21
Lizzie despertó en un pequeño cuarto vacío, de no más de dos metros y medio por uno y medio, con paredes de espuma premoldeada sin ventanas. Tres paredes. Se sentó sobre la cama, que era tan sólo una plataforma que sobresalía de la pared, y buscó la pared que faltaba. Había una mujer sentada en una silla, frente a ella. Detrás de la mujer, que llevaba un uniforme azul, se extendía un impersonal pasillo.
—Hola —saludó la mujer. Era hermosa, en el mismo estilo de Vicki: por genemodificaciones. Cabello muy negro, ojos castaños, piel blanca como la nieve. La cuarta pared, advirtió Lizzie, era un escudo de energía-Y.
—Se encuentra usted en los Cuarteles Generales del Sistema de Seguridad de Manhattan Este, Patterson Protect, concesionaria legal. Soy la oficial Foster. Usted es Elizabeth Francy, y ha sido detenida por irrumpir en el enclave, o sea, por el delito de violación de la propiedad. ¿Sería tan amable de decirme cómo consiguió entrar en el enclave?
Lizzie se palmeó el bolsillo. El globo ocular color violeta ya no estaba allí, lo que significaba que la oficial Foster ya sabía cómo lo había logrado. Lizzie la contempló en silencio.
—Señorita Francy, parece no comprender la situación. Manhattan Este es una propiedad privada. Patterson Protect está absolutamente autorizada a ocuparse de las cuestiones policiales del interior del enclave. También podemos involucrar al Departamento de Policía de Nueva York, si queremos. La violación de la propiedad es un delito grave, y el asesinato es un crimen capital. —Levantó el ojo de Tish—. Patterson Protect puede utilizar sueros de la verdad, y lo hará, como autoriza la ley.
—¡Yo no he asesinado a nadie! Y necesito, yo, ver a una persona que vive aquí. El doctor Jackson Aranow. ¡Debo comunicarle algo muy importante!
—Doctor Jackson Aranow —repitió la policía, y guardó silencio. Lizzie supuso que algún sistema le estaba suministrando información a través del micrófono insertado en su oreja. Un instante después dijo—: ¿Por qué…?
La puerta situada en algún lugar del corredor que estaba a sus espaldas se abrió de par en par. Ruido de pies que corrían. Apareció un muchacho, de no más de catorce años, vestido con el mismo uniforme, aunque llevaba la palabra «INTERNO» grabada en el cuello del mismo. Su rostro evidenciaba una profunda impresión.
—¡Oficial Foster! ¡Venga, deprisa, las redes de noticias…!
—Daniel… —comenzó a decir la oficial, en tono inexpresivo.
—… dicen que…
—Daniel.
—¡… alguien ha atacado Sanctuary con una bomba nuclear!
Lentamente, la oficial Foster se incorporó. Siguió al muchacho pasillo abajo; Lizzie distinguió la sucesión de expresiones que mostraba su rostro: impresión, cálculo, placer.
Han destruido Sanctuary.
Lizzie se bajó de la plataforma que servía de cama. Las piernas no le temblaron; fuera cual fuere el neurofármaco que había usado el robot de seguridad, no le había dejado efectos residuales. Pasó las manos sobre el escudo de energía-Y que formaba la cuarta pared de la celda. No encontró la menor abertura. Ningún mecanismo en ese lado del escudo. Ninguna salida.
Han destruido Sanctuary. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Con todos los Insomnes dentro? Seguramente había sido Miranda Sharifi, en guerra con su abuela… pero ¿por qué ahora? ¿Sería posible que tuviera algo que ver con el neurofármaco del miedo?
Nada de todo aquello tenía sentido.
Y Lizzie estaba cansada de tratar de adivinar. Cansada, enfadada, atemorizada. De ir caminando hasta Nueva York para encontrar a Vicki y al doctor Aranow. De ser atacada por Vividores, Auxiliares y robots. De ser amenazada con arresto por asesinato. Incluso de manipular datos informáticos. Era una madre. Tenía que estar en su hogar, con su hijo. Y en cuanto encontrara a Vicki, o al doctor Aranow, o a cualquiera que la ayudara a salir de aquel lío, era exactamente allí donde pensaba volver.
—¡Eh! —gritó, tentativamente. Nadie respondió. La oficial Foster no regresó.
Lizzie comenzó a intentar los códigos usuales, para ver si conseguía alguna respuesta del sistema del edificio. No sucedió nada.
Se dispuso a esperar.
Transcurrió una hora. ¿Es que no iría nadie a interrogarla? ¿No quedaba nadie en Nueva York? ¿Y qué pasaba si el que había hecho estallar Sanctuary había arrojado también una bomba sobre Manhattan Este…? Bueno, jamás se enteraría antes de morir. Pero ¿y si alguien había diseminado el neurofármaco del temor en ese lugar? ¿Los policías se marcharían a sus casas, y se quedarían en ellas, temerosos de cualquier novedad, dejando a Lizzie para que se pudriera en su celda?
Allí todo era sintético. No había nada consumible.
Pero tenía que haber algún robot que le trajera algo de comer. Y agua. Y un lugar para hacer sus necesidades… Descubrió un agujero en el suelo.
Transcurrió otra larga hora. Lizzie se propuso pensar cuidadosamente, idear un plan. Muy bien, si no acudía nadie y no sucedía nada para cuando contara hasta cien…, oh, bueno, hasta doscientos.
Plazo cumplido.
—¡Uuuuhhhhh! —chilló Lizzie. Se aferró algunos pelillos de la fosa nasal derecha y tiró de ellos. Le dolió enormemente. Inmediatamente comenzó a fluir la mucosidad, su corazón se puso a latir con fuerza, y sintió que el rostro se le ruborizaba. Tiró de más pelillos nasales, y las lágrimas le empezaron a correr por las mejillas mientras el moco le caía de la nariz. Luego comenzó a respirar con jadeos superficiales, hasta que empezó a hiperventilarse. Se arrojó sobre el suelo de espuma premoldeada.
—Solicitud de asistencia médica —dijo la celda—. Esquema de respiración anormal. Presión arterial elevada bruscamente en tres puntos, ciento treinta pulsaciones por minuto, registro cerebral que muestra…
Una unidad médica atravesó flotando el escudo de energía-Y. Era de una clase que ella jamás había visto, aunque los pueblos Vividores disponían de unidades médicas. De ella surgió un pequeño brazo llevando un parche: otro tranquilizante. Lizzie se encaramó al lecho, cogió la unidad médica, y la subió hasta la cama, aliado de ella, para impedir su funcionamiento. Esperaba con todas sus fuerzas que la estuviera sosteniendo de tal forma que los brazos del robot no pudieran alcanzarla. Y que no hubiera quien contestara la alarma que sin duda le estaba enviando al sistema del edificio.
—¡Abrir comunicador médico! —le gritó al robot, y recitó el código AMA del doctor Aranow, según lo había descubierto al entrar en su base de datos. ¡Por Dios, tenía que abrirse! Era una unidad médica, ¿no? Tenía que estar conectada con registros oficiales.
—Comunicador médico abierto —dijo una tranquila voz femenina—. Grabando. Adelante, doctor Aranow.
—¡Comuníqueme con mi sistema doméstico!
—Esta unidad no está equipada para hacer eso. Ha abierto un canal de grabación de registros médicos oficiales. Proceda, por favor.
—¡Maldita sea! —bramó Lizzie. ¿Qué pasaba si la unidad médica activaba defensas físicas? Comenzó a recitar los códigos de seguridad que había descubierto cuando se introdujo en varios sistemas gubernamentales, en todos, esperando que alguno abriera el canal que ella sabía posible, que debía ser posible; incluso las redes Auxiliares siempre tenían accesos secundarios que permitían utilizar el sistema para otras funciones aparte de las específicas…
—Red abierta —anunció la voz femenina, y a continuación una voz masculina dijo—: ¿Sí, doctor Aranow?
Jones. El sistema doméstico del doctor Aranow. Lizzie aspiró profundamente para serenarse.
—Jones, dígale por favor al doctor Aranow que tiene una llamada de emergencia de parte de Lizzie Francy. —Seguía manteniendo la unidad médica separada al máximo de su cuerpo, aunque ésta ya había dejado de tratar de aplicarle un parche tranquilizante—. La señora Lizzie Francy.
—El doctor Aranow no está disponible de momento. ¿Desea dejar un mensaje?
—¡No! Quiero decir… ¡necesito hablar con él! ¡Póngame en contacto con su sistema personal!
—Lo siento, este sistema no puede hacerlo debido a órdenes exteriores. ¿Desea dejarle un mensaje?
Lizzie no contaba con una línea de máxima prioridad, y este robot aplicador de parches carecía de la habilidad de crear una. ¿Y entonces, qué?
—Responda por favor en los próximos quince segundos. ¿Desea dejar un mensaje?
—¡No! —repitió Lizzie desesperadamente—. ¡Permítame hablar con la hermana del doctor!
—Un momento, por favor.
Entonces se oyó una voz, débil y asustada.
—¿Diga?
—¿Señorita Aranow? —De repente Lizzie no pudo recordar el nombre de la hermana de Jackson. Evocaba perfectamente su imagen, esbelta y elegante con su vestido floreado, sosteniendo a Dirk en sus brazos, con las lágrimas cayéndole por el rostro pálido y aterrado. Lizzie incluso recordaba el nombre del sistema personal de la joven, «Thomas», y, naturalmente, todos los códigos de acceso. Pero no lograba dar con el nombre de pila de la chica—. Señorita Aranow, soy Lizzie Francy, la… amiga del doctor Aranow. La madre del bebé. ¡Estoy en la cárcel del Enclave de Manhattan Este! ¡Por favor, dígales al doctor Aranow y a Vicki Turner que vengan a rescatarme lo antes posible! ¡Es una emergencia!
—¿En… la cárcel? ¿Con… con el bebé? —empezó a decir la señorita Aranow.
La unidad médica comenzó a presionar contra ella, en virtud de alguna clase de mecanismo retardado, y el brazo del robot se adelantó llevando el parche tranquilizante.
—¡Llame al doctor! ¡Llame a Vicki! ¡Venga…!
La unidad médica se sacudió con un súbito impulso de energía. El parche se adhirió a la muñeca de Lizzie. De inmediato quedó sumida en la oscuridad; ni siquiera distinguió la unidad médica, que la soltó alejándose de ella, flotando, hasta quedar suspendida sobre su cuerpo, a medias desplomada sobre la plataforma-cama, a medias fuera de ella.
Theresa se acostó en su cama, temblando. Esa joven Vividora estaba en la cárcel. Con su pequeño.
Imaginó, tan claramente como si estuviera mirando las paredes de su estudio —y no las rosadas paredes de su dormitorio— los holos de las redes de noticias que mostraban bebés Vividores tullidos, arrugados, muriéndose de hambre, agonizando…
No. Estaba adoptando una actitud ridícula. El hijo de Lizzie no se estaba muriendo. Era un bebé Cambiado. Pero el pequeñito estaba en la cárcel, en alguna celda, y algo le había sucedido a su madre para que cortara la comunicación de esa manera. ¿Alguien habría herido a Lizzie Francy? ¿Y al bebé?
Theresa jamás había visto una cárcel. Pero sí había visto holos históricos, y películas. En ellos las cárceles eran lugares repugnantes, celdas horribles que apestaban y albergaban personas peligrosas que herían a los demás. Pero seguramente las cárceles ya no eran así. Los robots de limpieza impedirían que fueran repugnantes, pero el resto…
Se sentó, reclinada contra las almohadas. Las llagas de las manos y del resto del cuerpo ya se habían cerrado. Podía comer, y hablar, e incluso caminar un poco, con muletas. Había tenido un flotador, pero Jackson lo había devuelto, alegando que usarlo le impedía rehabilitar sus músculos. Dos veces al día, el robot enfermero entrenaba a Theresa con el software de rehabilitación física. Pero levantarse significaba un esfuerzo, y cuando recordaba que estaba completamente calva se echaba a llorar. Jackson había quitado todos los espejos del dormitorio. La mayor parte del tiempo, Theresa permanecía en cama, dictándole notas a Thomas. Horas de obsesivas notas sobre Leisha Camden, sobre los Insomnes, sobre Miranda Sharifi.
—Thomas —dijo ahora a su sistema—, haz que Jones ponga una llamada de emergencia para mi hermano, en Kelvin-Castner.
—Enseguida, Theresa.
Pero fue Cazie, ceñuda y molesta, la que respondió su llamada.
—¿Tess? ¿Qué sucede? ¿Por qué la llamada de emergencia?
—Tengo que hablar con Jackson.
—Eso dijiste. ¿Pero por qué? —Cazie tamborileó los dedos sobre una mesa invisible. Su cabello negro necesitaba un buen peinado, y tenía unas profundas ojeras. Se la veía distraída y perturbada. Theresa se hundió contra las almohadas.
—Es… privado.
—¿Privado? ¿Estás bien?
—Sí… estoy… sí. Es sobre otra persona.
Cazie se puso súbitamente alerta.
—¿Qué otra persona? ¿Ha llegado algún mensaje para Jackson? No es sobre Sanctuary, ¿verdad?
—¿Sanctuary? ¿Por qué habría de recibir Jackson un mensaje sobre Sanctuary?
La mirada de Cazie volvió a velarse.
—Nada. ¿De quién es el mensaje, entonces?
—¿Qué pasa con Sanctuary?
—Nada, Tessie. Escucha, no quería tratarte con brusquedad, ahora que estás tan enferma. Vuelve a dormirte, cariño. Jackson está en una reunión importante, y no quiero interrumpirlo, pero le diré que llamaste. A menos que haya algo importante que quieras decirme, para que yo se lo transmita.
Theresa miró a Cazie a los ojos. Le estaba mintiendo, se daba cuenta… ¿cómo? No lo sabía. Sí, lo sabía. Theresa había fingido ser Cazie, y ahora podía decir cuándo fingía Cazie. Una variación en el tono de voz, una luz en sus ojos dorados… Jackson no estaba en ninguna reunión. Y eso sólo podía significar que Cazie quería mantener a Theresa apartada de Jackson. Y también de alguna noticia relacionada con Sanctuary. Además, a Cazie nunca le había gustado que Jackson ayudara a esa chica, Lizzie, y a su hijito…
—No —dijo, con voz vacilante—. Nada… importante. Sólo un mensaje de… de Brett Carpenter. Ese tipo con el que Jackson juega al tenis. Era algo acerca de un partido.
—Pero has dicho que era una emergencia.
—Me temo… me temo que sólo quería hablar con Jackson. Me siento un poco sola.
La expresión de Cazie se suavizó.
—Claro que sí, Tessie. Le diré a Jackson que te llame en cuanto haya terminado la reunión. Y esta noche pasaré a verte. Te lo prometo.
—Muy bien. Gracias.
—Ahora, descansa como una niña buena; verás que todo saldrá bien. —La pantalla quedó en blanco.
—Thomas —dijo Theresa—. Noticias de la red insignia, de las últimas veinticuatro horas. Cualquier cosa que haya sobre Sanctuary.
No fue necesario que utilizara la contraseña. La pantalla se llenó de noticias, y Theresa contempló la explosión de Sanctuary, oyó al impresionado locutor, vio el simulacro de la trayectoria del misil, oyó al presidente Garrison denunciar a terroristas nucleares que aún no se habían identificado.
—Repítelo —ordenó a Thomas, aunque las palabras fueron un mero susurro ahogado, mientras la sal de las lágrimas mortificaba su piel quemada por la radiación. El holo de noticias se repitió.
Así que todos estaban muertos. Miranda Sharifi, muerta en la Solana, junto a todos los extraños e inhumanos Súper que habían transformado a la humanidad en algo distinto. Jennifer Sharifi, muerta en Sanctuary, junto a su brillante y poderosa gente, que controlaba gran parte del dinero del mundo de maneras que Theresa jamás había comprendido. Leisha Camden, muerta siete años antes en un pantano de Georgia. Todos muertos. Toda la gente que había sido modificada genéticamente para no tener que dormir nunca más, todos los que, según Jackson, representaban el siguiente paso en la evolución humana. Todos muertos.
Pero Lizzie Francy y su bebé estaban vivos. En la cárcel del Enclave de Manhattan Este. ¡Llame al doctor! ¡Llame a Vicki! ¡Venga…!
Theresa no podía hacerlo. Estaba demasiado débil, demasiado asustada.
¡Por favor, diga al doctor Aranow y a Vicki Turner que vengan a rescatarme, es una emergencia!
Podía hacerlo si se transformaba en Cazie.
Theresa cerró los ojos y las lágrimas cesaron. Jackson no tenía ni idea —nadie la tenía— de la frecuencia con que se había transformado en Cazie durante el último mes. En la cama, llena de dolor a pesar de los analgésicos, luchando para obligarse a cumplir con el programa de rehabilitación, forzándose a pensar en la explosión de la Solana sin experimentar pánico ni ataques, Theresa había practicado el papel de Cazie. Ser alguien que no tenía miedo, que era capaz de decidir qué debía hacer, y de llevar a cabo sus planes.
En ese momento, se transformó en Cazie.
Paulatinamente, su respiración se fue normalizando. Dejaron de temblarle las manos. Lo más importante fue que percibió la diferencia en el interior de su mente, casi como si cambiara de canal de noticias. Su cerebro era diferente. ¿Era posible? Así lo sentía.
Apoyó las piernas en el suelo y tomó sus muletas. El robot enfermero se acercó flotando.
—¿Necesita ayuda, señorita Aranow? ¿Preferiría que le acercara un orinal?
—No. Desactívate —dijo Theresa, y la parte de ella que todavía era Theresa, una parte que existía sólo si pensaba demasiado que perdería la parte que no lo era, percibió la decisión implícita en su tono de voz. El tono de Cazie. Con la voz aún ronca de Theresa.
No pienses en ello.
Hizo un esfuerzo para quitarse el camisón y ponerse el vestido, que colgaba sobre su delgado cuerpo. Zapatos, chaqueta. En el vestíbulo, se echó un vistazo en un espejo.
No. Oh, Dios, no… ¿ella, con esa cabeza calva? Los ojos hundidos, la piel quemada y llena de costras, tensa sobre el cráneo… ¿ella? Las lágrimas volvieron a rodar.
No. Cazie no lloraría. Cazie sabría que se trataba de algo pasajero. Estaba mejorando, Jackson se lo había dicho… Cazie se pondría un sombrero. Theresa tomó uno de los de Jackson y se lo caló hasta las orejas.
—Busca las coordenadas para la cárcel del Enclave de Manhattan Este —ordenó al robot transportador que el edificio había llamado para ella. Intentó fruncir el ceño como Cazie. Tuvo que aguardar al robot transportador cerca de quince minutos, pero se mantuvo en el papel de Cazie todo ese tiempo.
—Sí, señorita Aranow —dijo el robot. Theresa oscureció las ventanillas y cerró los ojos para no tener que ver su reflejo en el cristal.
El robot la dejó frente a un edificio cercano a la muralla este del escudo del enclave. Unas pocas personas que marchaban apresuradas por la acera aminoraron el paso para observarla. Theresa no les hizo caso. Con la barbilla en alto, las manos fuertemente apretadas, anunció al explorador de retina del atrio:
—Soy Theresa Aranow. Estoy aquí para ver a una… prisionera. Lizzie Francy. O a quien esté a cargo de ella.
—Usted no está registrada como abogada, señorita Aranow —respondió el edificio—. Ni como pariente cercana de la prisionera.
—No, soy… ¿puedo hablar con algún ser humano, por favor?
—Lo siento, precisamente ahora nos encontramos en estado de emergencia. Todo el personal de Patterson Protect se halla ocupado. ¿Podría esperar, por favor?
Estado de emergencia. Por supuesto. El ataque a Sanctuary… todos debían de temer que la siguiente bomba cayera sobre Nueva York. Si no hubiera oscurecido los cristales, habría visto a la gente huyendo en bandadas de los enclaves por vía aérea. No era de extrañar que su edificio hubiera tardado tanto en enviarle un robot transportador. Y tal vez las personas con aspecto azorado que había visto fuera no estaban trastornadas por su extraña apariencia, sino por su propio temor. Esto le dio nuevas fuerzas.
—No quiero esperar —replicó—. Quiero que Lizzie Francy salga de aquí. ¿Qué tengo que hacer para conseguirlo?
—¿Está solicitando los Registros Públicos?
—Sí. —¿Era así? ¿Por qué no?
—Aquí, Registros Públicos —dijo otra voz de un sistema diferente—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Quiero… quiero llevar a Lizzie Francy a casa. Conmigo.
—Francy, Elizabeth, ciudadana ID CLM-03-9645-957 —recitó el sistema—. Apresada a las 16.45 horas del 18 de mayo de 2121, en la calle Noventa y seis Este por el robot de seguridad de Patterson Protect, número de serie 45296, con licencia autorizada del Enclave de Manhattan Este para operar oficialmente dentro de la cúpula del enclave. En situación de detenida del enclave en el Cuartel General de la franquicia de Patterson Protect, a las 17.01 horas, personalmente custodiada por la Oficial Karen Ellen Foster. Cargos en los que se basa la detención: irrupción ilegal, intrusión, violación de la propiedad. Situación legal: acción llevada a cabo solamente por el enclave, DPNY no notificado. Situación de la detenida: bajo custodia, en alerta, sin abogado registrado.
Theresa repitió tercamente, porque no sabía qué otra cosa hacer:
—Quiero llevármela a casa.
—La detenida no ha sido derivada para su arresto por el Departamento de Policía de Nueva York. Patterson Protect no tiene autoridad para efectuar arrestos prolongados sin notificación del DPNY. Ninguna notificación ha sido registrada a nombre de Francy, Elizabeth, ciudadana ID-CLM-03-9645-957. No obstante, la persona arrestada no posee autorización para permanecer dentro del Enclave de Manhattan Este, a menos que su presencia sea garantizada por un residente registrado.
—Es mi… huésped. —¿Bastaría con eso? Cazie pensaría que lo era. Theresa dijo, con mayor firmeza—: Mi huésped. Mía. Theresa Aranow.
—Permita entonces que quede registrado que, en ausencia de cargos notificados por el DPNY a Patterson Protect, la ciudadana Francy, Elizabeth, ciudadana ID-CLM-03-9645-957, ha sido liberada bajo la fianza de Theresa Katherine Aranow, ciudadana ID CGC— 02-8736-341. Gracias por su patrocinio a Patterson Protect.
Theresa sintió un pánico repentino.
—¡Y el bebé! Permítanme también llevarme a casa al bebé, al bebé de Lizzie, no recuerdo el nombre… ¡el bebé!
El sistema no respondió.
Theresa cerró los ojos e hizo un esfuerzo por no perder el dominio de sí misma. Cazie no cedería al pánico. Cazie esperaría y vería si Lizzie salía por una de esas puertas llevando al bebé. Cazie esperaría, y a continuación decidiría qué hacer… Y ella era Cazie.
—¿Señorita Aranow? —dijo Lizzie—. ¿Theresa?
Theresa abrió los ojos. Allí estaba Lizzie, sin el bebé. Contemplaba a Lizzie con ojos muy abiertos por la impresión, y Theresa recordó el aspecto que debía de ofrecer.
—¿Dónde… dónde está el bebé?
—¿El bebé? ¿Mi hijo, quiere decir? En casa, con mi madre, él. ¿Porqué?
—Creí…
—¿Qué le ha pasado?
Entonces, Theresa se desmoronó. Ella no era Cazie. Ahora que había allí otra persona, alguien más fuerte… ahora que Lizzie le había recordado qué aspecto ofrecía, ahora, que había tenido éxito en rescatar a Lizzie… ya no era Cazie. Era Theresa Aranow, y sintió que se entrecortaba su respiración, y vio su brazo flacucho aferrando a la joven Vividora desaliñada que, por lo que ella sabía, bien podía ser el único otro ser humano que quedaba en el enclave en condiciones de ser destruido por una bomba nuclear. Lanzó un gemido.
—No, no haga eso aquí —dijo Lizzie, como si hablara desde muy lejos—. Dios, es lo mismo que le pasó a Shockey, ¿verdad? Y usted ni siquiera respiró el neurofármaco… vamos, no se caiga, apóyese en mí… no, espere, tengo que recuperar mi terminal. ¡Sistema del edificio! ¡Quiero la mochila, yo, con la que entré!
Las débiles piernas de Theresa no resistieron. Sus muletas cayeron al suelo, y ella fue detrás. Más tarde —¿cuánto tiempo?— sintió que la arrastraban y luego la cargaban para salir. Se sintió arrojada dentro de un robot transportador, sostenida firmemente por los hombros.
—Vamos, niña, todo está bien. Vamos, niña —iba diciendo Lizzie, una y otra vez—. No sea así, usted. ¡No puede ser así, yo la necesito!
La necesito. Las palabras la atravesaron. La necesito. Como la gente necesitaba a Cazie, o a Jackson… pero nunca a Theresa. Nadie necesitaba nunca a Theresa, porque siempre era ella la que necesitaba a los demás.
Esta vez, no.
Se concentró una vez más en ser Cazie. Su respiración se normalizó, las calles volvieron a enfocarse, sus dedos soltaron a Lizzie. Su cerebro registró el cambio.
Lizzie la estaba mirando fijamente.
—¿Cómo ha hecho eso? —preguntó.
—No puedo… explicarlo.
—Bueno, entonces no se preocupe, usted. Tenemos cosas más importantes que hacer. ¿Adónde puede llevarnos esta cosa para mantener una conversación?
—¡A casa!
—No. Probablemente esté vigilada. ¿Qué es toda esa vegetación?
—Central Park. Pero no podemos…
—Robot —dijo Lizzie—, ve a Central Park, y deténte en algún sitio protegido. Que tenga muchos árboles y no haya nadie en un kilómetro a la redonda.
El robot transportador atravesó zumbando las calles del enclave, entró en el parque y se detuvo bajo un enorme arce, cerca de East Green. Con una mano, Lizzie arrastró a Theresa fuera del transportador; con la otra cogió su mochila, que apoyó sobre el césped para sacar de ella un terminal. El robot transportador se alejó con un zumbido.
—¡Quería que nos esperara! —exclamó Lizzie—. Oh, no importa, llamaremos otro. Tengo que encontrar al doctor Aranow enseguida, debo correr el riesgo de hacer una llamada…
—Jackson está en Kelvin-Castner —dijo Theresa. Se abrazó a sí misma; su cuerpo agotado estaba frío y exhausto—. Pero no va a poder acceder a él. Cazie está interceptando todas sus llamadas, incluso las de emergencia. Ella no quiere que me entere, pero… pero Sanctuary ha sido bombardeado y destruido.
Lizzie no respondió nada. No pareció sorprendida.
—¿Está segura? —dijo lentamente.
—Sí. —Theresa sintió que las lágrimas volvían a brotar—. Lo vi… en las redes de noticias.
—¿Quién lo hizo?
Theresa sólo pudo sacudir la cabeza.
—¿Por qué llora? —preguntó Lizzie—. En Sanctuary sólo había Insomnes, ¿no es así?
—Leisha… Miranda…
—Miranda Sharifi está en la Luna. En Selene. ¿Y quién es Leisha? No importa, déjeme pensar, usted.
Lizzie se sentó frente a su terminal apagado, en silencio. Theresa luchó por controlarse. Era Cazie… era Cazie… no, no lo era. Era Theresa Aranow, enferma, débil, expuesta en Central Park, y deseaba desesperadamente ir a casa y dormir.
—Sanctuary creó el neurofármaco que infectó a mi hijo —dijo Lizzie con lentitud—. Y a mi madre, y a Billy, y… a todos ellos. Al menos eso creo. Después estuvieron monitoreando a mi clan, con datos en código sumamente complejos y fuertemente protegidos, y no sé cómo podrían haber sabido que estábamos infectados si no lo hubieran hecho ellos. Sólo que… sólo que, si están todos muertos, todos los Insomnes… ¡por Dios, Theresa, no se derrumbe ahora, usted!
—Quiero… ir a casa.
—No, no podemos. Debo encontrar al doctor Aranow. Si no podemos llamarlo, tendremos que ir hasta allí, nosotras… Mire, voy a llamar a un robot transportador con mi terminal. Resista.
Theresa no lo logró. Pero tampoco tuvo un ataque de pánico; estaba demasiado exhausta y agotada. Intentó decirle a Lizzie que un robot transportador no las llevaría a Kelvin-Castner, en Boston, porque esos robots no podían abandonar el enclave, pero estaba demasiado cansada para pronunciar esas palabras. Lo último que recordaba era que se había quedado dormida en la hierba de Central Park, genemodificada y fragante, mientras lloraba por los Insomnes, que habían desaparecido y jamás volverían.