2
Las llanuras onduladas se extendían desde el límite del bosque hasta las colinas. Más allá, las montañas Khur clavaban sus colmillos en la blanda panza del cielo azul. Antes de alcanzar las colinas, el suelo se hundía formando un valle poco profundo, lo suficientemente grande y con la profundidad justa para esconder los cuatro carros de aprovisionamiento tirados por bueyes y el pequeño grupo de draconianas con sus guardas. La existencia de aquel valle había sido el principal motivo para que Kang decidiera que aquel lugar era el adecuado para tender una emboscada a los goblins. Había apostado los carros, las hembras y el Pelotón de Apoyo en el extremo sur del valle, a una distancia suficiente de la batalla para que estuvieran a salvo y, a la vez, a mano en caso de ser necesarios.
Las veinte hembras draconianas estaban sentadas o tendidas en la hierba crecida sin hacer nada. Las bozales dormitaban bajo el intenso sol. Cuatro de las baaz jugaban a tirar de la estaca, un juego en el que una draconiana tenía que arrancar con los dientes una estaca que las demás habían clavado en el suelo a golpes de cuchillo. Las gemelas sivak se peleaban por una piel de conejo que una tenía y la otra quería. La disputa entre ambas se prolongaba desde hacía varios meses, tanto tiempo que todas habían olvidado cuál de las dos hermanas tenía razón. Apenas quedaba nada de aquella piel. Había cambiado de manos muchas veces porque una la robaba a la otra. Fonrar esperaba con ansia el día en que aquella piel se desintegrara por completo aunque sabía que las hermanas encontrarían entonces otro motivo para discutir.
Temerosa de que si continuaba escuchándolas por más tiempo acabaría por estrangularlas, Fonrar abandonó el grupo y se encaminó hacia la pequeña estribación que conducía fuera del valle, al nivel de las praderas que se extendían más allá.
—Es sólo para estirar un poco las piernas —dijo al guardia draconiano que la miró directamente. Al verla, aquél había dejado de lado su deseo de contemplar la batalla y se había puesto en guardia.
Las draconianas tenían ya más de un año y habían crecido por completo. A primera vista, y también a segunda, un observador no sería capaz de distinguir a los machos de las hembras. Los draconianos macho y hembra tienen ambos hocicos de dragón y están cubiertos con escamas cuyos colores dependen del color de sus desgraciados padres. Los auraks tienen un brillo dorado; los sivaks son de color plata y los bozales, de bronce. Los baaz tienen una cobertura de latón y los kapaks son de color cobre. La mayoría tiene alas, algunas más grandes y otras más pequeñas; la única excepción son los auraks, que carecen por completo de ellas. Los draconianos tienen patas y manos con garras y unas colas largas más parecidas a las de los lagartos que a las de los dragones. Un observador astuto podría darse cuenta de que las draconianas tienen un perímetro más pequeño y son más bajas que los machos; la estructura ósea tiende a ser algo más fina y ligera y las alas y colas son más grandes y largas.
Había también otras diferencias entre ambos sexos, unas que, aunque sutiles, resultaban ser mucho más importantes. Sin embargo, éstas todavía tenían que ser mostradas al mundo y también a los propios draconianos. Los machos y hembras de las razas que llevaban en Krynn desde el principio de los tiempos tenían problemas para comprenderse entre ellos. Por lo tanto, no es de extrañar que los draconianos macho se sintieran confundidos y desconcertados por las draconianas.
Fonrar contempló la batalla. A pesar de que la hierba crecida hacía difícil ver exactamente lo que ocurría, lo poco que vio la alarmó. Bastó luego el nerviosismo del guardia para acabar de confirmar sus sospechas. Fonrar levantó la mirada hacia el Pelotón de Apoyo y su líder, Fulkth. Tampoco él apartaba la vista de las llanuras y observaba con el ceño fruncido cómo una gran masa oscura se movía por la hierba ondulante.
—¿Qué hacen? —preguntó Fonrar al guardia, un baaz de nombre Cresel—. No había visto nunca que nuestras tropas marcharan hacia atrás.
Cresel se puso nervioso y las escamas le chasquearon. Rápidamente la miró y volvió a apartar la vista. La lengua se le escapó un poco de entre los dientes.
—Bueno…, el comandante… mmm… lo hace a veces. Él… bueno, eso…, avanza hacia atrás… Sí. Es bueno para la disciplina.
Fonrar frunció el ceño. En aquel instante llegó un soldado sivak volando por encima de la hierba. Fonrar reconoció a Slith, el subcomandante del comandante Kang. Slith corrió hacia Fulkth y empezó a hablar con él. Era evidente que el subcomandante estaba transmitiendo órdenes y explicando la situación. Fulkth, que era el responsable del Pelotón de Apoyo, escuchó atentamente y luego asintió.
Fonrar se acercó a ellos. No llegó muy lejos.
—Disculpa, señorita —dijo Cresel bloqueándole el paso—, no deberías estar aquí. Al comandante no le gustaría. Será mejor que regreses con el resto de las chicas.
Fonrar se dio la vuelta con un gesto aparente de obediencia dócil y planeó batiendo las alas hacia donde las «chicas» holgazaneaban o dormitaban cerca de los carros de aprovisionamiento. Las hembras no llevaban armadura; jamás se les permitía acercarse a la batalla.
Cuando llegó junto al carro de aprovisionamiento Fonrar lanzó una mirada de envidia a los bueyes, que estaban masticando la hierba crecida. Por lo menos ellos tenían algo para comer. En cambio, su estómago vacío hacía tal ruido que parecía haber desarrollado la facultad de hablar. Sabía muy bien que a las hembras se les daba la mayoría de lo que les quedaba a los draconianos. No podía más que imaginarse lo hambrientos que tenían que estar los machos.
Tampoco parecía que esa noche fueran a tener un festín de goblins como había prometido antes el comandante.
Fonrar se colocó en el centro del pequeño grupo de hembras.
—Tropa —dijo Fonrar—, está ocurriendo algo.
Thesik, la única aurak del grupo y, además, la mejor amiga de Fonrar, levantó la cabeza sobresaltada. Dio un golpe a la bozak que tenía al lado durmiendo y la despertó inmediatamente. El juego de tirar la estaca terminó. La disputa por la piel de conejo quedó olvidada. En pocos segundos, todas las hembras estaban despiertas, en guardia y atentas a Fonrar, una bozak que se había convertido en líder no oficial de ellas.
—Algo ha ido mal —dijo ésta en voz baja aunque sin confiar en que los otros la pudieran escuchar. Sus guardianes estaban claramente más preocupados por lo que sucedía al otro lado de la línea de la estribación—. La escaramuza no ha surtido efecto. Nuestros hombres retroceden. Tenemos que saber más cosas sobre lo que está pasando. —Miró a una de las dos gemelas que habían estado discutiendo por la piel de conejo—. Shanra, ya sabes lo que hay que hacer.
—¿Y por qué tiene que ser Shanra la que vaya siempre? —se lamentó su hermana Hanra.
—La última vez fuiste tú —repuso Fonrar.
—No. No es verdad. La última vez fue Shanra. Siempre la escoges a ella. Ella te cae mejor.
Fonrar no estaba de humor para gemelas quejumbrosas. Clavó la vista en Hanra de tal modo que la sivak musitó algo y se calló.
Shanra entró en una de las tres grandes tiendas que les habían dado para su uso. Su hermana, todavía lamentándose la acompañó. En el interior de la tienda la disputa adquirió nuevos bríos.
—¡Auh! ¡Está demasiado apretada! ¡Me estás apretando demasiado!
—¡Deja de moverte! No puedo abrocharla si te mueves como un sapo.
Si Fonrar hubiera creído que aquella disputa les hacía perder el tiempo, le hubiera puesto fin. Pero como sabía que aquél era el modo en que mejor trabajaban, se contuvo y no dijo nada. Al cabo de unos instantes, Shanra salió de la tienda con todas sus escamas de plata cubiertas con un peto y la cabeza y el rostro tapados por un yelmo. Las hembras habían aprendido pronto que los draconianos, en un intento por protegerlas de la dura realidad de la vida, a menudo les mentían. Por ello habían optado por espiar a los machos y así averiguar la verdad. Tras haber enviado varias especies de draconianas, Fonrar había llegado a la conclusión de que las sivaks infiltradas entre las filas de machos eran las que daban mejor resultado. Al parecer, las hembras sivak tenían una gran habilidad para camuflarse con su entorno. En un grupo de machos, las sivaks se confundían perfectamente con los machos. Entre abetos, podían pasar por otro árbol, siempre y cuando, claro está, no se movieran.
Shanra, pertrechada con una armadura y con una espada colgada del cinto junto a la cadera (de hecho, el filo de la espada estaba roto, pero Shanra no la desenfundaba), podía ser confundida muy fácilmente con un draconiano.
Fonrar miró hacia atrás. Los guardias estiraban la cabeza para intentar seguir el curso de la batalla.
Con la mirada puesta en los guardias, Fonrar miró apreciativamente a Shanra.
—Perfecto. Ni yo misma podría ver la diferencia. Ve por ahí y en cuando averigües algo, regresa inmediatamente.
—Yo sería un macho mejor —dijo Hanra con enojo.
Fonrar hizo ver que no la había oído.
Shanra sonrió encantada ante el elogio de su comandante y tras saludar como hacían los hombres partió hacia la línea de la estribación. Iba con la cabeza levantada y las alas plegadas y avanzaba con rapidez y gesto seguro, tal como le había enseñado Fonrar.
Entonces ésta oyó que Fulkth daba órdenes. Estaba distribuyendo a sus arqueros por la cima de la estribación. El problema era que si alguno de los guardias decidía que aquél era el momento adecuado para hacer un recuento, se darían cuenta de que faltaba una hembra. Entonces los goblins dejarían de ser importantes. La falta de una hembra causaría un gran revuelo en el campo. Fonrar estaba casi segura de que los guardias no iban a dedicarse a contar justamente ahora. Pero, por si acaso…
—Chicas, ya sabéis lo que hay que hacer —dijo Fonrar con energía—. A las tiendas. Cuando una de vosotras haya sido contada una vez, que salga rápidamente por la parte trasera y entre en la de Hanra y Shanra.
De este modo, los machos siempre contarían veinte hembras.
Shanra andaba atrevida y confiada entre los draconianos que marchaban a toda prisa en un caos ordenado: unos corriendo a recoger las armas y otros para formar filas. Los arqueros ya estaban ahí, las flechas preparadas a la espera de que el enemigo estuviera al alcance. Las reservas de puntas y flechas disminuía cada vez más. Mientras escapaban de los goblins, no habían tenido tiempo de forjar más puntas de flecha ni de cortar más varillas. Habían confiado en que en aquella incursión podrían arrebatar armas al enemigo, pero ahora esa esperanza se desvanecía, a no ser que las arrancaran de los muertos.
—Hombres, no malgastéis tiros —gritó el subcomandante.
Los arqueros asintieron con expresión severa. Aquel consejo estaba de más.
El objetivo de Shanra era el jefe de escuadrón Fulkth Éste se encontraba en el centro de un grupo de oficiales impartiendo órdenes rápidas. Shanra intentó acercarse a aquel grupo para oír lo que decían pero justo entonces aquel encuentro se interrumpió de forma repentina. Los oficiales se marcharon apresurándose a cumplir las órdenes. Fulkth se quedó hablando con un solo draconiano: Slith.
Shanra se detuvo alarmada. No había visto que Slith estaba ahí también. Las alas de alguno de los bozaks le habían impedido verlo. Se volvió rápidamente a un lado a la vez que procuraba ocultar el rostro con las alas. Temía que si Slith la miraba demasiado atentamente la reconocería. Como Slith hablaba en posición de estar a punto de marcharse, Shanra permaneció cerca, con la cabeza girada, haciendo ver que se ajustaba una de las cintas de piel de su armadura.
—Tengo que regresar a mi puesto de mando —decía Slith—. ¡Pon en marcha a tus hombres!
—Espera un momento. —Fulkth le retuvo—. Dime la verdad, Slith. Estamos en un mal momento, ¿no es así?
La expresión de Slith era tensa.
—Seguramente hay unos mil goblins en estos bosques. Por no hablar de hobgoblins. Es posible que también haya mil. No nos hemos detenido a contarlos. —Agitó la cola malhumorado—. Ha sido la emboscada más hábil y astuta que he visto nunca. Sin duda lo ha sido, porque el comandante se ha visto enredado en ella.
—¡Mil goblins y mil hobgoblins! —exclamó Fulkth—. Cada uno de nosotros vale por tres, tal vez por cuatro goblins pero más…
Sacudió la cabeza en señal negativa.
—Y luego están los hobgoblins —apuntó Slith—. Esos bastardos son duros de pelar. Parece que no sepan morir.
—Pero el comandante tiene un nuevo plan —repuso Fulkth.
—Desde luego, el comandante tiene un plan —repitió Slith.
—Y nos sacará de ésta —dijo Fulkth.
Slith no respondió. Levantó las alas y se dejó llevar por la brisa, que lo meció por la pradera.
—¡Mil goblins! —se repitió aterrorizada en voz baja Shanra—. Y puede que un millar de hobgoblins.
Se había pasado toda su corta vida huyendo de los goblins; por lo menos ésa era la impresión que Shanra tenía. La aterrorizaban. De hecho, los draconianos, en un intento por controlar a las veinte hembras pequeñas, a menudo se habían servido de la amenaza de los goblins para asustarlas y hacer que se comportaran. «No te escapes al bosque, niñita, o los goblins te atraparán». «¿Tan tarde y levantada? ¿Acaso quieres que se te lleven los goblins?»
De hecho, una vez había tenido a uno a una distancia suficiente para olerle la carne peluda y enfermiza y verle la boca con sus dientes podridos y amarillentos. Una noche, cuando las hembras tenían unos seis meses, los goblins hicieron una incursión en el campamento. Ella y Hanra se encaminaban hacia las letrinas cuando les sorprendió el ataque de los goblins procedentes del bosque. El propio Slith salvó a las dos hembras: las agarró a cada una con un brazo y se marchó volando con ellas mientras los draconianos se disponían a repeler el ataque. Shanra todavía tenía pesadillas con goblins y ahora había mil en camino.
Dio un respingo sonoro. Al oír aquel ruido tan extraño Fulkth se volvió y la vio. El jefe de escuadrón aguzó la vista en un intento por reconocer a aquel draconiano. Shanra recordó las enseñanzas de Fonrar y adoptó un aire confiado aunque se estremecía en su interior.
—Soldado, ¿qué quieres? —inquirió Fulkth—. Rápido.
—Espero órdenes, señor —respondió Shanra mientras le saludaba—. ¿Qué hay que hacer con las hembras?
—Que acompañen el carro de aprovisionamiento hasta el extremo norte del valle —respondió Fulkth mientras señalaba el punto—. El comandante Kang las quiere en el lado opuesto de aquella estribación. Está retrocediendo por el valle para resistir desde ahí. Asegúrate de que las hembras permanecen juntas. No permitas que ninguna se vaya por se cuenta. Y no las asustes. Diles que es un simulacro.
—Sí, señor —respondió Shanra y volvió a saludar.
Entonces se oyó la voz de alguien que llamaba al jefe de escuadrón. Fulkth se marchó y Shanra se escabulló por fin oculta en el tumulto.
—¿Cómo se llama ése? —preguntó Fulkth a uno de sus soldados.
—¿Quién?
El draconiano miró a su alrededor. Fulkth se volvió, miro y ya no lo vio.
—No paro de ver a ese soldado sivak en el campo y no logro acordarme de su nombre.
—Sólo llevamos juntos treinta y ocho años —respondió el soldado con ironía—. Ya va siendo hora de que nos conozcas a todos por el nombre.
—Sí, ya va siendo hora —dijo Fulkth para sí. Hizo el ademán de marcharse cuando una voz lo detuvo.
—Señor, ¿cuáles son tus órdenes acerca de las hembras?
—Ya tienes las órdenes, soldado —respondió Fulkth volviéndose con enojo—. ¿Cuántas veces tengo que repetirlas?
—¿Señor? —Cresel lo miró con asombro.
—¡Subcomandante Fulkth! —exclamó entonces otro soldado—. ¡Pelotón de Apoyo en posición! ¡Cuando estés listo, señor!
—¡Perfecto! Voy inmediatamente. Mira, Cresel, he dado las órdenes referentes a las hembras al sivak —dijo Fulkth con impaciencia.
—¿A un sivak? —repitió Cresel sorprendido—. ¿A qué sivak, señor?
—Ya lo sabes —gritó Fulkth apresurándose para colocarse al frente del escuadrón y conducirlo hacia la batalla—. Ese como-se-llame.
El Pelotón de Apoyo profirió un grito desafiante y partió del valle para proporcionar cobertura a los compañeros que se retiraban. Cresel, desconcertado, regresó a sus obligaciones.
Kang tenía la esperanza de que, fuera quien fuera aquel desconocido comandante goblin, la retirada repentina de los draconianos le hubiera tomado desprevenido. Él y sus hombres habían caído en una emboscada, pero no se habían quedado el tiempo suficiente para quedar atrapados en ella. Ante aquel revés, Kang detuvo el avance, se retiró del bosque corriendo y se encaminó por la pradera hacia el valle donde había dejado al Pelotón de Apoyo de Fulkth. Consciente de que ni siquiera el mejor de los planes puede sobrevivir al contacto con el enemigo, Kang había dejado fuera de la lucha al Primer Escuadrón a modo de unidad de defensa, precisamente por si se producía una ocasión tan funesta como aquélla.
En cuanto se encontraron fuera del alcance de las flechas de los goblins y dejó de haber indicios de persecución, el regimiento draconiano se volvió y corrió por la pradera. Los draconianos, que llevaban semanas a media ración, no podían mantener durante mucho rato aquel ritmo tan fuerte y, a una orden de Kang, aflojaron la marcha a un trote corto mientras aporreaban el suelo con los pies. Respiraban trabajosamente. Tras rebasar la primera de las diferentes colinas oyeron el estrépito de unas cornetas. Provenía del bosque que acababan de abandonar: los goblins avanzaban.
Kang volvió la vista hacia adelante, hacia el lugar que Fulkth había escogido para ocultar su escuadrón. Tal vez sólo habían transcurrido quince minutos desde que Kang había enviado a Slith con las órdenes para Fulkth y los sesenta draconianos ya estaban dispuestos en fila, veinte de ellos equipados con arcos largos.
—¡Bien hecho, Slith! —dijo Kang cuando regresó su segundo.
Slith se volvió para mirar a los goblins que avanzaban.
—Ciertamente son muchos.
—Desde luego —corroboró Kang.
—¿Alguna orden, señor?
—Lleva a tus hombres al lado norte del valle y esperad ahí. —Kang señaló un punto—. Sólo se trata de una acción de demora, nada más. Si os acosan demasiado, replegaos Para entonces ya podremos cubriros.
—Señor, ¿sabes hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Slith—. ¿Hay alguna posición de defensa delante? ¿Una cueva o algún lugar donde nos podamos ocultar?
—Ojalá pudiera decírtelo, Slith —respondió Kang con la esperanza de no parecer tan derrotado como estaba. Negó con la cabeza—. Creía que estábamos avanzando así que envié a los exploradores a investigar el terreno que teníamos delante y no el que dejábamos a nuestras espaldas.
—Todo se arreglará, señor. Siempre pasa —comentó Slith. A continuación, tras dirigir una sonrisa de ánimo a su comandante, el sivak partió a toda prisa mientras gritaba órdenes a sus hombres.
Pasó por delante de él el Pelotón de Apoyo: eran soldados draconianos preparados, descansados y listos para la batalla. Kang y sus hombres podían concederse un respiro. El Pelotón de Apoyo haría daño a los goblins. Kang confiaba a que fuera suficiente para obligarles a retroceder de forma desordenada. Entonces ordenó a sus hombres que se detuvieran para descansar.
A lo largo de su carrera como militar, Kang siempre había sido ingeniero. Los ingenieros luchan cuando es preciso pero en realidad su función es prestar apoyo a la infantería. La infantería lucha y los ingenieros les ayudan. Así es como se suponía que tenían que ir las cosas. Sin embargo, tener otros que se encargaran de la lucha era un lujo que Kang no había conocido en muchos, muchos años.
Levantó la cabeza fatigado y miró hacia su objetivo. A unos dos kilómetros más allá la estribación se elevaba a modo de barrera hacia el norte. Kang llamó a su abanderado y señaló a Granak aquel lugar.
—Estableceremos la defensa en la base de aquella estribación. Cuando el enemigo nos ataque, nos replegaremos marchando sin parar hacia arriba. Así tendremos la ventaja de la altura. Nosotros podremos responder con fuego desde lo alto mientras ellos no tendrán más opción que luchar en un territorio empinado. Granak, toma a dos hombres y marchad hacia la cima de la estribación. Aquél será nuestro objetivo. Luego coloca el estandarte en lo alto y enciende una hoguera muy espesa. Fulkth y Slith la utilizarán como guía cuando se retiren.
Granak asintió, saludó y se apresuró hacia adelante. Kang envió con él a Harvah'k y a otro miembro de su escolta personal.
Kang observó a sus soldados. Estaban agotados. Se habían colocado en fila y se apoyaban cada uno en su lanza, sin aliento y con las lenguas colgándoles fuera de la boca. Entre los dos escuadrones habían perdido ya dieciocho draconianos entre muertos y desaparecidos. Había veintidós más heridos, pero todavía podían luchar. Todos tenían la vista clavada en él y se preguntaban lo que iba a hacer ahora. Kang pensó primero en hacer una arenga, pero luego prefirió no hacerlo. Los hombres sabían que la situación era mala, la peor a la que se habían enfrentado hasta el momento. Jamás les había mentido y no iba a hacerlo ahora. Se volvió hacia la estribación con inquietud.
Durante quince minutos no hubo indicio de movimiento, pero al cabo de ese tiempo vio los cuatro carros de aprovisionamiento del Pelotón de Apoyo avanzando pesadamente por el claro a un kilómetro aproximadamente de ahí. Tras ellos marchaba el grupo de veinte draconianas al paso que él les había enseñado. Al observar, se dio cuenta de que los bueyes tendrían problemas para arrastrar los carros hacia lo alto de la empinada inclinación.
—Gloth, envía una tropa para ayudarles. Quiero que los carros y las hembras lleguen a lo alto de la estribación.
Gloth asintió, saludó e hizo una seña a Celdak, uno de sus jóvenes oficiales, para que tomara el mando. El bozak tomó a sus veinte draconianos y partió para ayudar a los carros.
En el claro se oyó el estruendo de una explosión seguida, al poco, de otra. Kang miró hacia el extremo norte del valle y vio dos columnas de humo negro elevándose hacia el cielo.
—Slith está utilizando una de sus bombas de barril contra los goblins —comentó Yethik con satisfacción—. Esto les hará reducir la velocidad de la marcha.
—Reducir la velocidad de la marcha —repito Kang con desaliento—. Eso es todo lo que lograrán.
—Señor, ¿estás bien? —le preguntó Yethik volviéndose con preocupación hacia el comandante.
Kang negó con la cabeza y se volvió hacia otro lado. No quería que sus hombres le vieran de ese modo: desesperado, vencido. Tenía que ser un líder fuerte en el que confiar. Pero ¿confiar en qué?, ¿en morir dignamente? No podía hace nada más. Ni siquiera podía rezar a su diosa. Takhisis lo había abandonado. Había abandonado a todo Ansalon. Sin embargo, antes de ello les había dado un don precioso; les había dado las hembras, el futuro de su raza y había confiado a Kang aquel obsequio maravilloso. Todo lo que tenía que hacer era mantener a las hembras con vida.
Kang también sabía que aunque hubiera estado volando sobre el lomo de un dragón y hubiera podido ver todo el terreno extendido bajo sus pies, los soldados de avanzada no encontrarían ninguna posición desde la que defenderse. Lucharían y se retirarían, lucharían y se retirarían, sin cejar en ello, hasta que no hubiera ningún sitio hacia donde retirarse y no quedara nadie con vida para luchar.
Kang oyó gritos y chillidos y un gran estruendo de acero contra acero. El Pelotón de Apoyo había atacado a las líneas del frente de los goblins como si fueran un ariete. Con Slith acosando las filas desde el norte, flanqueándolas, y Fulkth cortando cabezas en el frente, la carga de los goblins logró ser detenida. Pero aquella detención sólo sería momentánea. Olas y olas de aquella marea amarilla de seres embestían el dique que formaban los soldados draconianos, como un mar pestilente y repugnante. El avance del Pelotón de Apoyo se detuvo bruscamente.
Kang miró hacia atrás. Una hoguera estaba ardiendo. El humo se elevaba desde lo alto de la estribación. El estandarte draconiano se agitaba con gallardía. Los carros ascendían pesadamente por la estribación empujados por los soldados draconianos desde atrás para ayudar en lo posible a los escuálidos bueyes hambrientos.
Un par de hembras se apresuró hacia adelante para ayudar con los carros. Kang observó aquello con preocupación. Si se soltaba una rueda uno de aquellos carros pesados podría precipitarse sobre ellas. Al ver que Gloth se apresuraba a ordenar a las hembras que volvieran, se tranquilizó. Aquello eran cosas de adultos, no de niñas. Le pareció que una de las hembras discutía. Seguro que era Fonrar. Tenía que ser ella. Era indómita, rebelde y, tenía que admitirlo, también era su favorita. Pero Gloth tenía que enfrentarse a ella, de lo contrario sentiría todo el peso de la cólera de Kang en el pecho.
Fonrar regresó de mala gana junto a las demás hembras. Por el modo como arqueaba la espalda, Kang adivinó que estaba furiosa. Sin saber cómo, aquello lo animó. Seguro que, con tal de ajustar las cuentas, Fonrar idearía otro plan disparatado. Eso la convertía en un ser muy querido para él. Las quería mucho a todas. Eran su responsabilidad y —¡por todos los dioses que ya no existían!— él iba a encontrar el modo de salvarlas.
Aquel sentimiento se apoderó de su corazón.
«Eres lo que mantiene unido a este regimiento —se regañó—. Tienes que recordarlo siempre. Si mantienes a los soldados con vida, ellos harán lo mismo por ti».
El sol se estaba poniendo detrás de las altas cimas de las montañas de Khur. Las sombras de las elevaciones se deslizaban sobre el valle, trayendo consigo una temprana caída de la noche. Otra explosión retumbó en las colinas. Los escuadrones de Fulkth y Slith se estaban retirando de forma ordenada, marchando de vuelta hacia la falda de la estribación.
Kang se volvió hacia sus hombres.
—Vamos a hacer lo siguiente: nos abriremos paso hacia lo alto de esta estribación y si cuando lleguemos ahí todavía queda alguno de esos viscosos goblins los atacaremos hasta hacerlos desaparecer de la superficie de Ansalon. ¿Estáis conmigo?
Los hombres lanzaron vítores. Estaban hambrientos, heridos, cansados. Tenían pocas posibilidades de ganar: eran uno contra cinco, no tenían lugar donde ocultarse, ni un lugar que defender. Pero Kang era su líder y en la medida en que éste tuviera confianza en sí mismo, ellos confiarían en Kang.