17

Las flechas de fuego que atravesaban el cielo sobre sus cabezas caían cada vez más humeantes y rápidas. En la fortaleza se declaraban incendios por todas partes. Aquí y allá había explosiones causadas por tiros certeros de goblins contra boles que se encontraban en el lugar y en el momento equivocado. Extramuros, los tambores empezaron a atronar en un ritmo acompasado parecido al de los latidos del corazón. Los goblins usaban los tambores para estimular la adrenalina de los soldados y desalentar y desmoralizar al enemigo. El ataque estaba próximo.

—Cuéntame —dijo Kang en un tono de voz que él mimo no reconoció.

—Hemos encontrado el cuerpo de Drugo a seis calles de aquí, señor. Estaba solo. No había indicios de lucha. Drugo fue atacado por la espalda y le rompieron el cuello. Me figuro que no supo qué fue lo que lo golpeó.

—Espera un momento —dijo Kang—. Era un baaz. No puede haber un cuerpo. ¡Sólo podría haber un montón de polvo!

—Lo sé, señor. —Granak se encogió de hombros sin saber qué contestar a aquello—. Tampoco yo lo entiendo.

—¿Y qué hay de Slith? ¿Alguna señal de él?

—Encontramos dos cajas cerca. Estaban volcadas con todo su contenido desparramado por la calle. Encontramos esto.

Granak extendió la mano. Bajo la luz de las antorchas brillaron cuatro escamas de plata. Kang las miró atentamente. Eran de sivak, seguro. Sin embargo, en la fortaleza habitaban más sivaks y no había modo de probar que aquéllas fueran efectivamente de Slith.

—Supongo que es posible que Slith matara a ese tal Drugo —admitió Kang de mala gana.

—No, señor —Granak estaba convencido—. Si el subcomandante Slith hubiera matado a ese baaz, no hubiera armado tanto revuelo, señor. No habría dejado las cajas ahí, ni se habría escabullido para esconderse. Si hubiera matado al baaz, el subcomandante Slith habría tenido un buen motivo y habría regresado para informarnos.

Todos los draconianos que se encontraban alrededor se habían detenido a escuchar, incluso los oficiales que deberían haber ordenado a los soldados que retomaran las tareas. La pérdida de otro draconiano en sus filas les afectaba a todos. Estaban especialmente preocupados por la suerte de Slith porque había sido el subcomandante desde la formación de la compañía.

—Continúa con el informe —ordenó Kang.

—Sí, señor. Hemos hablado con el intendente. Nos ha confirmado que Slith y Drugo habían estado ahí a última hora de la mañana. Recogieron varios artículos, entre los cuales había veinte pares de pulseras de piel. Lo encontramos todo en las cajas de la calle, señor.

—Kang, creo que deberías hablar con las hembras —dijo una voz junto a él.

Kang se volvió y vio que Huzzad estaba ahí, escuchando con atención. El comandante hizo un gesto de impaciencia.

—Sea cual sea el problema, tendrá que esperar —dijo. Se volvió a Granak—. Dime dónde encontraste el…

—Esto no puede esperar —insistió Huzzad—. Dos de las hembras vieron a Slith hoy a primera hora de la tarde, fuera de Intendencia.

Kang sacudió la cabeza.

—¿De verdad? Por todo el Abismo, ¿y qué hacían allí?

Huzzad llamó a Fonrar. Ambas mantuvieron una breve conversación y luego Fonrar se marchó. Al cabo de unos instantes, regresó con las dos hermanas sivak, Hanra y Shanra.

Mientras se acercaban, una flecha en llamas cruzó el cielo y fue a parar sobre el Dragón Borracho. Los equipos contra incendio se apresuraron a apagar las llamas, que por suerte no se extendieron. Al parecer, esa masa marrón no era inflamable. Sin embargo, eso mismo no se podía decir de la pasta de cactus.

—Aseguraos que las bombas de barril estén protegidas —atronó Kang.

Al volverse se encontró con las hermanas sivak, que estaban en posición de firmes frente a él. Las hermanas tenían una actitud sumisa, triste, asustada y tremendamente culpable.

—Un momento —dijo Kang cuando Fonrar iba a hablar—. Granak, sigue con tu informe.

—Sí, señor. El ayudante del intendente nos mostró el camino que tomaron Slith y Drugo al partir. Aquel camino les hizo pasar por delante del Bastión pero, al parecer, se desviaron antes de llegar. Encontramos a una pareja de la Guardia de la Reina que estaba de servicio en ese momento. No tenían mucho interés en hablar conmigo pero insistí y por fin se mostraron de acuerdo en cooperar.

Kang se imaginó perfectamente al alto e imponente Granak mientras «insistía». Sonrió inexorable.

—Les describí a Slith y al baaz que andaba con él. El Guardia de la Reina dijo que no habían visto a ninguno de los dos…

—¡Eso no es verdad! —gritaron al unísono las hermanas. Kang, sorprendido, las miró.

—Muy bien —dijo Kang—, ahora vamos a escuchar lo que sabéis vosotras. Sed breves.

—Señor —dijo Hanra—, vimos al subcomandante Slith hoy por la mañana. Lo vimos junto a Intendencia. —Bajó la cabeza y se miró los pies—. Nosotras… bueno… sentimos mucho aprecio por Slith, señor, por el subcomandante Slith. Y, el caso es que lo seguimos.

—Dijo que traía regalos para nosotras, señor —añadió Shanra—, y quisimos saber de qué se trataba.

—¿Se puede saber qué hacíais las dos en Intendencia? —preguntó Kang con severidad—. Ya no necesitáis más espadas, ¿verdad?

—Oh, no, comandante —dijo Shanra sin darse cuenta de la ironía—. Tenemos suficientes espadas, gracias, señor. Íbamos a recoger los componentes mágicos que Thesik y las bozaks necesitaban para…

—¡Psst! —le susurró la hermana.

Pero era demasiado tarde, Shanra, horrorizada, se tapó la boca.

—¡Magia! —Kang miró fijamente a Fonrar.

—Permíteme, señor —dijo ésta acongojada—, puedo explicarlo.

—Por supuesto que lo harás —dijo Kang en tono seco—. Pero lo primero es lo primero. —Se volvió de nuevo a las hermanas—. Así que vosotras seguisteis a Slith.

—Sí, señor —respondió Hanra al ver que Shanra estaba demasiado avergonzada para proseguir—. Lo seguimos a él y a aquel baaz tan raro. Entonces llegaron a ese edificio tan horrible…

—Al Bastión —dijo Kang.

—Así es, señor. Slith y ese baaz raro se detuvieron a mirarlo. Y entonces vimos a ese sivak. Aquel que… —Hanra se detuvo y adoptó una mirada confusa.

—Aquel a quien golpeasteis en la cabeza con una piedra —supuso Kang.

—Sí, señor. —Ahora era Hanra la cabizbaja.

—Continuad.

Así, entre las dos, las hermanas sivak relataron todo cuanto habían visto y oído entre Slith, Drugo y los Guardias de la Reina.

—Aquel baaz raro habló de una «oscuridad» y un «dolor temible». Estaba muy asustado. Le dijo a Slith que no fuera al Bastión. Slith le dijo que no lo haría, que lo único que pretendía era hablar con la Guardia de la Reina. Y eso fue lo que hizo. Les dijo lo que el baaz le había contado y les preguntó qué podía significar eso. Entonces el Guardia de la Reina dijo que aquel baaz se estaba haciendo el idiota. Entonces apareció un oficial y le dijo a Slith que era mejor que se marchara; entonces Slith y el baaz tomaron las cajas y se marcharon. Y eso fue todo lo que ocurrió…

—… bueno, queda lo que dijo el oficial en cuanto Slith se hubo marchado —añadió Shanra.

—¿Qué? —preguntó Kang con brusquedad—. ¿Qué fue lo que dijo?

Las dos se miraron con expresión de arrepentimiento.

—Díselo tú —musitó Hanra—. Has sacado el tema.

—Bueno… —Shanra suspiró profundamente—. Dijeron que pensaban que Slith había sido quien… mmm… había robado las espadas, señor.

—Dime exactamente lo que dijeron —ordenó Kang.

Shanra reflexionó unos instantes.

—Fue algo como: «Ese», refiriéndose al subcomandante Slith, «ha hecho una broma acerca de las espadas, señor. Además, ha dicho otras cosas sospechosas. Ha hecho preguntas acerca del Bastión».

—Sí, y cuando dijo eso, el oficial tenía una actitud de verdadero enfado —añadió Hanra—. Quiso saber qué había dicho el baaz y el sivak se lo contó. Todo eso de la oscuridad y el dolor temible.

Shanra intervino con entusiasmo.

—Yo me acuerdo de eso. El oficial dijo: «Me parece que eso puede ser un problema».

—Sí, y luego dijo el oficial: «Encárgate de ello» —dijo Hanra—. Y se marcharon.

—¿Qué camino tomaron?

—El mismo que el subcomandante Slith, señor.

—¿Y qué ocurrió luego? —preguntó Kang con el entrecejo fruncido.

Las dos se miraron entre sí, recelosas.

—¡Ah, sí! Ya me acuerdo —dijo Hanra—. Entonces llegó otro sivak corriendo y dijo que el enemigo estaba a la vista. Vimos que se acercaban más draconianos y pensamos que era mejor irnos.

—Sí, no queríamos perdernos los regalos —dijo Shanra.

—Los regalos —repitió Kang en tono ausente.

Estaba pensando en esos draconianos nuevos, en el modo en que habían llegado ilesos desde las Khalkist, tras atravesar las líneas de los goblins y alcanzar a la fortaleza. Slith no se acababa de creer la historia y estaba decidido a comprobar su veracidad. Se había pasado el día con un draconiano que le dijo que el Bastión era en lugar «oscuro y terrible» o algo parecido. El Guardia de la Reina consideró que Slith era un «problema» y recibió órdenes de «encargarse de ello». Ahora, aquel draconiano tan raro, cuyo cuerpo no se había transformado en piedra como debería haber ocurrido, estaba muerto y Slith, desaparecido.

Pero ¿por qué matar a uno y no a otro? Si Slith había tropezado con algo que no debía, ¿por qué no matarlo también? Había desaparecido de un modo misterioso, del mismo modo que los demás draconianos de la fortaleza. Kang jamás había creído que esos hombres fueran desertores y estaba totalmente convencido de que Slith no lo era. Por si fuera poco, había esas habladurías sobre el dolor y la temible oscuridad del Bastión.

Kang no tenía respuestas, pero sabía por dónde comenzar a investigar. Iba a buscar respuestas y a Slith. La mente de Kang no albergaba dudas de que su amigo se encontraba en una situación extremadamente grave. Si hubiera habido una salida, a esas alturas Slith ya la habría encontrado.

Kang empezó a impartir órdenes.

—Pelotón de apoyo, venid conmigo. El resto de vosotros se quedará aquí y continuará trabajando…

Las palabras de Kang fueron interrumpidas por el estruendo de las cornetas al atronar desde el exterior de las murallas. El general Maranta había errado en sus cálculos. Los goblins no iban a esperar al amanecer para atacar. Acababan de iniciar el ataque.

—¡Maldita sea! —dijo Kang. Luego describió con palabras algo más sonoras la gravedad de la situación.

Las cornetas en el interior de la fortaleza empezaron a llamar a los soldados para que tomaran posiciones. Los oficiales impartían órdenes a gritos mientras los draconianos les respondían con vítores y gritos de guerra. El suelo vibraba con los pasos de tantos pies.

Si Kang hubiera sido capaz de dividirse en dos, lo habría hecho en aquel preciso instante. Habría enviado la mitad de sí mismo hacia lo alto de la muralla para ver la disposición de las tropas de los goblins e intentar averiguar el punto por donde pensaban atacar primero y con más fuerza. A la otra mitad la habría enviado al Bastión para averiguar lo que había ocurrido con Slith.

También habría dividido a sus soldados. El Pelotón de Apoyo era necesario ahí porque no contaban con muchos efectivos. Necesitaba que algunos hombres acabaran de preparar al dragón para la batalla, otros para protegerlo y, además, necesitaba soldados dentro de la fortaleza que continuaran apagando incendios.

Sus oficiales guardaban la compostura, estaban dispuestos a actuar, estaban tensos, preocupados y no sabían lo que su comandante iba a hacer. Una descarga de flechas se elevó por encima de la muralla. Por suerte habían sido lanzadas a gran distancia y erraron. Tras rebotar sobre las pieles escamosas de los draconianos caían al suelo sin apenas causar daños. Sin embargo, todavía quedaba mucho por venir. Pronto la distancia se acortaría y los vuelos de las flechas serían más peligrosos.

Naturalmente, Kang sabía lo que tenía que hacer. Slith sólo era un draconiano. Su vida no tenía importancia. Kang era responsable de la fortaleza y de sus draconianos. En aquella batalla se iban a perder muchas más vidas que la de Slith, y Kang no podía permitirse que sus sentimientos personales interfirieran en sus acciones. Si se encontraran en la situación inversa, Kang habría esperado que Slith tomara la misma decisión y, si no lo hubiera hecho, le habría reprendido muy severamente.

—Orden revocada, Pelotón de Apoyo —dijo Kang con tranquilidad—. Andamos escasos de hombres.

—Es cierto, pero puedes utilizar nuestro escuadrón —dijo Fonrar de repente y de forma inesperada—. Señor, nosotras averiguaremos lo que le ha ocurrido al subcomandante Slith.

Antes de que Kang pudiera articular palabra para ordenarles con severidad que regresaran a sus barracones, Fonrar empezó a impartir órdenes a gritos.

—¡Soldados! Armaos y mantenedme informada. ¡En marcha! Pule, tráeme la espada y la malla.

La baaz saludó. Las hembras tiraron al suelo la madera que habían empleado para atizar el fuego y partieron a toda prisa hacia los barracones de un modo disciplinado y en orden.

—Ésta será una excelente misión de entrenamiento, subcomandante Fonrar —apuntó Huzzad.

—Es cierto —corroboró Fonrar. Luego, con la misma formalidad, añadió—: Nos sentiríamos muy honradas si nos quisieras acompañar, comandante de ala Huzzad.

—Seré yo quien se sentirá muy honrada, subcomandante —dijo Huzzad al tiempo que desenvainaba la espada.

Por entonces, Kang había logrado recuperarse de la impresión.

—¡No! —atronó—. ¡De ningún modo! No voy a permitirlo. Vais a regresar a los barracones…

Fue como si estuviera hablando con el Dragón Borracho. Ni Fonrar ni Huzzad le prestaron la más mínima atención. Las draconianas regresaron corriendo mientras se abrochaban los arneses. Se alinearon delante de Fonrar. Riel le entregó la espada. Thesik la ayudó a abrocharse mientras la comandante continuaba dando órdenes.

—Hanra, tú y tu hermana encaminaos hacia el Bastión. Id al frente. El resto os seguimos. —Fonrar miró a sus soldados—. ¿Estáis listas?

Las hembras le respondieron con un grito.

—¡Bien! ¡En marcha! ¡Paso largo!

El escuadrón emprendió la marcha. No guardaban un orden especialmente bueno, había incluso quien tropezaba todavía con la espada, pero marchaban a buen ritmo.

Fonrar saludó.

—Señor, encontraremos al subcomandante Slith. No te preocupes. —Se marchó precipitadamente acompañada de Huzzad, quien dirigió una sonrisa irónica a Kang.

Kang tomó aire para parar todo aquello. Pero entonces recordó las palabras de Huzzad y las escuchó con la misma claridad que si la humana se encontrara a su lado.

«Cada una tiene su propia alma y su propio destino. Cada una tiene derecho a luchar por el suyo. No les puedes robar este derecho. Ellas esperan que tú las guíes, las dirijas y las aconsejes. Pero no lo harán siempre. Con el tiempo empezarán a odiarte».

Kang bajó un poco el tono.

—¡Fulkth! Quédate al mando. Que el dragón esté listo con la primera luz. Si no regreso, asume el mando. Ya sabes lo que tienes que hacer. Granak, tú, ven conmigo.

Las calles estaban atestadas, abarrotadas. Todos los draconianos de la fortaleza se encontraban en movimiento; parecía que todos tenían que estar en un lugar en el que no se encontraban y se esforzaban por ir ahí a la vez. Nada, excepto tal vez el desplome de una montaña, habría logrado detener a Granak, el cual en ocasiones llegó a levantar literalmente a algunos draconianos para apartarlos de su camino y del de su comandante. Al poco alcanzaron a las hembras, que resultaron ser también muy eficaces en la tarea de abrirse paso en las calles.

Al oír el grito de Kang, Fonrar miró a su alrededor. Su expresión se endureció. Lo miró con insolencia mientras hacía acopio de todos los argumentos que la asistían y se dispuso a utilizarlos para el combate.

Al llegar a su lado, Kang levantó la mano y la saludó.

—Pido permiso para unirme a vosotras, jefa de la unidad —manifestó con seriedad y educación, del mismo modo que un oficial de rango superior se dirige a otro—. ¿Estás de acuerdo?

Fonrar le sonrió. Sus ojos brillaban más que las brasas ardientes.

—Estaré encantada, señor —dijo—. Muy encantada.

Huzzad se acercó corriendo al lado de Fonrar, miró a Kang y le guiñó el ojo.

—¿Compañeros? —preguntó.

—Compañeros —respondió Kang.