20
Jennifer Sharifi, vestida con un abbaya blanco y holgado, se encontraba en la sala de conferencias de los Laboratorios Sharifi. Los otros miembros del equipo llamaban al lugar «el comando central», pero a Jennifer le disgustaba ese nombre. El equipo era una comunidad, no un ejército. A través del panel transparente del suelo, las estrellas titilaban bajo sus pies.
Sin embargo, Jennifer no bajó la mirada para contemplarlas, sino que la clavó en una fila de cinco holopantallas. La gran mesa curva y sus dieciocho sillas habían sido retiradas. El espacio estaba ocupado por hileras de ordenadores y de consolas, en las que trabajaban en silencio los integrantes del equipo. La propia Jennifer permanecía inmóvil y callada. Sólo sus ojos estaban en movimiento, pasaban de una pantalla a la otra, sin perder detalle.
Pantalla número uno: campamento de un clan en Oregón, registrado por un monitor de frecuencia oculta. Vividores que caminaban por la playa rocosa sobre el Pacífico, en medio de la niebla de la media tarde, porque estos Vividores en particular siempre caminaban por esta playa en particular a media tarde. Ese día, sin embargo, los rudos y desagradables rostros de los Vividores estaban claramente trastornados y asustados. Los Vividores se apiñaban a unos tres metros de la orilla del océano. Los rodeaba un grupo de periodistas Auxiliares, que vociferaban preguntas. Las robocámaras grababan la escena.
—¿Las redes de noticias han descubierto, finalmente, uno de los campamentos de prueba? —preguntó Eric Hulden, acercándose a ella—. Bastante lentos, ¿no? —Eric era de los nuevos, uno de los pocos jóvenes que Jennifer y Will habían añadido al proyecto en sus últimas etapas. Sin interrumpir el ir y venir de su mirada, Jennifer sonrió. Eric era alto, fuerte, perfecto, como todos los Insomnes. Más aún, era frío, con la frialdad necesaria para entender y controlar el mundo. Mucho más frío que Will. Aun así, si Jennifer le sonreía directamente a él, sus azules ojos genemodificados mostraban un cambio de color. Era noventa y seis años más joven que ella. Pero todo eso podía esperar, hasta que el proyecto hubiera terminado.
Pantalla número dos: redes de noticias de la Tierra. El lado izquierdo de la pantalla dividida en dos mostraba la Transmisión de la Red de Noticias Unida, el más fiable de los canales Auxiliares. Un locutor, con la llamativa apostura de un noble español, anunció:
—En un importante movimiento registrado por nuestra base de datos en la Bolsa de Singapur, el volumen de las acciones de la Corporación Orbital de Stanton con base en Brasilia ascendió a…
No se hacía mención a ningún extraño neurofármaco que alteraba el comportamiento de los Vividores. Tampoco lo hacía la señal del lado derecho de la pantalla, que continuamente mostraba los principales programas informativos del mundo, en varios idiomas. Hasta el momento, la suerte del proyecto no corría peligro; el virus de Strukov no había experimentado ninguna mutación incontrolada.
—El neurofármaco todavía es una noticia local de Oregón, entonces —dijo Eric—. Auxiliares estúpidos.
—No del todo local —replicó Jennifer con calma—. Sólo subterránea. —Señaló las dos pantallas siguientes.
Pantalla número tres: el jefe científico de Jennifer, Chad Manning, presentaba uno de sus seis informes diarios acerca de los progresos obtenidos por Kelvin-Castner en su intento de reproducir el neurofármaco de Strukov. Kelvin-Castner estaba siendo controlada por sistemas que los estúpidos Auxiliares jamás podrían detectar. Chad recibía largas columnas de datos, que analizaba y reducía a términos inteligibles para aquellos Insomnes que no eran microbiólogos. Kelvin-Castner estaba procediendo con lentitud, con demasiada lentitud para conseguir algún resultado.
Pantalla número cuatro: la observación clandestina de los progresos del gobierno. Éste era más problemático. En cuanto al control de la seguridad, las agencias federales eran mucho más eficientes que empresas como Kelvin-Castner. Ni Jennifer ni su jefa de comunicaciones, Caroline Renleigh, estaban seguras de lo completa que resultaba su información pirateada. Pero, por lo que había podido descubrir Sanctuary hasta el momento, los laboratorios del gobierno en Bethesda, aunque tenían en observación a Vividores infectados por el virus de Strukov bajo «custodia protectora», todavía no habían tenido éxito en replicar el virus o en encontrar un antídoto para él. Y el FBI tampoco había tenido éxito en establecer ninguna prueba fehaciente acerca del bombardeo a La Solana. Al menos por lo que había podido averiguar Sanctuary.
Miranda ya lo habría descubierto.
Jennifer alejó el pensamiento. El pensamiento no existía, ni había existido nunca. Sus ojos volvieron a recorrer las cinco pantallas.
Eric Hulden le apoyó una mano sobre el hombro.
—He venido a avisarte de que Strukov se ha puesto en contacto con nosotros. Quiere atacar Brookhaven dentro de una hora. ¿Te parece bien?
—Sí, de acuerdo. Convoca a todo el equipo para supervisarlo.
—Muy bien, Jennifer. —Una parte de la mente de Jennifer registró la forma en que él pronunció su nombre. Firme, fríamente. Le gustó. Pero todo eso podía esperar.
Pantalla número cinco: en blanco. Se usaba para las comunicaciones de los agentes de Jennifer en la Tierra. Eran Durmientes, informantes que traicionaban a su propia gente, muy bien pagados y poco de fiar. Cualquier cosa que Jennifer necesitaba conocer aparecía inmediatamente por allí.
Mientras Eric se alejaba, la quinta pantalla comenzó a brillar, mostrando un resplandor sin forma definida. El código utilizado apareció en la parte inferior de la pantalla. La transmisión provenía de uno de los agentes de Jennifer en Estados Unidos.
—Señora Sharifi, aquí Sondra Schneider. Hemos localizado a Elizabeth Francy.
—Adelante —dijo Jennifer con gran compostura, aunque por dentro sintió que el pecho le retumbaba. Esa pequeña Vividora había resultado sorprendentemente difícil de encontrar. Después de que detectaran su intromisión en la base de datos de Sanctuary desde el campo Vividor de Pensilvania, la chica Francy había desaparecido. Por increíble que pudiera parecer, aparentemente una Durmiente que pertenecía a la clase más degradada había descubierto su maniobra. Se había enterado de que Sanctuary guardaba alguna relación con el neurofármaco que había infectado su patético «clan». Elizabeth Francy también se había percatado de que si abría una comunicación a través de algún satélite repetidor o estación terrena, Sanctuary la localizaría. Se había mantenido al margen de la Red, fuera de la vigilancia visible, oculta en algún lugar de las bárbaras zonas rurales. Jennifer había abrigado la esperanza de que hubiera muerto.
—Elizabeth Francy está bajo la custodia de la seguridad del Enclave de Manhattan Este —dijo Sondra Schneider—. Por lo visto, logró llegar hasta Nueva York, y luego se las ingenió para penetrar por la entrada a nivel del suelo del enclave. Media hora antes de su arresto, la entrada fue abierta por el registro de una retina Auxiliar que no figura en nuestras bases de datos. No tengo explicación para eso. Un robot de la concesionaria que se ocupa de la seguridad del enclave, Patterson Protect, la clasificó como sospechosa, y decidió sedarla y capturarla. Nuestros extensos programas insignia obtuvieron el nombre de la chica del aviso que envió la red policial a las restantes concesionanas.
—¿Cuánto tiempo hace de esto? —preguntó rápidamente Jennifer.
—Cerca de diez minutos. Pronto le administrarán un suero de la verdad, si no lo han hecho ya. Pero eso queda fuera de la Red, por supuesto. No tenemos acceso.
—¿Tenemos algún agente dentro de Patterson Protect?
—Lamentablemente, no.
Jennifer reflexionó. Lizzie Francy debía de haber ido a Manhattan Este en busca de Victoria Turner —su mentora cuasi adoptiva— bien de Jackson Aranow. Pero ¿por qué? Para contarles lo que había descubierto acerca de la observación que efectuaba Sanctuary sobre su clan infectado, naturalmente. Si la concesionaria de la policía local la consideraba digna de confianza —y lo harían, por supuesto, querrían saber cómo había logrado entrar en el enclave una Vividora—, Lizzie se lo diría. También les contaría todo lo referente a Sanctuary. Pero ¿la creerían? El inconveniente que tenían los sueros de la verdad era que, si el sujeto creía sinceramente que las mentiras eran ciertas, todo lo que conseguían las drogas eran esas mentiras. ¿Creerían los Durmientes que Elizabeth Francy estaba engañada?
Tal vez no. Menos aún si Jackson Aranow apoyaba las afirmaciones de la joven Vividora.
¡Maldición, faltaba menos de una hora para la prueba más importante de Strukov!
Jennifer permaneció inmóvil, asustada de sí misma. Ella no padecía esos ataques de ira. Eran improductivos, debilitantes. Jennifer Sharifi no se enfadaba.
Logró enfriarse y, por lo tanto, ser más eficiente.
El momento de ira nunca había ocurrido.
—Señora Schneider —dijo con calma—, yo me ocuparé de esto. Saque a todos nuestros agentes fuera de Manhattan Este, lo más discretamente posible, durante los próximos cuarenta y cinco minutos. Asegúrese de que entiendan bien que deben marcharse de inmediato. Yo me ocuparé del resto.
Strukov podía seguir adelante con la prueba de Brookhaven, pero Jennifer le daría instrucciones para que cambiara el segundo objetivo, trasladándolo a Manhattan Este. Eso solucionaría el problema de Elizabeth Francy.
—Comprendido —respondió Sondra Schneider. La quinta pantalla quedó en blanco. Los ojos de Jennifer pasaron velozmente de una a otra de las restantes cuatro pantallas.
Vividores, en la playa del Pacífico, apiñados unos contra otros, temerosos de los periodistas Auxiliares…
La red de noticias de la UBN y el programa insignia de la Red, ninguno de los dos sabía nada del neurofármaco inhibidor…
Columnas de datos procedentes de Kelvin-Castner, datos que se acumulaban con demasiada lentitud para desentrañar la enmarañada madeja de las moléculas de Strukov…
Informes de investigaciones frustradas del FBI acerca de los responsables de la explosión nuclear en La Solana…
El frío rostro de Miranda en la pantalla número cinco…
El cuerpo de Jennifer se sacudió por la impresión. No había nada en la pantalla número cinco. No había habido nada desde que Sondra Schneider había desaparecido de ella. Miranda estaba muerta. Su imagen jamás había existido.
—Aquí tienes —dijo Will Sandaleros—. Jenny, mira esto.
En lugar de mirar lo que él le señalaba, Jennifer lo miró a los ojos. Tenía el rostro sonrojado por la excitación. Tendió hacia ella un terminal portátil, que mostraba un modelo CAD de robot.
—El distribuidor teledirigido de los peruanos. Por fin estos bastardos se dignaron mostrarnos el diseño detallado, algo que, por contrato, deberían haber hecho hace varias semanas. Es bastante interesante. Es…
—Ya lo he visto —lo interrumpió Jennifer—. Lo vi hace varias semanas.
—¿Te lo mostraron? ¿La versión detallada? ¿Y no me dijiste nada?
Jennifer se limitó a mirarlo. El rostro que instantes antes se veía sonrojado por lo que consideraba su triunfo sobre los constructores peruanos, palideció ante lo que le pareció una traición por parte de ella. Cada vez con más frecuencia, Will se embarcaba en estas mezquinas luchas de poder. Lo trastornaban, comprometían su objetividad y su eficiencia. Perdía de vista el objetivo supremo de la sagrada misión que debían llevar a cabo.
—Disculpa, Will, tengo trabajo pendiente. Strukov va a realizar el lanzamiento en menos de una hora.
—Sabías que quería tener el diseño del teledirigido, que he estado acosando a esos hijos de puta…
—Un Insomne no «acosa», Will. —Jennifer vio que Eric Hulden los estaba observando desde el otro extremo de la sala.
—Pero sabías…
—Perdona, pero debo irme.
Will apretó con fuerza el terminal que tenía en la mano.
—Muy bien, Jenny. Pero después de las pruebas de hoy, tú y yo vamos a mantener una conversación privada.
—Sí, Will. Lo haremos. Pero después de las pruebas. —Acto seguido se alejó graciosamente de él.
El resto del equipo fue llegando a la sala de conferencias en solitario o por parejas. El estado de ánimo imperante era sereno, contenido. Toda la situación era demasiado importante para provocar hilaridad o la clase de fervor irresponsable que había mostrado Will. Era la culminación de la vida de Jennifer.
Finalmente iba a convertir Sanctuary en un lugar verdaderamente seguro para los Insomnes.
Habían sido despreciados, perseguidos, envidiados, hostigados e incluso muertos (siempre, siempre recordaría a Tony Indivino) durante cerca de cien años. Los Durmientes odiaban a los que eran como Jennifer porque eran más inteligentes, más ecuánimes, y tenían más éxito. Mejores. El siguiente paso en la escala evolutiva. De manera que las especies inferiores habían intentado someter a los Insomnes y volverlos impotentes para el mundo. Tan sólo Jennifer Sharifi y Tony Indivino habían previsto la inevitable guerra a largo plazo. En la actualidad sólo quedaba ella para salvaguardar a su gente contra el enemigo, mucho más importante numéricamente.
Cuando todos los integrantes del equipo estuvieron reunidos, Jennifer se desplazó entre ellos, murmurando palabras de agradecimiento, elogio y aliento. Gente fuerte, controlada, competente. Los más eficientes y leales de todo el sistema solar.
Jennifer había decidido no pronunciar ningún discurso. Dejaría que los hechos hablaran por sí mismos. Evidentemente, Strukov había tomado la misma decisión. Sin más preámbulos, la pantalla de pared principal se encendió, al activarse la cámara montada sobre el teledirigido de los peruanos.
Bajo sus pies, a través del panel transparente situado en el suelo de Sanctuary, la Tierra apareció ante su vista.
El teledirigido voló a baja altura, pausadamente, sobre Long Island, Nueva York. Poco a poco fue apareciendo a lo lejos la cúpula del Enclave Brookhaven, dominando el panorama de la hierba primaveral, las carreteras abandonadas y los poblados Vividores en ruinas de Long Island. El teledirigido trazó un ángulo en dirección ascendente y entonces Jennifer distinguió el interior de la cúpula del enclave. Edificios simples y bien diseñados. Casas. Centros comerciales. Zonas de entretenimiento. Edificios gubernamentales. Y los Laboratorios Nacionales de Brookhaven.
Brookhaven era el sitio ideal para la primera prueba de alta seguridad del virus de Strukov. Reducido (condición que no cumplía la Base de la Fuerza Aérea Taylor), aislado (condición que no cumplía el Pentágono), discreto (Condición que no cumplía el Enclave Washington Mall). Y, gracias a los Laboratorios Nacionales de Brookhaven, tan absolutamente protegido como cualquier otra instalación gubernamental. Si el teledirigido de Strukov lograba penetrar los escudos de energía-Y de Brookhaven, entonces sería capaz de penetrar cualquier otro.
Salvo el que había rodeado la Solana… Jennifer desechó este pensamiento.
El teledirigido voló a través del triple escudo-Y de Brookhaven como si no existiera. Luego adquirió mayor velocidad, subió verticalmente hasta la cima de la cúpula interior y la imagen desapareció.
—Ya está —susurró Chad Manning—. Estamos dentro.
—Teledirigido, desintegrado —anunció Caroline Renleigh—. Por supuesto, Brookhaven está equipado para la guerra biológica. Los sistemas de seguridad han de estar emitiendo señales, siguiendo huellas, tratando de localizar con exactitud el elemento extraño… ¿Cómo los peruanos todavía…?
—Las señales de respuestas deben de haber sido retrasadas electrónicamente desde su misma fuente de origen —informó David O'Donnell desde su consola de seguridad.
La pantalla volvió a encenderse. En esta ocasión, la imagen apareció borrosa, distorsionada; Jennifer advirtió que representaba las intrusiones de microsegundos dentro de los mismos ordenadores de la seguridad de Brookhaven, calculando el tiempo para aparecer en secuencias discontinuas destinadas a evadir mejor la detección. No se oyó sonido alguno. La pantalla se dividió en dos: la parte superior mostró a ceñudos especialistas en seguridad, frente a bancos de maquinaria. La inferior exhibía datos tomados del ordenador del enclave.
—Saben que han sido penetrados —dijo Will, de pie frente a ella—. Saben que podría tratarse de un agente biológico… están precintando los laboratorios…
—Demasiado tarde —comentó Jennifer, estudiando los datos que aparecían en la parte inferior de la pantalla—. Por lo menos, para todos aquellos que no estaban en un recinto sellado cuando se abatió sobre ellos.
Will estaba exultante.
—Podemos afrontar el hecho de que se nos escape algo de su poder de infección —dijo—. De todas maneras, no serán capaces de detectar qué fue lo que los atacó. —Su humor había cambiado. Si se volvía, lo vería excitado, con los brazos crispados y los ojos brillantes. Jennifer no se volvió.
Los datos impresos en la parte inferior de la pantalla señalaron:
—No les servirá de nada —dijo Will, riendo entre dientes.
Jennifer se mantuvo imperturbable. Will tendía a subestimar al enemigo. En Brookhaven había gente realmente brillante, teniendo en cuenta que eran Durmientes. No tan buenos como los peruanos, pero aun así, muy competentes. Sydney Goldsmith, Marianne Hansten, Ching Chung Wang, John Becker. A diferencia de lo sucedido en los patéticos campos de prueba Vividores, el equipo de Brookhaven iba a localizar fácilmente el virus no respirado en las muestras automáticas de aire, aun en sus bajas concentraciones y su breve vida. Lo unirían a marcadores radiactivos y harían que lo respiraran los animales de laboratorio. El gas entraría en el torrente sanguíneo y circularía durante algunos minutos, antes de ser eliminado con la respiración y por el Limpiador Celular.
Antes de que eso sucediera, las zonas del cerebro con mayor actividad en ese instante recibirían el más importante suministro de sangre. El marcador señalaría con claridad la amígdala. A continuación, los investigadores se dedicarían a realizar gráficos cerebrales y pruebas celulares, que arrojarían un pertinaz examen de la larga y complicada madeja de Strukov indicadora de las respuestas cerebrales.
Pero mucho antes de que los investigadores de Brookhaven lograran desenredar esa maraña, dejarían de sentir deseos de hacerlo. La novedad de semejante investigación los pondría vagamente incómodos. No sería lo bastante familiar. La ansiedad los invadiría cada vez que pensaran en lo novedoso de la situación. Por un tiempo tratarían de combatir la ansiedad, pero luego la sensación se incrementaría. Los investigadores de Brookhaven —y, finalmente, los de todos los enclaves abovedados de Estados Unidos—, optarían por lo conocido antes que por lo desconocido. Les resultaría demasiado perturbador movilizarse para realizar algún esfuerzo destinado a una nueva investigación.
Y entonces Jennifer Sharifi y el resto de los Insomnes estarían realmente a salvo. Will estaba sirviendo champán. Jennifer jamás bebía —el alcohol le hacía sentir que no tenía el perfecto y absoluto dominio de sí misma—, pero en esta ocasión no podía permanecer fuera del círculo de su gente. Lo habían logrado. Estaban a salvo.
Alzó su copa. La sala quedó en silencio.
—Gracias a los esfuerzos de todos los aquí presentes, hemos ganado —dijo con su voz grave y serena—. La bioquímica de los Durmientes se ha vuelto en su contra. En el curso de la próxima hora, los teledirigidos penetrarán en los enclaves del Pentágono, Washington Mall, el Espaciopuerto Kennedy y Manhattan Este. No morirá ningún Durmiente, pero ninguno de ellos estará en condiciones de volver a amenazarnos, salvo en aquellos aspectos que ya conocemos y podemos contraatacar. Tendremos el control, por si acaso aparecieran alguna vez algunos demonios desconocidos, desatados contra nosotros. Brindemos, por lo tanto, por los demonios conocidos.
Risas. Copas vacías. Y entonces, sobre la pantalla principal, apareció la cara de Strukov.
—Señora Sharifi: usted y su gente sin duda están celebrando la penetración en el Enclave de Brookhaven. También yo me siento satisfecho; estaba sumamente ansioso por comprobar si éramos capaces de conseguirlo. Pero no puedo permitir que…
—¡Oh, Dios mío! —exclamó David O'Donnell desde la consola de seguridad—. Lanzamiento. Código dieciséis A. Repito, lanzamiento.
—… continúen con este proyecto. Yo también soy un Durmiente, dicho sea de paso. Y, aunque no siento una lealtad especial hacia mi propia gente, poseo, naturalmente, tanto instinto de conservación como ellos. O como ustedes. De manera que…
Un deslumbrante resplandor estalló bajo sus pies, en algún lugar situado entre el panel del suelo y el planeta que giraba a miles de kilómetros más abajo.
—Formación de contramisiles de Sanctuary destruida —anunció David O'Donnell—. Lanzamiento en retroceso.
—… de manera que los teledirigidos peruanos se autodestruirán. Y, ya que desde la experiencia de La Solana ambos sabemos que lo único capaz de lograr la destrucción total es la explosión nuclear, mucho me temo que ésa es la fuerza que me veo obligado a usar. ¿Conoce la frase de La Rochefoucauld acerca de la superioridad? «Le vrai moyen d'etre trompé…»
A salvo, pensó Jennifer, petrificada. Creí que, finalmente, estábamos a salvo.
—«… c'est de se croire plus fin que les autres.»
—Formación de contramisiles número dos, destruida —dijo David O'Donnell con voz ahogada.
Jennifer dio un paso adelante. Durante un instante perdió el dominio de sí misma y creyó que la cara de Strukov, sobre la pantalla mural, había sido reemplazada por la de Miranda.
La estación orbital Sanctuary estalló en una ráfaga de cegadora luz letal.