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Lo dicho debe bastar aquí como ejemplo de la elemental predisposición de la estructura de un ser humano hacia otros seres humanos y, por tanto, hacia la vida en grupo. Más adelante volveré a incidir en esto. De momento, nos puede haber servido para comprender que la discusión en torno a la relación entre individuo y sociedad es inevitablemente parcial y estéril si se queda varada en la situación actual —y, por consiguiente, también en los cuestionamientos e ideales actuales. En lugar de esto, es necesario aproximarse al problema desde una sociología que considere los procesos, aproximación que requiere, y no en último término, la emancipación del planteamiento de los problemas de las ciencias sociales del de las ciencias naturales[13].
En el marco de la física, y también en el de la tradición filosófica que considera que las ciencias de la naturaleza son las ciencias paradigmáticas, puede prescindirse en gran medida de la autorreferencia y las limitaciones del presente. En el ámbito de la física resulta muy adecuado a la realidad presentar resultados de investigaciones relacionadas con observaciones puntuales y pretender que esos resultados poseen un carácter universal. También es lícito esperar que experimentos realizados en el presente habrían dado o darían los mismos resultados hace o dentro de 2000, 20 000 o 200 000 años y en cualquier lugar del universo. En todo caso, este es el presupuesto según el cual observaciones actuales y locales son convertidas bien en leyes generales, bien en criterios para probar tales leyes.
Pero este supuesto y este procedimiento no se limitan a la búsqueda de regularidades y a todo el modo de formular conceptos en el ámbito del estudio científico del conjunto de fenómenos naturales inertes. Muchas veces sirven también como paradigma del procedimiento y la formulación de conceptos de investigadores que, como filósofos y sociólogos, tienen como tarea el estudio de los seres humanos y de sus aspectos y manifestaciones particulares. Sin embargo, en este ámbito ya no son correctos los supuestos básicos que subyacen a una formulación de conceptos y de un método de investigación como los de la física. En los estudios sobre el ser humano estos supuestos no son congruentes con la realidad. La relación entre individuo y sociedad que se observa en los grandes Estados nacionales industrializados del siglo XX, compuestos por más de un millón y algunos por más de cien millones de seres humanos, las estructuras de la personalidad y toda la formación de grupos de este nivel no pueden en modo alguno ser utilizados como modelo experimental con cuya ayuda, aunque sea sólo de modo tentativo, se puedan formular o someter a prueba afirmaciones universales sobre las estructuras de la personalidad humanas, sobre formas sociales o sobre la relación entre individuo y sociedad. Durante los muchos miles de años en que los seres humanos vivieron por lo general en grupos de menos de cien individuos, en que los seres humanos aún no sabían, y de hecho no podían saber, que, y cómo, podían emplearse materiales naturales para construir viviendas protectoras, y dependían del descubrimiento de refugios y viviendas naturales, la relación entre el individuo y su grupo era en determinados aspectos muy distinta a la que existe en las muy pobladas unidades de supervivencia de nuestros días. Si hay algo universal en esa relación, y qué es ese algo, son preguntas a las que sólo es posible responder teniendo presente un modelo del desarrollo verificado a lo largo de unos 10 000 años, desde los niveles más bajos de la especie humana hasta su nivel de desarrollo actual.
Incluso en las ciencias físicas es cada vez mayor la necesidad de contar con un modelo evolutivo del universo como marco de referencia para observaciones y experimentos realizados en un lugar y en un momento determinados. Pero en el plano de los fenómenos naturales inertes esta referencia a un modelo de la evolución cósmica no es tan apremiante, puesto que el ritmo de la evolución física es extraordinariamente lento comparado con el del desarrollo de las sociedades humanas. Se pueden considerar con éxito regularidades generales como medio de orientación y olvidar que quizás estas no son igualmente correctas para todas las etapas de la evolución del universo. Pero no ocurre lo mismo cuando se estudian hechos humanos. La velocidad con que cambian los grupos humanos, esto es, las relaciones entre seres humanos, es comparativamente muy grande. Si se busca hacer afirmaciones universales sobre los seres humanos, no es posible prescindir de los cambios de los grupos humanos ni de los correspondientes cambios de la estructura de la personalidad de los individuos. Para esto es necesario introducir en el estudio, como marco de referencia, una imagen del desarrollo de las estructuras sociales y de la personalidad.
La aproximación desde una sociología que considere los procesos se fundamenta en la comprensión de que en el plano de la existencia de los grupos humanos, es decir, en el plano de las relaciones entre seres humanos, no cabe emplear como medio de orientación conceptos y modos de formular conceptos del mismo tipo que los utilizados en el plano de los átomos o las moléculas y sus interrelaciones, o sea, no cabe emplear un modo clásico de formular conceptos que dé a estos carácter de ley, esto es, que presuponga que las regularidades de las relaciones que se observan en el presente son también observables de manera idéntica en todo lugar y en todo momento, pasado, presente o futuro. La forma clásica de las leyes y los conceptos con carácter de ley es un reflejo de la uniformidad de la materia inerte que compone el universo. Lo mismo es válido también para los planos de integración del universo representados por la estructura biológica del ser humano. Es cierto que en estos el marco de referencia ya no es el universo físico en continuo desarrollo. Hasta donde sabemos, los seres humanos aparecen en un momento determinado y en un lugar determinado. Pero cualesquiera que sean el momento y lugar de su aparición, los seres humanos son siempre idénticos unos a otros en lo que se refiere a su estructura y dinámica. Todos ellos tienen en común la circulación sanguínea y la estructura cerebral, el nacimiento y la muerte. Pero esto ya no sirve para la estructura y la dinámica de los grupos que forman los seres humanos, y, por ende, tampoco, por ejemplo, para su lenguaje. Estos grupos pueden cambiar muy rápidamente. En distintos momentos y lugares aparecen grupos humanos distintos. Para orientarse en este plano de integración del universo no sirve de mucho tener en consideración leyes o conceptos con carácter de ley aplicables del mismo modo en todas las épocas y en todos los lugares del universo humano. La tarea que tiene ante sí quien busque orientarse en este plano de integración es el descubrimiento del orden del cambio en el transcurso del tiempo, es decir, el orden de sucesión, y la búsqueda de conceptos con cuya ayuda los individuos humanos puedan comunicarse entre sí sobre aspectos aislados de este orden. El calendario es un buen ejemplo de un medio de orientación que remite al orden de la sucesión en el cambio de sociedades humanas. La estructura de las sociedades humanas que existieron 9000 años a. de C. era distinta, en determinados aspectos, de la estructura de las sociedades que predominaban en Europa 10 000 años después, y la de las sociedades europeas del siglo XIX difería en determinados aspectos de la estructura de esas mismas sociedades en el siglo XX. Pero esta última tuvo como condición indispensable para su surgimiento la existencia de la primera; no tuvo que surgir necesariamente a partir de la primera, pero la primera fue una condición necesaria para su surgimiento. Y lo mismo puede decirse de la relación entre individuo y sociedad en cada una de estas sociedades.
Soy consciente de que la pretensión de dirigir la atención al orden de la sucesión, a la sucesión de etapas en el desarrollo de grupos humanos, conlleva particulares dificultades de comunicación. El concepto de desarrollo social está actualmente marcado por un estigma que se remonta a la concepción de este desarrollo que predominaba en los siglos XVIII y XIX. Cuando vuelve a recogerse este término a finales del siglo XX y ya a las puertas del siglo XXI, es decir, en un giro más elevado de la espiral, se expone involuntariamente a despreciar aquellas generaciones que crecieron con el gran y traumático derrumbe del viejo concepto de desarrollo —del concepto de desarrollo que prometía un continuo progreso de la humanidad, un ascenso en línea recta hacia un destino feliz—. Marcados por el estigma de la desilusión, términos como «progreso» y «desarrollo» se hicieron, al parecer, inservibles para la investigación[14]. El desencanto colectivo debido al ostensible fracaso del credo y la imagen ideal que en épocas pasadas se asociaban con los términos «progreso» y «desarrollo social» y que aún pesan sobre su significado, condujo de hecho a que no se advirtiera que esos términos no remitían exclusivamente a ideales anticuados y devaluados, sino también a circunstancias simples y manifiestas. Así, por ejemplo, es difícil negar que el conocimiento de los fenómenos naturales ha hecho grandes progresos a lo largo de los milenios y, no en último término, a lo largo de este siglo. Pero apenas se pronuncia la palabra «progreso» surge, por lo general, una reacción de rechazo. Puede ser —responde alguien—, pero ¿acaso el hombre es más feliz por eso? La cuestión real pierde importancia ante el desencanto que evoca el concepto de progreso.
También los sociólogos elevan su voz con el coro de desilusionados. Salvo algunos intentos vacilantes, los sociólogos, en lugar de intentar esbozar una teoría del desarrollo social ajustada a la realidad, ajena a ideales y esperanzas defraudadas, simplemente excluyen de sus teorías de la sociedad el desarrollo de las sociedades humanas. Se refugian en teorías estáticas de la sociedad, que, en el fondo, descansan sobre la suposición implícita de que mediante la observación de la sociedad a la que uno pertenece, tal como esta es aquí y ahora, pueden extraerse teorías universales sobre la sociedad humana en general. En lugar de teorías fundadas en procesos, adecuadas a su ámbito de estudio, centran su trabajo en teorías y modos de formular conceptos con carácter de leyes, privándose así de una herramienta conceptual imprescindible para el estudio de las sociedades humanas, y no sólo las del pasado, sino también las del presente. Pues, a diferencia de las sociedades animales, que son específicas de cada especie y que, exceptuando pequeñas variaciones, sólo cambian cuando se modifica la estructura genética de sus miembros, las sociedades humanas están en constante movimiento; están expuestas a constantes transformaciones en una u otra dirección.
También la relación entre individuo y sociedad es cualquier cosa menos estática. Cambia a lo largo del desarrollo de la humanidad, y este cambio no es sólo del tipo que ya conocemos bien por el trabajo de los historiadores. La transformación de la que aquí se habla es un cambio estructurado en una de dos direcciones opuestas. Es, precisamente, lo que se intenta expresar mediante el empleo, orientado a la realidad, del término «desarrollo social». La cuestión de si este cambio hace que los seres humanos sean más felices o no está aquí fuera de discusión. De lo que se trata es de comprender este cambio en sí mismo, su dirección y quizá, más adelante, también sus causas.