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Tal vez sólo se obtenga una imagen más clara de esta relación entre el desarrollo de tipos de unidades sociales cada vez más pobladas y diferenciadas y el incremento de las posibilidades de individualización si se compara el hasta ahora último estadio del desarrollo de la humanidad —la división de la humanidad en unos 150 Estados y su creciente integración en redes de interdependencias globales— con uno de los primeros estadios, es decir, aquel en que toda la humanidad estaba compuesta por un gran número de unidades muy reducidas. Para confrontar una configuración comparativamente posterior del conjunto de la humanidad con ese nivel de desarrollo inicial es necesario esforzar un tanto la imaginación, máxime cuando los documentos disponibles son escasos. Pero tal confrontación mental no deja por esto de ser absolutamente indispensable para oponer resistencia a la naturalidad con que, debido al modo de percepción actual, el problema de la relación entre individuo y sociedad se plantea tantas veces como si fuera un problema universal.
Para encontrar la clave de este problema es imprescindible reconstruir la convivencia de seres humanos del pasado que fueran biológicamente idénticos a nosotros, pero que todavía vivieran muy desprotegidos, sin casas, sin asentamientos estables construidos por ellos mismos, sumidos en constante lucha por la supervivencia con otras criaturas, con criaturas que eran sus presas o cuyas presas podían ser ellos. Es muy provechoso imaginar la vida de un grupo de seres humanos que buscaban refugio en cavernas naturales y que en algunas de esas cavernas, como en la francesa de Dordogne, dejaron grandes y vividas pinturas de animales. Sé que normalmente uno no se identifica con tales seres humanos. Expresiones como «hombres de las cavernas», «hombres de la Edad de Piedra», «primitivos» o también «salvajes desnudos» son una muestra de la distancia que espontáneamente suele ponerse entre uno mismo y esos otros seres humanos, y del no poco desprecio con que suele mirarse, desde la altura de un mayor saber y el dominio ligado a este, a la mayoría de los representantes de estos niveles iniciales que existen aún. El único motivo para esta distancia y este desprecio es el insensato amor propio que expresan.
Aquellos grupos que esporádica o continuamente hallaban protección contra la lluvia, el viento y los animales salvajes en peñascos sobresalientes o, cuando era posible, en cavernas, eran probablemente agrupaciones familiares compuestas por unos 25 a 50 miembros. Es posible que en algunos casos hubiera ya formas de organización con cuya ayuda pudieran convivir durante algún tiempo 100 seres humanos. En cualquier caso, estas cifras reflejan una circunstancia muy importante para comprender la relación entre individuo y sociedad. En ese mundo en el que el poder estaba repartido equitativamente entre los grupos humanos y los múltiples representantes de la naturaleza no humana, en el que el equilibrio de poder entre seres humanos y seres no humanos todavía no se inclinaba tan a favor de los seres humanos como sucedió posteriormente cuando los grupos humanos se asentaron en poblaciones y casas construidas por ellos mismos, en ese mundo el grupo poseía para el ser humano singular una función de protección imprescindible y, al mismo tiempo, absolutamente evidente. En un mundo en el que los seres humanos estaban expuestos a la omnipresente amenaza de animales físicamente más fuertes y quizá también más veloces y ágiles, un ser humano aislado no tenía grandes posibilidades de subsistir por sus propios medios. Como para muchos antropoides, también para los seres humanos la convivencia en grupos tenía una indispensable función de supervivencia. Seres humanos como nosotros vivieron en esta situación, en esta elemental dependencia de la convivencia en grupos, durante un período de tiempo mucho mayor que aquel al que damos el nombre de historia: podemos calcular unos 40 000 o 50 000 años, es decir, más o menos el décuplo de la época histórica.
Según parece, los homínidos del tipo sapiens se remontan al pleistoceno. Es posible que algunos paleontólogos no adviertan que los seres de nuestro género han sido desde tiempos inmemoriales criaturas que vivían en sociedad, pues la imagen que algunos paleontólogos se forman de los seres humanos está basada a menudo en hallazgos de restos de esqueletos de individuos particulares. Pero prácticamente todo lo que sabemos de los hombres de la Prehistoria indica que su vida se desarrolló siempre en grupos, y en grupos con una estructura determinada, por ejemplo, grupos de cazadores cuyas mujeres recolectaban plantas y raíces comestibles. Esto no sólo es válido para los homínidos del género sapiens sino también para las formas anteriores. La vida en grupos y las especiales formas de comunicación y cooperación que se desarrollaron en la convivencia del homo sapiens y sus antecesores fueron la condición básica para la supervivencia de criaturas que, individualmente, eran superadas en fuerza física y velocidad por numerosos animales depredadores y muchas veces incluso por los mismos animales que les servían de presa.
El alto valor que la convivencia con otros seres humanos poseía para la supervivencia de cada uno de los individuos unidos en un grupo durante este largo período prehistórico de constantes luchas contra criaturas no humanas, y es de suponer que también entre distintos grupos de homínidos, marcó muy profundamente la marcha del desarrollo y la estructura del ser humano particular. Muchas señales no aprendidas que un rostro humano puede transmitir a otros seres humanos poseen un significado específico sólo comprensible para los seres humanos, significado que los otros seres vivos no pueden interpretar o interpretan erróneamente. El síntoma más claro de la fuerte tendencia hacia la vida en grupo de la estructura orgánica de un individuo humano es la predisposición biológica de todo niño a aprender un tipo de comunicación que no lo unirá con toda la especie, sino probablemente sólo con un grupo parcial. Esta predisposición biológica, la predisposición a aprender un lenguaje que sólo sirve como medio de comunicación en el seno de una única sociedad humana, y que generalmente fuera de esta sociedad no puede ser comprendido por otros seres humanos, es una creación singular de la evolución biológica. En el mejor de los casos, sólo tiene incipientes paralelos en la estructura de otros seres vivos. Esta estructura biológica del ser humano, su predisposición para el aprendizaje de un medio de comunicación que limita la comprensión a un determinado grupo parcial de la especie, y la propagación entre los seres humanos de este medio de comunicación limitado respecto al conjunto de la especie, muestran con claridad la enorme y vital importancia que durante el largo período de formación de la humanidad debió de adquirir la comunicación precisa entre los miembros de un grupo determinado.