7

—Rarísimo —volvió a decir Kang, pero esta vez en lugar de hablar para sí se lo dijo a Slith.

—¿Qué hay de raro, señor? —preguntó Slith.

Kang tardó unos instantes en responder, entre otras cosas porque tenía la boca llena de carne de cabra.

—Está muy rica —murmuró.

Slith asintió. La carne de cabra salvaje era dura y fibrosa, pero para aquellos ingenieros draconianos hambrientos tenía el mismo sabor que los filetes de vaca que se servían en las fiestas del señor de Palanthas. Los cocineros habían observado con asombro, incredulidad y cierta alarma cómo los soldados de Kang engullían de golpe la ración de toda una semana. El ofrecimiento de Slith de organizar una partida de caza para repostar las reservas de carne de cabra de la fortaleza fue recibido con alivio y satisfacción.

—¿Que qué hay de raro? —repitió Kang mientras masticaba y pensaba. Había intentado explicárselo a sí mismo—. Voy a decirte lo que es raro. Durante más de treinta años el general Maranta no había visto en esta fortaleza ningún draconiano más que los suyos hasta que hemos aparecido nosotros y ahora dice que está esperando la llegada de otros en cualquier momento. ¿De dónde cree que van a venir? ¿Acaso imagina que van a caer del cielo?

—Bueno, señor, el general dice algo que es importante. El mundo está en un estado de confusión. En todas partes donde hemos estado hemos oído rumores nuevos acerca de quién controla el qué y dónde. Un posadero nos contó que los caballeros negros controlaban tanto Palanthas como Qualinesti. Figúrate, ¡los caballeros negros gobiernan las capitales de sus mayores enemigos: los solámnicos y los elfos! ¿Quién lo hubiera dicho?

—Yo seguro que no —musitó Kang.

—Y luego hubo esa extraña historia que oímos de aquel kender bebido que capturamos, que dijo que había dragones monstruosos luchando, matando y comiéndose a otros dragones. Aunque tan sólo la mitad de lo que hemos oído fuera cierto —concluyó Slith—, habría que creer que el mundo se ha vuelto del revés, y que tal vez esa agitación haga aflorar a unos pocos draconianos que han permanecido ocultos durante estos años.

—Es posible. —Kang no estaba convencido—. Aun así, si hubiera draconianos en marcha, ¿por qué tendrían que venir precisamente aquí, a este lugar alejado de todo? Si los goblins no nos hubieran obligado a caer en el regazo del general Maranta probablemente hubiéramos pasado de largo, a unos cuarenta kilómetros de distancia, y jamás habríamos sabido de la existencia de este fuerte. El general ha dicho: «puedes apostar todas tus piezas de acero». Me hubiera gustado aceptar esa apuesta si no fuera porque no he visto ninguna desde hace más de un año.

Kang apartó su plato a un lado y suspiró con satisfacción. Tenía el estómago lleno e iba a pasar la noche durmiendo sin que nadie le despertara con el anuncio de que los goblins estaban atacando.

—Tal vez sea raro —admitió Slith—, pero los generales tienen derecho a ser raros. Si se piensa en todo cuanto ha vivido el general Maranta, lo verdaderamente raro sería que no lo fuera.

—Supongo que tienes razón. Infórmame —dijo Kang mientras hacía bajar la carne de cabra bebiéndose una jarra de cerveza agria y tibia. Llenó otra jarra para Slith y la pasó al otro lado de la mesa.

—Los soldados descansan al raso en la plaza de armas situada junto a la muralla occidental. Prokel ofreció que nuestros soldados descansaran junto con los demás hombres del fortín, pero supuse que preferirías mantener unido al regimiento.

Kang echó un trago, asintió y mostró su aprobación.

—He establecido una guardia —dijo Slith en voz baja—, aunque, naturalmente, no los he enviado a las murallas. Prokel ha dicho que esta noche deberíamos descansar y que mañana incorporaría a nuestros hombres a la lista de turnos de guardia. De todos modos, yo he pensado que era mejor mantener la disciplina.

—Perfecto —dijo Kang.

A la porra la disciplina. El motivo real por el que Slith había montado guardia era que no se fiaba de los demás compañeros draconianos. Kang suspiró. En cierto modo, Slith era tan perverso como el general Maranta. Sin embargo, Kang pensó que no habrían logrado sobrevivir tanto tiempo si lo hubieran dado todo por sentado.

—Les he pedido que sean discretos —añadió Slith.

Kang dio su consentimiento. No tenía sentido ofender a Prokel o a cualquiera de los demás oficiales.

—Hay otra cosa, señor —dijo Slith—. No te lo vas a creer, pero en la fortaleza no hay ninguna taberna.

—Me lo creo —dijo Kang haciendo una mueca hacia la cerveza—. Esta cosa es horripilante.

—Así es, señor. El Primero de Infantería asaltó un granero y destiló esto a partir del trigo. ¡Seguro que los meados de caballo saben mejor! Al parecer, están ya en los últimos barriles. Vamos a necesitar provisiones para la partida y, como dices, no tenemos piezas de acero con que pagarles. Creo que podríamos hacer algún trueque. Si te parece, podría instalar la destilería y hacer un poco de Aliento de Dragón.

—Pero si no hay nada que destilar —arguyó Kang—. Hemos utilizado lo último que nos quedaba de ese grano robado.

—Señor —dijo Slith—, he estado pensando que alrededor de esta fortificación hay muchos cactus. Con tu permiso, me gustaría probar si podemos utilizarlos para destilar bebida.

—¿Con cactus? —Kang no lo tenía claro, pero no se le ocurría una solución mejor—. Bueno, podrías intentarlo. No creo que sepa peor que setas fermentadas.

—Sí, señor. Lo primero que haré mañana será recolectar algunos cactus.

—Por lo que dices, las hembras están acostadas y a salvo para la noche —dijo Kang. Aquello había sido lo primero que había preguntado al regresar de su encuentro con el general—. ¿Les han dado comida suficiente?

—Sí, señor. Lo he comprobado personalmente, señor. He redoblado la guardia para ellas. —Slith se sirvió otra cerveza, se encogió de hombros y movió la cabeza apesadumbrado—. No están muy contentas conmigo, señor. Tampoco me extraña. El cobertizo es pequeño y están muy apretadas, tienen muchas ganas de salir y explorar la fortaleza.

—No se lo habrás permitido, ¿verdad? —preguntó Kang alarmado.

—¡No, señor! —respondió Slith ofendido—. ¡Claro que no! Les dije que tenían que permanecer ahí encerradas por su propio bien, ya que era posible que hubiera goblins al acecho.

—¿Dentro de la fortaleza?

—Sí, bueno, ya sé, pero no se me ocurrió otra cosa —dijo Slith—. Estaban muy indignadas. Shanra intentó morderme, o tal vez fuera Hanra, no sé. —Slith sonrió. Aquellas gemelas sivak eran sus favoritas, a pesar de que era incapaz de distinguir la una de la otra—. Temí que esta vez fueran a rebelarse y sólo estábamos Cresel y yo para detenerlas. Por otra parte, la mitad del tiempo Cresel las apoya. Pero entonces Fonrar intervino y les dijo que si se dedicaban a ir de un lado para otro tú te preocuparías y que tus heridas y todo eso te obligaban a descansar. Sólo entonces se calmaron. Antes de que me fuera, Fonrar preguntó cómo estabas, si te habías desmayado de nuevo y si tenías apetito. Piensa mucho en ti, señor. Todas lo hacen.

—Lo sé —respondió Kang incómodo y modesto—. Ojalá me lo mereciera. Todo lo que intento hacer por ellas sale mal. Este sueño mío de fundar una ciudad propia ha costado la vida de muchos hombres. Tal vez me haya comportado como un idiota respecto a esa idea. Si nos hubiésemos quedado donde estábamos, arriba, en las montañas…

—Estaríamos todos muertos, señor —dijo Slith de forma rotunda—. Si no nos hubieran intentado matar los enanos, lo habrían hecho los elfos o los humanos. Lo sabes. Tomaste la decisión correcta. Cuando lleguemos a Teyr convertiremos la ciudad en el lugar más inexpugnable de todo Krynn. Nadie se atreverá a atacarnos y viviremos en paz tal y como hemos planeado.

Hubo un tiempo en que Kang se había preguntado si realmente los draconianos vivirían algún tiempo de paz. Habían nacido y se les había educado para ser soldados, pensaba que tal vez estuvieran condenados a luchar y abrirse paso a golpes por la vida hasta que la muerte les sobreviniera en forma de lanza, flecha o embate de espada. Pero aquel año anterior, al observar cómo los soldados cuidaban a las jóvenes hembras, riéndose de sus travesuras, enorgulleciéndose de sus logros, enseñándolas y protegiéndolas, Kang tuvo la certeza de que él y los demás draconianos eran capaces de vivir tiempos de paz.

—Eso si llegamos a Teyr —dijo con melancolía.

—Lo conseguiremos, señor. Esta parada es provisional.

—No estoy tan seguro de ello, Slith.

Kang miró a su alrededor. Eran los únicos draconianos que había en la sala del comedor. El cocinero y sus ayudantes estaban en la parte trasera agitando ollas y aporreando sartenes mientras limpiaban. Hacían un ruido considerable, pero Kang supuso que los estaban vigilando. Habló en voz baja.

—De momento los goblins no me preocupan. Tú no viste el brillo en la mirada del general cuando dijo que nos gustaría estar aquí. Quiere que contribuyamos a reforzar la Fortaleza y tú y yo sabemos que para ello necesitaríamos seis meses, cuando no más. Mi plan es marcharnos en cuanto se solucione el asunto de los goblins. Pero no creo que al general Maranta esta idea le complazca en absoluto.

—Es un general, señor —dijo Slith en voz baja—, pero no es nuestro general. Ya no lo es. La guerra se acabó hace mucho, mucho tiempo.

—Tienes razón —respondió Kang incómodo—. De todos modos, me temo que los hombres no lo vean de este modo. Además, ¿qué van a pensar si ven que yo desobedezco a un oficial superior? ¿Qué ejemplo voy a darles? Si yo me niego a obedecerle, ¿cómo podré exigirles luego que me obedezcan cuando les dé una orden? No. —Kang negó con la cabeza—. Esa no es la manera. Tendremos que inventarnos algo distinto. Por el momento haz que los soldados empiecen a construir barracones provisionales. Asegúrate sólo de que todos crean que están aquí de paso. Si decimos con frecuencia que nos iremos es posible que todo el mundo se acostumbre a la idea. Y creo que ahora lo mejor será ir a ver a las hembras.

Kang se levantó pero las rodillas se le doblaron y tuvo que volver a sentarse.

—No, señor —dijo Slith. Pasó el brazo por debajo del de su comandante y ayudó a Kang a ponerse en pie—. Ya iré yo a ver cómo están. Tú te vas a la cama. No hay excusa que valga.

Kang podría haberse opuesto, pero estaba demasiado cansado. La palabra cama sonaba demasiado bien. Permitió que Slith lo acompañara hasta el área de descanso al raso donde su tropa vivaqueaba en el suelo. Kang tuvo que esforzarse en distinguir a los que estaban de guardia, pero al fin los descubrió agazapados en las sombras que arrojaba la desvencijada muralla.

En cuanto a Kang, él no iba a dormir al raso. Slith se había encargado de que se levantara la tienda del comandante y de que el catre estuviera dispuesto. Kang entró cojeando. Se desplomó bocabajo sobre el lecho y se quedó inmóvil.

Slith retiró el hacha de batalla de su comandante. Tras soltarla de entre las paletas de los hombros, la colocó a mano junto a la cama de Kang.

—Buenas noches, señor —dijo Slith en voz baja y se marchó de la tienda.

Como respuesta sólo oyó un apacible ronquido.

Los ingenieros draconianos estaban en pie antes del amanecer. Tomaron un desayuno temprano y antes de que empezara el día ya comenzaron a construir sus cuarteles. Fonrar fue la primera hembra en despertarse: la asustaron los gritos del bozak herrero importunando a los ayudantes que cargaban con su forja portátil. Luego reconoció la voz de Slith que indicaba detalles de la obra y asignaba a cada uno una tarea concreta. Los ruidos de los golpeteos de martillos y sierras así como los golpes secos y los cantos rítmicos de los grupos de trabajo fueron aumentando conforme el sol iba subiendo.

El almacén donde estaban acuarteladas no tenía ventanas, pero había algunos agujeros en los nudos de los maderos. Fonrar colocó el ojo en uno de ellos y miró al exterior. Hacía buen tiempo: no había ni una sola nube en el cielo. La brisa era fresca y limpia, tan fresca y bonita que le hizo contraer los orificios de la nariz.

—¿Qué ocurre? —preguntó una voz a su lado.

—Están levantando el campamento —informó Fonrar.

—Déjame ver —dijo Thesik.

Fonrar se movió a un lado complaciente y Thesik puso el ojo en el agujero; inmediatamente saltó hacia atrás con un grito. Al hacerlo fue a caer contra una baaz que todavía dormía, la cual refunfuñó y dio una sacudida y una patada de irritación.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Fonrar asustada.

—Hay alguien mirando —susurró Thesik señalando al agujero.

Al volver a mirar por el agujero, Fonrar se encontró con un ojo rojo que la miraba desde el otro lado. En los demás agujeros había otros ojos. Se empezaron a oír con claridad ruidos de susurros, gruñidos y pasos arrastrados. Luego se oyeron gritos. La voz enojada de Gloth se hizo oír por encima de las demás.

—¡Fuera de ahí, draconianos! ¿Qué os habéis pensado? Parecéis esos espías kender, ¡gentuza! Marchaos antes de que haga un informe negativo de todos vosotros. Cresel, anota el nombre de ese soldado.

—¡Todo el mundo en pie! —ordenó Fonrar a Thesik.

Thesik despertó a las hembras que todavía dormían con sacudidas bruscas y patadas. Fonrar tuvo que pasar por encima de sus hermanas y primas rezongantes hasta llegar a la puerta del cobertizo y aporrearla con urgencia.

—Sí, señora —dijo una voz.

—¿Qué ocurre? —preguntó Fonrar.

—Nada, señora —dijo la voz—. Todo está bajo control, señora. Volved a dormir.

Fonrar resopló. ¡Ni que acabara de salir del huevo! Estaba a punto de perder la calma y empezar a gritar cuando se dio cuenta de que había un modo más simple de resolver la situación.

—Tengo que ir a las letrinas —dijo Fonrar mirando a las demás hembras para asegurarse de que la oyeran—. Todas tenemos que ir.

Las demás captaron rápidamente la idea.

—¡Tenemos que ir! —chillaron todas—. ¡Rápido! ¡No aguantamos más!

Fonrar propinó un golpe de prueba contra la puerta y la encontró cerrada. Tomó aire profundamente y montó en cólera. Les faltaba muy poco para convertirse en prisioneras. Aquel guardia era uno de los nuevos asignados por Slith y no estaba preparado para aquel conflicto, porque le oyó preguntar lo que tenía que hacer ahora. Entonces se oyó un ruido de golpes, gritos y unos pasos arrastrados en confusión. De repente los ojos desaparecieron de los agujeros.

Al cabo de unos instantes Fonrar oyó la voz de Cresel, que estaba casi sin aliento.

—Ahora me encargo yo de esto. ¿Qué ocurre?

—Tenemos que ir a las letrinas —dijo Fonrar secamente.

—¡Tenemos que ir! ¡Tenemos que ir!

Por entonces, las baaz gritaban ya tan fuerte que las paredes del destartalado cobertizo se agitaban y traqueteaban.

—Podéis ir en grupos de cinco y bajo vigilancia. Cuando las cinco regresen, podrán ir cinco más.

—¡Cresel! —refunfuñó Fonrar en un tono amenazador.

—Lo siento, Fonrar —respondió—, pero tiene que ser así. Ya verás por qué.

Fonrar hizo un gesto con la mano. Las baaz dejaron de gritar. Las hembras esperaban órdenes con impaciencia.

—Shanra, tú y Hanra vais conmigo. Y tú también, Thesik.

—Yo vengo contigo, señora —dijo una de las baaz.

—Está bien, Riel —aceptó Fonrar.

Riel era la jefa de las baaz, que constituían el grupo de hembras más numeroso. Se había nombrado a sí misma escolta de Fonrar para así emular al baaz que protegía al comandante Kang.

—Está bien, Cresel —dijo Fonrar—. Las primeras cinco estamos listas para salir.

La puerta fue desatrancada y se oyó el ruido de una llave. Fonrar se esforzó por no mostrar resentimiento. No tenía sentido echar la culpa a Cresel. Él sólo cumplía órdenes. La puerta se abrió. Fonrar salió al aire fresco, dio un par de pasos y se detuvo sorprendida.

El cobertizo estaba rodeado por cientos de draconianos desconocidos. Al parecer, habían estado mirando por los orificios del cobertizo, pero ahora habían sido apartados de ahí y eran mantenidos a distancia. Los ingenieros habían formado un cordón de seguridad alrededor del cobertizo utilizando para ello las lanzas o la parte plana de sus espadas para golpear a cualquiera que intentara acercarse demasiado.

Fonrar, desconcertada, miró a Cresel interrogante.

—Estos draconianos no han visto jamás una hembra —dijo en voz baja—. Tienen curiosidad.

Intimidadas por los cientos de ojos clavados en ellas, las otras hembras se arremolinaron en torno a Fonrar.

—Creo que ya no tengo tantas ganas —dijo Shanra con inquietud.

—Yo tampoco —respondió su hermana.

—Vamos a ir —decidió Fonrar con severidad. Posiblemente necesitaría de nuevo esa estratagema y ahora no quería que resultara debilitada—. En marcha.

Las hembras formaron una línea y marcharon al paso hacia la zona en la que Slith, con admirable previsión, había ordenado a los ingenieros cavar las letrinas para las hembras y había levantado un protector muro alrededor. Los guardias escoltaron a las hembras por todo el trayecto, seguidos por cientos de ojos observantes. Los machos no ululaban ni gritaban, ni provocaban ningún tipo de molestia. Sólo miraban.

—No me gusta eso, Thesik —dijo Fonrar seriamente mientras regresaban al cobertizo. Miró con rabia a esos draconianos que las miraban—. Es… insultante.

—¿De veras? —Thesik había estado vagando de un lado a otro ociosamente al lado de su amiga, con su ensoñadora mirada fijada en las montañas distantes. Thesik regresó de su sueño y miró a su alrededor. Fonrar tenía la incómoda sensación de que su amiga sólo se había dado cuenta de que ocurría algo fuera de lo normal—. Yo no tengo esa sensación, Fonrar. —Y añadió en tono serio—: Lo considero una especie de tributo.

—Yo empiezo a pensar que es divertido —susurró Shanra con una risita sofocada.

—Yo también —dijo Hanra—. ¿No os parecen un poco tontos?

—Es verdad que lo parecen —admitió Fonrar con frialdad. Aceleró el paso hasta ponerse a la altura de Cresel, que marchaba delante de ellas. Fonrar sabía que era una pérdida de tiempo, pero tenía que preguntarlo.

—Cresel —dijo—, no podemos permanecer todo el día encerradas en ese cobertizo. Nos volveremos locas de aburrimiento. Dejadnos trabajar. Podemos ayudar a levantar el campamento, por favor. —Cresel asintió con la cabeza—. No podemos encargarnos de labores técnicas, está claro —prosiguió Fonrar en tono lastimero—, pero somos fuertes, sobre todo las sivaks y todas sabemos cavar zanjas. Y las baaz son unas organizadoras excelentes. Nadie las puede superar en apilar y amontonar, clasificar y ordenar. Podrían vaciar los carros de aprovisionamiento y ordenar todas las cosas antes de que el comandante se despierte para desayunar. Por favor, Cresel, deja que nos sintamos útiles.

—Sabes que yo no puedo, Fonrar —replicó Cresel. Por el tono de voz lo sentía de verdad—. ¡Es como estos bobos! —exclamó señalando a los draconianos que miraban boquiabiertos—. Si tuvierais trabajos asignados, esta gentuza estaría por aquí dando vueltas, mirando y estorbando, y quién sabe lo que podría pasar. Lo siento, Fonrar. Pero esto sólo será hoy. Los hombres tienen como objetivo principal la construcción de vuestros cuarteles. Son órdenes del comandante. Tened un poco de paciencia, ¿de acuerdo?

—Me imagino que no tenemos otra opción —dijo Fonrar con brusquedad.

Era consciente de que no tenía por qué descargar todo su enfado en Cresel, que no era culpa de él. Pero parecía ser el único a mano.

—¿Podrás por lo menos traernos algunos trozos de madera, clavos y martillos? —preguntó en tono frío—. Así podremos tapar esos agujeros.

—Por supuesto, Fonrar —dijo él, encantado de poder decirle sí a algo—. Te los haré llegar con el desayuno.

«Nuestros cuarteles —se dijo Fonrar para sí, mientras retrocedía para caminar junto a las demás—, están trabajando en nuestros cuarteles. Esto significa que nos están construyendo otra prisión, una de paredes más gruesas y con un candado mejor en la puerta. Hasta aquí hemos llegado. Ya no resisto más mimos y halagos. ¡Se van a enterar!»

—¿De qué se van a enterar? —preguntó Thesik. Fonrar se dio cuenta entonces que había estado murmurando en voz alta.

—Lo que sea y cuando sea —prometió Fonrar—. Se trata de estar preparadas. —Antes de volver a apiñarse en el cobertizo se detuvo y miró a las demás—. ¿Estáis conmigo?

—¡Estamos contigo, comandante! —exclamaron Shanra y Hanra entre risas.

—Las baaz estamos contigo, señora —dijo Riel.

—Yo estoy contigo, Fonrar —dijo Thesik sonriendo—, y las demás, también.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Shanra en voz baja con los ojos brillantes y anhelantes de aventuras.

Fonrar miró hacia atrás para asegurarse de que no había guardias cerca para oírlas.

—He tomado una decisión —dijo—, una decisión que debería haber tomado hace ya mucho tiempo.