15
—¿Me estás diciendo que los Caballeros de Takhisis, nuestros aliados, han reclutado al ejército de goblins, los han entrenado, los han equipado y los han enviado para destruirnos? —El general Maranta clavó una mirada ceñuda en Kang—. ¿Y que todo se debe a que tú descubriste a las hembras draconianas?
—Eso parece, señor —respondió Kang. Estaba rendido, torpe por el cansancio y encima tenía que conservar intacto su ingenio para responder adecuadamente ante el ataque verbal del general Maranta.
—Así pues, si no os hubiéramos recogido a vosotros y vuestras malditas hembras ahora no estaríamos preparándonos para afrontar una batalla contra los goblins. —El general Maranta levantó una mano, que brilló dorada—. No estoy diciendo que debamos abandonaros a ti y a tu tropa, comandante. Sólo quiero que sepas lo que nos debes.
—Lo sé, señor —respondió Kang—. Mis soldados ya están trabajando para reforzar la fortaleza. La defenderemos hasta el final, hasta la última gota de sangre. Pero, si me lo permites, a pesar de que nuestro aniquilamiento es el primer objetivo de los caballeros, la destrucción de esta fortaleza era el segundo. La comandante de garra Huzzad nos ha informado de que tú y las fuerzas que están bajo tu mando eran elementos inquietantes para los caballeros negros.
—Eso es porque yo actúo al margen de su control. Porque estoy al mando de un ejército de soldados expertos, nacidos y criados para la batalla. —El general Maranta sacudió la cabeza en ademán de comprender la situación—. Es lógico que me teman.
—Sí, señor —corroboró Kang.
—Y además, cada vez somos más. Supongo que ya habrás oído hablar del nuevo contingente de draconianos que ha llegado. No serán los últimos. Estoy convencido de ello.
—Sí, señor —respondió Kang. Estaba demasiado cansado para encontrar sentido a aquellas palabras.
—Gracias por la información, comandante —agradeció el general Maranta; se frotó las manos con una sonrisa y recuperó el buen humor—, y también por traer a esa prisionera humana. Estoy ansioso por interrogarla. ¿Es guapa?
—No es una prisionera, señor —replicó Kang—. Es una amiga. Nos ha salvado la vida. Le debemos respeto y honor, señor.
—Es una humana, comandante. —El general Maranta miró a Kang y luego dijo con enojo—: ¡Bueno, está bien! Estoy demasiado ocupado para disfrutarla. Guárdatela para ti solo si tanto te gusta…
A la mañana siguiente Kang se dirigió al comedor con ganas de desayunar y se encontró con que se había impuesto el racionamiento. La presencia de goblins había provocado que las partidas de caza, forrajeo e incursión no salieran como era habitual. En consecuencia, las reservas de comida disminuyeron.
—¿Qué es eso? —preguntó Kang al ver que el cocinero le servía en el plato una cucharada de una sustancia pringosa, húmeda y pastosa que sacaba de una cuba enorme.
—Te crees gracioso, ¿verdad, tío? —El asistente del cocinero lo miró con fiereza.
—No, es verdad. Me gustaría saber qué es esto —respondió Kang en tono respetuoso.
—Filete de venado —contestó el asistente—. Pierna de ternera asada. Filete de cerdo. Pata de kender. A mí me da exactamente igual si te lo comes o no, señor —murmuró como ocurrencia.
Tras haber vivido durante un mes de hierba y ratones, Kang comió aquella pasta de color marrón y le pareció que lo único que se podía decir de ella era que se pegaba a las costillas. Bueno, y que, de hecho, se quedaba ahí pegada durante las doce horas siguientes en forma de una masa sólida.
Kang tenía que dar la razón al cocinero. Aquella pasta marrón ahorraría raciones porque prácticamente mataba el apetito. Kang regresó a los barracones con la sensación de haberse tragado una piedra; en cuanto estuvo ahí dio órdenes a los soldados para que formaran para pasar revista. A todos los soldados, hembras incluidas.
Aquélla fue la primera vez en que las draconianas ocuparon su posición junto con los machos. Fue un momento de orgullo para las hembras. Se habían pasado la noche puliendo las armas, los arneses y todos los escudos y cascos que lograron obtener. El metal refulgía bajo la luz del sol y las escamas les brillaban como si también las hubieran pulido.
El comandante Kang pasó revista a los soldados, a todos ellos, con la misma mirada severa tanto para las hembras como para los machos. Al ver las veinte espadas nuevas brillando, hizo una mueca y se sorprendió durante unos instantes al ver todos los arneses, yelmos y escudos robados, en particular, cuando reconoció un cinturón de piel que le había pertenecido y que ahora Fonrar lucía con orgullo. Sin embargo, logró sobreponerse y, tras ordenar al resto del regimiento que regresara a sus obligaciones, observó cómo las hembras practicaban el ejercicio de espada en una actitud de calma aparente, aunque con cierta inquietud interior, y convencido de que una de las baaz, que manejaba la espada con un descuido particularmente temerario, iba a cercenar el ala a alguien.
En cuanto terminaron los ejercicios sin heridos, Kang, que era una persona nerviosa, se retiró a sus habitaciones para calmar los nervios con un tazón reparado de zumo de cactus. Luego tomó los esbozos que Slith le había proporcionado de lo que él dio en llamar el Dragón Borracho y empezó a mejorarlos a fin de prepararlos y mostrárselos al general. En cuanto al tema del ladrón de las veinte espadas, Kang pensó primero en redactar un informe, pero luego decidió no hacerlo. Todo lo que el general Maranta no supiera, no le iba a perjudicar.
Se encontraba trabajando en los planos del dragón cuando Granak dio un golpe en la puerta y anunció que el comandante Prokel deseaba verlo.
—Los goblins avanzan —explicó Prokel a Kang—. El general Maranta ha convocado una reunión de oficiales en la tienda de comandancia de aquí a una hora.
—De acuerdo —respondió Kang—, ahí estaré.
Durante ese tiempo, Kang anduvo de un lado a otro de su tienda y, cada vez que pasaba por delante de la mesa, echaba un vistazo a los planos. Cuanto más los miraba, más loca le parecía la idea. ¿Cómo presentar el Dragón Borracho al general? Ése era capaz de limitarse a soltar una risotada y desde luego Kang no podría culparle por ello.
Cuando llegó la hora de ir para allá, Kang se demoró, indeciso y vacilante. Por fin se dirigió a la puerta y dejó los planos sobre la mesa. Sabía perfectamente que si presentaba el plan lo defendería por mucho que el general se burlara o lo menospreciara. Kang no quería discutir ni tampoco quería acabar relegado a una posición en la que tuviera que optar entre las órdenes de un oficial superior y sus propias ideas. Llegó hasta la puerta pero no la abrió. No podía salir fuera.
Pensó en el informe de Huzzad. El general Maranta no había estado jamás en una batalla. Ni siquiera una vez. Había estado destinado a Neraka, era el lacayo de la Reina, el draconiano mimado de los Señores de los Dragones, pero eso no le había detenido. Kang pensó en lo que él habría hecho en esa situación. Él habría tomado parte en la batalla. Habría luchado con sus soldados, no se habría limitado a pasarles revista. El general Maranta no lo había hecho así. Cuando la batalla llegó, él huyó.
Aun así, el general no era un cobarde. Los draconianos no tienen esa característica. En todo caso se podía decir que el general Maranta no era amante del riesgo y lo peor era que menospreciaba a los soldados que tenía a sus órdenes. Era un aurak típico, sólo se interesaba por sí mismo. Kang sospechó que con tal de que quedara un draconiano vivo en aquella fortaleza, y aquél sería sin duda el general Maranta, éste no dudaría en arriesgar las vidas de todos los demás. No había levantado aquella fortaleza como un refugio para los draconianos, en realidad era un monumento a sí mismo.
Kang tomó los planos del Dragón Borracho y se dirigió a la reunión. Se tomó su tiempo. No estaba precisamente deseoso de intervenir en ella.
—Es muy gentil de tu parte, comandante, que nos distingas con tu presencia —dijo el general Maranta con sarcasmo en cuanto Kang entró en la tienda.
—Sí, señor. Lo siento, señor —se disculpó Kang.
—Acababa de decir que tú y tus hombres habéis hecho un trabajo magnífico de refuerzo de la fortaleza —agregó el general Maranta con magnanimidad.
—Gracias, señor —respondió Kang, sintiéndose todavía peor, que era, evidentemente la intención del general Maranta.
—Nuestros exploradores nos informan de que los goblins se encuentran de camino. Naturalmente se están moviendo con mucha lentitud. Son una chusma indisciplinada y además van cargados con carros de aprovisionamiento enormes. Creo que tenemos por lo menos cuarenta y ocho horas para prepararnos para el ataque. He ideado unos planes para la defensa de la fortaleza —explicó el general Maranta—. Si los señores oficiales queréis acercaros al mapa…
El general Maranta explicó su plan de forma rápida y concisa.
La muralla sería defendida por el Decimosegundo Regimiento de Infantería. Eran arqueros especializados y podían usar los arcos largos para hostilizar al ejército de goblins mientras éstos se disponían a preparar el asalto. Cinco de los otros seis regimientos de infantería y los dos regimientos de apoyo permanecerían en el interior de las murallas, al igual que el regimiento de ingenieros de Kang.
El Tercero de Infantería se mantendría dispuesto para lanzar un ataque sorpresa al exterior de las murallas. Irían equipados con infantería pesada con órdenes de derribar el flanco del enemigo durante la batalla en cuanto la lucha hubiera estallado.
El Escuadrón de Reconocimiento de Belkrad enviaría pequeñas patrullas para espiar las formaciones del enemigo y dar informes. Si tenían la oportunidad, probarían a dañar el puesto de comando del enemigo o los carros de aprovisionamiento, pero todo aquello era quizás una conjetura muy arriesgada.
Dos de los otros cinco regimientos estarían apostados al pie de las murallas para montar una defensa cuando el enemigo se acercara. Esos draconianos eran expertos en tiro a corta distancia con arcos y hondas y en cuanto las murallas se vieran amenazadas pasarían a la lucha cuerpo a cuerpo. Cada regimiento dispondría de una balista accionada por el Tercer Regimiento de Artillería que sería utilizada contra los dispositivos de cerco empleados por el enemigo.
El Noveno y el Cuarto de Infantería permanecerían en formación, bien armados y apostados cerca de la puerta delantera. Cuando los goblins hicieran la última carga contra ella, los draconianos abrirían las puertas de golpe y cargarían contra el enemigo. El plan del general Maranta era arrollar al enemigo ante la superioridad de sus fuerzas y su tenacidad. Había escogido bien. Aquellos dos regimientos tenían una larga lista de honores de batalla y los dos sabían cómo actuar a modo de infantería pesada. Vertax, el comandante del Noveno de Infantería apostó una excelente espada ancha a que cortaría y luego mostraría las cabezas de dos comandantes goblins. Los demás oficiales se aprestaron a tomarle la palabra.
Los ingenieros de Kang junto con el resto del Décimo de Infantería formarían la «Brigada de Fuego». Su tarea consistiría en desplazarse allí donde hubiera puntos al descubierto y rechazar toda incursión en la fortaleza. Por otra parte, tal y como dejaba entrever el nombre, ellos serían los responsables de mantener controlados los incendios.
Kang quedó sorprendido y gratamente impresionado. Aunque el general Maranta jamás hubiera tomado parte en una batalla, sí había estudiado estrategia y táctica y conocía los puntos fuertes y débiles de sus soldados y oficiales. El general Maranta quiso saber si había alguna pregunta. Los oficiales formularon unas cuantas para aclarar unas pocas cuestiones. Todos habían comprendido lo que él y sus hombres iban a hacer. Todos sabían dónde y cómo morirían. Al fin y al cabo, se trataba de eso.
Aquél era un plan excelente, pero estaba condenado al fracaso; cuanto menos, eso era lo que los números delataban. Cinco mil draconianos contra veinticinco mil goblins, o tal vez más. Sólo con que el número de goblins enviados fuera la mitad del que actualmente tenía su ejército, los draconianos ya estarían luchando en una desventaja insalvable.
Eso llevó a Kang a plantearse una cuestión. Se sorprendió al darse cuenta de que los demás tampoco hubieran caído en la cuenta.
—Con mis respetos, general. Acabo de constatar una discrepancia. Has dispuesto a todo un regimiento para la defensa de esta parte de la muralla y, según mis cálculos, no tenemos tantos hombres…
—Al contrario, comandante —respondió el general Maranta con frialdad—. Estoy a la espera de refuerzos adicionales.
Los demás oficiales se miraron entre sí, sonrieron y asintieron con la cabeza. Kang recordó el comentario de Slith sobre draconianos llovidos del cielo.
—Me permites preguntarte, señor —inquirió Kang con respeto—, ¿de dónde van a venir estos refuerzos?
—He decidido mantener la ubicación de los refuerzos y su número en secreto. Sé que resulta lamentable, pero es necesario si se considera la presencia de un humano en el interior de estas murallas. —El general Maranta miró con mucha dureza a Kang—. Y ahora, si no hay nada más…
—Señor, todavía hay una cosa —dijo Kang—. He traído los planos de un arma que podría ayudar a la defensa de la fortaleza. Admito que es muy inusual pero si se acercan…
Kang extendió los planos del Dragón Borracho sobre el mapa de la fortaleza. Los oficiales se arremolinaron alrededor, lo contemplaron y luego se miraron entre sí. No se rieron y Kang se sintió agradecido por ello. Todos miraban con disimulo al general.
—¿Qué significa esto, comandante? —preguntó el general Maranta.
—Es un dragón, señor. Si me permites explicarte…
—Ya veo que es un dragón —espetó el general Maranta—. Comandante, estos hombres tienen que atender asuntos urgentes y han de efectuar preparativos importantes. Si no tienes nada mejor que hacer que dibujitos de niños, estoy seguro de que yo encontraré algo en que ocuparte.
—Señor —respondió Kang, haciendo un esfuerzo por controlarse. Aquel esquema detallado y complejo difícilmente podía catalogarse de «dibujito de niños»—. La idea de este dragón concierne a la defensa de esta fortaleza. No tardaré nada en explicarme.
A continuación pasó a contar cómo funcionaría el dragón. Cuando llegó al apartado de las bombas de barril, vio que Vertax no tenía una actitud tan escéptica y que Yakanoh asentía levemente con la cabeza. Todos los oficiales mantenían la mirada clavada en el general Maranta, a la espera de su reacción.
Y ésta fue un bufido.
—En fin, parece que ya no queda nada más por decidir —dijo el general—. Podéis retiraros. Regresad a vuestras obligaciones.
El resto de oficiales miró con disimulo a Kang y se marchó en fila. Kang, testarudo, permaneció en su sitio.
—Señor —dijo—, ¿tengo tu permiso para construir el dragón?
—¿Por qué te tomas la molestia de preguntar, comandante? —El general Maranta lo miró con fiereza—. Ya has llegado hasta aquí. Es evidente que tienes la intención de construir esa maldita cosa con o sin mi permiso.
—Me gustaría tenerlo, señor —dijo Kang con firmeza.
—General Maranta, señor. —Un miembro de la Guardia de la Reina entró en la tienda de comandancia. Se inclinó cerca del oído del general y cuchicheó algo.
El general atendió y luego contestó:
—Muy bien. Estaré ahí de inmediato.
—¿Señor? —insistió Kang.
—¿Qué quieres, comandante? —se impacientó el general Maranta—. Por mí, pierde el tiempo del modo en que tú y tus holgazanes prefiráis. Lo único que importa es que estéis todos sobrios y dispuestos para luchar cuando el ataque comience. Eso es lo único que me importa.
El general Maranta abandonó la tienda con paso majestuoso. Kang recogió los planos, los enrolló con cuidado y salió detrás. Vio que el general se encaminaba hacia el Bastión con un escuadrón de la Guardia de la Reina tras él. Desaparecieron en el interior mientras las pesadas puertas se cerraban con cerrojos detrás de ellos. Otros hombres de la Guardia de la Reina se apostaron en el exterior.
Kang se dio cuenta entonces de que el general Maranta no había indicado la ubicación de la Guardia de la Reina durante el ataque. Pensó entonces en los túneles subterráneos que habían permitido que el general Maranta saliera ileso de Neraka.
—No es capaz de hacerlo —dijo Kang—. Neraka fue una batalla entre humanos. Ésta concierne a nuestra gente. No será capaz de abandonarnos.
Lo importante era que por fin Kang había logrado el permiso del general para seguir adelante con el plan del dragón. Habría quien creyera que aquello había sido más un insulto que un permiso, pero era todo cuanto Kang necesitaba.
A su regreso a los barracones, Kang convocó una reunión de oficiales, entre los cuales incluyó a Huzzad y Fonrar. Le resultaba extraño tener que hablar a los hombres en presencia de Fonrar. Le parecía que no iba a dejar de mirarla y de hablar dirigiéndose sólo a ella. ¡Ah, el compañerismo!
Con la certeza de que no funcionaría, decidió enfrentarse a esa situación tan incómoda, ignorando a la draconiana por completo. Repartió las copias de los planos a los oficiales y les ordenó retirar a los hombres de las reparaciones en la fortaleza.
—Hemos hecho cuanto hemos podido menos derrumbar la fortaleza y volver a construirla —dijo—. Les hemos vuelto a construir la fortaleza. Ahora les vamos a hacer un dragón. Sé que parece raro —añadió, señalando los planos con la mano. Sus oficiales tenían una actitud muy escéptica—. Lo construiremos con cualquier material que encontremos en esta fortaleza. No podemos salir al exterior ni comprar lo que necesitamos. En el pasado ya habéis demostrado que sois gente de ingenio. Estoy convencido que esta vez también lo haréis. Creo que tendremos éxito. Más cosas raras hemos hecho antes.
—Como catapultar un minotauro borracho contra un dragón —murmuró Gloth por lo bajo a Fulkth.
—¡Pero eso funcionó! —gruñó Kang—. Matamos el dragón, ¿verdad?
—Sí, señor —respondió Gloth, avergonzado. No esperaba que el comandante lo hubiera oído.
—Fulkth, como Ingeniero Jefe, te vas a encargar de comprobar estos planos y de revisar la construcción. Slith, tú estarás al cargo de fabricar las bombas de barril.
—Sí, señor. —Slith sonrió con alegría. Hacer bombas de barril significaba tener una buena provisión de zumo de cactus.
—¿Cuánto tiempo tenemos, señor? —preguntó Fulkth mirando los planos—. ¿Un mes?
—Cuarenta y ocho horas —contestó Kang.
Fulkth, sorprendido, abrió la boca; la lengua se le desplomó entre los colmillos inferiores.
—¿Algún problema, Fulkth? —preguntó Kang.
—Bueno, señor… —empezó a decir Fulkth.
—Perfecto —interrumpió Kang—. Tampoco creía que lo hubiera. Si tenéis alguna otra pregunta, vosotros mismos tendréis que encontrar la respuesta porque yo no la tendré. Podéis retiraros.
Todos los oficiales, menos Fonrar, partieron uno detrás de otro.
—Señor, —dijo Fonrar—. Me gustaría…
—Puedes retirarte —repitió Kang sin mirarla.
Fonrar dudó unos instantes y luego se marchó.
Kang se sentó en el escritorio y dejó caer la cabeza entre las manos. Sabía que había herido a Fonrar, pero era preferible hacerle daño que fallarle a ella y a los demás. Kang se daba cuenta de cómo se agravaba la situación a su alrededor. Se sentía como si estuviera asiendo un puñado de arena. Tenía que mantener el puño bien cerrado, no perder la concentración en ningún momento, ni permitirse una distracción. Si se le colaba un solo granito de arena, el resto seguiría como un torrente.
—Hay por lo menos algo positivo en esta gran confusión —masculló Kang en voz baja—. Si logramos salir de ésta… —Kang sabía que aquello era mucho suponer— el general Maranta no se opondrá más a nuestra partida. Así, por lo menos, podrá librarse de mí.
Fulkth desplegó los planos del Dragón Borracho y los contempló atentamente. El enemigo estaba avanzando. Estaba atrapado dentro de una fortaleza con unas provisiones completamente inadecuadas. Tenía que construir un enorme dragón que pudiera volar y, con suerte, tenía un plazo de cuarenta y ocho horas para hacerlo. Tras tomar conciencia de la situación, la primera acción de Fulkth fue dirigirse a la destilería de Slith para comprobar cómo iba el zumo de cactus.
El dragón original se había hecho con un marco de madera ligera cubierto por un carapacho de mimbre. Aquel dragón había sido fabricado con la intención de intimidar a unos baaz recién salidos del huevo y era un artefacto provisional. En cambio, esta versión tenía que volar.
Los planos de Kang requerían que el dragón estuviera cubierto con una piel que pudiera ser rellenada con aire caliente. En su antigua ciudad, Slith había observado que las ascuas eran transportadas a lo alto de una chimenea a través del aire caliente que el fuego creaba. Tras unos cálculos al respecto en una ocasión, cuando las draconianas eran pequeñas, Slith rellenó vejigas de cerdo con aire caliente y las soltó para que volaran entre los árboles, provocando de este modo chillidos de alegría entre las hembras. Kang se había servido de ese mismo principio para el dragón.
El bastidor para el Dragón Borracho tenía que pesar muy poco. La madera de abeto sería ideal y, afortunadamente, en el recinto había mucha. En cuanto al revestimiento, no podían utilizar vejigas de cerdo. Hacía meses que nadie había visto uno. Fulkth optó entonces por unas lonas que se coserían y luego serían recubiertas por un compuesto de brea de abeto con el que se pegaría la lona a la madera y quedaría sellado cualquier agujero o fuga.
Fulkth pensó que todo aquello sólo podría funcionar para el cuerpo del dragón; lo que le preocupaba eran las alas. No sólo tenían que parecer alas sino que además tenían que actuar como tales. Tenían que poder volar y moverse de un modo convincente. La lona pesaba demasiado para ello. El papel sería ideal. En cuanto al movimiento de las alas, Kang había ideado una solución muy ingeniosa. Como la presión en el globo central aumentaría debido a la expansión del aire caliente, ello provocaría la apertura de dos válvulas que estarían debajo de cada una de las alas. El aire caliente quedaría atrapado así debajo de las alas y las levantaría. Conforme el aire se enfriara, éste se disiparía y haría que las alas bajaran. Cuando volviera a formarse aire caliente, las alas se levantarían, dando la impresión de que el dragón volaba.
El toque final fue una jaula enorme en la que esconderían lo que ahora ya llamaban las Bombas de Barril de Cactus y un mecanismo de encendido. Kang había dispuesto esa jaula en la parte delantera, pero Fulkth se dio cuenta de inmediato que el peso podría hacer perder el equilibrio al dragón y hacer que se precipitara hacia adelante. Tras hablarlo con sus oficiales, concluyó que aquello era algo intencionado, y no, un error de diseño.
Slith se lo explicó claramente. «Si el dragón está atado al suelo se levantará y marchará sin rumbo hacia adelante hasta que la cuerda quede tensa. En cuanto se suelte la cuerda, el dragón planeará hacia adelante, de nuevo sin rumbo hasta caer en el campo del enemigo. En cuanto se encuentre ahí, debe precipitarse y explotar».
Aquél era el plan. Todo lo que tenían que hacer era montar las piezas y construirlo.
Dremon, el oficial jefe de aprovisionamiento, recibió el encargo de hallar papel y lona. No sólo tenía que encontrar esos materiales, era imprescindible que los encontrara en grandes cantidades. Dremon y sus ayudantes marcharon a toda prisa hacia el centro de intendencia. Pidió papel y lonas. Todo lo que recibió ahí fueron hojas, en un número suficiente como para escribir una carta larga, y la noticia de que no había lona.
Acostumbrado a improvisar, Dremon pidió permiso para buscar lona en el almacén. El intendente estaba muy ocupado con la entrega de armas, escudos, lanzas y flechas y le indicó con precisión al oficial dónde podía meterse la lona. Dremon y sus ayudantes se tomaron aquello como un permiso y entraron en el almacén, ajenos a las protestas del intendente, e iniciaron su búsqueda.
—¿Qué es esto? —preguntó Dremon, señalando un montón enorme de lona—. A mí me parece que es lona.
—Pues no lo es —resopló el intendente—. Son velas. Ya sabes, para un barco. Vosotros no habéis pedido velas.
Eran veintidós velas perfectamente aparejadas, que habían sido fabricadas durante la Guerra de Caos, cuando el general Maranta planificó un asalto anfibio contra una ciudad de algún sitio, tal vez el mismísimo torreón de los caballeros negros ahora ocupado. La guerra terminó antes de que el asalto se pudiera llevar a cabo. Las ratas habían destruido la mayor parte de la jarcia, pero la lona de la vela continuaba en buen estado.
Dremon ordenó a sus hombres que cargaran con ello. No encontró papel, pero sí una reserva de dianas de cartón para los arqueros. De regreso a los barracones, rellenó una cuba enorme con agua hirviendo, vertió el cartón en ella y empezó a convertirla en una pasta.
Fulkth ordenó a Yethik y al Segundo Escuadrón que hallaran madera y brea de abeto. En las colinas había abetos en abundancia pero, por desgracia, en aquel momento también había goblins. Yethik y sus hombres merodearon por toda la fortaleza mirando las distintas estructuras de madera mientras sus otros compañeros draconianos se apresuraban a tomar posición en las murallas.
—¡Lo he encontrado, señor! —informó entonces uno de sus hombres.
El cobertizo de mantenimiento del Noveno de Infantería estaba construido con madera de abeto. Sin embargo, el Noveno de Infantería lo estaban utilizando para guardar provisiones y armas. Yethik y sus draconianos aguardaron con impaciencia. Cuando el Noveno de Infantería fue llamado a instrucción en el patio de armas, Yethik y su escuadrón atacaron el cobertizo, lo desmontaron y luego se llevaron la madera y todas las cosas que creyeron que podían ser necesarias.
La brea de abeto resultó ser un problema. No había en ningún sitio y era preciso disponer de alguna sustancia que pegara la lona al esqueleto de madera. En aquel momento Yethik temió que el proyecto se viniera abajo, pero entonces un baaz llegó del comedor con dos cubos.
—La ración de comida, señor —informó.
Yethik miró el interior de los cubos y se acordó de lo que había tomado para desayunar.
—Llévatelo de aquí.
Yethik se calló de repente, cuando le vino una idea.
—Soldado, espera un minuto —gritó Yethik—. Trae aquí esto. —Introdujo un dedo en el cubo—. ¡Es ideal! —murmuró—. ¡Fantástico!
—¿Señor? —El baaz lo miraba con sorpresa.
—Regresa a la tienda del comedor —le ordenó Yethik—, y pide más. Mira si puedes conseguir la receta.
Al baaz casi le salieron disparados los ojos de la cabeza e hizo repetir a Yethik la orden otra vez. Yethik jamás supo de qué estaba hecha aquella sustancia viscosa, pero era algo que se adhería a cuanto tocaba y se endurecía con rapidez. Resultaba ideal como brea de abeto.
Gloth y su Primer Escuadrón tenían el cometido de montar el artefacto. Con la madera que Yethik había robado, los draconianos empezaron a construir el bastidor para el cuerpo, la jaula y el cráneo. Celdak, un oficial de la tropa de Gloth, diseñó la temible cabeza. Tuvo la idea de añadirle unos colmillos hechos con filos oxidados de viejas espadas anchas. No sólo darían un toque de realismo al dragón; si el viento era propicio, al caer aquellos filos podían empalar unos cuantos goblins.
Otro escuadrón trabajaba en el bastidor de las alas; para ello desplegaron las alas una junto a la otra en el camino que había delante de los barracones. Los draconianos montaron guardia para cerrar el acceso a todos los carros y draconianos que no pertenecieran al regimiento. Hicieron el bastidor de las alas con la madera de abeto más verde que encontraron porque así se aseguraban que era flexible y ligera. En cuanto tuvieron creado el bastidor, planearon cubrirlo con la pasta de cartón húmeda mezclada con la masa viscosa marrón. En cuanto la mezcla se secó se formó un papel de peso ligero que se adhería firmemente al marco, a los dedos, a los pies, a las colas y a cualquier cosa que tocara.
Fonrar y sus soldados tenían la misión de cortar las velas y formar unos enormes paneles cuadrados y grandes de lona, que luego serían cosidos al bastidor central. Guardaron toda la cuerda que había quedado de las jarcias y la unieron para formar una cuerda única y enorme que podía utilizarse como amarre.
En cuanto el bastidor central quedara terminado, los draconianos le coserían la lona y luego le aplicarían la pasta marrón. En cuanto se secara la primera capa de pasta marrón, añadirían una segunda. Cuando todo aquello se secara, la piel quedaría rígida y firme.
Mientras la pasta se secara, los draconianos instalarían tres enormes cubas debajo de la barriga central. Cuando el dragón estuviera listo para volar, prenderían fuego en las cubas. El aire caliente rellenaría el cuerpo del dragón y lo levantaría. Fulkth, dejándose llevar por lo que consideró un toque de genialidad, tuvo la idea de dirigir el humo hacia la boca. De este modo el Dragón Borracho soplaría humo.
Finalmente montarían la jaula donde estarían las bombas de barril; para ello construyeron la jaula con madera de abeto, que se sostenía con cuerdas. En la zona del pecho del dragón podrían colocar ocho barriles rellenos de la pasta explosiva que resultaba del zumo de cactus. Los barriles se colocarían en el último minuto, antes del despegue; nadie quería barriles cerca del fuego mientras el dragón estuviera todavía dentro del fuerte.
Las antorchas ardieron durante toda la noche. Los ingenieros draconianos no descansaron, continuaron martilleando, hirviendo y cosiendo. Lenta, inexorablemente, el Dragón Borracho empezó a tomar forma.