores.
Jackson la rodeó con sus brazos. Presumiblemente, ella estaba entrenada para esta clase de cosas; él, no. Se sintió avergonzado, ridículo, exhausto, y excitado. El cuerpo de ella parecía largo y liviano, muy diferente a la voluptuosidad de Cazie. Olía a fluidos descontaminantes y a pelo femenino muy limpio.
Vicki le tapó la oreja con la boca.
—Lizzie abandonó su tribu hace dos semanas porque descubrió allí monitores de alta intensidad. Siguió el rastro de los datos hasta Sanctuary. Fueron los responsables del neurofármaco. No, Jackson, no reacciones. Muéstrate amoroso.
Sanctuary. Responsable del neurofármaco. ¿Por qué? Para evitar que el poder se volviera impredecible en manos de los imprevisibles Vividores.
—Hay más —susurró Vicki—. Algo extraño está sucediendo en los Laboratorios Nacionales de Brookhaven. Hay un bloqueo de la información. Después del estallido de Sanctuary, cuando Lizzie creyó seguro volver a navegar por los sistemas, se metió en las bases de datos del gobierno. Son meras conjeturas, pero creo que Sanctuary trató de difundir el neurofármaco por los enclaves antes de que alguien lo hiciera volar. Las redes de noticias están suponiendo que fue Selene, pero si lo que dice Theresa es verdad, Selene está vacía, y Jennifer Sharifi mató a Miranda antes de que Sanctuary fuera atacado. Así que fue otro quien destruyó Sanctuary. No, no muestres ninguna reacción, Jackson. Actúa con naturalidad.
Actúa con naturalidad. ¿Qué diablos era eso? Jackson ya no lo sabía. Selene está vacío y Jennifer Sharifi mató a Miranda y fue otro quien destruyó Sanctuary. Le temblaron los brazos. Para aquietarlos, estrechó a Vicki con más fuerza, y apoyó la boca contra su cuello.
—¿Y… y Theresa?
—Ponte cómodo, Jackson. Es un relato complicado. Algo le ha ocurrido a Theresa, y para serte sincera no sé qué es. Ni cómo ocurrió.