5
Llevaban menos de media hora sobrevolando África cuando el avión empezó a descender. Jennifer Sharifi miró por la ventanilla. En el rosado amanecer se desdibujaban los perfiles de una ciudad, como si los edificios pudieran no estar allí realmente. El Principio de Incertidumbre de Heisenberg, pensó, pero no sonrió.
—Atar —dijo Will Sandaleros y se estiró todo lo que pudo en los estrechos límites del Mitsu-Boeing.
Hacía dos días que Jennifer y él habían bajado de Sanctuary, era la primera vez que bajaban en los cuatro meses transcurridos desde que habían regresado de la Tierra al orbital de los Insomnes. En Sanctuary no quedaba ni rastro de Miranda y los demás Súper. Los amigos condenados con Jennifer también habían regresado a Sanctuary; sus condenas, más cortas, habían concluido hacía tiempo: Caroline Renleigh, Paul Aleone y Cassie Blumenthal y los demás. De regreso para concluir la lucha por la libertad.
Pero Jennifer y Will eran los únicos que hacían el viaje hasta el puerto internacional de transbordadores, en Madeira. Habían ido directamente al Hotel Machado, construido por Sanctuary, que también era su propietario gracias a una compleja serie de compañías. Era un lujoso hotel de negocios que garantizaba una seguridad inviolable a ejecutivos del orbital y de la Tierra. Habían pasado dos días en la habitación protegida por el escudo-Y mientras el personal del hotel —la mitad Insomnes y la mitad Normales— bien remunerados determinaban la identidad de todos los agentes, reporteros, terroristas y chiflados que inevitablemente seguían a Jennifer Sharifi. La última noche ella y Will habían abandonado el Machado por un túnel subterráneo tan bien oculto que sólo diez personas en el mundo conocían su existencia. Un coche los había llevado a la costa y al Mitsu-Boeing. Will, acostumbrado al ejercicio, se sentía inquieto después de pasar tres días en vehículos y habitaciones con escudo.
Jennifer nunca estaba inquieta. Había aprendido a quedarse totalmente quieta y a refugiarse en sus pensamientos durante horas, incluso días. Y meses. Will también tendría que aprender. Era una disciplina necesaria: reunir todo lo que uno tenía en su interior y concentrarlo en un solo punto, como la luz del sol concentrada en una lupa inmóvil. Un punto de combustión.
—¿Estarán esperando? —preguntó al piloto por encima del respaldo. Él asintió. Su pelo castaño, sus ojos grises y sus rasgos impasibles podrían haber pertenecido a cinco continentes distintos. Nunca hablaba. A su lado Gunnar Gralnick, el guardaespaldas Insomne, revisaba sus armas.
El avión aterrizó en una pista polvorienta y sin marcas, en pleno desierto; Atar apenas resultaba visible en el horizonte del amanecer. El único edificio, un rectángulo de espuma sin ventanas, curiosamente inmaculado y libre de polvo bajo un escudo-Y, podría haber existido en cualquier lugar del mundo. A esta distancia del ecuador, el aire era más fresco de lo que Jennifer recordaba. Pero el sol aún no había salido. Más tarde haría calor.
Los esperaban tres hombres vestidos con ligeras túnicas árabes.
Sintéticas y no comestibles, observó Jennifer. Todos estaban Cambiados. En África nunca se sabía.
Los hombres tenían la piel morena, bronceada por el sol, pero los ojos claros: dos de ellos los tenían verdes, el otro azules. El de los ojos azules tenía el pelo rojizo, sin modificaciones genéticas ni aumentos, como era la moda. Bereber.
—Bienvenido a Mauritania —dijo el mayor de los hombres dirigiéndose a Will, en un inglés casi perfecto. Ni siquiera miró a Jennifer. Ella no se sorprendió. No dijo nada—. Yo soy Karim. Éstos son Ali y Beshir. ¿Ha sido un viaje agradable?
—Sí, gracias —respondió Will.
—¿Sin complicaciones?
—No nos han seguido.
—Aquí no detectamos nada —confirmó Karim—. Pero es mejor no entretenerse. Sígame, por favor.
El piloto se quedó en el avión. Los otros seis subieron a un enorme vehículo aéreo, Will y Jennifer en el asiento trasero y Gunnar entre ellos dos. Volaron a poca altura, adentrándose en el Sahara, que se hacía más luminoso a cada instante. Rocas, matorrales, de vez en cuando un oasis cuya vegetación se interrumpía junto al sistema de riego tan bruscamente como si hubiera sido cortada con una tijera. Más adelante no había vegetación, sólo roca y arena. Aterrizaron junto a un pequeño edificio de espuma cuyo escudo en forma de cúpula estaba semienterrado en una duna.
Los árabes hicieron aterrizar el coche dentro de la cúpula, en un terreno firme, libre de arena. Jennifer vio que el edificio se abría con un explorador de retina. Una empresa alemana clandestina acababa de desarrollar un software para duplicar los códigos de retina. Los bereberes tendrían que actualizar su sistema de seguridad.
El ascensor dijo una breve frase en árabe. Will no dio señales de no comprender el idioma. Jennifer entendía el árabe, aunque ella tampoco lo demostró. Pero por supuesto, los bereberes sabían qué idiomas hablaba o entendía ella. Sabían todo acerca de sus tres visitantes Insomnes, todo lo que había en todos los bancos de datos. Aunque ésa no siempre era la información más importante. Los Durmientes nunca lo entendían.
Por una cuestión de disciplina, Jennifer se quedó cerca de ellos e hizo que su odio se concentrara serenamente en una llama controlada. Por una cuestión de disciplina. El ascensor —«Que la paz de Alá os acompañe»— podía o no ser una muestra de programación satírica. Si se trataba de una sátira, mostraba cierta debilidad; la sátira indicaba la capacidad de distanciarse de los propios esfuerzos y burlarse de ellos. Si no lo era, indicaba la fuerza de la tradición.
Mauritania tenía muchas tradiciones. Los orgullosos nómadas bereberes. El Islam. La opresión colonial. La ruina, la sequía, la enfermedad, la guerra y la brutalidad, como toda África pero peor. Mauritania había sido el último país de África en abolir la esclavitud, hacía menos de doscientos años. La esclavitud había persistido y se le habían unido nuevos forajidos y nuevos esclavos genéticos y tecnológicos. En Mauritania prácticamente no quedaba gobierno; el que existía se podía comprar fácilmente.
El ascensor se detuvo a gran profundidad. Se abrió directamente a una sala de conferencias en la que todo eran radiantes paredes blancas nanoconstruidas y fragante aroma a café. Supuestamente, las puertas conducían a los laboratorios y a las viviendas. Sobre la brillante mesa de teca rodeada por cómodas sillas había un servicio de café de plata. Contra las paredes, más sillas. Sobre una mesa baja Auxiliar se veía un holoescenario.
Jennifer cogió una silla a un costado de la sala, se sentó y permaneció allí con la vista baja. Éste había sido el resultado de la negociación, llevada a cabo a través de Will. Los bereberes, astutos hombres de negocios en su implacable entorno durante tres milenios, habían aceptado fácilmente actuar como agentes del movimiento clandestino internacional. Estaban menos dispuestos a adaptarse a las mujeres empresarias. Si Jennifer hubiera sido cualquier otra mujer, no se habría permitido su presencia en aquella sala.
Cualquier otra mujer salvo una. Miranda, que había traicionado a su pueblo y había llevado a cabo esta interacción con la escoria Durmiente necesaria en un primer momento.
Will y los bereberes se sentaron ante la pulida madera de teca. Gunnar se quedó de pie, de espaldas a la pared, entre Jennifer y el ascensor, para poder vigilarlo todo.
—¿Café? —preguntó Karim.
—Sí, por favor —dijo Will—. ¿Dónde está el doctor Strukov?
—Se unirá a nosotros dentro de unos minutos. Hemos llegado un poco temprano.
El café era oscuro, fuerte, amargo. A Jennifer se le hizo la boca agua. Tragó saliva. Los tres bereberes bebían sin prisas, en silencio, al parecer totalmente cómodos. Pero incluso Karim se puso ligeramente tenso cuando se abrió una puerta y entró Serge Mikhailovich Strukov.
El legendario genio ruso era corpulento, con evidentes modificaciones genéticas en cuanto a su talla. Su piel tenía el característico brillo saludable de los Cambiados. Por supuesto, las jeringas habían sido introducidas en Ucrania de la misma manera que en otros lugares de la Tierra, pero no se sabía hasta qué punto habían sido utilizadas; Ucrania no sólo había cerrado completamente sus fronteras, sino que los extraños cultos antitecnológicos que habían florecido allí desde la Guerra Nuclear Limitada habían reducido en gran medida el empleo de la Red. Lo que no estaba en la Red no se podía utilizar. Gran parte del este de Europa y del oeste de Asia eran desconocidos incluso para Sanctuary.
Pero no Strukov. Él era conocido en todas partes, aunque nunca se lo veía.
Había huido de Ucrania a los diecisiete años, ignorante de la microbiología pero, en cierto modo, con su cociente intelectual modificado genéticamente. Jamás hablaba de sus padres, ni de sus antecedentes, ni de su adolescencia, ni de cómo había llegado a hablar no sólo ruso sino también chino y francés, aunque este último con cierto acento. A los veintidós años había obtenido el doctorado en microbiología en el Centre d'Étude du Polymorphisme Humain de París. A los treinta y un años había ganado el Premio Nobel de medicina por su trabajo sobre las excito toxinas modificadas genéticamente en la mitocondria nerviosa. No se presentó a recibir el premio. Tres meses más tarde abandonó su laboratorio de París y desapareció.
Durante la década siguiente, en la Red clandestina aparecieron extraños informes acerca de Strukov: indicios de que estaba trabajando para los chinos, para Egipto, para Brasil, siempre en la guerra biológica, siempre en proyectos de modificaciones genéticas que nunca salieron completamente a la luz en las redes de noticias mundiales. O que nunca desaparecieron totalmente. Un microbiólogo del Enclave de la Bahía de San Francisco declaró que había reconocido la mano de Strukov en una desagradable muestra de modificación genética que le había sido enviada por un médico en el conflicto chileno: un retrovirus mortal que destruía la formación de memoria en el hipocampo. Una semana más tarde, el microbiólogo murió ahogado en la bahía.
Strukov se sentó a la cabecera de la mesa. Luego, pasando por alto deliberadamente a Will, hizo girar la silla y miró directamente a Jennifer. Ella no alzó la vista, pero él siguió mirándola; cinco segundos, diez. Quince. Ella percibía la tensión de la sala, cada vez mayor.
Finalmente, Strukov se volvió hacia los hombres que rodeaban la mesa. Sonreía débilmente.
—¿Qué pretende de mí Sanctuary? —su inglés tenía un pronunciado acento ruso, pero la estructura de la frase no era rusa. Jennifer supuso que estaba traduciendo mentalmente del francés.
Will parecía menos sereno que Strukov.
—Ya se le ha informado lo que queremos.
—Me gustaría oírlo de sus labios.
—Queremos que modifique el virus genemodificado que usted ya ha desarrollado —dijo Will en un tono un poco cortante—. Las pruebas que recibimos no son satisfactorias.
—¿Y por qué razón Sanctuary, que posee los laboratorios científicos más desarrollados del sistema solar, no es capaz de modificar este virus por su cuenta?
—Existen bastantes motivos para que prefiramos no hacerlo —respondió Will.
—Puedo imaginarlo. Sanctuary se gobierna por decisión comunitaria, ¿verdad? Y gran parte de su gente debe de oponerse a su plan, sea cual fuere. Muchos más deben ignorar sus planes. Además, sus laboratorios de Sanctuary están dispuestos para la modificación genética de los embriones y para la investigación dentro de esa zona. No están pensados para la creación y difusión de virus mortales.
Will no hizo ningún comentario. Strukov echó la cabeza hacia atrás y lanzó una sonora carcajada que retumbó en la sala. Karim sonrió. Jennifer Sharifi y Will Sandaleros habían ido a la cárcel por intentar extorsionar a cinco ciudades norteamericanas con un virus mortal genemodificado.
—Veintiocho años cambian muchas cosas, ¿verdad? Y no sólo en la microbiología —dijo Strukov—. Y sin embargo, plus ça change, plus c'est la même chose. ¿Desean intentar otra vez ese ataque contra el gobierno norteamericano?
—No —repuso Will—. Pero lo que hacemos con el virus es asunto nuestro. Su tarea, como acordamos inicialmente, es entregarlo.
—Eso es pan comido —aseguró Strukov, evidentemente saboreando la frase. Karim rió.
—Tal vez no —puntualizó Will—. Aún no sabe todo lo que nuestra modificación exige.
—Permítame, entonces, mostrarle las modificaciones que ya he creado —sugirió Strukov—. Angelique, commencez. Le programme de démontrer.
—Oui —respondió el sistema. El holoescenario cobró vida. Un modelo tridimensional del cerebro humano, en gris claro, rodeado por el perfil difuminado de un cráneo. Dos zonas en forma de almendra, del tamaño del pulgar de un bebé, situadas exactamente detrás de las orejas, se iluminaron repentinamente de rojo.
—La amígdala derecha y la izquierda —dijo Strukov—. Se sitúan en la parte inferior e interna de los lóbulos temporales. Ambas amígdalas son esencialmente idénticas. Angelique, ça va.
De pronto la amígdala izquierda se expandió, llenando toda la imagen y reemplazando el cerebro. Se convirtió en una maraña de neuronas compleja y elaborada, densamente compacta, con nervios de entrada y de salida que se ramificaban en sentido ascendente.
—El neurotransmisor predominante en la amígdala es el glutamato. Es un aminoácido interesante. Unos sutiles cambios metabólicos pueden convertir el glutamato en una excito toxina que mata neuronas del hipotálamo, una parte del cerebro que se utiliza en la formación de memoria. Si se produce un transporte deficiente de glutamato, pueden morir neuronas del cerebro y de la médula espinal. La sobreestimulación de la producción de glutamato conduce a muchas enfermedades crónicas degenerativas.
La expresión de Jennifer no se alteró. Se trataba de información básica y corriente. Strukov estaba dando por sentada su ignorancia. ¿Error? ¿O tal vez un insulto?
—Pero cualquier cambio metabólico que cree una toxina debería ser tratado con el Limpiador Celular —argumentó Will—. Éste destruiría las toxinas a la misma velocidad con que se fueran creando. Una sobreproducción es el resultado de una codificación defectuosa del ADN que sería corregida por el Limpiador Celular en cuanto fuera detectada.
—Exacto —confirmó Strukov—. Es por eso que enfermedades como el mal de Huntington y el mal de Alzheimer han desaparecido. También el envenenamiento accidental. Pero la amígdala hace algo más. Angelique, ça va.
El holomodelo pasó a un racimo de una docena de células aumentadas, largos axones y dendritas que se curvaban unos contra otros. Las estructuras situadas en el interior y el exterior de las membranas celulares emitían brillos amarillos y anaranjados.
—Los puntos receptores amarillos se denominan receptores AMPA. Los de color naranja son los receptores NMDA. Los AMPA se activan en respuesta al glutamato y provocan la reacción de sobresalto.
De pronto, el holo celular desapareció. En su lugar apareció un cañón láser que giró y disparó directamente a Will. El estallido ensordeció a todos los presentes. Gunnar reaccionó instantáneamente lanzando un escudo-Y alrededor de Will y Jennifer y desenfundó su arma. El cañón láser sólo era un holo. Strukov echó la cabeza hacia atrás y lanzó su estentórea risotada.
—Así. Usted ha reaccionado con temor: aumento de la frecuencia cardíaca, de la presión sanguínea, de la adrenalina, ¿verdad? Sus receptores AMPA se iluminaron como un árbol de Navidad.
—No me parece correcto que me incluya en su demostración —dijo Will con expresión rígida. Jennifer lo observó.
—Pero es didáctico, ¿verdad? De todas maneras, aquí hay más. Los receptores AMPA que crean su respuesta de temor desaparecen rápidamente en cuanto la situación de peligro ha terminado. La reacción nerviosa es temporal. Usted no se ha quedado asustado después de darse cuenta de que el cañón no era real. Y sus receptores NMDA no se activaron. Esos receptores son diferentes. Lo que los activa es una respuesta de temor de tensión elevada y prolongada. Entonces los receptores NMDA vinculan las experiencias. Las conexiones nerviosas creadas de esta forma son permanentes.
—¿A qué se refiere cuando dice que «vinculan las experiencias»?
—Observe. Angelique, ça va. Ésta es una grabación en tiempo real.
El cañón láser fue reemplazado por una enorme jaula transparente de energía-Y perfilada por puntales delgados de plástico negro. La jaula contenía dos ratones. En el extremo opuesto, el escudo cayó y un gato con un collar rojo brillante entró corriendo. Se lanzó sobre uno de los ratones, que lanzó un aullido agónico. El gato dio un mordisco. La sangre salió a chorros del cuerpo del ratón, que chilló en un tono tan agudo que a Jennifer le dolieron los oídos. El gato estiró una pata y con un movimiento descuidado, casi indiferente, deslizó sus garras por el lomo del otro ratón, que estaba acurrucado en un rincón transparente.
—Ahora —indicó Strukov—. Una semana más tarde.
La misma jaula, con el mismo ratón. Su lomo mostraba cicatrices recientes. Entró el mismo gato con el mismo collar de color rojo brillante. El ratón mostró inmediatamente un intenso temor y se encogió de miedo, mostrando al mismo tiempo los dientes. Un escudo de energía-Y dividía la jaula en dos de manera invisible. El gato no podía acercarse al ratón, que seguía mostrando temor.
—Tres meses más tarde —dijo Strukov. El mismo ratón, con las heridas más cicatrizadas. Una mano aparecía por la parte superior de la jaula, sujetando un collar de cuero rojo brillante. Inmediatamente el ratón mostraba un intenso temor—. Ahora bien, esto no es más que un reflejo pavloviano, ¿verdad? El ratón asocia el collar con el miedo. Es lo mismo que un hombre en combate, que veinticinco años más tarde oye un ruido fuerte y se echa cuerpo a tierra. La experiencia del ruido fuerte y el peligro mortal están vinculados en su cerebro, y el lugar donde eso ocurre es la amígdala. Pero ahora viene lo interesante. Las dos amígdalas del ratón han sido extirpadas.
El mismo ratón. El gato entró. El ratón miró hacia arriba, vio al gato y siguió olisqueando la jaula. Caminó lentamente hacia el gato, que saltó sobre él de inmediato y lo mató.
—Sin amígdala, no hay temor —dijo Will.
—No hay recuerdo del temor —puntualizó Strukov—. El temor instintivo aún se puede inducir, por ejemplo, lanzando al ratón desde una gran altura y controlando sus biorrespuestas durante el descenso. El temor de la caída es instintivo. Pero el temor recordado depende de los receptores NMDA de las amígdalas. Marcan una conexión nerviosa permanente, al igual que algunas drogas de la calle, que a su vez altera la reacción de forma permanente. El organismo no puede dejar de sentir el temor ante el estímulo correspondiente. Angelique, ça va.
Volvió a aparecer el racimo de neuronas de la amígdala. Ahora las líneas brillantes conectaban varios puntos receptores amarillos y anaranjados.
—Además —añadió Strukov—, puedo hacer que el proceso se desarrolle en sentido inverso. Desencadenando las correctas modificaciones virales, inyectadas en la sangre o en el fluido cerebroespinal, los transmisores naturales productores de excitación, como el glutamato, entre muchos otros, pueden convertirse en excitotoxinas. Así, las conexiones de temor pueden ser creadas incluso sin una experiencia previa. Por supuesto, no son específicas de la memoria, ya que no ha existido memoria. No hay entrada desde el hipocampo. Pero las conexiones de temor son permanentes, porque no dependen de las moléculas que quedan en el cerebro. El Limpiador Celular puede aparecer dos minutos después de la inyección, pero voilà! Las conexiones de los NMDA ya han sido establecidas.
»Además, el proceso metabólico que cambia la estructura nerviosa es maravillosamente complejo, y las variaciones posibles son de una diversidad excepcional. Estoy en condiciones de crear las reacciones permanentes para temores bastante específicos, si la respuesta instintiva básica está codificada genéticamente. Angelique, ça va.
Otra grabación en tiempo real; Jennifer lo notó en la calidad del holo. Un adolescente árabe, cuyo aspecto no había sido modificado genéticamente: granujiento, desgarbado, y arrastraba los pies al caminar. Se encontraba en una pequeña habitación, jugando en un holoterminal. Strukov entraba en la habitación y apretaba un botón de la pared. Ésta se disolvía completamente, abriendo la habitación a un jardín con un seductor arroyo y altas palmeras. El chico palidecía. Jadeaba y su pecho empezaba a subir y bajar. Presa del pánico, se giraba apartándose del jardín y apretaba la cara contra la pared opuesta, temblando y gimiendo. «No, no, no…»
—La agorafobia —declaró Strukov.
—¿Permanente? —preguntó Will.
—Tal vez. A menos que se someta a una modificación intensa de conducta personal, o a la farmacología correctiva. Que su Limpiador Celular por supuesto destruirá a menos que se renueve constantemente. Serán necesarios otros virus genemodificados, o muchos, muchos parches por semana.
—¿Hasta qué punto será difícil crear algo así?
Strukov se encogió de hombros.
—¿Para quién? ¿Para los médicos habituales? Será imposible. ¿Para un buen complejo de investigación de la medicina? Difícil, aunque no imposible. ¿Para su nieta Miranda Sharifi y los SuperInsomnes? ¿Quién sabe? Angelique, ça va.
El visualizador mostró a una jovencita de once o doce años, no árabe, despeinada y de brazos delgados. Con ella se encontraba una mujer de unos sesenta años, que leía plácidamente. La chica se paseaba de un lado a otro de la habitación, tocando las paredes, las ventanas, los terminales, los juguetes, pero sin detenerse a utilizar nada. De vez en cuando tocaba a la mujer, como para asegurarse de que estaba allí. Su rostro, no modificado genéticamente pero agradable, se arrugaba constantemente en una expresión ansiosa.
—El temor al abandono —dijo Strukov con satisfacción—. No soporta quedarse a solas. Observe.
La anciana se levantó de la silla, dejó el libro y dijo:
—Nathalie, je vais à la cabinet de toilette.
—Non, non, Émilie… s'il vous plaît!
—Une minute, seulernent, chérie.
—Non! Vous ne sortez pas!
La niña se aferró a Émilie con desesperación. La mujer se soltó suavemente. Nathalie le echó los brazos alrededor de las piernas y se puso a llorar. Émilie se separó de ella y se fue al lavabo, cerró la puerta y echó la cerradura. Nathalie siguió llorando y se acurrucó en posición fetal. Jennifer observó el rostro de la niña: era una máscara de angustia y temor.
Minutos más tarde, Émilie salió del cuarto de baño. Nathalie se acercó a ella gateando y volvió a aferrarse a sus piernas.
—El miedo a quedarse sola —comentó Strukov.
—¿Tiene que estar con esta persona en particular?
—Claro que no —repuso Strukov sonriendo—. Actúa igual con cualquiera que esté en la habitación. Se siente cómoda y libre de angustia sólo cuando en la habitación hay muchas personas y todas parecen preparadas para quedarse allí durante varias horas. Entonces, sólo entonces, el temor al abandono se alivia. Angelique, ça va… Aunque esto ya lo ha visto, ¿verdad? Y se ha decidido en contra.
Una ciudad norteamericana Vividora a principios del otoño: los árboles eran un derroche de color. Tres personas andrajosas se encontraban juntas en una carretera desierta nanopavimentada. En la expresión contorsionada de su rostro y en la manera en que agitaban los brazos se notaba que discutían apasionadamente. Un hombre empujaba al otro. La mujer se alejaba, gritándoles por encima del hombro, hasta un bosque cercano. Se veía un primer plano de su rostro indignado mientras dos hombres vestidos con holotraje la cogían y la obligaban a entrar en un pequeño coche aéreo.
—Le llamaban «la unión» —dijo Strukov en tono burlón—. Pero usted lo sabe mejor que yo, ¿verdad? Ustedes mismos hicieron el holo que vieron los campesinos. Después de verlo, se inyectaron con las jeringas rojas y quedaron unidos. Ahora, han pasado tres horas desde que se llevaron a la mujer.
La mujer secuestrada estaba sentada en una cómoda habitación, a solas. De pronto lanzó un jadeo, se llevó las manos al pecho y se cayó de la silla. Sus ojos, muertos, quedaron clavados en el vacío. El holo sobreimprimió una instantánea tomada por una cámara robot, en la que aparecían los dos hombres que se habían unido a ella, también muertos.
—Un episodio eléctrico en el corazón —dictaminó Strukov—. Un mecanismo muy limpio, muy elegante. Me gusta la técnica que han elegido para controlar a sus campesinos: los convierten en muy dependientes unos de otros, de forma que sus actos quedan severamente limitados, ¿no es así? Un buen diseño. Pero usted no lo elige. Vamos, abandone este intento y muéstreme algo diferente.
Will no respondió directamente.
—Toda esta gama de miedos que usted puede inducir de forma permanente… ¿son todos tan pronunciados como estos dos ejemplos, desde el punto de vista bioquímico?
—Claro que no. Estos receptores NMDA han sido intensamente activados. Han creado conexiones nerviosas de gran fuerza. Es posible crear efectos más suaves.
—¿Para usted es posible crearlos? —preguntó Will.
—Por supuesto. Angelique, ça va.
El holoescenario pasó a la modalidad de pantalla. Pasaron una pantalla tras otra de gráficos, ecuaciones, diagramas moleculares, fórmulas químicas, tablas de variables y esquemas de reacciones de iones, todos tan maliciosamente complejos como simplistas habían sido las demostraciones previas.
—Gran parte del trabajo sobre el miedo y la angustia ha estado relacionado con las sinapsis, los neurotransmisores y los subtipos de receptores —explicó Strukov—. Yo me he preocupado más por los procesos de la tensión celular dentro de las células nerviosas, donde se forman los neuropéptidos. Es aquí donde se originan y concluyen las reacciones químicas. Cada neurona piramidal recibe cien mil contactos de esas neuronas a las cuales se conectan. Por lo tanto hay que empezar por los modelos de la transmisión nerviosa.
»Y por otra cosa. Existen los péptidos que se forman sólo en condiciones patológicas. Es posible instigar una reacción en cadena de las aminas complejas, comenzando dentro de una célula. Algunas aminas de la cadena son patológicas; algunas son normales; algunas son los aminoácidos excitantes endógenos transformados en excitotoxinas. Esta cadena se origina en las conexiones alteradas de las amígdalas.
»A partir de ahí se extiende a través de los núcleos nerviosos centrales hasta el interior de las células en muchos otros lugares: el cerebro, los músculos, las glándulas y los órganos. La cadena termina afectando muchas bioaminas, incluida la acetilcolina, que aparece en este gráfico, la norepinefrina, la CRF, el glutamato, la C gamma crítica… muchas, muchas aminas.
»Además, esa cadena seguirá constantemente, una vez iniciada por el virus desencadenante. Y dado que la cadena consta de sustancias enteramente creadas por el cerebro mismo, el estúpido Limpiador Celular no las ataca. El Limpiador destruirá el virus, pero a esas alturas será demasiado tarde. La cadena ya habrá comenzado. Y según el estúpido Limpiador Celular, es allí donde tiene que estar. Según el estúpido Limpiador Celular, la cadena es nativa. —Strukov lanzó una carcajada—. Y en efecto, lo es.
—¿Y en todos los casos el cerebro humano responderá de la misma forma al virus desencadenante? —preguntó Will.
Strukov se encogió de hombros.
—Claro que no. Cada persona reacciona de forma distinta a cualquier alteración de las aminas biogénicas. Algunos enfermarán. Otros responderán con demasiada fortaleza. Unos cuantos no mostrarán ninguna respuesta. Pero la mayoría reaccionarán como usted desea: se mostrarán inhibidos, temerosos de todo lo nuevo, ansiosos ante la separación de lo conocido. Como los bebés que temen la presencia de desconocidos. A grandes rasgos, mi reacción en cadena se presenta como una función más primitiva del cerebro, cuyo crecimiento humano se suprime en favor de las funciones más complejas. Yo invierto esa situación.
Strukov miró directamente a Jennifer y sonrió.
—En su versión definitiva, convertirá la población a la que va dirigido en una nación de niños temerosos.
Jennifer le devolvió la mirada. Tuvo que hacer un esfuerzo por no mostrar su desagrado por aquel gigante barbado que parecía completamente absorto en su propia genialidad, absolutamente a gusto con su demostración en su propio pueblo. Jennifer siempre había sabido que los Durmientes no se guardaban lealtad entre sí, que no tenían sentido moral. Se harían cualquier cosa unos a otros si había suficiente dinero de por medio. Tampoco eran capaces de distinguir entre la condena cumplida por Jennifer —causada por el temor que inspiraba a los Durmientes y por su propio sentido de la obligación moral de salvaguardar a los suyos— y la condena que debería cumplir esta brillante alimaña si su manipulación cerebral era descubierta por las autoridades Durmientes. Strukov era una plaga. Ella utilizaría una plaga para proteger a su pueblo, si era necesario. Pero no le concedería a una plaga la cortesía moral de la tradición.
Se puso de pie y miró a Strukov a los ojos.
—¿Y usted puede inocular el virus genemodificado desencadenante por medio de una inyección, sin que se detecte?
—Eso es lo que he dicho —repuso Strukov, divertido, mientras los tres árabes se ponían de pie enfadados.
—El vector contiene dieciséis proteínas diferentes, cinco de las cuales no existían con anterioridad. Todas quedarán destruidas por el Limpiador Celular mucho antes de que alguna autoridad científica pueda aislarlas y cultivarlas.
—¡Teníamos un acuerdo acerca de quién hablará en esta reunión! —le dijo Karim a Will.
—La inyección no servirá en nuestro caso —le dijo Jennifer a Strukov.
Él respondió con una sonrisa:
—Su nieta rehizo el cuerpo humano, y usted volverá a hacer la mente humana, ¿verdad?
—Lo que hagamos nosotros no es asunto suyo —aclaró Jennifer.
En ese mismo momento, Beshir le decía acaloradamente a Will:
—¡Controle a su esposa!
—¿Siempre habla en primera persona del plural, madame Sharifi? —preguntó Strukov—. ¿Qué entrega del virus exige usted? ¿Y en qué momento?
—Dos modelos de entrega diferentes. Uno desarrollado y probado lo antes posible, el otro un mes después.
—¿Y esos dos modelos de entrega son…?
Ella se lo comunicó.