15

Jackson pensó que las cosas nunca sucedían como uno esperaba. Al llevar a Shockey, a Lizzie, a Dirk y a Vicki hasta Kelvin-Castner Farmacéutica, supuso que tendría que superar una dura prueba. Supuso que los Vividores iban a tener pánico, al estar en medio de un ambiente que habría resultado extraño e inquietante para ellos incluso antes de haber inhalado el neurofármaco que los había vuelto tan ansiosos y amedrentados ante cualquier novedad. Imaginó luchas físicas con Shockey para que permitiera que se le tomaran muestras de tejido, y protestas histéricas de Lizzie cuando se las tomaran a Dirk. Contaba con la ayuda de Vicki para lidiar con esos hipotéticos forcejeos. Supuso que después mantendría una larga e intensa charla con Thurmond Rogers acerca de lo que implicaba descubrir una droga que no estuviera supeditada al Limpiador Celular. Los análisis de tejido serían una prioridad absoluta para Rogers, de manera que los informes aparecerían enseguida.

Nada de eso había ocurrido.

En cambio, dos guardias-robot de alta seguridad habían recibido su coche aéreo en el techo de Kelvin-Castner, dentro del enclave Boston Harborside. Con gran eficiencia, los robots se habían hecho cargo de todos, salvo de Jackson, y les habían suministrado alguna sustancia inhalante que los había dejado fuera de combate al instante. Incluso a Vicki. Luego los robots habían acomodado a las cuatro personas inconscientes sobre flotadores y los habían llevado, pese a las protestas de Jackson, hasta un ascensor que los dejó en el laboratorio. Allí otros robots habían desnudado a Shockey, a Lizzie y al bebé, y habían tomado las muestras: saliva, líquido cefalorraquídeo, sangre, orina, materia fecal, y células de cada uno de sus órganos. Las muestras habían sido extraídas con las largas agujas nanofabricadas, de escasos átomos de espesor, especiales para biopsias. Luego había llegado la exploración, por medio de conductores eléctricos colocados sobre la piel, que proporcionaban imágenes del cerebro bajo diversos estímulos. No se presentó ninguna persona. A Jackson le resultó evidente que este procedimiento ya había sido realizado en más de una ocasión.

¿Cuánto tiempo hacía que Kelvin-Castner había estado tomando muestras para investigación de Vividores que no podían, o no querían, rebelarse?

—¡Thurmond, quiero hablar contigo! —protestó Jackson.

Sin embargo, todo lo que obtuvo fue un amable hola, previamente grabado, en el que Thurmond decía:

—Hola, Jack. Disculpa que no pueda atenderte personalmente, pero tengo una cuestión urgente entre manos. Si te apetece tomar algo mientras extraen las muestras, pídelo al sistema de la habitación. Te llamaré cuando tenga algo para informarte. Transmítele mis saludos a tu hermana.

—¡Thurmond, maldito seas… sistema de la habitación, en funcionamiento!

—Sistema de la habitación en funcionamiento —dijo la habitación. Sobre los vientres desnudos de Shockey, Lizzie y Dirk descendieron simultáneamente agujas tan delgadas que apenas se distinguían. Vicki, aún vestida, yacía acostada sobre su flotador, respirando lo que la máscara que tenía colocada le estaba suministrando.

—¡Deme una comunicación de prioridad con Thurmond Rogers!

—Lo siento. Este sistema sólo puede proporcionar servicios de grabación y solicitudes de alimentos.

—¡Entonces póngame en contacto con el sistema del edificio!

—Lo siento. Este sistema sólo puede proporcionar servicios de grabación y solicitudes de alimentos.

—Es una emergencia médica. Póngame con el sistema de emergencia.

—Lo siento. Este sistema…

—¡Sistema apagado!

Podía grabar un mensaje mordaz para Rogers. Podía quitarle la máscara a Vicki, y ver si ella conseguía entrar en el sistema. Pero era Lizzie la que sabía cómo hacerlo, no Vicki, y Lizzie, por el momento, tenía metida en la garganta una fina sonda flexible que estaba tomando muestras de su tracto respiratorio. De manera que Jackson no hizo nada; se limitó a arder de cólera y a pasearse por el lugar durante una hora, negándose incluso a sentarse en la única silla cómoda de todo el cuarto, ya fuera por la furia o por una absurda autoflagelación.

Una vez que Kelvin-Castner hubo tomado todas las muestras humanas que deseaba, los robots de seguridad volvieron a llevar a Shockey, a Lizzie, a Vicki y al bebé al techo, los acomodaron muy eficientemente dentro del coche de Jackson, les quitaron las máscaras inhalantes, y se alejaron flotando. Instantes después, sus pulmones se despejaron y enseguida se despertaron.

—¿Y bien? —dijo Lizzie—. ¿Qué estamos esperando? ¿No vamos a entrar?

Entre tanto, Dirk había hundido la cabeza en el cuello de su madre, lloriqueando de miedo al descubrir que el mundo contenía más cosas, aparte de ella.

Jackson voló de regreso al campamento, y los tres Vividores desaparecieron en el interior del edificio.

—Estoy decepcionada, Jackson —dijo Vicki—. Tendrías que haberme despertado. Tenía preguntas que hacer, ¿sabes?

—No habrías conseguido ninguna respuesta.

—Tonterías —lo miró con el entrecejo arrugado—. Prométeme que si vuelves a Kelvin-Castner o hablas con Rogers, me avisarás. El sistema de Lizzie puede establecer una comunicación múltiple entre nosotros.

—No creo…

—Yo sí. Promételo.

Y Jackson —más allá del cansancio, la resignación, la consideración, o cualquier otra cosa—, lo había hecho.

Desde entonces, no había ocurrido nada. Pasaron cuatro días, y Thurmond Rogers no se había puesto en contacto con Jackson ni le había devuelto las llamadas. Theresa se pasaba las horas y los días en el estudio de la planta alta, cuya existencia se suponía que Jackson no debía conocer, sin aparecer siquiera para las comidas. De vez en cuando le dejaba a Jackson mensajes en los que le decía que estaba bien. Jackson se paseaba por la casa, inquieto, incluso sin comer, hasta que su organismo se rebelaba y caía rendido, desnudo, sobre el suelo del cuarto de alimentación, mientras su cuerpo absorbía todos los nutrientes que necesitaba.

Al cuarto día, muy temprano, llamó Cazie. Jackson no respondió. Se giró en su cuarto en penumbras, para quedar de espaldas a la pantalla, y dejó que el mensaje se grabara.

—Jackson, ponte en línea. Jackson, sé que estás ahí.

De repente, Jackson se sintió molesto. ¿Por qué siempre daba por sentado que lo sabía todo acerca de él?

—Escucha —dijo Cazie—, tenemos que hablar. Acabo de recibir un mensaje privado de un viejo amigo mío, Alexander Castner, de Kelvin-Castner Farmacéutica. Creo que te lo presenté en una fiesta… ¿lo recuerdas?

Lentamente, Jackson se volvió para contemplar la pantalla. En el ángulo inferior derecho, bajo el rostro de Cazie, titilaba la señal de codificación. Estaba comunicándose con él a través de una línea de alta seguridad.

—Alex está estableciendo contacto con varios inversores importantes, de forma muy confidencial. Kelvin-Castner está metida en algo realmente grande, algo que quieren desarrollar a toda prisa. Alex piensa que su firma puede ser la primera en presentar ante la oficina de patentes un sistema farmacéutico completamente novedoso. Escucha esto: Elude la acción del Limpiador Celular para provocar un proceso farmacodinámico de efecto permanente. Sus posibles aplicaciones, sólo en el mercado del placer, son escalofriantes. ¡Podrían eliminarse los inhaladores!

»Pero Alex no sabe quién más está trabajando en este asunto, o lo cerca que pueden estar de presentarse para reclamar una patente, de manera que tiene que actuar lo más rápido posible. Necesita conseguir propuestas importantes de capital, talento y tiempo de informatización. Jack, TenTech podría presentarse, antes que otros y con fuerza. Es la oportunidad que podría catapultarnos hasta la Internacional de los Cincuenta. He juntado algunas cifras preliminares para ti (y para Theresa, por supuesto). Pero es necesario que nos presentemos pronto, hoy mismo a ser posible… ¡maldita sea, Jackson, contesta la llamada!

Jackson se levantó de la cama con cuidado. En la oscuridad, se puso la misma ropa del día anterior.

—Muy bien —dijo Cazie—, es posible que no estés ahí. ¿Pero dónde estás? Ya llamé a esa ridícula mujer que vive en tu campamento Vividor favorito, Vicki-como-se-llame, y me dijo que allí no estabas. Si estás pasando la noche con alguien, cuando llames para escuchar tus mensajes, ponte en contacto conmigo, por favor, por una línea protegida, a mi oficina de TenTech. Si no lo haces…

—… me rastrearás hasta el último confín de la tierra —concluyó Jackson por ella.

—… te rastrearé hasta el último confín de la tierra. Esto es demasiado grande para dejarlo pasar.

Jackson dejó el apartamento. Hacia el este, el sol comenzaba a teñir el cielo de color rosado. El verdadero y auténtico sol: por el momento, la cúpula de Manhattan Este estaba despejada. A grandes zancadas, atravesó el jardín del techo, con su teatral despliegue de damas de noche y lirios, rumbo a su coche. No podía recordar haber estado tan indignado en toda su vida.

Vicki lo aguardaba junto al edificio del clan, una figura solitaria bajo el nacarado frío de abril.

—La encantadora Cazie llamó primero aquí —dijo en cuanto subió al coche—. Me imaginé que algo estaba ocurriendo, y sabía que recordarías tu promesa de llevarme contigo hasta Kelvin-Castner.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó él en tono sombrío.

—Porque suponía que, en el fondo, eras capaz de ofrecer el aspecto que ofreces ahora. ¿Vas a contarme lo que ocurre?

—Kelvin-Castner está tratando de crear un sistema de distribución de drogas patentable, a partir de lo que descubrieron en las exploraciones cerebrales y en las muestras de tejidos de Shockey y de Dirk. Están menos interesados en encontrar un antídoto para la ansiedad y la inhibición que en las posibilidades comerciales que se abren con el mercado del placer ante algo que eluda la acción del Limpiador Celular. Le han solicitado a TenTech grandes inversiones.

—¡Por Dios! —exclamó Vicki, casi con admiración—. Seguro que tu exesposa pescó al vuelo la esencia del asunto, ¿no? ¿Tiene alma de sabueso?

—¿Crees que deberíamos llevar a Lizzie con nosotros? —preguntó Jackson—. Si nos niegan el acceso, yo no puedo entrar en el sistema, y tú tampoco.

—Y tampoco podrá hacerlo Lizzie en el medio segundo que tendrá hasta que los robots de seguridad caigan sobre ella. Sé realista, Jackson. Lizzie no es una SuperInsomne.

Jackson puso el coche en marcha.

—¿No quieres saber lo que le dije a Cazie cuando llamó? —preguntó Vicki—. Le dije que, por lo que sabía, estabas follando con Jennifer Sharifi, ahora que había salido de la cárcel, ya que tenía el mismo aspecto que ella.

A pesar de sí mismo, Jackson sonrió.

Nada impidió al coche aterrizar en el techo de Kelvin-Castner. Para sorpresa de Jackson, tampoco nada les impidió, a él y a Vicki, bajar por el ascensor hasta el vestíbulo de la planta alta de Kelvin-Castner. El vestíbulo era una interminable variación barroca de un motivo de espirales dobles, que rozaba la vulgaridad. Jackson recordó a Ellie Lester.

Un halo recepcionista parpadeó frente a ellos. Se trataba de una rubia de mediana edad, de piel color café, atractiva, pero lo bastante seria para resultar tranquilizadora.

—Bienvenidos a Kelvin-Castner. ¿En qué puedo ayudarlos?

—Soy el doctor Jackson Aranow, y he venido a ver a Thurmond Rogers.

—Me temo que el doctor Rogers hoy no se encuentra aquí. ¿Quiere dejar un mensaje?

—Entonces, permítame hablar con Alexander Castner.

—¿Tiene una cita?

—No.

—Me temo que la agenda del señor Castner no le deja tiempo para citas no acordadas previamente. ¿Quiere dejarle un mensaje? —Evidentemente, tendríamos que haber traído a Lizzie —le dijo Jackson a Vicki.

—No habría servido de nada. Un segundo después de averiguar algo, el sistema de seguridad nos habría narcotizado a todos. A fin de cuentas, esta empresa fabrica neurofármacos, ¿no?

Por supuesto. Jackson no pensaba con sensatez debido a la furia que experimentaba. Tendría que ser más cuidadoso.

—Me gustaría dejarle un mensaje al señor Castner —dijo Vicki a la recepcionista con toda amabilidad—. O tal vez él prefiera recibirlo en directo. Dígale por favor al señor Castner que está aquí el doctor Jackson Aranow de TenTech, la firma de Cazie Sanders. O sea, «Aranow», «TenTech», «Sanders»: estoy segura de que alguno de esos nombres figura en sus programas de prioridad, como ayer. Dígale al señor Castner que el doctor Aranow ha contratado asesoramiento legal para presentar una demanda por las muestras de tejidos, más todas las patentes resultantes, tomadas a los ciudadanos Shockey Toor y Dirk Francy en momentos en que éstos no contaban con el consejo de sus abogados. La fiscalía ya ha recibido declaraciones juradas acerca de todos los hechos, además de tomar conocimiento de esta visita. Es posible que se produzca un requerimiento de no proseguir con las investigaciones contra Kelvin-Castner por parte de un juez federal, lo que atraería la atención de toda la industria, que tal vez el señor Castner podría encontrar prematuro. Dígale también que el doctor Aranow y su hermana controlan la mayoría de las acciones de TenTech, y que no debe esperar recibir inversiones de dicha compañía sin la cooperación de ambos. ¿He logrado conectarme con sus programas insignia de prioridad?

—Sí, mi programa insignia está conectado, y en transmisión. ¿Le apetece un café? —preguntó el holo con una sonrisa.

—No, gracias. Aguardaremos aquí la respuesta del señor Castner. O tal vez la del doctor Rogers.

—El doctor Rogers no se encuentra aquí hoy —repitió la recepcionista sin abandonar la sonrisa.

—Claro que sí —replicó Vicki. Se desplomó sobre un sofá tapizado con un diseño de doble espiral, y dio unas palmaditas al asiento contiguo—. Siéntate, Jackson. Debemos permitirles que celebren su consejo de guerra para determinar quién diablos filtró la información a Cazie, mientras Rogers estaba engañándote.

—Es probable que nos estén escuchando —dijo Jackson.

—Así lo espero.

Jackson se sentó y le dijo en voz baja:

—¿Dónde aprendiste a hacer todo eso?

Vicki pareció súbitamente agotada.

—No te interesaría saberlo —dijo.

—Sí, me interesaría.

—En otro momento. Vaya, qué rapidez de respuesta. Diez puntos en eficiencia.

Sobre la pared se encendió una pantalla y apareció la imagen de Thurmond Rogers, sonriente, muy envarado.

—Jackson. ¿Cómo estás? Acabo de entrar en el edificio, y el sistema me informó de que estabas aquí, y que hubo una especie de confusión y no quisieron hablar contigo. Lo siento.

—Oh, los ordenadores y sus fallos —murmuró Vicki.

—Iba a llamarte esta misma mañana —siguió Rogers. A la altura del cuello de la chaqueta tenía un bulto que subía y bajaba—. Tenemos un informe preliminar sobre los cambios producidos en los cerebros de esos sujetos.

—Entonces ven y dámelos personalmente. No voy a atacarte, Thurmond.

La imagen les dirigió una sonrisa incómoda.

—Claro que no. Pero me disloqué la espalda al bajar del coche, y hasta que el Limpiador Celular se ocupe del asunto, no puedo moverme.

—Entonces iremos nosotros hasta donde estés tú —replicó Jackson con toda calma.

—Permíteme comenzar por decirte qué pruebas hicimos a los sujetos que trajiste, y los resultados obtenidos. Encontramos… ¿es necesario todo esto?

Vicki había sacado un grabador del bolsillo de su mono, y lo acercó a la imagen de Rogers.

—Absolutamente necesario —asintió—. Dejemos que el grabador registre el hecho de que el doctor Rogers se ha recluido en los laboratorios de alto riesgo biológico de K-C porque ha descubierto algo verdaderamente alarmante en este nuevo neurofármaco, y no piensa permitir que su propio, costosísimo y educado cerebro corra ningún riesgo. ¿Tengo razón, doctor Rogers?

Rogers le dirigió una mirada cargada de odio.

—Tal como comencé a explicar, hemos llevado a cabo análisis exhaustivos de las exploraciones médicas y las muestras de tejidos. Lo que encontramos, Jackson, sólo es un resultado preliminar, pero es extraordinario. Los sujetos inhalaron una molécula genemodificada, aerotransportada, probablemente un virus creado por ingeniería genética. La molécula en sí no es susceptible de análisis, ya que se destruyó poco tiempo después de llegar al cerebro. Hemos logrado seguir el rastro de su paso por el organismo, e hicimos algunas suposiciones muy primarias acerca de su composición parcial a partir de sus efectos farmacodinámicos.

Rogers respiró profundamente. Eso pareció calmarlo, aunque su nuez de Adán seguía subiendo y bajando por encima del cuello de su chaqueta. Jackson se preguntó qué habría puesto en el aire de su despacho.

—La molécula, sea lo que fuere, aparentemente fue diseñada para que afectara varios sectores neuronales, tanto agonistas como antagonistas, orientada a…

—Y en un lenguaje comprensible para los abogados, eso significaría… —interrumpió Vicki.

—Jackson, ¿es absolutamente necesario?

—Parece que sí —contestó Jackson.

Rogers miró a Vicki con expresión pétrea.

—Una actividad «agonista» activa receptores neuronales específicos, forzándolos a cambiar la bioquímica —explicó—. La «antagonista» bloquea otros subtipos receptores.

—Gracias —respondió Vicki con dulzura. Jackson tuvo la súbita impresión de que ella ya lo sabía, y sólo estaba obligando a Rogers a caer en la trampa.

—La molécula parece haber tenido una estrecha afinidad con receptores, o receptores del complejo amigdaloide. Las exploraciones JEM muestran una intensa afluencia de sangre muy reciente, en esa zona, en parte del sistema límbico, y en la zona temporal derecha de la corteza cerebral. Aparentemente, la molécula provocó un efecto cascada muy complejo, en el cual la liberación de ciertas aminas biogénicas provoca la liberación de otros elementos químicos, y así sucesivamente. Ya hemos identificado cambios en los pliegues de doce péptidos diferentes, y probablemente eso sea sólo el comienzo. También hay modificaciones en el tiempo de los disparadores neuronales sincrónicos.

—¿La suma de los cambios descubiertos apunta a alteraciones permanentes en los receptores NMDA? —preguntó Jackson.

—Me temo que sí. Los cambios parecen incluir una alteración en la creación de las aminas; y también la presencia de aminas que sólo aparecen bajo condiciones patológicas. Por no mencionar la composición de los receptores, el proceso de sinapsis de los neurotransmisores, e incluso la respuesta celular interna. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estos descubrimientos específicos son preliminares. También aparece una tasa significativa de muerte celular, de la clase que aparece después de un trauma o de un período prolongado de estrés. La propia estructura neuronal en sí ha sido rediseñada.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, Jackson estaba de pie, paseándose.

—¿Qué correspondencias encontraste en la base de datos para los mapeos neuronales?

—A eso voy. Ambos sujetos mostraron un ritmo cardíaco alto e invariable, incluso dormidos. Alta conductancia eléctrica de la piel. Pronunciado estrés a nivel celular. El líquido cefalorraquídeo, la orina, la saliva y la sangre, todo muestra una interrupción constante en la producción de neurotransmisores. El gráfico muestra un umbral muy bajo para la puesta en marcha de la actividad límbico-hipotalámica, un elevado nivel crónico de estrés, y una fuerte inhibición que tiene su raíz en cambios permanentes en el recorrido primario eferente desde la amígdala.

—Sea más claro, por favor —volvió a decir Vicki.

Esta vez fue Jackson quien le contestó.

—El neurofármaco, sea cual fuere, ha conferido a Shockey y a Dirk la bioquímica propia de alguien severamente inhibido desde el nacimiento. Temeroso de cualquier novedad, de la separación de los familiares, sin voluntad de alterar las rutinas conocidas, porque hacerlo le produce una dolorosa ansiedad.

—La hija de Sharon, la pequeña Callie… —objetó Vicki.

—Sí. Es normal que los bebés entre los seis y los nueve meses sientan ansiedad ante los desconocidos e inhibiciones ante lo nuevo, pero luego la maduración anula esta ansiedad cuando una función cerebral más compleja reemplaza a la más primitiva. Pero esto… esto es una regresión a la inhibición del bebé más severamente inhibido, y de forma permanente. Y sin modificar el ADN, ni apelar a la presencia de productos químicos externos, que el Limpiador Celular podría destruir. Un miedo natural y pronunciado a cualquier tipo de novedad.

Como Theresa, pensó Jackson, pero no lo dijo en voz alta. Un campo poblado de Theresas. ¿Un país poblado por Theresas? ¿Habría otros clanes infectados?

—Pero ¿por qué? —preguntó Vicki.

Rogers la contempló con disgusto.

—La función del sistema nervioso es generar conductas. Es evidente que alguien está experimentando con esta clase de conducta.

—Esa no es una respuesta.

—No tengo una respuesta —replicó Rogers—. ¿Qué pretende, en sólo cuatro días? Cada neurona del cerebro puede recibir cien mil contactos de otras neuronas a las que está unida en pirámide. Además, hay zonas receptoras en otros órganos, aparte del cerebro; existen enormes diferencias individuales en la estructura neuronal y en la respuesta a las drogas; hay…

—Muy bien, muy bien —interrumpió Vicki—. La verdadera pregunta es la siguiente: ¿qué se puede hacer? ¿Vosotros podéis crear un neurofármaco para revertir los efectos?

—Jackson —dijo Rogers—, dile a tu amiga que es condenadamente más fácil dañar organismos vivos que atenuar ese daño. Dile…

—… que no tuvisteis ningún problema en encontrar la manera de explotar rápidamente dicho daño —concluyó Vicki—. Estudiar cómo puede ser alterada en forma permanente la estructura neuronal para que eluda la acción del Limpiador Celular, y luego adaptarlo a lucrativas drogas del placer. ¿No es eso, acaso, lo que le dijisteis a Cazie Sanders? Al menos debéis vislumbrar la posibilidad de encontrar alguna forma de escapatoria de esta bioquímica supuestamente inalterable.

—Ella tiene razón, Thurmond —intervino Jackson—, y lo sabes. Kelvin-Castner debería estar buscando maneras de contrarrestarlo.

—Sí. Por supuesto —respondió Rogers—. Pero los enclaves tienen defensas contra la distribución por misiles de sustancias biológicas. Y los edificios individuales pueden transformarse en edificios de autocirculación, al igual que las máscaras de aire. No querríamos actuar con demasiada precipitación en la búsqueda de un antídoto, sobre todo por el bien de toda la población.

A Jackson se le cortó la respiración. Lo que Rogers estaba diciendo era que probablemente los Auxiliares no se vieran afectados por el neurofármaco inhibidor, si tenían cuidado. Sólo los Vividores. Y los Vividores que estaban inhibidos, temerosos de las novedades, aterrorizados ante la separación de sus familiares, representarían una amenaza mucho menor. No atacarían los enclaves en busca de jeringuillas del Cambio. No atacarían los enclaves, y punto. Se limitarían a vivir sus inhibidas, temerosas vidas en una callada desesperación, fuera de la vista y de la mente de los Auxiliares, hasta que la vulnerabilidad ante las enfermedades de la siguiente generación los matara a todos.

—Hijo de puta —dijo suavemente Vicki.

Rogers hizo una mueca; Jackson supuso que se había dejado llevar por su enfado, y lo lamentaba.

—Naturalmente —dijo Rogers—, no estoy hablando en nombre de Kelvin-Castner. No tengo tanta autoridad.

—Y también estoy segura que Kelvin-Castner… —intervino de nuevo Vicki en el mismo tono mortalmente suave.

—Espera —le indicó Jackson—. Espera.

Dos pares de ojos se clavaron en él: los de una persona real, y los de una holoimagen. Jackson trató de pensar.

—Aquí la verdadera pregunta es quién —dijo—. ¿Quién inventó este neurofármaco? ¿Para qué?

—Eso debería resultar obvio —replicó Rogers—. Se trata de una bioquímica extremadamente sutil y avanzada. Los candidatos más probables son los SuperInsomnes. Miranda Sharifi ya rehízo el cuerpo humano: ahora su objetivo es la mente.

—¿Con qué motivo?

—¿Cómo voy a saberlo? —respondió Rogers con enfado—. No son humanos.

—Aguarda —dijo Jackson, sin hacerle caso—. Dijiste que la bioquímica es muy avanzada. ¿Tan avanzada como para que deba ser necesariamente de los Súper? ¿O simplemente avanzada hasta más allá de la capacidad científica que podemos alcanzar ahora, sin estar exactamente más allá de la capacidad humana normal?

La holoimagen guardó silencio.

—Responde con cuidado, Thurmond. Es de vital importancia.

—No está totalmente fuera del alcance de la capacidad de los seres humanos, con lo que ya sabemos sobre el cerebro —contestó Rogers de mala gana—. Pero requeriría una combinación de genio, suerte y recursos impresionantes. La explicación más sencilla es Miranda Sharifi. La navaja de Occam.

—… no es la única manera de afeitarse —argumentó Vicki—. Muy bien, ya ha expuesto las premisas básicas. Ahora, facilítenos los datos reales impresos.

—Eso es propiedad de Kelvin-Castner —respondió Rogers.

—Si nosotros…

—No, está bien, Thurmond —la interrumpió Jackson—. No necesitamos vuestros datos. Pueden ser repetidos por cualquier integrante del clan de Lizzie. O tal vez por algún otro clan.

Clanes de Theresas. Temerosos de lo desconocido, reacios a tratar con extraños, sin voluntad para hacer cosas distintas a las que estaban haciendo cuando inhalaron el neurofármaco. Sin deseos de cambiar. ¿A quién podía interesarle la existencia de este neurofármaco? A cualquier poderoso grupo de Auxiliares, oficial o privado, con un interés especial en proteger sus derechos adquiridos. Lo que podía aplicarse a casi cualquier grupo poderoso de Auxiliares. El clan de Lizzie había sido el primero a raíz de su loco intento público de ganar una elección. No sería el último.

La imagen de Thurmond Rogers miró fijamente a Jackson.

—Tienes razón, Jackson, por supuesto. Cualquiera puede repetir nuestros datos. Ésto explica por qué es necesario que actuemos deprisa para obtener una molécula que se pueda patentar. Cazie va a encontrarse con Alex a las ocho y media, junto a varios inversores potenciales. Puedo ofrecerte una suite donde podrás asearte un poco y prestarte un traje adecuado para una reunión de negocios…

—Sí, gracias —dijo Jackson. A su lado, Vicki quedó inmóvil. Jackson le dio la mano—. También quiero algo para mi… amiga. Aunque ella esperará en la suite.

—Por supuesto —dijo Rogers. Parecía muy aliviado: Había descubierto a Vicki. Jackson casi podía oír su pensamiento: No es mi tipo aunque en el fondo es bastante bonita y a Jackson siempre le han gustado las mujeres amargas… ¿o acaso no se casó con Cazie Sanders?

Vicki permaneció en piadoso silencio hasta que la holo-recepcionista los condujo a una discreta sala de conferencias, con un discreto dormitorio y un baño detrás de una discreta puerta.

—Esto no está dentro de la parte bioprotegida del edificio donde estaba Rogers —comentó Vicki, abriendo las puertas de los armarios al azar. Dentro colgaban trajes de negocios y batas de baño—. Seguro que Rogers asiste a la reunión sólo en holo.

—Es posible.

—Aunque este traje está bastante bien —se acercó mucho a Jackson y le susurró en el oído, de manera que ningún micrófono captara sus palabras—: ¿Qué piensas hacer?

No importaba que no pudieran ver los monitores: estaban allí. Él la rodeó con sus brazos, y le respondió, también en un susurro:

—Dejar que Cazie ofrezca fondos para esa inversión.

—¿Por qué?

—Es la única manera de descubrir lo que hacen.

Ella asintió, con la cabeza apoyada en su hombro. Resultaba inquietante tenerla entre los brazos. No se parecía a Cazie. Era más alta, más esbelta. Su piel parecía más fresca. Olía diferente. Jackson tuvo una erección.

Soltó a Vicki, y se volvió, fingiendo estar interesado en examinar la ropa del armario. Cuando volvió a mirarla, esperó verla sonreír con sarcasmo, dispuesta a hacer algún comentario irónico. Se equivocaba. Permanecía quieta, con aire desolado, en el medio de la habitación, y su rostro mostraba una expresión suavizada que cualquiera habría calificado de melancólica.

—¿Vicki…?

—¿Sí, Jackson? —Alzó la mirada y él descubrió, conmovido, que reflejaba el más descarnado deseo.

—Vicki… yo…

En ese momento, su móvil se puso en marcha y habló:

—Temblor lunar, de Theresa Aranow. Repito, Temblor lunar de Theresa Aranow.

«Temblor lunar» era la contraseña familiar, que se remontaba a la infancia, para una llamada de emergencia. Era la primera vez que Theresa la utilizaba. Jackson abrió el móvil. Allí estaba la imagen de Theresa, en alguna clase de cabina abierta… parecía un avión. Pero eso era imposible. Theresa no podía viajar en avión.

—¡Jackson! —dijo, con voz sofocada—. ¡Están muertos!

—¿Quiénes? ¿Quiénes es tan muertos, Theresa?

—¡Todos los habitantes de La Solana! ¡Richard Sharifi! —De repente, Theresa recuperó la compostura—. Richard Sharifi. Estaba en el complejo, o al menos lo estaba su imagen grabada… La Solana…

—¡Terminal encendido! —exclamó Vicki detrás de él—. ¡Las noticias! ¡Canal treinta y cinco! —Se iluminó la pantalla de la pared.

—… explosión nuclear en La Solana, el fuertemente protegido complejo de Nuevo México, hogar del padre de Miranda Sharifi, Richard Keller Sharifi. Ningún grupo se ha adjudicado la autoría del atentado, que por cierto viola la prohibición nacional e internacional. La Casa Blanca ha emitido una declaración expresando su rechazo, seguida por el inmediato envío de robots de defensa programados para el análisis detallado de los desechos radiactivos, en busca de alguna pista que pueda señalar la composición de la bomba, su origen, o cómo fue disparada. El escudo de energía que rodeaba La Solana fue desarrollado por…

—Estoy volando hacia casa, Jackson —dijo Theresa.

—Theresa, espera, pareces rara, pareces otra, no eres la misma…

—No lo soy —replicó Theresa. Abrió mucho los ojos y por un instante sonrió. Era lo más inquietante que Jackson había visto en ese inquietante día—. La piloto dice que hemos recibido doscientos cuarenta rads —agregó Theresa, con una voz que no era en absoluto la suya. Luego la pantalla quedó en blanco.

—¡Jesús! —dijo suavemente Vicki—. ¿Va a… es una dosis letal?

—Probablemente no, pero se encontrará muy mal. Debo ir a verla.

—¿Y Cazie?

—Al diablo con ella —replicó Jackson. Cuando vio que Vicki sonreía, supo al igual que ella que en realidad no lo decía en serio. Todavía no. Pero tal vez, algún día, lo haría. Mientras tanto, Cazie no podía decidir una inversión importante de capital sin su consentimiento, o el de Theresa. Lo que, por lo menos, era mejor que nada.

Aunque no suficiente.