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Basado en hechos reales

Doce de la noche, guardia de Interna en Urgencias, que empieza a quedar despejada a esas horas. Llega a la sala de clasificación un chico de unos veinticinco años vestido de punk. Aparte de su indumentaria, se ve que es de familia adinerada y le acompaña su padre, un señor con traje y corbata. Además, uno de los residentes que está de guardia le conoce porque ha ido con él al colegio (de curas).

El chico empieza a explicarles lo que le pasa a los dos residentes que le atienden, entre balbuceos, como si no le saliesen las palabras. Finalmente se arranca del tirón:

—Veréis, es que llevo unos días que me pican mucho mis partes y me he encontrado unos bichillos. Mi duda viene porque, por un lado, acostumbro a dormir con mi perro y, por otro, me he echado una novia okupa. Así que quería saber si son garrapatas o es que he cogido ladillas.

Ante el cachondeo general y el asombro de todos, el joven punk saca del bolsillo una cajita de azafrán llena de bichitos muertos.

—Pero ¿qué haces? ¡Guarda eso! —Le dice el erre mayor con sorpresa.

—¿Por qué? Si están muertos —se defiende el chaval.

—Ya te dije que no era buena idea —añade el padre.

—Tío, yo tengo una perra que ha tenido garrapatas… y eso no son garrapatas —comenta el erre pequeño que le conocía del colegio.

—¡¡¡Puta punk!!! —Exclama el afectado.

Luego, cuando se va, añade muy digno:

—Buenas noches.

—¡No te olvides del champú de Permetrina*! —Le gritan los residentes cuando está ya casi en la puerta.

Suena el busca de un residente de Oftalmología: «Te pasamos una llamada de la calle».

—Buenos días, soy Carlos Fernández.

—Buenos días, yo soy la doctora…

—Doctora, me veo el ojo hundido.

—¿Cómo que hundido? ¿Qué quiere decir? Así por teléfono no le puedo ayudar. ¿Por qué no viene a que le miremos?

—Porque vivo en Segovia.

—¿Y por qué no va entonces al hospital de Segovia?

—Porque les he denunciado.

Entonces, ¿qué podemos hacer por usted?

—Es que tengo entendido que una doctora de su servicio vive por aquí cerca y he pensado que a lo mejor podía venir a mi casa a echarme un vistazo…

Una residente de Familia atiende a un presunto periodista que acude por la noche a Urgencias, con unas grandes gafas de sol cubriéndole la cara, por una insuficiencia respiratoria y una buena borrachera… Mientras le trata, el paciente comienza a hablarle de todas las novias que ha tenido en la vida, la última de quince años, otra que era médica (y que resultó ser en realidad su psiquiatra), y termina contándole todos los viajes que ha hecho en los últimos años.

Coincidiendo con las Navidades el paciente regresa para invitar a turrón a su doctora y a todo el servicio, y para agradecerles el trato recibido.

En su tercera visita el hombre acude al médico que está clasificando en Urgencias y pregunta por su residente. Como ella está ausente, le deja un paquete que contiene un libro de poesías, una carta invitándola a «cruzar con él el charco para que le pueda presentar a su señora madre» y, junto a eso, un disco compacto titulado El canto del jilguero campero.

Aún volvió una cuarta vez intentando localizar a su doctora, mientras esta se escondía en la cafetería del hospital.

Un día llegó un señor al hospital que aseguraba que un indio le había disparado una flecha. El residente que le atiende le responde que no le ve nada raro, y tampoco tenía ninguna señal en el hombro, donde presuntamente había recibido el impacto de la flecha.

El paciente insistió y le respondió que otros indios buenos le habían curado la herida con unas hierbas mágicas y no le había quedado cicatriz. El residente de neuro acaba por consultar a su adjunto, quien le explica que esta es una alucinación muy frecuente entre la gente que tiene el cerebro agujereado por el consumo de alcohol.

¡Ay el cerebro! Ese órgano misterioso y fascinante.

Los pacientes ancianos suelen dar mucho juego. Bien porque confunden palabras muy parecidas fonéticamente (bazo con brazo, por ejemplo) o porque se suelen tomar al pie de la letra las indicaciones del médico. Como aquel que se esforzaba, con poco éxito, en «coger mucho aire» con sus brazos.

Los bailes de letras pueden convertir el ácido úrico en ácido único, la intubación en incubación, el by-pass corona rio en un pa) ,-pa), la amputación de un miembro en una imputación, el ganglio centinela en ganglio policía, la diabetes en diabitis, el antidepresivo Seroxat en sexoral, el enema en una diadema y a las heparinas en harinas.

Y si alguien quiere ver más gazapos de este tipo, que lea Lapsus médicos, de También se encuentran muchos en la página www.auxiliar-enfermeria.com/traductor.htm.

El paciente solo tenía cinco años y la madre mostraba su preocupación al dermatólogo porque le había salido una mancha negra con mal aspecto en la punta del pene. Ni el adjunto ni el residente tenían muy claro qué podía ser a primera vista, así que programaron una biopsia para tomar una muestra de la misteriosa lesión y analizarla bajo el microscopio.

Ya en el quirófano, las enfermeras empiezan a limpiar la mancha con un antiséptico para prevenir cualquier infección, cuando observan sorprendidas cómo un trocito negro se desprende del pene y cae al suelo. Una de ellas coge agua y jabón y ante la expectación de todo el personal comienza a limpiarle el miembro al niño hasta ver cómo la mancha desaparece por completo.

Ese día el residente aprendió qué es la llamada «dermatosis neglecta», que los libros de medicina describen como un «acúmulo de detritus celulares e inorgánicos, sumados a una higiene deficiente». Algo así como una suciedad íntimamente adherida a la piel, que había formado ya costra, pero que nadie había sospechado inicialmente en un niño aparentemente limpio y bien aseado.

La madre salió del hospital convencida de que le habían realizado la biopsia a su hijo y con algunas recomendaciones de higiene para el pequeño, que empezaba ya a ducharse solo.

Aunque no es la única mancha sospechosa que pueden encontrarse los residentes a lo largo del MIR.

Un pediatra se devanaba los sesos en la consulta para saber qué podía ser la lesión que tenía en el entrecejo una niña de apenas un mes de vida.

Con la posibilidad de que se tratase de un nevus verrucoso (un tumor cutáneo benigno) y a punto de rellenar el parte para remitirla a Dermatología, a este pediatra humanista le dio por rascar un poco con el dedo la frente de la pequeña. Para su sorpresa (y la de los primerizos padres), empezaron a desprenderse del entrecejo pequeñas pelotillas de una sustancia blanquecina, que dejó ver la típica mancha de fresa en la piel que sufren muchos recién nacidos (y que se denomina técnicamente «hemangioma»). No era más que crema, para alivio de todos y bochorno de unos y otro.

Los padres aprendieron que no se debe echar crema en los hemangiomas, y el pediatra que las lesiones de la piel «deben palparse con decisión».

«¡Manolo, que casi me pisa usted!»

Dicho sea después de que la pierna que le estaban amputando a un paciente saliese disparada dentro del quirófano por el último tirón del cirujano vascular, al que se le escapó el miembro de entre las manos.

La muerte da también lugar a situaciones de auténtico humor negro y que muchas veces nadie sabe si ocurrieron realmente o no pasan de la categoría de leyenda urbana.

Como la de aquel residente que estaba de ayudante en una operación que se había complicado y acabó con el paciente muerto en el quirófano. Le dijeron que avisase a la familia para salir a hablar con ellos y el muchacho no tuvo otra ocurrencia que decir por megafonía: «Que pase por información la viuda del paciente».

En esto de los exitus circula una leyenda urbana, la típica que todo el mundo ha oído contar pero que nadie ha vivido en primera persona, sobre una residente de primer año. La chica vio en la historia la palabra exitus y cuando se encontró a la familia de la fallecida en el pasillo no se le ocurrió otra cosa que darles la enhorabuena por el éxito de su familiar.

Y también hay algunos familiares realmente radicales: «¡Un cura, necesitamos un cura!», gritaba la familia de una anciana de ciento ocho años mientras entraban en Urgencias con la mujer gravemente enferma.

Había una vez un tipo que acudía con cierta frecuencia a las Urgencias de un hospital provincial. Su visita siempre coincidía con el turno en el que había varias residentes femeninas y su patología siempre estaba relacionada con algún problema urinario (que si no puedo orinar, que si me molesta al ir al baño, que si tengo un poco de inflamación).

Hasta que un día, mientras le estaba atendiendo una residente nueva que aún no le conocía, la muchacha notó que todas las enfermeras la llamaban con gestos y aspavientos desde el control, al tiempo que entraba en el box un adjunto ya veterano en estas lides, barbudo y con cara de pocos amigos. La chica salió de allí medio empujada por el adjunto, sin acabar de enterarse muy bien de por qué no le dejaban a ella explorarle, al tiempo que el adjunto ordenaba al exhibicionista que se desnudase y le preguntaba qué le pasaba:

—Hummm, nada, bueno, esto, yo… Lo que pasa es que yo quiero que me atienda la señorita…

—Pues la doctora ya ha acabado su turno y ahora me toca a mí verle —le contestó huraño el adjunto.

—Nada, si ya me encuentro mucho mejor.

—Lo mejor será que se quede usted aquí hasta que logremos que orine.

—Que no, de verdad. Yo creo que lo mejor es que me vaya ya.

Dicen que hace tiempo que no ha vuelto por allí.

Un señor había llegado a Urgencias con molestias abdominales, cara de circunstancias y estreñimiento desde hacía varios días (sin especificar cuántos). La residente que le hizo el tacto rectal no salía de su asombro cuando tocó algo duro allí dentro.

La gente se mete cosas muy raras por el culo, pero aquello sonaba a… ¿cristal? Llamó a su adjunta y esta repitió la operación. Volvió a sonar ese mismo sonido, como cuando se golpea una ventana o una superficie dura. El hombre seguía los cuchicheos de las dos mujeres en silencio, con una cara muy digna, sin decir ni mu.

Al final, la radiografia desveló que el objeto extraño no identificado era ni más ni menos que un vaso de tubo. Un vaso que, por cierto, hubo que sacar en el quirófano después de varios intentos infructuosos de que saliese mediante un enema.

Por los orificios naturales del organismo han visto los residentes españoles desde pétalos de flores (la sorpresa erótica acabó en Urgencias), uvas, una pera (que hubo que ir recortando a base de mordiscos con el instrumental antes de extraerla con un fórceps), bolas de droga, frascos de desodorante, bombillas, pistolas de silicona, mangos de escoba, billetes, botellas de coca-cola… Y hasta una muñeca rusa que hubo que extraer en el quirófano porque al entrar en la vagina había hecho ventosa y no había manera de sacarla.

«¡¿Es chino?! ¡¿Es chino?!», preguntaba a gritos la ciudadana china en el paritorio, en pleno parto, mientras cerraba las piernas y pedía a los residentes que no dejasen entrar a su marido hasta asegurarse de la raza del bebé.

Otra pareja, de aspecto misterioso, no se separaba de un oso de peluche mugriento mientras la mujer daba a luz. Ningún residente consiguió quitárselo al marido de las manos para ponerle al niño recién nacido. Hasta que dos policías vestidos de paisano irrumpieron en el paritorio para detenerles por tráfico de peluches rellenos de cocaína. Solo entonces aceptó el hombre entregar su osito mugriento.

Y aquí van algunas más, cortesía de Jordi Martí, webrnaster de http://cartffleros.blogia.com:

Un paciente llama por teléfono a una empresa de ambulancias para solicitar un servicio para el día siguiente. Destino: el Hospital Induráin. El operador que le atendió tardó unos segundos en comprender, hasta que se dio cuenta de que se refería al Hospital Francesc Duran i Reynals, centro oncológico de referencia en Cataluña que toma su nombre de un prestigioso microbiólogo.

Una familia con aspecto adinerado acude a Urgencias de madrugada sujetando entre todos a un anciano profundamente dormido. Cuándo el médico les pregunta cuál es el problema, ellos comienzan a explicarle:

—Es que teníamos una cena familiar, y como el abuelo está un poco pallá, pues le hemos dado una pastillita para que no molest… Quiero decir, para que descansara.

¿Y?

Pues como no se dormía, a los diez minutos le hemos dado otra. Y luego otra. Y luego otra. Y otra… Al final, bueno, pues hemos dicho, da igual, que se siente a la mesa con nosotros. Y entonces se le ha caído la cabeza encima del plato.

—¿Y cuál es el problema? —Les pregunta el residente atónito.

—Que no se despierta.

Doctor: No hay más remedio que amputar esa pierna.

Paciente: ¡Oh, Dios mío! ¿Y no existe alguna otra alternativa?

Doctor: No. Es lo que debemos hacer para que no se extienda la infección.

Paciente: De acuerdo, pero… Cuando acabe la operación, ¿podría quedarme mi pierna de recuerdo?

Doctor (aguantándose la risa, por aquello del protocolo): Sí, de acuerdo. Bueno, ya veremos.