12

Kang y su pequeña escolta, formada por Granak y dos baaz, abandonaron con sigilo la fortaleza antes del amanecer, a media luz y con la esperanza de esquivar así las patrullas de goblins. A pesar de que no tenían un camino que seguir, Kang y sus hombres avanzaron mucho al atravesar fácilmente el cañón a la carrera sobre el suelo plano y cubierto de piedras. Una estribación de montañas antiguas se interpuso en su camino. Los picos, antes escarpados, ahora se descubrían redondeados como dientes gastados y estaban cubiertos de abetos escuálidos y de un amasijo de arbustos que parecían crecer entre las hendiduras. No había ningún camino que atravesara las montañas. A los humanos les hubiera resultado difícil pasar por ahí. Sin embargo, Kang y sus hombres se sirvieron de las alas para ascender por encima de las profundas quebradas y despeñaderos de roca y abandonar ese camino sin salida.

Tras superar una colina, Kang se detuvo para tomar aliento; Granak le dio un golpecito en el hombro.

—Mira ahí, señor.

Kang miró a donde le indicaba. Una enorme mancha marrón se deslizaba por el paisaje hacia el este. Al principio creyó que aquello era una enorme manada de animales, bisontes, tal vez, o antílopes. Pero luego lo entendió: eran goblins, miles de goblins que se acercaban para unirse al enorme ejército.

Kang sacudió la cabeza. No había nada que decir. Sin embargo, los draconianos corrieron un poco más rápido.

El viaje a través de las montañas les costó todo un día de esfuerzos y todos se alegraron de la llegada de la noche. Acamparon en una hendidura entre dos afloramientos, no encendieron ninguna hoguera y montaron una guardia de dos hombres. Se levantaron antes del amanecer, bajaron las montañas y se encontraron sumidos en un mar de hierbas altas y ondulantes cuyas olas batían la orilla de un bosque espeso. El mapa de Slith indicaba que el torreón de los caballeros se encontraba al nordeste de su actual situación. Los draconianos prosiguieron la marcha.

Al atardecer, se formaron unas nubes que dejaron caer una lluvia fina y fresca. Cuando alcanzaron el bosque, buscaron sendas de animales que fueran en la dirección hacia la que querían ir.

—¿Te has dado cuenta de que nos siguen, señor? —preguntó Granak en voz baja cuando se detuvieron a beber en un riachuelo.

—Ya los he visto —respondió Kang. Hacía una hora que había detectado el olor a caballos y a humanos e imaginó que él y sus guardias estaban siendo observados por un escuadrón de caballería ligera. Aquél fue el primer indicio de que se estaban aproximando al objetivo y de que marchaban en la dirección correcta. La caballería se encontraba en su flanco izquierdo. Los jinetes procuraban mantenerse fuera del alcance de las flechas pero no se molestaron en ocultar su presencia. En ocasiones, vieron a uno de ellos moviéndose a través de los árboles. Se oían chasquidos de armadura, el tintineo de arneses y el crujido de una rama al ser pisada por la pata de un caballo.

El camino les condujo fuera del bosque y desembocó en una carretera hecha por los humanos que circulaba entre los árboles. Era de arena dura y se notaba que se habían tomado medidas para mantenerla en buen estado. Los surcos de las ruedas de los carros, las pisadas de los cascos de los caballos y las de las personas eran otros indicios de que era una ruta muy transitada, lo cual acabó de convencer a Kang de que era la que conducía a su destino. Cuando los draconianos llevaban recorridos un par de kilómetros, su marcha fue interrumpida por una patrulla montada de seis soldados. Iban vestidos con unas capas de lona engrasadas que les resguardaban de la lluvia. En parte, los pliegues de las capas caían por encima de las espadas, pero permitían mostrar el metal lo suficiente como para dar a entender que la patrulla iba bien armada.

Kang indicó a su grupo que parara.

El jefe de la patrulla se adelantó. El caballo, que no estaba acostumbrado al olor de los draconianos, se resistió y retrocedió. Kang recordó los tiempos en que los jinetes de la Reina Oscura entrenaban a los caballos para que se mantuvieran tranquilos entre los draconianos. En aquellos tiempos aquel joven oficial ni siquiera había nacido.

Era evidente que el oficial era un buen jinete. Comprendió el temor de su caballo, pero no pareció nervioso o molesto. Pidió un ayudante para que le sostuviera la montura, descabalgó y se acercó a Kang a pie.

Kang dio un paso adelante mientras el enorme e imponente Granak permanecía firme tras él.

—Este camino se encuentra bajo la jurisdicción de los Caballeros de Takhisis —dijo el joven hablando en Común—. Por favor, indiquen el motivo de su viaje por nuestro territorio.

—Comandante Kang, de los Ingenieros del primer ejército de los Dragones. Me dirijo aquí para ver a vuestro comandante —contestó Kang.

El oficial lo miró con escepticismo.

—¿El primer ejército de los Dragones, señor?

Kang rió quedamente, aunque sintió también una punzada de dolor. ¡Qué rápido lo habían olvidado todo!

—El primer ejército de los Dragones se formó durante la Guerra de la Lanza y desapareció mucho antes de que tú nacieras. Sin embargo, nuestro regimiento nunca fue disuelto por lo que jamás hemos abandonado este nombre. Este título es un orgullo para nosotros —añadió.

El oficial miró detenidamente a Kang, se enderezó y le saludó.

—Sí, señor. ¿Puedes indicarme la naturaleza de tu encuentro con nuestro comandante, señor?

—Preferiría no tener que hacerlo —respondió Kang—. No tengo autorización para ello. Actúo bajo las órdenes de un oficial superior.

—De acuerdo, señor, voy a enviar a un jinete para que se adelante y avise de vuestra llegada al cuartel general de la división.

Kang asintió. El oficial llamó a un soldado y le dio el mensaje. El jinete partió a galope por el camino.

Kang intercambió una mirada con Granak. El general creía que había un ala de caballeros negros, no una división completa. Sin duda, los caballeros negros tenían que ser la fuerza dominante en aquella región del mundo. Los humanos no sentían ningún aprecio por los goblins y sin duda no les gustaría saber que había un enorme ejército agrupándose cerca de ahí. ¡Una división completa! Los caballeros negros y los draconianos juntos podrían destruir al ejército de los goblins con relativa facilidad. Especialmente si esos caballeros tenían dragones.

—Así pues, mis hombres y yo seguramente somos los primeros draconianos con que te encuentras —comentó Kang al oficial joven mientras emprendían juntos la marcha.

—Sí, señor, así es —respondió el joven.

Kang suspiró.

La llovizna fue arreciando hasta convertirse en un agucero al llegar a la torre del homenaje, poco antes del anochecer. Aquel torreón no tenía buen aspecto; era como una enorme losa de piedra gris, madera y argamasa y estaba rodeada por un foso. Se encontraba en el promontorio más alto que había en varios kilómetros, tenía vistas sobre un río que circulaba debajo y custodiaba un desfiladero que había detrás. Kang admiró la construcción y la ubicación.

Kang, su guardia y la escolta montada se dirigieron hacia las murallas exteriores de tierra que constituían la primera línea de defensa del torreón. Llegados ahí, el joven oficial saludó a Kang, que le devolvió el saludo del modo que le enseñaron hacía ya tantos años en el ejército de los dragones.

—Buena suerte, señor —le deseó el joven oficial.

Volvió a subir al caballo; éste, a pesar de observar a Kang con suspicacia, ya se había reconciliado en cierto grado con los draconianos, aunque desde luego no le disgustó poder alejarse de ahí. El jinete giró y se marchó al galope por el camino. Kang le observó mientras admiraba la precisión de sus movimientos. Luego se volvió y continuó.

Un centinela empapado y temblando de frío los detuvo en el puente levadizo. La lluvia fría e intensa no afectaba gran cosa a los draconianos, porque su temperatura corporal disminuye para adaptarse al frío. El agua se escurría por sus escamas brillantes.

Kang indicó su nombre y su rango. El centinela asintió. La lluvia le resbalaba por el casco y se le metía en los ojos. Se apartó el agua con una mueca.

—Señor, te están esperando en el torreón. Prosigue. Alguien te vendrá a recoger al otro lado del puente levadizo.

El soldado volvió a saludarle. Kang devolvió el saludo y cruzó el puente levadizo; Granak y los baaz caminaban impasibles y pesadamente detrás de él. Debajo, el agua marrón del foso se deslizaba ondulante mientras la lluvia se desplomaba sobre ella.

Los draconianos penetraron en un túnel que atravesaba el anillo de muralla exterior y que tenía un grosor en la base de unos seis metros y estaba resguardado por un rastrillo en cada extremo. Mientras andaba por aquel túnel, oscuro y húmedo a causa de la lluvia, Kang vio en la muralla lo que se conocía como agujeros asesinos; se llamaban así porque en un ataque al torreón los arqueros se colocaban en cada uno de los extremos del túnel, dispuestos a atrapar al enemigo en un fuego cruzado y letal. Al pensarlo, a Kang se le estremeció la piel y las escamas tintinearon con nerviosismo.

Tras abandonar la muralla circular, alcanzó un patio descubierto. Un oficial ataviado con un tabardo de color negro aguardaba a los draconianos de pie y en silencio. Tenía las vestiduras empapadas. Aunque la lluvia le mojaba por completo el rostro, permanecía en silencio impasible. Aguardó hasta que Kang dio su primer paso en las losas del patio y luego le saludó con la mano.

—Señor, soy Vosiard, comandante de ala de la Primera Ala, División de la Garra del Lobo. Tengo órdenes de acompañaros directamente en presencia del comandante de grupo Zeck, que es quien está al mando aquí.

Kang asintió sin decir nada. El comandante de ala aguardó un momento y miró fijamente a Kang, tal vez con la intención de invitarle a indicar el motivo de la visita. Sin embargo, Kang lo ignoró y el comandante carecía de autoridad para preguntarle directamente, así que, con una actitud algo malhumorada, se encaminó hacia el edificio principal del torreón. Kang miró a sus escoltas, se encogió de hombros y lo siguió. Los cuatro draconianos sonrieron abiertamente y marcharon detrás de él.

Entraron por una puerta de madera que tenía por lo menos un grosor de treinta centímetros. Había guardias apostados tanto allí como en las entradas de los edificios anexos. En el terraplén de la muralla había una tropa de guarnición. Para ser un torreón situado en el centro de una región relativamente pacífica ocupada por un ejército que ya no estaba en pie de guerra, aquello era una demostración espectacular de fuerza.

El comandante de ala acompañó a Kang y a su grupo al interior del edificio central, dentro del cual recorrieron varios pasillos. Mientras los atravesaron, toparon con un grupo de caballeros de armadura y yelmo negros. Los caballeros se hicieron a un lado para cederles el paso. Pero antes de proseguir se quedaron mirando a los draconianos. Kang no les hubiera prestado atención de no ser porque uno de ellos en particular lo miró de un modo tan intenso que estuvo a punto de tropezar con un pilar de piedra. Aquel caballero iba encapuchado y cubierto con una túnica para la lluvia, de modo que a Kang le resultó imposible notar algo en particular. Aun así, tuvo la extraña impresión de que aquel caballero tenía algo que le resultaba familiar y de que el caballero también parecía haberle reconocido.

Llegaron entonces a su destino: otra puerta cerrada. Ante ella, se invitó a los dos guardaespaldas de Kang a seguir a los guardias, que les conducirían a sus habitaciones. Los draconianos miraron a Kang, éste asintió y obedecieron. Kang y Granak prosiguieron su camino hacia el salón principal; antes de abandonar el pasillo, Kang miró atrás. El caballero encapuchado todavía estaba ahí, mirándolo. Luego, la puerta se abrió y fueron conducidos al interior. Kang perdió de vista al caballero.

El comandante Kang fue presentado al comandante de grupo Zeck y a sus oficiales; en el frenesí de los saludos y presentaciones, olvidó aquel caballero que le había resultado extrañamente familiar.

El comandante de grupo Zeck ofreció un refrigerio a los oficiales visitantes.

—¿Vino? ¿Cerveza? Tal vez ¿aguardiente enano? —El comandante de grupo sonrió.

Era un hombre mayor y, según les dijo, había trabajado antes con los draconianos. Al parecer, sabía de su debilidad por aquel licor especialmente fuerte.

—No, gracias, señor —respondió Kang, que quería tener la mente despejada para aquel encuentro—. Hemos recorrido un largo y duro camino para venir a tu encuentro. El asunto es de la mayor urgencia.

—Por supuesto, comandante —dijo el comandante de grupo Zeck con gravedad—. Soy todo oídos. Por favor, dime el motivo de tu visita.

A lo largo del viaje, Kang había repasado miles de veces lo que quería decir, pero cuando se encontró en el interior de aquel torreón impresionante ante la presencia de aquellos oficiales humanos de alto rango con sus armaduras negras brillantes y maravillosamente trabajadas se sintió confundido. Le habían educado para considerar a los humanos levemente por debajo de los dioses. Por fin, los años de tropiezos y fallos humanos le habían sacado de aquel error. Le sorprendió, y en cierto modo le divirtió, descubrir que todavía quedaba en él un resto de aquella antigua adoración.

—Comandante de grupo Zeck, mi comandante, el general Maranta, te envía sus más atentos saludos y te desea a ti y a los hombres bajo tus órdenes todo tipo de éxitos en y fuera del campo de batalla.

—Maranta —el comandante de grupo Zeck repitió divertido—, ¿no será ése el general Maranta? ¿El aurak?

—Sí, señor, el mismo.

—No sabía ni siquiera que todavía estaba vivo. Vaya, vaya.

El comandante de grupo Zeck miró a los oficiales. Algunos de los ancianos parecían impresionados, los jóvenes, en cambio, no comprendían nada.

—¿Y en qué anda ahora?

Kang se lo explicó, le indicó la ubicación de la fortaleza de los draconianos y terminó diciendo:

—Necesitamos vuestra ayuda, señor. La situación es grave. Nuestro ejército de cinco mil soldados está encerrado en la fortaleza. Estamos sitiados por un ejército que, según nuestros cálculos, puede constar de veinte o treinta mil goblins y hobgoblins. Por razones que todavía somos incapaces de entender están dispuestos a destruirnos. Creemos que posiblemente están al servicio de esos malditos Caballeros de Solamnia.

—Solámnicos, ¿eh? —El comandante de grupo Zeck frunció el entrecejo—. No me extrañaría nada. El poco honor que tuvieron en su momento ha desaparecido junto con su dios desgraciado y cobarde. Conozco vuestra fortaleza en las colinas. De todos modos, no sabía que el general Maranta estaba al mando; de haberlo sabido me habría pasado por ahí para charlar con él sobre los viejos tiempos. Goblins y hobgoblins. Interesante. Es realmente impropio de antiguos aliados volverse contra vosotros, ¿no te parece, comandante?

Kang se mostró totalmente de acuerdo en que era de lo más impropio.

—Entonces, ¿has venido a pedir ayuda? —preguntó el comandante de grupo Zeck.

—Sí, señor. A pesar de que los draconianos y los Caballeros de Takhisis ya no formamos parte de un ejército combinado, mi general me ha pedido que os solicite vuestra ayuda. Por nuestra parte os ofrecemos el establecimiento de lazos diplomáticos y la amistad sólida de los de nuestra raza.

El comandante de grupo Zeck parecía impresionado.

—Ciertamente, sois pocos en número, pero la historia de la raza draconiana está plagada de momentos de gloria. No nos podemos permitir perder a un aliado tan leal.

El comandante de grupo se volvió hacia un ordenanza que permanecía a la espera.

—Dagot, que el Ala Segunda y Tercera estén listas para partir para la batalla contra los goblins en dos días. —Luego volvió a dirigirse a Kang—. ¿Te parece satisfactorio, comandante?

Kang esperaba que, con suerte, el comandante de grupo tomara con cautela aquella solicitud, pidiera algunos días para estudiar la situación y prometiera enviar al general Maranta una respuesta en el plazo de una semana. Jamás habría podido imaginarse que tendría esa cuestión resuelta en tres minutos.

—Sí, señor —respondió Kang mientras se recobraba de la sorpresa—. Muy satisfactorio.

—Perfecto. Entonces, asunto concluido. Te invitaría a cenar con nosotros, pero sin duda debes de estar agotado por un viaje tan largo. ¿Me permites ofrecerte a ti y a tus compañeros una habitación para la noche, una cena y un buen desayuno antes de tu partida de mañana?

La primera intención de Kang había sido regresar de inmediato al camino y a sus obligaciones. Pero entonces pensó en sus hombres. Les había hecho ir rápido. Él mismo se había forzado a ir rápido. Todos viajarían mejor al día siguiente con comida caliente en el estómago y un buen descanso nocturno.

—Sí, señor, te estaría muy agradecido. Partiremos por la mañana. Me complacerá poder saludarte a ti y a tus oficiales en el campo de batalla.

El comandante de grupo Zeck asintió.

—Así será.

Luego se volvió. La entrevista había terminado.

El comandante de ala Vosiard, que había permanecido en pie en silencio durante aquel encuentro, acompañó a Kang y Granak desde la sala principal y los guió por un corredor trasero en el que se alineaban varias puertas. A medio camino en aquel pasillo abrió una puerta y mostró una habitación con dos camas de tamaño humano y una mesa con una jofaina y una jarra de agua.

—Haré que os traigan comida —dijo Vosiard.

—¿Dónde se alojan mis hombres? —quiso saber Kang.

El comandante de ala señaló con el pulgar la habitación de al lado.

—Justo al lado, señor.

Kang dio al hombre permiso para retirarse, se sentó en la cama y bostezó con un ruido cavernoso.

—Voy a comprobar cómo están los soldados, señor —se ofreció Granak.

Cuando Kang se quedó solo, reflexionó acerca de lo que había pasado. Veinte minutos en el torreón habían bastado para cumplir sus objetivos. No obstante, sin saber explicarse el porqué, aquello le incomodaba. Tal vez fuera porque estaba acostumbrado a que todo saliera mal, especialmente cuando trataba con humanos.

«Ya era hora de que algo fuera bien —reflexionó Kang—. No es tan sorprendente que el comandante de grupo Zeck tomara una decisión tan rápida. Conoce la fortaleza, sin duda los exploradores le habrán hablado de ella. Y, como ya la conoce, es posible que ya sepa acerca de ese aumento de goblins en su territorio. Seguro que eso no le alegra más que a nosotros. Es posible que no supiera por qué se encontraban aquí o qué es lo que estaban tramando. Ahora que se lo hemos dicho, tiene que actuar para librarse de ellos».

Granak regresó e informó de que los dos guardianes baaz habían recibido buena comida y que ya dormían. Una hora más tarde un soldado humano les trajo a la habitación una fuente colmada de carne de carnero asada así como una gran jarra de cerveza. Kang y Granak enseguida acabaron con ambos. Con el vientre lleno y el pensamiento agradablemente confundido a causa de la cerveza Kang se tendió en el suelo. Temía que si se echaba en la cama la rompería.

—Si quieres dormir, señor, yo me encargaré de la primera guardia —se ofreció Granak, colocando una silla junto a la puerta—. ¿Te has dado cuenta de que en estas puertas no hay cerrojo?

Kang gruñó.

—Dudo que estén muy preocupados por los ladrones. No es necesario montar guardia esta noche, Granak: o estamos en el territorio de un aliado poderoso o en el de un enemigo igualmente poderoso. No podemos hacer nada contra lo que decidan hacer con nosotros.

—Como tanto da —dijo Granak respetuosamente—, yo haré la primera guardia.

Kang cerró los ojos.

—Si insistes… Despiértame para la segunda.

Granak despertó a Kang, tal y como habían acordado.

—¿Algo de que informar? —preguntó Kang adormecido.

—No, señor. Todo tranquilo —respondió Granak.

Kang asintió y tomó su sitio en la silla junto a la puerta cerrada. Granak se tendió en el suelo y, a juzgar por sus ronquidos, se quedó dormido enseguida. A Kang le había costado conciliar el sueño. Le apetecía la idea de poder sentarse y pensar en soledad, si bien no en silencio. Mientras repasaba mentalmente las palabras del comandante de grupo y se decía a sí mismo que todo iba bien, le pareció oír al otro lado de la puerta el crujido de un madero del suelo.

El ruido era débil y sigiloso. Podía estar equivocado. Era difícil distinguirlo bien entre los ronquidos atronadores de Granak. Se acordó de la observación que éste le había hecho acerca de la falta de cerrojos en la puerta y de su respuesta simplista. Mientras se llamaba idiota a sí mismo, Kang se levantó de la silla. Amparado por el estruendo de Granak se apartó hacia un lado y se colocó de forma que, si la puerta se abría, él quedaba detrás.

De nuevo se produjo otro crujido en la madera del suelo, acompañado esta vez por el chasquido de la piel y el tintineo suave del arnés. A juzgar por el retumbar en las paredes, en el exterior la lluvia caía de forma torrencial. Una mano hizo girar el pomo y empujó suavemente la puerta. Kang se agachó. Un humano penetró en la habitación andando sigilosamente de puntillas. El humano se acercó a la forma dormida de Granak.

—¿Kang? —preguntó extendiendo una mano.

Kang se abalanzó sobre el intruso, lo agarró con los brazos y le tapó la boca para evitar que chillara.

En ese mismo instante, Granak ya se había alzado, tenía un cuchillo en la mano y se dirigió hacia la puerta.

El prisionero se debatió durante un instante, tal vez por instinto, y luego se relajó en el abrazo de Kang. Iba cubierto con una túnica y estaba completamente empapado por la lluvia, como si viniera del exterior.

—Comprueba el pasillo —susurró Kang, agarrando con fuerza a su prisionero.

Granak miró el exterior.

—Despejado, señor —informó. Cerró la puerta y se puso de espaldas contra ella.

El humano hacía algunos ruidos mientras movía los labios en la palma de la mano de Kang. Aunque éste no lo hubiera podido decir con certeza parecía que estuviera gritando: «¡Suéltame, Kang! ¡Estúpido! ¡Soy yo!».

Entonces la reconoció. Entonces se acordó de todo.

—¡Huzzad! —dijo con sorpresa a la vez que la soltaba.

—¡Pssst! —advirtió ella, dirigiendo una mirada hacia la puerta. Huzzad se retiró la capucha de la túnica y se volvió hacia él—. No sabes la fuerza que tienes. Tendré moretones durante una semana —añadió mientras se frotaba los brazos y movía el cuello en movimientos circulares.

—Huzzad, no sabía… —protestó Kang.

—Tampoco podías saberlo —dijo ella con alegría, interrumpiendo así las excusas de Kang—. No pasa nada. Debería haber pensado que no te iba a sorprender durmiendo, que serías lo suficientemente listo como para montar una guardia.

—Ha sido idea de Granak —reconoció Kang, señalando con la cabeza al enorme sivak—. Vosotros no os conocéis. Granak, ésta es Huzzad, Caballero de Takhisis. Huzzad, Granak. Huzzad y yo nos conocimos durante el corto tiempo en que colaboramos con los caballeros negros.

—Me acuerdo —dijo Granak con un gruñido—, fue cuando cavábamos letrinas.

—En cuanto a nuestro abandono repentino… —empezó a decir Kang molesto.

Huzzad negó con la cabeza.

—Teníais todo el derecho del mundo a abandonar a los caballeros. Os trataron muy mal. Aquélla no fue la primera vez, pero tampoco ha sido la última, Kang.

Huzzad lo miró intensamente. En la oscuridad, él la vio como un ser de sangre caliente y se acordó de cuando la había conocido en el verano de la Guerra de Caos. De nuevo la vio montada en su dragón de color rojo con la gallardía de un soldado orgulloso. En el corto período de tiempo en que habían sido aliados se habían hecho buenos amigos y se tenían confianza y respeto.

—Voy a tener que ser muy breve —dijo Huzzad en voz baja—. Acabo de salir de un consejo con el comandante de ala y no dispongo de mucho tiempo. Kang, has sido traicionado. El comandante de grupo Zeck no va a enviar los soldados que prometió.

Kang sintió que la desilusión le embargaba el corazón con un dolor sordo.

—¿Quién ha revocado la orden? ¿Con qué motivo?

—No tenía por qué revocarla, Kang. Sus oficiales sabían que estaba mintiendo para aplacarte y para que no causaras problemas.

Huzzad se acercó y posó una mano enguantada en piel en el brazo de Kang.

—En cuanto al motivo por el que te mintió… ¿no lo adivinas, Kang? ¿No te lo imaginas?

Al ver su expresión de desconcierto, Huzzad sonrió con tristeza.

—No, jamás se te habría ocurrido. Tú eres el «monstruo», la «lagartija», la «perversión». Se dice que nosotros somos los «humanos civilizados». Seguro que te habrás preguntado quién está armando y preparando a esos goblins, Kang; sin duda te gustaría saber quién les paga, y créeme que les paga bien, y les alimenta y les abastece. —Huzzad suspiró y el tono de su voz fue amargo—. Aquí tienes la respuesta: los caballeros, Kang, pero no te confundas, no los Caballeros de Solamnia, no. Se trata de los muy respetables Caballeros de Su Antigua Majestad la Reina Takhisis.

Aquella noticia sentó a Kang como una patada en el estómago. Aquellas palabras lo dejaron sin aliento.

—No lo entiendo —musitó—. ¿Por qué? ¿Acaso porque no quisimos cavar letrinas para ellos?

—Por las hembras, Kang —dijo Huzzad—. Saben lo de las hembras. Uno de esos enanos, aquel canalla que os dio el mapa…

—Selquist —dijo Kang.

Recordó aquel redrojo escuálido de enano ladrón. Selquist, marginado por su propio grupo, había sido quien había encontrado el mapa que los condujo a las hembras draconianas. Ese enano rastrero no tenía ni idea de qué podía ser el tesoro, pero le pareció que era valioso y partió para reclamarlo mientras Kang y sus hombres decidían ser los primeros en alcanzar el tesoro. Aquella aventura estuvo a punto de acabar con todos, pero bien está lo que bien acaba. Bueno, por lo menos Kang creyó que eso había terminado bien. Por lo visto, también en eso se había equivocado.

—Sí, ése, Selquist. Os vendió. Fue a los caballeros y les contó todo a cambio de una excelente recompensa. Los caballeros están asustados. Ahora que tenéis hembras os podéis multiplicar. Una raza de machos podía controlarse. Los draconianos sois fuertes y poderosos, es verdad, pero nos venerabais. Os complacía obedecer nuestras órdenes y, si había rebeldes en vuestras filas… —Huzzad se encogió de hombros—, eran pocos y podían eliminarse con facilidad. Pero ahora que tenéis la posibilidad de reproduciros, los caballeros temen que vosotros y vuestra gente intentéis tomar el rumbo de vuestro propio destino. Y esto os convierte en una amenaza.

«Tomar el rumbo de vuestro propio destino». Las palabras atravesaron la oscuridad en la que Kang estaba sumido como una estrella resplandeciente. De repente, todos sus pensamientos, sueños y planes adquirieron una nueva luz. Los podía ver claramente, los podía nombrar. El destino. Su propio destino. El destino de su gente. Estaba tan encantado, embelesado y afectado que perdió el hilo de lo que Huzzad estaba diciendo.

—¿Por qué nos cuentas todo esto ahora? —preguntó Granak con suspicacia.

Huzzad levantó la cabeza con orgullo.

—Cuando me uní a los caballeros recibí la Visión de nuestra Reina. Yo creí en la Visión. He llevado una vida honrada y he sido ascendida y condecorada por ello. Soy fiel a la promesa de lealtad que hice, tanto con mis compañeros caballeros, como con nuestra Reina y con aquellos que lucharon con nosotros como aliados y me he asegurado que quienes estén a mis órdenes hagan lo mismo. Pero ahora los tiempos han cambiado. Creo que soy la única comandante de garra de todos los caballeros que todavía conserva la fe en la Visión.

»En cuanto al comandante de grupo Zeck y a los demás —Huzzad sonrió con desprecio— sólo son un hatajo de ladrones y matones. Luchan entre sí. Pretenden lograr el poder y aterrorizan a la población. ¿Y para qué? Seguro que no es por alcanzar la gloria. ¿Acaso ésta consiste en masacrar campesinos y en traicionar aliados? Están en eso por su propio beneficio, por poder, por riqueza. La única Visión que tienen es una de acero brillante.

»Kang, mañana por la mañana vete cuanto antes, pero no tomes la carretera principal. Mantente en el bosque hasta que alcances el puente del desfiladero de Endrikseen. Zeck no te matará mientras te encuentres en el torreón. Todavía hay draconianos poderosos en el mundo: algunos sirven a Malystryx y a los otros nuevos dragones supremos. Este lugar está plagado de espías. Si alguien te matara aquí Zeck tendría que responder de tu muerte. Pero si eres abordado en el camino…

Huzzad se encogió de hombros.

—Lo entiendo. Gracias, Huzzad —murmuró Kang—. Eres un aliado honrado y una amiga verdadera. Si alguna vez necesitas ayuda, llámame a mí y a mi regimiento. Es una promesa.

La humana se volvió a colocar la capucha de la túnica empapada en la cabeza.

—Tengo que marcharme. Podrían darse cuenta de mi desaparición.

Se dirigió hacia la puerta. Tras un gesto de asentimiento de Kang, Granak se retiró y la dejó pasar. Huzzad se detuvo cuando ya tenía la mano en el pomo de la puerta.

—Tú no creerás que voy a volverme blanda y débil como uno de esos solámnicos de azúcar, ¿verdad, Kang?

—¿Sueñas con envejecer junto al fuego, Huzzad? —preguntó Kang—. ¿Vieja, arrugada, con el pelo blanco y jugando con tus nietos en las rodillas?

—No —respondió ella—. Pero tú sí, Kang. —Le tendió la mano—. Adiós. Buena suerte.

Él le tomó la mano y la apretó con cariño.

—Gracias, Huzzad. Te estoy más agradecido de lo que soy capaz de expresar.

Ella se marchó cerrando la puerta tras de sí.

—¿Te parece que partamos ahora mismo, señor? —preguntó Granak con apremio—. Podría ir a despertar a los demás.

—No —respondió Kang meditabundo—. Nuestra macha ahora levantaría sospechas y tal vez pondríamos en un aprieto a Huzzad. Esperaremos a mañana. Intenta dormir, si puedes.

—No creo que sea posible, señor —dijo Granak apoyando la espalda en la puerta.

Kang se sentó a pensar y esperó los primeros indicios de aquel amanecer frío y gris. El destino, esa estrella fulgurante, todavía estaba ahí, brillando intensamente en su pensamiento. Sin embargo, era un astro lejano, más distante que cualquier otra estrella real pendida en los cielos cubiertos de nubes.

Entre él y su sueño de un futuro para su gente se interponía un ejército de goblins, un ejército entrenado por algunos de los mejores soldados de Ansalon.