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Hoy en día, la predominante presión integradora que empuja hacia la configuración de Estados no suele dejar más que dos opciones a las unidades preestatales, como, por ejemplo, las tribus: o bien se conservan como piezas de museo, como agua estancada al lado del rápido desarrollo de la humanidad, o bien renuncian a una parte de su identidad y, con ella, a una parte de la actitud social tradicional de sus miembros, ya sea mediante su integración en el plano de un Estado nacional o continental ya existente, ya sea mediante su reunión con otras tribus para configurar un nuevo Estado nacional. En algunos casos especiales se abre una tercera opción: el encapsulamiento de una antigua sociedad preestatal dentro de una gran sociedad estatal tan poderosa y segura de sí misma que pueda tolerar en su seno ese encapsulamiento de formas sociales anteriores.

Las sociedades estatales norteamericanas ofrecen toda una serie de ejemplos de este tipo de encapsulamiento social, es decir, de la supervivencia de sociedades de un nivel de desarrollo anterior dentro de una sociedad estatal altamente desarrollada. Algunos representantes de un nivel social preestatal que continúan existiendo dentro de una sociedad estatal, conservando en buena medida su forma preestatal, pueden sobrevivir de esta manera porque poseen la capacidad de desempeñar determinadas funciones dentro de la sociedad estatal dominante. Así, por ejemplo, en Canadá existen con bastante éxito colonias de antiguas sectas cristianas que han podido mantener sus formas de vida, sus normas doctrinarias y toda su tradición debido a que el ethos de trabajo y la estructura de poder propios de su nivel de desarrollo preestatal les permiten una producción competitiva de productos agrícolas, que encuentran gustosos compradores en la sociedad estatal dominante. La secta de los Hutterer alemanes[24], asentada en Canadá, es un ejemplo. Su vida social interna se ha estancado en el tiempo. Llevan los trajes de sus antepasados. Hablan el idioma de sus antepasados. Como en muchos otros grupos preestatales, en esta secta el equilibrio entre el yo y el nosotros se inclina radicalmente en favor del nosotros. Carecen de televisión, radio, líneas telefónicas con el mundo exterior y otros medios de comunicación que vayan contra su encapsulamiento. La vestimenta sencilla, igual para hombres que para mujeres, apenas deja margen para la individualización. El elevado número de niños permite el establecimiento de nuevas aldeas. Un Consejo de Ancianos cuida de que la tradición se mantenga intacta. Los niños son encaminados muy pronto, con rigor y benevolencia, hacia este tipo de vida.

Otro ejemplo de la supervivencia de una forma de sociedad preestatal enmarcada dentro de un Estado es la mafia americana. Su tradición procede de los tiempos en que el grupo de parentesco, el clan, poseía para los individuos las funciones de la unidad de supervivencia normativa. En su lugar de origen, Sicilia, los grandes grupos familiares de la mafia conservan aún hoy un valor de supervivencia mucho más elevado que el del Estado italiano. Deben esta función, en gran parte, a la lealtad vitalicia e incondicionada de sus miembros, de los individuos, hacia el gran grupo, nominal o efectivo, de la mafia. En la forma de la mafia se ha mantenido hasta el nivel de desarrollo actual, con los cambios pertinentes y bajo un signo negativo, un tipo de configuración que estaba muy extendida en un nivel de desarrollo anterior. En este caso el clan continúa poseyendo para sus miembros una gran función de supervivencia, incluso comparado con el grupo estatal y a pesar de la pretensión de este de controlar el monopolio del ejercicio del poder y la recaudación de impuestos.

En Estados Unidos los grupos familiares de la mafia han resistido con relativo éxito esta pretensión monopolizadora del Estado. Allí han echado raíces y han encontrado, como grupo, una posibilidad de seguir existiendo como representantes de una tradición grupal específica, mediante la asunción de funciones sociales contrarias a las normativas estatales. Las familias de la mafia se transformaron también en Estados Unidos en una agrupación criminal que, mediante la organización del tráfico de drogas, los juegos de azar, la prostitución, incluso del ejercicio ilegal de la violencia, ha adquirido hasta hoy una posición marginal respecto al Estado bastante satisfactoria. Entre las condiciones más importantes para la subsistencia de las familias de la mafia se encuentra el hecho de que determinadas formas de convivencia preestatales han conservado su sentido a la sombra de una existencia ilegal, contraria al Estado —especialmente en las grandes ciudades—. Esto es válido sobre todo para la mencionada lealtad del individuo para con su «familia», es decir, para un equilibrio entre el yo y el nosotros favorable al nosotros, lo cual era y es inusual en los Estados más desarrollados. Lo que más contribuyó al éxito de la mafia fue, en otras palabras, determinadas características estructurales del clan preestatal, que hoy en día sólo encontramos en su forma original —en lenguaje técnico llamado comúnmente «feudal»— en sociedades preeminentemente agrarias, y que aquí aparecen en una forma menos estructurada, como corresponde a las relaciones planteadas en grandes ciudades y Estados y al aislamiento de la mafia en la criminalidad.

Entre los rasgos comunes de estos encapsulamientos de grupos preestatales en el seno de grandes Estados destacan la mayor perdurabilidad, la mayor duración, a menudo de por vida, de muchas relaciones humanas, si no de todas, y un equilibrio entre el yo y el nosotros que confiere al nosotros una importancia mucho mayor que al yo, que muy a menudo exige una total sumisión del yo al nosotros, del individuo al grupo con carácter de nosotros. Si se observan estas características estructurales, por así decirlo, en vivo, y se dispone de herramientas conceptuales que permitan hacer comparaciones, es fácil comprender que la inclinación del equilibrio entre el yo y el nosotros en favor del yo no es algo tan evidente ni algo innato a la naturaleza humana. También a esto subyace un tipo muy determinado de convivencia humana; también esto es característico de una estructura social específica. La actual forma de individualización, la forma hoy dominante de la concepción del yo y del nosotros, está condicionada, y no en menor medida que esas formas preestatales de la actitud social, por el nivel del proceso de civilización y el correspondiente nivel del proceso de civilización individual.

Para intentar poner de relieve estructuras particulares de la actitud social y, en particular, del equilibrio entre el yo y el nosotros, de distintos niveles de desarrollo, no se debe cuestionar cuál de las formas de este equilibrio o, en general, de la actitud social de las personas, se considera o se corresponde mejor con las preferencias personales. Es evidente que quien se ha criado en un nivel de desarrollo posterior, en el actual, preferirá la concepción del uno mismo que pone el acento en el yo, propia de su época, y le parecerá extraña la concepción del uno mismo que pone el acento en el nosotros, propia de sociedades preestatales. Lo que ponen de relieve estas observaciones y reflexiones es el hecho de que la identidad como yo y como nosotros del ser humano particular no es ni tan evidente ni tan inmutable como parece a simple vista cuando este problema no se incluye dentro del ámbito del estudio sociológico, tanto teórico como empírico.