9
El 31 de diciembre, Jackson se encontraba en su apartamento mirando redes de noticias que no tenía verdadero interés en mirar, y resistiéndose a la idea de ir hasta Willoughby County el último día del registro legal de votantes para la elección especial de abril.
—El cruento enfrentamiento de ayer en el enclave de la Bahía de San Francisco duró menos de una hora —decía el apuesto periodista genemodificado mientras se veían las holos del ataque—, pero las repercusiones todavía se hacen sentir. La jefa de policía del enclave, Stephanie Brunell, manifestó agravio y confusión ante el ataque, que fue reivindicado por el grupo terrorista que se autodenomina «Vividores para el control» con el objeto de obtener jeringuillas del Cambio. La investigación policial se concentra en descubrir la forma en que el grupo clandestino logró vencer las defensas de los escudos-Y y los sistemas de biodefensa de seguridad…»
Utilizando las bases de datos, imbéciles, pensó Jackson. Pero nadie quería admitirlo, porque eso significaba admitir que los Vividores eran capaces de aprender a manejar sofisticados sistemas de informática y de hacerse con el poder. Y tantos esfuerzos Auxiliares —décadas de esfuerzo— se habrían desperdiciado. Programas educativos echados a perder. Gran cantidad de folletos sobre bienes materiales. Simples entretenimientos subvencionados por el gobierno, destinados a distraer. Una agenda política que convencía a los de abajo que, como no tenían que trabajar, estaban situados en la cima. Jackson cambió de canal.
—… la celebración del Año Nuevo en el enclave Mall, en la capital de la nación. Climatizado a la veraniega temperatura de veintidós grados, en deferencia a la moda de esta temporada, los vestidos de noche que dejan los pechos al desnudo, el Mall se ha transformado para servir de digno marco a tan fastuosa gala. El presidente y la señora Garrison dividirán su tiempo entre el baile en…
Jackson cambió de canal.
—… del torneo. Vemos aquí al campeón internacional de ajedrez, Vladimir Voitinuik, reflexionando su cuarta movida contra su desafiante, Guillaume…
Cambió de canal.
—… dirigiéndonos a toda prisa hacia la costa de Florida que, desgraciadamente, ha sido elegida por una gran cantidad de autodenominados «clanes de Vividores» para pasar el invierno. A pesar de que el huracán Kate ha aparecido ya superada la temporada de huracanes, vientos de más de ochenta kilómetros por hora…
La cámara robot mostraba a Vividores aterrorizados, muchos prácticamente desnudos, tratando de cavar zanjas con palas, estacas, incluso con trozos de metal que parecían pertenecer a robots rotos. Un primer plano de un niño, arrancado de los brazos de su aullante madre…
—¿Jackson? —dijo Theresa. Iba descalza y no la había oído entrar en la habitación. Se apresuró a apagar las noticias.
—Jackson, tengo que preguntarte una cosa.
—¿Qué, Theresa?
Tenía un aspecto lamentable. Estaba aún más delgada. Desde el Cambio, ya no se daban casos de anorexia nerviosa; al alimentarse directamente, el cuerpo sabía lo que necesitaba; sin embargo Jackson pensó que Theresa, que no había sido sometida al Cambio, se encontraba casi al límite de esa enfermedad. Bajo el borde de su holgado vestido floreado distinguía la larga línea de sus tibias, y por encima del cuello del vestido la clavícula destacaba contra la pálida mata vaporosa de su seco cabello, como ramitas contra las nubes. Se desesperó al imaginar lo que revelaría un análisis de rutina. Deficiencias en la densidad ósea, recuento de glóbulos rojos y glóbulos blancos, neurotransmisores, procesos metabólicos… ni un parámetro normal. Niveles de estrés cardiaco, cortical e incluso celular claramente desproporcionados. Más las aminas biogénicas que producía el cuerpo sólo en condiciones patológicas, de la clase que indicaban una aceleración en la destrucción de las células nerviosas y cambios permanentes en la estructura neurológica.
—Tessie… tienes que comer más. Ya te lo he dicho. Me lo prometiste.
—Lo sé. Lo haré. Pero he estado tan enfrascada en mi libro… Creo que va mejor. En algunos de los párrafos casi llego a expresar lo que siento. Pero ahora querría pedirte que me recomendaras un buen programa sobre Abraham Lincoln. Algo no demasiado profundo, sino claro, acerca de su vida y su política.
—¿Abraham Lincoln? ¿Por qué? —Aunque enseguida supo la respuesta.
—Leisha Camden escribió un libro sobre Lincoln. Por lo que me dijo Thomas, creo que se consideró una gran obra. Y no sé casi nada sobre el presidente Lincoln.
Theresa nunca había demostrado interés por la historia… en realidad, nunca había ido más allá de los primeros niveles del programa educativo.
—¿Por qué no usas el libro de Camden, entonces? —preguntó Jackson.
Su hermana se ruborizó.
—No está adaptado. Y cuando le pedí a Thomas que me lo leyera… Bueno, me parece que necesito algo más fácil. ¿Me ayudarás?
—Por supuesto —respondió con gentileza. Y luego, sin poder evitarlo—: ¿Cómo marcha tu libro sobre Leisha?
—Oh, ya sabes. —Hizo un gesto vago con la mano—. Siempre hay un abismo entre el libro que uno tiene en la cabeza y el que queda en la página.
Sonaba como algo que Thomas le hubiera rescatado de un programa de citas. Tessie era muy aficionada a ellos. ¿Acaso le proporcionaban la ilusión de comprender? Se le encogió el corazón de pena.
—Intenta con el programa Claro y Presente. El hipertexto explica bien las cosas. No recuerdo el título exacto de lo que necesitas, pero Thomas puede buscártelo.
—Gracias, Jackson —le sonrió; parecía tan frágil como el cristal—. Thomas lo puede buscar. ¿Programa Claro y Presente?
—Claro y Presente.
Mientras ella salía, Jackson distinguió el nudoso hueso calcáneo de su talón desnudo, apenas rodeado de músculo.
Jackson permaneció varios minutos sentado frente a la vacía pantalla mural. Guerras de jeringuillas. Ataques en enclaves. Vividores desesperados. Theresa. Abraham Lincoln. Recordó un discurso de Abraham Lincoln, destacándose por encima de las trivialidades de sus propios días de escolar: el voto es más poderoso que la bala.
Ya nadie creía en eso. Nadie que él conociera.
Salvo Lizzie Francy.
Aparcó su coche a unos sesenta metros del edificio del clan, recordando que dos meses atrás pululaban por el lugar gran cantidad de desaliñados Vividores jóvenes. Ahora, por supuesto, uno de esos jóvenes era supuestamente candidato a un cargo público.
Alguien se aproximaba al coche: era Vicki Turner. Jackson bajó la ventanilla y entró una ráfaga de frío aire invernal.
—Doctor Jackson Aranow. Qué honor. Suponía que te encontrarías en alguna fiesta de Año Nuevo. ¿Has venido a compartir el impulso final para el recuento democrático de votos? ¿O para sentir la satisfacción de descubrir que hemos seguido adelante con el intento, en lugar de abandonarlo, en el típico estilo Vividor, tras el efímero entusiasmo inicial?
—Estoy aquí para ver cómo marcha el proyecto —contestó Jackson, frunciendo el ceño.
—Un lenguaje muy poco comprometido. Tus profesores de psicología de la facultad de medicina estarían orgullosos de ti. La verdad es que íbamos a intentarlo una vez más con un grupo de no-inscritos particularmente recalcitrantes. Tal vez podrías acercarnos.
—Señorita Turner: he examinado tu clasificación de crédito. Está fatal, supuestamente como resultado de tu arresto por parte de la GSEA y los subsiguientes… inconvenientes. Pero no me cabe la menor duda de que tendrás cuentas bancarias registradas bajo otros nombres en alguna parte. ¿Por qué no le compras a tu clan un coche aéreo?
—Estás equivocado, Jackson. No tengo dinero guardado en ninguna parte. Me lo gasté todo.
—¿En qué?
Ella no respondió; se limitó a sonreír fugazmente y de pronto Jackson comprendió. En las Guerras del Cambio. Cualquiera que fuese el papel que Vicki Turner había jugado en esa lucha por convencer a los norteamericanos de que las jeringuillas no eran un complot de los Insomnes para esclavizar a los Vividores, por convencerlos de que dejaran de matarse unos a otros por los cambios radicales en biología, por convencerlos de que dejaran de atacar a Washington porque ahora ellos podían… al margen de lo que Vicki hubiera hecho, realmente le había costado todo su dinero. Y no lo lamentaba.
—Me haces sentir avergonzado —exclamó.
Por un instante, el rostro de Vicki pareció suavizarse, y él pudo vislumbrar algo detrás de la frágil máscara, algo melancólico y un poco solitario. Luego, volvió a sonreír como antes.
—Entonces puedes expiar la culpa por tu profunda vergüenza cívica y llevarnos hasta donde están esos votantes reacios.
Jackson no respondió. En ese instante de involuntaria vulnerabilidad, ella le había vuelto a recordar a Cazie. Y él se había vuelto a comportar como un idiota balbuceante.
Lizzie y Shockey se encaminaban hacia el coche. Lizzie tenía en brazos a Dirk, bien arropado para defenderlo del frío. Shockey llevaba una llamativa cota amarilla y una chaqueta color lima, y adornaba sus orejas con bisutería fabricada con viejas latas de gaseosas. Sobre el hombro derecho mostraba una extraña protuberancia. A medida que se acercaba, Jackson distinguió que se trataba de una flor roja, blanca y azul, hecha con varias capas de áspera tela estampada con tintes vegetales, montadas en forma de corola.
—… y jamás oyeron hablar de los jacobinos —murmuro Vicki, pero la afectuosa mirada que le dirigió a Lizzie era real.
—Doctor —saludó Shockey—. ¿Aquí presente, para el empujón final? Tal vez aprenda algo.
—Es cierto, doctor —dijo Vicki—. Después de todo, estamos iniciando la nueva historia política con nuestros movimientos populares hacia la democracia.
—Condenadamente cierto —convino Shockey. El joven pareció expandirse al levantar unos cinco centímetros la roseta que tenía en el hombro. Aire caliente, pensó Jackson.
Lizzie casi bailaba de excitación. Su oscuro cabello se erguía en más direcciones que las que Jackson creía posibles.
—Si podemos conseguir que la gente acceda a registrarse esta noche, doctor Aranow, contaremos con el noventa y tres por ciento de participación de los Vividores. Cuatro mil cuatrocientos once votantes Vividores en todo el país para el invierno. Ahora bien, usted dijo que Susannah Wells Livingston no era una verdadera candidata, sino simplemente alguien que se oponía a Donald Thomas Serrano, y Serrano puede llegar a obtener los votos de casi todos los Auxiliares registrados. Eso supone cuatro mil ochenta y dos votos. Aunque no logremos convencer a este clan para que se registre, seguimos teniendo posibilidades de ganar.
—Querrás decir que yo tengo posibilidades —dijo Shockey.
—Muy bien: tú —dijo Lizzie. Jackson vio que estaba demasiado feliz como para molestarse en discutir con Shockey—. Lo lograremos.
Jackson miró a Vicki. Ella asintió con un movimiento de cabeza.
—Díselo, Jackson. Tal vez a ti te hagan caso.
—Lizzie… —empezó Jackson, pero se interrumpió. Odiaba hostigarla. ¿Cuánto hacía que no veía auténtico entusiasmo por algo constructivo?—. Lizzie, llegar hasta el límite de votantes registrados no te garantizará la victoria. Faltan tres meses para la verdadera elección de abril. En tres meses, Donald Serrano va a hacer cuanto esté en su mano para convencer a los votantes Vividores de que opten por él. Y todos los políticos Auxiliares lo van a ayudar, incluso Sue Livingston. Porque si vosotros ganarais, eso sentaría un precedente potencialmente devastador en la elección de gente marginal para el gobierno.
—¡No somos marginales, nosotros! —estalló Shockey.
—Para la política Auxiliar, lo sois. No quieren que vosotros ni los de vuestra clase toméis decisiones que los afecten a ellos y a los de su clase. Ni siquiera las ínfimas decisiones sin importancia que puede tomar un supervisor de distrito. Quieren manteneros al margen. Y lo intentarán mediante la compra de los votos de todo el electorado de Willoughby County. Con conos de energía, sistemas musicales, unidades sanitarias, alimentos y motos lujosas, con todos aquellos objetos de placer que pueden ofrecer ahora mismo, y que vosotros, en cambio, sólo podéis prometer que vais a tratar de conseguir, tal vez, en el futuro.
Lizzie lo miró de mal talante por encima del bebé dormido.
—¿Y cree que por eso caeremos? ¿Que seremos comprados de esa manera?
—Así se os ha comprado durante casi cien años —replicó Jackson suavemente.
—¡Pero ya no! ¡Somos diferentes, nosotros! ¡Desde el Cambio! ¡No os necesitamos!
—Y por eso queremos que ahora nos lleves —dijo Vicki—. Gánate el sustento, Jackson. Lizzie, Shockey, subid al coche.
Así lo hicieron. Vicki le dio algunas indicaciones, y los cuatro volaron en silencio durante varios minutos sobre el accidentado terreno, cubierto por los detritus del invierno. Ramas de árboles arrancadas por el viento, maleza marchita, hojas muertas y empapadas, hondonadas cubiertas por la nieve. Finalmente, Jackson habló.
—¿Queréis que aterrice con vosotros en su… campo? —preguntó—. ¿O no deberían ver a un Auxiliar involucrado en esta empresa Vividora?
—No —dijo Lizzie, logrando sorprenderlo—. Usted también viene. Esta gente en particular debe verlo.
El clan, al igual que tantos otros grupos, había pasado el invierno en una planta procesadora de alimentos abandonada. Jackson dedujo que en el pasado la fábrica había procesado manzanas provenientes de los huertos silvestres que cubrían las bajas colinas. Nadie salió a recibirlos. Lizzie, siempre con el dormido Dirk en brazos, los condujo hasta la parte trasera del edificio donde, debajo de la habitual carpa de plástico desplegada sobre un terreno de alimentación, el grupo estaba tomando el almuerzo.
Sesenta o setenta Vividores estaban sentados o acostados, desnudos, sobre el terreno removido, absorbiendo tanto el alimento como el sol. Por un instante, la escena le recordó a Jackson la fiesta a la que lo había llevado Cazie. Pero no había la menor posibilidad de confundir las dos situaciones. Estos Vividores —aunque Jackson odiaba admitirlo, porque le traía reminiscencias de la peor clase de deshumanizada intolerancia—, eran del estilo de Ellie Lester. Pero era la pura verdad: los Vividores eran repulsivos.
Espaldas peludas, pechos caídos, vientres y muslos fláccidos, proporciones carentes de gracia, rostros de facciones demasiado juntas, o demasiado separadas, o mal combinadas unas con otras. Ya casi ni importaba que su piel tratada con el Limpiador Celular fuera tersa, saludable y estuviera libre de impurezas. Desde que concluyera su residencia, Jackson había tratado casi únicamente con cuerpos genemodificados. En ese momento recordó hasta qué punto era fea, en comparación, la mayoría de la humanidad.
—Impresionante, ¿verdad? —murmuró Vicki en su oído—. Incluso para un médico. Bienvenido al homo sapiens. «El aristócrata de los animales», como señaló Heinrich Heine.
Sin más preámbulos, Lizzie se dirigió a ellos.
—Hemos vuelto, nosotros, para hablaros acerca de la próxima elección. Janet, Arly, Bill, Farla, prestad atención, vosotros.
—¿Acaso tenemos opción, nosotros? —dijo una fláccida, sonriente y desnuda mujer de mediana edad, con las nalgas como pelotas desinfladas—. Lizzie, déjame coger a ese niñito tan encantador.
Lizzie le entregó a Dirk y se quitó toda la ropa. Shockey y Vicki, con total despreocupación, hicieron lo mismo. Vicki sonrió a Jackson.
—Allí donde fueres, haz lo que vieres —le dijo.
Él no iba a permitir que ella, que ninguno de ellos, lo intimidara. Se quitó la chaqueta y la camisa.
—¡Oooh, qué bien! —exclamó la mujer de mediana edad, y rió ante el desconcierto de Jackson—. Pero, dinos, Lizzie, por qué has traído al así llamado candidato junto a este par de Auxiliares.
—Yo no soy ningún «así llamado», Farla —dijo Shockey, gentilmente—. Soy el próximo supervisor del distrito de Willoughby County, yo.
—Sí, claro —respondió Farla, sonriendo.
Jackson estaba teniendo problemas. Comenzó a quitarse los pantalones lentamente… tan lentamente como pudo. Los Vividores estaba acostumbrados al nudismo de la alimentación comunitaria. También los Auxiliares, pero la alimentación con tierra, hecha en cuartos perfumados, con luz tenue, a menudo tenía connotaciones sexuales. Aquí, los jóvenes como Shockey estaban relajadamente desnudos. Cómodos. Despreocupados. Sin que hubiera motivo para ello, Jackson tuvo una erección.
—Adelante, Jackson —dijo suavemente Vicki—. Deja al descubierto el medallón genemodificado de la familia.
Se volvió hacia ella, irritado. ¿Por qué siempre tenía que hacer las cosas más difíciles? Efectivamente, enseguida se pusieron más difíciles. Su cuerpo desnudo era enloquecedoramente hermoso. Pechos más pequeños que los de Cazie, pero más erguidos, cintura más fina, caderas esbeltas, y largas piernas… Su vello púbico era rubio rojizo, una bonita pelusa clara, un velo sobre…
—Oh, vaya —dijo Vicki—. Tu familia sí que gastó bien su dinero. —Y luego, en un tono de voz diferente—: Vamos, Jack, ríete un poco. Es divertido, ¿no te das cuenta?
Él lanzó una carcajada hueca, tratando de exagerar el sonido, buscando la ironía, pero enseguida se dio cuenta de que no lo había logrado.
Lizzie estaba pronunciando su discurso.
—Si todos os registráis entre las 11.15 y las 11.50 de esta noche, tal como os hemos dicho, ningún otro Auxiliar podrá inscribirse para la elección. Tenemos suficientes Vividores como para ganar. Si vencemos, nosotros, podemos conseguir el dinero de los impuestos, y llenar el almacén del condado con todo lo que necesitamos. No vais a decirme, vosotros, que no necesitáis nada.
—Por supuesto que sí —intervino un hombrecillo ceñudo y entrado en años—. Y, diablos, te votaría, Shockey. Has sido alcalde, tú. Además, aún recuerdo el tiempo en el que no todos los candidatos eran Auxiliares, mucho antes de que vosotros, muchachos, hubierais nacido. Quiero saber, yo, qué precio nos exigirán los Auxiliares por votar a uno de los nuestros.
—No habrá ningún precio —aseguró Shockey.
—Ay, hijo, siempre hay un precio. Ellos siempre se cobran su precio.
Shockey se indignó.
—¿Como qué, Max? —preguntó—. ¿Qué pueden hacernos los Auxiliares?
—Qué no pueden hacernos, querrás decir. Tienen armas, tienen policía, pueden cambiar el condenado clima, por lo que he oído… por lo menos, un poco. Ya estamos bien como estamos. Tenemos todo lo que realmente necesitamos, y no llamamos su atención.
—¡Pero de esa forma las cosas nunca van a cambiar! —gritó Lizzie—. ¡Jamás conseguiremos ningún lugar!
—Precisamente —asintió el viejo—. Si sigues mirando hacia el cielo, estás condenada a tropezar con las piedras.
—Pero…
—Pero han traído Auxiliares con ellos —dijo de pronto otro hombre—. No son sólo Vividores, ellos, mezclados con el resto de nosotros.
—Vicki y el doctor Aranow no son… —comenzó a decir Lizzie, pero Vicki la interrumpió. Miró fijamente a los ojos al hombre que había hablado.
—Es verdad. Tienen con ellos a dos Auxiliares. Yo soy Victoria Turner y en el pasado trabajé para la GSEA. Y éste es el doctor Jackson Aranow, médico y propietario de TenTech, una importante corporación. Lizzie no está sola en su lucha. El doctor Aranow y yo contamos con los recursos necesarios para vencer cualquier represalia que puedan tomar los Auxiliares si los derrotáis en las elecciones.
Jackson se quedó mirándola.
—¿Por qué? ¿Por qué está del lado de Lizzie, usted? —preguntó el hombre, desafiante.
—De mi lado —corrigió Shockey, ceñudo.
—Porque creo en este país —contestó Vicki. Se acercó hasta la ropa de Shockey, que yacía apilada a un costado, y arrancó la escarapela roja, azul y blanca del hombro de la chaqueta. La tendió hacia el hombre, con sinceridad manifiesta, con cínica ironía, con lo que finalmente Jackson advirtió que era un disfraz protector sobre sus auténticas convicciones. Pero Vicki no creía realmente que esta elección fuera a triunfar… ya lo había dicho. Debía creer en algún compromiso político más profundo, del cual esto era apenas un necesario primer paso.
El hombre lanzó un bufido, pero cogió la roseta. El más viejo, Max, sonrió.
—Muy bien, Shockey, dinos, tú, qué harás si te elegimos —exigió Farla bruscamente.
Alguien de entre el gentío lanzó una risita tonta.
—¡Sí, Shockey, haz un discurso electoral, tú!
—¡Bien, lo haré, yo! ¡Ahora, Vividores, escuchadme, vosotros! ¡Todo el mundo!
—Ceded la palabra al soberano —murmuró Vicki—. Jackson, ponte cómodo. El pueblo habla.
Cuando dejaron el clan de Farla, ya había oscurecido. El debate había durado toda la tarde y parte de la noche, y Jackson sospechaba que lo impulsaba tanto el placer de la discusión como el deseo de información. La gente gritó, insultó, amenazó y vociferó. Después de almorzar, entraron en el oscuro y cálido gabinete ocupado por estropeadas sillas, cubículos para dormir montados con improvisadas separaciones, maquetas de aparatos, pieles de conejo, y un costoso terminal que mostraba la marca de una de las subsidiarias de TenTech. ¿Robado? Vicki le sonrió. Conos de energía mantenían caliente el amplio lugar, bajo nivel… ¿acaso esos conos eran algunos de los que TenTech envió al clan de Lizzie? Tal vez Shockey también comprendía el valor de sobornar a los votantes.
Al atardecer, Dirk empezó a protestar.
—Debe volver a casa —dijo finalmente Lizzie—. La abuela Annie estará preocupada, ella. Doctor Aranow, llévenos a casa, por favor.
Jackson se dio cuenta de que los demás quedaban impresionados al ver a Lizzie dándole órdenes. Se había convertido en un valor de campaña. Además de transporte público: sin su coche aéreo se habrían enfrentado al frío de una larga caminata a través de las montañas. No… sin su coche aéreo, no se habrían quedado hasta tan tarde, ni discutido con tanto fervor. Vicki volvió a sonreírle.
—¡Estoy entusiasmada! —exclamó Lizzie, una vez en el coche—. ¡Sólo unas pocas horas más! Dirk, calla, pequeñín. ¡Pocas horas más, y por lo menos cuatro mil cuatrocientos once votantes Vividores de Willoughby County se registrarán todos a la vez!
—¿Estás segura, tú, de que todos estos patanes conocen el procedimiento para utilizar la línea? —preguntó Shockey.
—Sam Bartlett y Tasha Herbert lo explicaron dos veces a todos los clanes. Todo el mundo sabe qué hacer. Saldrá bien.
Para sorpresa de Jackson, así fue. A las once de la noche, todos, salvo los niños que estaban durmiendo, se agolparon alrededor del terminal de Lizzie. Ella había programado una hoja móvil de recuento de datos: VOTANTES DE WILLOUGBY COUNTY, dividida en dos columnas: VIVIDORES y AUXILIARES. Los números que figuraban debajo de la columna de AUXILIARES, en brillantes caracteres tridimensionales Góticos Universales, permanecían constantes. Cada vez que la otra lista sumaba cien votos más, aparecía una bandera norteamericana, sonaba la música, y una diminuta figura apretaba un botón que simbolizaba la papeleta electoral en una diminuta red de votación. La pantalla completa lanzaba holoserpentinas que terminaban en fuegos artificiales simulados.
—Es una especie de mezcla entre el festejo de Año Nuevo, la Carrera de Motos de las Estrellas, y el Cuartel General de la Organización Democrática Tammany de Nueva York —comentó Vicki, detrás del hombro derecho de Jackson.
—¡Preparaos, todo el mundo! —anunció Shockey—. ¡Son las once y cuarenta y ocho!
Jackson observó la pantalla. De pronto, los números VIVIDORES dieron un salto, luego otro más, sobrepasando los números AUXILIARES. Centellearon las banderas. La gente lanzó vítores, casi logrando sofocar los sonidos de «A veces, una gran Nación…». Annie Francy exclamó: «¡Oh, Señor!» Los números saltaron otra vez, y otra vez más, y luego fueron a tal velocidad que parecieron animados, mientras estallaban los holofuegos de artificio proyectados y a su alrededor los Vividores gritaban, y se abrazaban unos a otros, y saltaban sin parar.
Medianoche. VIVIDORES: 4.450. AUXILIARES: 4.082.
—¡Lo hemos logrado! —aulló Shockey.
—¡Hurra por el próximo supervisor de distrito de Willoughby County!
—¡Sho-ckey, Sho-ckey!
Tomaron a Shockey por los pies, y lo obligaron a recorrer el suelo sobre sus manos… una especie de ritual de triunfo Vividor, supuso Jackson. De pronto se sintió muy cansado. En ese momento sonó su móvil.
—Jackson, contéstame. Ahora.
Cazie. ¿Cómo se había enterado tan pronto? Sólo pasaban seis minutos de las doce. ¿Acaso había acertado a observar por casualidad oscuros registros de votantes, o contaba con una contraseña que la alertaba sobre cualquier acontecimiento político extraordinario? De repente Jackson sintió deseos de hablar con ella. Iba a disfrutar de la situación. Se dirigió hacia un rincón relativamente tranquilo y se situó de cara a la pared, sosteniendo la pequeña pantalla de forma que Cazie no viera la habitación.
—Cazie. ¿Qué haces, levantada tan temprano?
—¿Dónde estás, Jackson?
—Con unos amigos. ¿Por qué?
—Willoughby County, Pennsylvania, ha registrado cuatro mil cuatrocientos cincuenta votantes más pocos minutos antes de que se cerrara el registro. Son Vividores. Y para colmo, se ha registrado una petición para elegir a un tercer candidato que ocupe el lugar de supervisor de distrito que Ellie Lester dejó vacante.
—¿Te refieres al puesto de Harold Winthrop Wayland? —preguntó Jackson.
—Ya estaba senil; la que llevaba la oficina era su nieta. Para el considerable beneficio de TenTech, debo reconocer. Como sabes, el supervisor de distrito, por detrás de los controles oficiales, hace algo más que abastecer los almacenes… no, probablemente no lo sabes. Pero, Jackson, esto es serio. Ciertas personas habían pronosticado algo semejante, por eso me enteré inmediatamente. No puede permitirse que se transforme en una tendencia. Vividores en la esfera oficial. ¡Maldita sea!
—El registro de votantes era legal, ¿no es así?
Cazie se pasó la mano por sus rizos oscuros.
—Ése es el problema —contestó—. Es legal. Es demasiado tarde para registrar más Auxiliares… y de todas maneras no podemos acceder directamente a la plantilla del programa; los medios de comunicación ya la han copado porque es un notición. He llamado a Sue Livingston y a Don Serrano, y a sus programadores de campaña, y creo que tú también deberías asistir a la reunión. Aunque sólo sea porque TenTech resulta potencialmente afectada. ¿Sabes cuánto hemos invertido en bonos del condado y del estado, sólo por mencionar un aspecto de la cuestión?
—No —respondió Jackson con cautela—. No lo sé.
—Bueno, te lo resumiré. En circunstancias normales no te informaría acerca de la vertiente política de la compañía, pero en esta oportunidad… Jackson, nunca te has dado cuenta de lo importante que es la política. ¡TenTech es pura conexión política!
—Creía que TenTech era una empresa que fabricaba artículos de primera necesidad.
Cazie suspiró.
—Creías. En cualquier caso, la reunión es a las nueve de la mañana. En mi casa.
Jackson no respondió. A sus espaldas, el rugido de celebración había pasado a ser un parloteo dichoso. Sintió una mirada sobre él, y vio a Vicki, de pie, a menos de un metro, escuchando descaradamente.
—¿Jack? —dijo la imagen de Cazie en la pequeña pantalla del móvil.
—Si tú no le cuentas que nos has ayudado —dijo suavemente Vicki—, probablemente nunca llegue a enterarse.
—¿Jack? ¿Sigues ahí?
—Puedes continuar colaborando con el otro bando —continuó Vicki—, protegiendo los tentáculos políticos de TenTech. Y perdiendo… ¿qué? ¿Crees que estarías perdiendo algo, Jackson?
—¡Jack!
Jackson levantó el móvil. Acomodó las lentes de manera que Cazie pudiera ver el edificio del clan, luego a Vicki, y luego a él mismo.
—Estoy aquí, Cazie, en Willoughby. Y sí, mañana por la mañana estaré en esa reunión, para separar los intereses de TenTech de los resultados electorales. Pero no para deshacer esos resultados.
Cazie se quedó boquiabierta. Jackson cortó la comunicación antes de que pudiera decir nada, y dio instrucciones al móvil para que interrumpiera las llamadas durante las seis horas siguientes. Se volvió hacia Vicki.
—Pero quiero que sepas que no soy un boicoteador de votos, ni un reformador político. Soy médico —puntualizó.
—La situación no necesita un médico —replicó ella.
—¿Y tú siempre te conviertes en lo que la situación necesita? ¿No aportas nada personal?
—Ya ves. Soy sólo un manojo de neurotransmisores químicos que responden a un estímulo.
—Tú no crees eso.
—No, no lo creo. Pero ¿y tú? —dijo ella, y se alejó.
Se dio cuenta de que ella había logrado quedarse con la última palabra.
Los Vividores se habían sentado en filas, sobre las maltrechas sillas, interrumpiendo a Lizzie, Shockey y Billy Washington, que hacían planes en voz alta.
Jackson contempló los cuerpos desgarbados de los Vividores, que eran desproporcionados, sin gracia, carentes de educación, pendencieros, groseros. Vestidos —apenas— con chillones tejidos de plástico o harapos hechos en casa. Gritándose estúpidas sugerencias unos a otros, motivados por la avaricia, o expectativas poco realistas, o la tozudez, o la absoluta ignorancia acerca de la estructura gubernamental.
Abandonó el mitin político y se fue a casa.