10

Un golpe en el palo de la tienda seguido por el ruido de unas alas al rozar con la lona interrumpieron el sueño, esta vez agradable, de Kang. Abrió los ojos y se encontró con un draconiano en pie delante de él.

—¿Mmmmm? —gruñó Kang. Aquél era el sonido más inteligente que era capaz de articular a aquella hora, fuera cual fuese. Era evidente que no era de mañana. La tienda estaba a oscuras. El calor del cuerpo del draconiano era la única luz. Kang reconoció a Slith.

Un pensamiento fue deslizándose en el cerebro de Kang entre las brumas del sueño. Slith había dado un golpe en la entrada, pero no había aguardado a que Kang gritara: «¡Adelante!». Slith se había colado en la tienda del comandante en medio de la noche. Slith… se suponía que él también tendría que estar durmiendo. Algo había ocurrido.

Kang suspiró profundamente, moviendo las garras de los pies. ¿Por qué las urgencias ocurren siempre de noche? ¿Por qué el ataque de las desgracias se produce siempre cuando uno se encuentra tranquilamente dormido?

—Lamento despertarte —empezó a decir Slith.

Kang agitó la mano para indicarle a Slith que no tenía que disculparse y que soltara ya la mala noticia. Kang ya sabía que aquello sólo podía ser una mala noticia. Nadie le había despertado jamás por la noche para comunicarle algo bueno.

—¿Qué ocurre? ¿Son los goblins? —murmuró Kang restregándose los ojos.

—Dos de nuestros soldados han desaparecido, señor; Urul y Vlemess, unos soldados baaz del escuadrón número uno.

—¿Cómo? —Kang miró fijamente a su segundo—. ¿Han desaparecido? ¿Dos de los nuestros? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

—Los dos formaban parte de los centinelas asignados a la vigilancia de la muralla, señor. Cuando terminó el turno, todos los centinelas fueron relevados del servicio y se alinearon en el interior de la entrada de la fortaleza. Todos menos los nuestros. Ambos han sido declarados desaparecidos. El comandante de los centinelas de la fortaleza informó de eso, pero no se molestó en comunicarnos a ninguno de nosotros que dos de los nuestros habían desaparecido, señor. Nos enteramos cuando el resto de nuestros centinelas regresó a los barracones; Celdak ha hecho el recuento y ha notado la falta de dos. Ha ido a ver al comandante de los centinelas de la fortaleza y éste le ha contestado que al disponerse a relevarlos, los guardias se han encontrado con que éstos no estaban en su puestos. —Slith calló un momento y dijo en voz baja—: Van a ser nombrados desertores, señor.

—¡Desertores! ¡No! Eso no tiene sentido —protestó Kang con vehemencia—. ¡Maldita sea! Hemos arriesgado nuestras vidas atravesando cientos de kilómetros juntos, hemos cruzado montañas y ríos, hemos sufrido heridas y hemos visto el fuego de cerca y ni uno solo de nosotros ha desertado. Es cierto que algunos han muerto en la batalla y que otros han muerto por enfermedad. Un hombre fue atacado por lobos y otro se suicidó. Pero jamás hemos tenido una deserción, Slith. ¡Jamás!

Kang, desesperado, se esforzaba por encontrar una explicación.

—¿Habéis mirado en las letrinas? Tal vez tengan el vientre descompuesto.

—Sí, señor. Es el primer sitio en el que hemos buscado. Celdak ha informado a Gloth, el cual ha despertado a todo el escuadrón. Éste ha pensado que tal vez ese par no supiera que tenía que presentar su informe al comandante de los centinelas de la fortaleza, por lo que tal vez los soldados, al finalizar el servicio, se habrían ido a tomar un trago o al comedor. Pero no han logrado encontrar ningún signo de ellos. Gloth ha ordenado al escuadrón que investigara también la parte de la muralla en la que los hombres se encontraban haciendo patrulla. En el suelo han encontrado esto, señor.

Slith le mostró un cuchillo para las botas.

—Tal vez ahora con esta oscuridad no puedas verlo bien, señor, pero es uno de los nuestros. Nuestro herrero lo hizo. Yo lo he reconocido y cuando Gloth ha ido a despertar a Pollard, éste también lo ha hecho. Entonces ha sido cuando Gloth ha venido a despertarme y por esto estoy aquí ahora despertándote a ti a una hora para el amanecer, señor.

Kang intentaba asimilar todo aquello.

—Slith, ¿realmente crees que han desertado? —Sacudió la cabeza—. Tal vez debería haber hablado con ellos esta noche…

—No han desertado, señor —declaró Slith en tono categórico—. ¿Qué motivo tenían para ello? ¿Adónde habrían ido? ¿A unirse con los goblins? Por todos los dioses, señor, estamos en el único refugio seguro que existe a miles de kilómetros. ¿Por qué tendrían que marcharse?

Kang debía admitir que aquello tenía sentido.

—¿Alguien ha ido a examinar el exterior de la muralla?

Slith negó con la cabeza.

—Tenemos órdenes de que nadie salga fuera de la fortaleza después del anochecer. Son órdenes del general. Cree que los goblins tienen patrullas ahí fuera dispuestas a abatir a cualquier rezagado. Tendremos que esperar al amanecer.

Kang tomó su arnés y su equipo y empezó a abrochárselos.

—Quiero al regimiento dispuesto en orden de batalla en la puerta delantera con la primera luz. Vamos a hacer un peinado profundo de la zona. Ve a transmitir las órdenes, pon en marcha a los soldados y luego ve a buscar a Prokel. Parece que os entendéis muy bien. Pregúntale si puede prestarte algunos soldados para la búsqueda, ¿entendido?

—Sí, señor. —Slith se dispuso a marcharse, pero se volvió de nuevo hacia Kang y preguntó—: ¿Qué es lo que estamos buscando, señor?

—Maldita sea, ¡si lo supiera…! —respondió Kang con brusquedad; aquel problema le había puesto nervioso—. Montones de polvo, restos de su equipo, sangre, signos de lucha. Tal vez alguno de esos malditos arqueros goblin les acertó durante la noche y se precipitaron desde lo alto de la muralla. O tal vez vieron algo y decidieron bajar volando a comprobarlo.

—No parece probable, señor —contestó Slith—. Habrían informado de ello…

—¡Ya lo sé, maldita sea! —gritó Kang. No había querido gritar y suspiró profundamente, molesto consigo mismo. No debería perder el control—. ¡Slith, limítate a ir! Tiene que haber una explicación.

Slith saludó y se marchó rápidamente. Cuando Kang salió de la tienda, se encontró a Gránale ya levantado y en marcha con el estandarte de la compañía en la mano. Los escoltas estaban ya reunidos esperando a que les diera alguna orden. Granak había previsto que el comandante lo necesitaría y se había puesto en marcha. Kang sintió consuelo al ver a aquel sivak enorme, tan sólido e imperturbable, tranquilo ante aquel alboroto y dispuesto para cualquier cosa que pudiera ocurrir.

El aire era frío. El viento no circulaba. Las nubes cubrían las estrellas. La oscuridad que antecede al amanecer era espesa y opresiva.

Los ingenieros de Kang se alineaban en tropas y escuadrones en el patio de armas que había delante de los barracones parcialmente terminados. Cuando todo estuvo preparado Gloth, Yethik y Fulkth, los dos comandantes de los escuadrones de línea y el comandante del escuadrón de apoyo se dirigieron hacia Kang, lo saludaron y pasaron a informarle.

—Señor, el primer escuadrón está listo para la marcha, sesenta oficiales y soldados de menor graduación. —Gloth se detuvo un momento porque lo que iba a decir le resultaba difícil. Entonces añadió rápidamente—: Faltan dos, señor.

—Segundo escuadrón listo para la marcha, cuarenta y ocho oficiales y soldados de menor graduación, dos demasiado enfermos para luchar, señor —comunicó Yethik, el siguiente oficial.

—Escuadrón de apoyo, cincuenta y cuatro oficiales y soldados de menor graduación, listo para la marcha —dijo Fulkth—. Dos cocineros y dos ordenanzas quedan atrás para tener lista la comida cuando regresemos y dos han sido asignados para la seguridad de las hembras, señor. Por cierto, ahora que hablamos de ellas, ¿qué debemos decirles? Si nos ven marchar a todos por la puerta seguro que pensarán que ha pasado algo. Y sabe que nos verán, señor.

Kang asintió con pesar. Ya se había dado cuenta de que las hembras eran especialmente observadoras. A menudo se sorprendía y a veces lamentaba consternado que supieran tanto de lo que ocurría en el campamento.

—Diles que hemos salido de maniobras —respondió tras pensarlo un momento—. No menciones nada de los hombres que han desaparecido ni del ejército de goblins que se está formando. No quiero que se asusten. Y no quiero que piensen que nosotros podríamos… bueno… abandonarlas. —Todavía era incapaz de decir esa palabra maldita, deserción.

—Sí, señor. —Fulkth saludó.

Kang se volvió hacia los demás oficiales.

—Id con vuestros escuadrones a la puerta delantera y aguardad a que yo dé la orden de salir.

Los oficiales volvieron a saludar y gritaron las órdenes al unísono. A pesar de que aquellos gritos sonaban confusos, los soldados sabían qué voz tenían que escuchar y sólo actuaban a la orden de sus comandantes de escuadrón. Marcharon al paso hasta la puerta delantera y se detuvieron, preparados para salir en el momento en que el sol hubiera salido por encima de las montañas. No tenían que esperar mucho rato. A pesar de que aquella mañana el sol no iba a brillar debido a las nubes, el negro de la noche empezaba a convertirse en un color gris sombrío. Con las primeras luces, Kang ordenó abrir las puertas. Los escuadrones partieron y se desplegaron para explorar el territorio que rodeaba la fortaleza.

—Ven conmigo —dijo Kang a Slith.

Acompañado por su escolta, ambos examinaron la zona situada debajo de la parte de la muralla que los desaparecidos habían estado vigilando. Kang esperaba encontrar montones de polvo, lo cual significaría que esos draconianos habían muerto en el ejercicio de su deber. La muerte es preferible al deshonor. Pero no encontraron nada. Además, por la noche no había soplado el viento por lo que el polvo no podía haberse esparcido. Tras advertir al escolta que se mantuviera a distancia, Slith investigó cada palmo del suelo durante minutos arrastrándose a gatas.

—Nada, señor —informó Slith mientras se levantaba y se quitaba la suciedad pegada—. Ni polvo, ni sangre. No hay escamas rotas ni restos de piel.

—¿Alguna huella? —preguntó Kang.

—No, señor. De todos modos el suelo es muy duro y pedregoso. No se verían mucho. Mira esto, señor. —Slith señaló unos matorrales que crecían en la base de la empalizada—. ¿Ves lo quebradizos y secos que están? Si los baaz hubieran recibido un impacto y se hubieran desplomado desde la muralla habrían caído ahí. Y no hay ningún indicio de eso, señor.

Los arbustos estaban intactos. Sus pequeñas hojas marrones arañaban la madera haciendo un crujido seco.

—Así que sabemos que no saltaron desde la muralla. Nadie los ha matado y no están tirados en las letrinas víctimas de una borrachera colosal. ¿Entonces, por todos los abismos, dónde están?

Slith examinó el suelo yermo que rodeaba la fortaleza.

—Supongo que salieron corriendo, señor. Quisieron ir en dirección norte. En el campamento corre el rumor de que existe una fortaleza de los Caballeros negros de Takhisis no muy lejos de aquí.

—¿De veras?

Kang miró a Slith con rostro serio. Estaba a punto de preguntar dónde cuando les interrumpieron. Kang se volvió y vio al comandante Prokel.

—¿Desertores nocturnos, eh? —dijo Prokel y tras encogerse de hombros añadió—: Bueno, eso nos pasa a todos.

«A mí no», iba a replicar Kang, pero cerró la boca con un chasquido.

—Sobre todo —prosiguió Prokel— ahora que corren esos rumores acerca de un ejército de goblins dispuesto a atacar. La noche anterior perdí dos hombres y me temo que vamos a perder más. Recomendaré que se doble la guardia.

Kang no hizo ningún comentario. Otro regimiento de draconianos, el de Prokel, pasó delante de ellos.

—He enviado a mis soldados para que os ayuden a capturar a los desertores. Les he ordenado que los capturen vivos. —Prokel se frotó las manos—. Servirán de escarmiento para todos. Podría evitar que otros deserten. —Levantó la vista hacia la empalizada con interés—. ¿Cómo lo hicieron? ¿Saltaron por la muralla?

—No hay ningún indicio de eso —respondió Kang sombrío—. Discúlpanos un momento.

Kang tomó a Slith a un lado y le susurró:

—Intenta que Prokel te diga quién era el maldito comandante de centinelas y por qué no nos ha informado de inmediato de la desaparición. También quiero saber más acerca de esa fortaleza de los caballeros negros, si está muy cerca y cuántos hombres tiene. Slith, habla tú con él. Me temo que si me encargo yo de ello, perderé los nervios y diré algo que me ponga en un aprieto.

—Mientras que si yo soy el que se pone en un aprieto… —empezó a decir Slith con una risa sofocada.

—… siempre puedo regañarte posteriormente —continuó Kang.

Tras musitar unas palabras de agradecimiento a Prokel por su ayuda, Kang partió.

—Tu comandante se lo ha tomado muy mal, ¿verdad? —Kang oyó que decía Prokel—. Se diría que jamás ha tenido desertores.

—Nunca ha tenido —respondió Slith y añadió en tono de camaradería—: Oye, me pregunto si me podrías presentar al comandante de los centinelas. Me gustaría hacerle un par de preguntas…

—Ahí los tenéis. Ahora van de maniobras —dijo Fonrar desde una ventana de los nuevos cuarteles desde donde observaba con mirada sombría—. Y nosotras aquí, sin hacer nada.

—¿No te parece un poco raro? —preguntó Thesik acecándose a Fonrar.

—¿El qué? ¿Que no hagamos nada? Pero si es lo único que hacemos —repuso Fonrar con amargura.

—No. Quería decir eso de que ahora el comandante envíe hombres de maniobras. Ayer trabajaron como si los ogros les pisaran los talones para tener acabados los barracones y ahora, con la obra sin terminar, se van de maniobras con las primeras luces. ¿Por qué no se van de maniobras al terminar los barracones? ¿Por qué esta pérdida de tiempo? Para mí, esto no tiene sentido.

—Tienes razón —admitió Fonrar considerando aquel comentario—. Algo no va bien.

—Observé que ayer por la noche estuviste hablando con el comandante, ¿dijo alguna cosa?

—Sólo me preguntó si nos habíamos trasladado y si estábamos cómodas. También me alabó por el modo en que me enfrenté a aquel viejo general siniestro. —Fonrar suspiró—. ¡El comandante me alabó! No me riñó, que era lo que merecía. Me hubiera gustado que lo hubiera hecho, Thesik. Entonces podría estar enfadada y resentida contra él. En vez de eso, estuvo tan encantador y comprensivo que me hizo sentir desdichada y culpable. Odio engañarle.

—Te entiendo —dijo Thesik compasivamente—. Pero recuerda que no se lo hemos contado para no preocuparle. Es por su propio bien. Y ahora que los hombres no están y los barracones están a medio construir es un momento perfecto para efectuar algunas maniobras de las nuestras. Tenemos que aprovechar la situación.

—Tienes razón —afirmó Fonrar. Como cualquier otro buen comandante, dejó a un lado sus sentimientos personales—. Puede que no vuelva a presentarse otra vez una oportunidad como ésta.

Las habitaciones de las hembras eran más espaciosas que el cobertizo y las pequeñas ventanas que tenían en la pared proporcionaban más aire y luz. La puerta principal se abría a un pasillo que llevaba a la sala común, la cual estaba situada entre los dos barracones. Cuando esa sala común estuviera acabada, los machos protegerían a las hembras por todas partes. El único acceso a las habitaciones era a través de aquella sala. Por el momento, esa parte estaba a medio construir. Una segunda puerta conducía a sus letrinas: una zanja rodeada por un muro de planchas de madera. Fonrar llamó a sus soldados.

—Informad.

Riel, la comandante de las baaz, dio un paso al frente.

—El tejado de las letrinas todavía no está terminado. La pared puede escalarse con facilidad. En el otro lado hay una pila de madera que ocultará a cualquiera que trepe por la pared. Tras inspeccionar esa construcción, hemos decidido que con las herramientas adecuadas, podríamos modificar algunas planchas de madera de forma que puedan quitarse y volver a colocarse en su sitio sin que nadie lo note. Siempre y cuando ellos no miren demasiado —añadió.

—De acuerdo, esto sería un modo para poder salir al exterior. ¿Creéis que van a colocar guardias ahí?

Fonrar miró a Thesik.

—No lo creo —respondió ésta—. Tienen guardias apostados en la puerta principal, claro está. Pero ¿para qué vigilar las letrinas si hay un muro alrededor y un tejado que las cubre?

—De acuerdo, sivaks, dad un paso al frente y acercaos al centro.

Shanra y Hanra avanzaron.

—Los machos han salido de maniobras, bueno, eso es lo que nos han dicho. Thesik se encargará de distraer a los guardias de la puerta. Vosotras dos saldréis por las letrinas. Id como siempre, como los hombres, con la hebilla abrochada en la armadura. Necesitamos armas. No habléis con nadie pero tened los oídos bien atentos. Creo que ha ocurrido algo y me gustaría saber qué es. Espero además que a la vuelta tracéis un mapa de la fortaleza, así pues, mantened los ojos bien abiertos. ¿Alguna pregunta? Perfecto. Romped filas.

Las hermanas sivak se retiraron para vestirse la armadura. Thesik se dirigió hacia la puerta principal con la intención de sacar información a Cresel así como para impedir que oyera algún ruido sospechoso procedente de las letrinas.

—Dudo que pueda obtener mucho de él —confesó a Fonrar—. Desde que el comandante lo castigó, está más callado que una ostra.

—Haz lo que puedas —dijo Fonrar y partió para supervisar la partida de las sivaks.

En cuanto vio que éstas salían y se marchaban sin problemas y sin que nadie se diera cuenta, Fonrar regresó para practicar con sus soldados el manejo de la espada.

Kang regresó a la tienda con la intención de esperar en ella los informes que fueran llegando. Hubiera preferido mucho más estar en una partida o rondando por la fortaleza escrutando cobertizos y mirando por debajo de las mesas, pero tenía que contenerse. Si lo hiciera daría la impresión de que no confiaba en sus propios hombres y oficiales cuando, en realidad, sabía que si era posible hallar a los draconianos, sus soldados lo lograrían. Sin embargo, la espera fue difícil, una de las tareas más duras a la que se había tenido que enfrentar. Tenía hambre y pensó en ir al comedor de oficiales, pero le arruinó el apetito pensar que podía encontrarse a Vertax o a cualquier otro oficial y que entonces tendría que oírles hablar del incidente a sabiendas de que sentirían desdén por él a causa de las deserciones de sus hombres.

Además tenía que enfrentarse a otra tarea difícil: redactar un informe por escrito para el general Maranta. Pensó que lo mejor sería acabar cuanto antes y empezó a hacerlo. Lo dejó estar antes de escribir ni una sola frase. Nada lograría hacerle creer que sus hombres habían desertado. Decidió esperar hasta la caída de la noche, hasta que todos los escuadrones hubieran presentado su informe.

Aquél iba a ser un día muy largo.

Al cabo de unas dos horas apareció Slith.

—Señor, estoy de vuelta —informó mientras entraba en la tienda— y… —Se detuvo al ver que su comandante estaba puliendo con vigor su hacha de guerra—. Señor, creo que si sigues frotando el hacha de esa manera, pronto podrás ver a través de ella.

Kang levantó la mirada con una expresión algo avergonzada.

—La sangre de los goblins roe el metal —murmuró con brusquedad. Dejó el hacha a un lado—. ¿Qué habéis encontrado? ¿Algo de que informar?

—No, señor. Los escuadrones todavía están explorando. Pero he encontrado algo interesante.

Tras una señal de Kang, Slith se sentó en la litera del comandante. Luego dijo en voz baja:

—El comandante del destacamento de centinelas esa noche era un sivak, uno de los Guardias de la Reina.

—Bueno —gruñó Kang—, eso ya es un comienzo. Por fin la Guardia de la Reina hace algo útil aparte de ejercer como escoltas del general. Estoy sorprendido. Al fin y al cabo, eso podría ensuciarles los bonitos tabardos.

—Sí, señor. Eso mismo le insinué yo a Prokel, pero reaccionó como si no supiera de lo que estaba hablando. Según él, el general Maranta obliga a todos los draconianos de la fortaleza a participar en las rondas de vigilancia. Evidentemente, la Guardia de la Reina no vigila como el resto de nosotros. Sus miembros están en el puesto de mando. Y uno de ellos estaba al mando la noche pasada.

Kang se rascó la cabeza.

—Que me zurzan si entiendo qué es lo que convierte esto en algo diferente. ¿Has hablado con él? ¿Por qué no informó de la desaparición de nuestros oficiales?

—No. Acababa de salir del servicio y estaba durmiendo. —Slith leyó el pensamiento de su comandante y se adelantó a decir—: He hablado con uno de los oficiales de la Guardia de la Reina, le he dicho que era muy importante y le he pedido que lo despertara.

—No ha habido suerte, ¿verdad?

—No, señor. Los barracones de la Guardia de la Reina están cerca del enorme bastión de la fortaleza así que no pude ni siquiera darle un toque de diana personal, como era mi intención. Le dije respetuosamente al oficial de la Guardia de la Reina que nos preguntábamos por qué habíamos sido los últimos en enterarnos de la desaparición de nuestros hombres; aquel soldado me miró como si le sorprendiera que hubiera tenido la osadía de hacer una pregunta tan estúpida como aquélla. Dijo que el comandante de los centinelas había seguido el «procedimiento habitual». ¿A ti te parece que eso es un procedimiento habitual?

—Desde luego no lo sería si yo estuviera al mando —gruñó Kang—, pero es posible que aquí lo sea.

—He despertado a alguno de los otros bastardos que estaban de servicio como centinelas esa noche —dijo Slith y, tras encogerse de hombros, continuó—: Ninguno vio nada raro. Nadie oyó nada fuera de lo habitual.

Kang sacudió la cabeza y miró con tristeza el hacha de batalla.

—De todos modos, señor, he descubierto algo más sobre esos caballeros negros —prosiguió Slith. Estaba preocupado. Nunca había visto a su comandante tan abatido, en una actitud tan sombría. Ni siquiera cuando pareció que iban a convertirse en pasto de los goblins—. Hay un torreón de los caballeros negros cerca de aquí. He traído un mapa.

Desplegó el mapa en el suelo, indicó la posición de la fortaleza del general Maranta y trazó con la garra una línea de unos sesenta y cinco kilómetros en dirección norte.

—Aquí está, señor. Al parecer, no se sabe mucho de ellos, excepto que creen que se trata de toda un Ala: caballería e infantería. Prokel dice que tal vez los caballeros no sepan que aquí hay una fortaleza.

—¡Y un infierno que no lo saben! —gruñó Kang—. Puedes apostar tus alas de plata a que algún jinete de dragón de color azul ha visto esta fortaleza y ha informado de ello. Es posible que no les importe que estemos aquí, pero seguro que lo saben. Apuesto incluso dinero a que el general Maranta conoce el número de hombres que tienen los caballeros, todos, hasta el mismísimo encargado de recoger la mierda de los establos. —Enrolló el mapa—. ¿Está el general en la tienda de comandancia?

—No lo sé, señor, pero puedo averiguarlo. ¿Realmente crees que los muchachos marcharon hacia ahí, señor?

—No, no lo creo. Nadie logrará convencerme de que han desertado, Slith. Pero no están aquí y no hay nada que podamos hacer excepto lo que hacemos. Entretanto, tenemos que preocuparnos por los diez mil goblins que hay ahí fuera.

—¡Ahora lo entiendo! —dijo Slith, intrigado—. Estás pensando en pedir ayuda a los caballeros negros.

—Aunque sean humanos —explicó Kang— todos estamos en el mismo bando. En cuanto oigan que esos malditos solámnicos nos persiguen, no querrán perderse la oportunidad de participar en la batalla. Lo único que me sorprende es que el general no haya pensado en ello antes.

—Buena suerte, señor —dijo Slith.

Kang pegó un resoplido. Confiaba en no tener que depender de Doña Suerte. En los últimos días, parecía que él y ella no mantenían buenas relaciones.