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Esto no es un simulacro
Esta historia comienza un sábado soleado de enero, a mediodía. Los alrededores de la Universidad Carlos III de Getafe (cerca de Madrid) se llenan de un runrún nervioso. Cientos de jóvenes se acercan al edificio de ladrillo rojo, mirando de reojo el reloj y con hojas de apuntes desparramadas entre las manos. Algunos apuran el último mordisco al bocadillo mientras buscan su nombre en las hojas de papel mal pegadas con celo en las paredes.
Cada uno busca su sitio, su aula de examen. Quedan apenas un par de horas para que comience una nueva edición del examen MIR, la prueba que facultará a miles de jóvenes españoles recién salidos de la carrera de Medicina para ejercer una especialidad en el hospital que quieran (o puedan) elegir. Sin este trámite, sus seis años de carrera no valen prácticamente para nada.
Treinta minutos antes de la hora decisiva, fijada escrupulosamente para toda España a las cuatro de la tarde (las tres en Canarias), el barullo se traslada a la puerta de las aulas donde se celebrará la prueba. Fuera del edificio se quedan los acompañantes. En la cola de los servicios se apuran los últimos abrazos, los últimos «¡Suerte!». Los corrillos comienzan a disolverse. Nadie habla de medicina, y tampoco se pregunta ninguna duda de última hora.
De repente comienza a oírse una letanía de nombres y el silencio se apodera de todo el edificio. Cada alumno pone el oído atento a la llamada de los interventores, y se acercan inquietos a la puerta cuando escuchan su nombre, blandiendo su DNI en la mano. Así una y otra vez, uno tras otro, hasta que todos toman asiento en el aula.
En el umbral, un interventor y dos o tres vocales repasan la lista de los presentes y se asoman a los pasillos esperando a los más rezagados, que tienen hasta las cuatro en punto de la tarde para llegar. Después de esa hora, las aulas de examen se cerrarán a cal y canto y los impuntuales habrán perdido la ocasión de examinarse. Al menos por este año.
En 2008 fueron 10.620 estudiantes de Medicina los que se presentaron al examen MIR en 21 ciudades diferentes de las 17 comunidades autónomas para optar a las 6.517 plazas de especialista. En total, 323 mesas de examen en las que el ritual se repitió con solemnidad. En 2009 las plazas aumentaron hasta 6.797 (para 11.202 aspirantes). De ellas, 3.039 eran para especialidades consideradas deficitarias por el Ministerio de Sanidad: Medicina Familiar y Comunitaria («Familia», para los amigos), Pediatría, Anestesiología y Reanimación (o «Anestesia» a secas), Cirugía General y del Aparato Digestivo, y Radiodiagnóstico (más conocida como «rayos»).
A las cuatro en punto, el interventor solicita a dos alumnos, elegidos al azar en cada clase, que se acerquen a la mesa del profesor, donde reposa una caja sellada con los exámenes que ha trasladado hasta allí una empresa de transportes especializada en estos asuntos delicados. Los dos testigos deben certificar que las pruebas vienen efectivamente precintadas, de manera que nadie antes que ellos haya podido ver su contenido. Una vez realizada esta comprobación de rigor y tras los pertinentes avisos sobre el teléfono móvil o cualquier otro aparato electrónico, da comienzo el examen.
Los alumnos tienen por delante cinco largas horas y 250 preguntas tipo test (y otras 10 de reserva, que se responden también por si hay que sustituir luego posibles anulaciones o impugnaciones). Alguno se pone unos tapones en los oídos para aislarse; unas filas más allá alguien coloca búhos, estampitas religiosas y demás amuletos de la suerte encima de la mesa.
Cada futuro médico recibe diferentes versiones del mismo examen, con las preguntas distribuidas en distinto orden, para evitar la tentación de copiar. Aunque como reconocen quienes les vigilan, en un examen tan largo, que abarca los conocimientos de toda la carrera, espiar al compañero no soluciona la papeleta. La única ayuda aceptada es la que ellos mismos traen de casa en forma de bebidas energéticas, chocolatinas o botellas de agua, y que se alinean en el pupitre junto a los lápices, gomas de borrar y bolígrafos.
Lo que muchos de los examinados no saben es que a la misma hora que ellos comienzan el examen, en una sala del Ministerio de Sanidad, doce misteriosos personajes proceden también a responder las preguntas que componen la prueba. Forman parte de la comisión de corrección que determina las respuestas correctas y que tiene la capacidad de impugnar aquellas que no estén del todo claras, que contengan algún error ortográfico o gramatical, o que no se hayan trascrito correctamente. Cada año se suelen lar unas cinco o seis cuestiones, que son reemplazadas por las preguntas de reserva.
Los doce sabios reunidos en torno al examen (entre los que se encuentra el estudiante con mejor nota de la última edición) tampoco han conocido el contenido de la prueba hasta el Día D. Y es que apenas un reducido grupo de dos o tres personas en toda España conoce el contenido íntegro de la prueba antes del examen. Su identidad, obviamente, se mantiene en el más estricto secreto.
El listado de preguntas se ha ido confeccionando sigilosamente durante varios meses con las cuestiones que han enviado desde todos los rincones de España destacados especialistas de todas las ramas de la Medicina. Cada uno de ellos ha recibido casi en secreto una carta oficial en la que se solicita su colaboración y se le pide que envíe tres o cuatro cuestiones de su ámbito, justificadas y avaladas por la bibliografía médica pertinente.
De esta manera, casi masónica, el examen se ha ido tejiendo durante meses con total confidencialidad, con las preguntas enviadas por los doctores elegidos. El mutismo alrededor del MIR se mantiene hasta el momento de imprimir las miles de páginas del cuadernillo de preguntas, que se hace en una reprografia cerrada a cal y canto para la ocasión y custodiada debidamente por funcionarios del ministerio.
Los cuestionarios salen de la imprenta empaquetados y debidamente lacrados para que la empresa de seguridad los recoja de una caja fuerte y los distribuya por toda España el mismo día del examen.
El dispositivo logístico que exige una prueba de estas características no es sencillo. En total, Sanidad cuenta con casi 900 personas, entre delegados (uno al frente de cada centro que acoge el examen), interventores (uno por aula) y unos 600 vocales que les auxilian. Además, unas 30 personas se dedican durante todo el año a preparar esta cita anual con los estudiantes de Medicina, a quienes hay que sumar los que integran las comisiones encargadas de validar el examen y decenas de trabajadores de apoyo.
El mismo día del examen MIR se celebran también las pruebas selectivas para otros colectivos que aspiran a una plaza de formación sanitaria especializada: biólogos, farmacéuticos, psicólogos, químicos, radiofísicos y enfermeros. Si nos atenemos a una proporción de géneros, en la convocatoria de 2008 fue nada menos que de un 73 por ciento de mujeres y un 27 por ciento de hombres.
La mayoría de las mesas de examen están en Madrid, en los campus universitarios de Getafe y Somosaguas, aunque la prueba también se celebra simultáneamente en Cádiz, Granada, Sevilla, Zaragoza, Oviedo, Palma de Mallorca, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Santander, Salamanca, Valladolid, Albacete, Barcelona, Badajoz, Santiago de Compostela, Logroño, Murcia, Pamplona, Bilbao y Valencia.
Durante la primera hora de examen está terminantemente prohibido que ningún alumno salga del aula. En ningún lugar de España. A partir de ese momento, quien quiera ir al servicio deberá hacerlo acompañado de un vocal, tras dejar encima de la mesa del profesor su examen y su DNI.
En cinco horas los futuros MIR deberán resolver decenas de casos clínicos (que en las últimas ediciones han ido aumentando en número) y preguntas teóricas, que pueden ser de asignaturas básicas, de especialidades o las llamadas «de aparatos». Para adaptarse a los nuevos tiempos, en el examen han ido aumentando las cuestiones de planificación y gestión sanitaria, estadística y epidemiología, genética y embriología… Sin embargo, cada vez se pregunta menos sobre anatomía y han descendido drásticamente las cuestiones teóricas. Es como si los examinadores buscasen alumnos capaces de pensar, de resolver casos reales que se van a encontrar luego en la vida cotidiana.
Una de las tendencias que observan los interventores y vocales de mesa, y que confirman las estadísticas oficiales, es el aumento del número de aspirantes extranjeros. Para aquellos que han estudiado en un país cuya lengua oficial no es el castellano, desde hace poco se exige además que superen una prueba de idioma antes de comenzar la residencia. Y son tantos los alumnos latinoamericanos que se presentan al examen en la actualidad que algunos ya bromean con el llamado «latinMIR».
Veamos un ejemplo de pregunta perteneciente a la prueba de 2008:
Un hombre de 32 años, con el antecedente de una colitis ulcerosa de tres meses de evolución, tratado con Prednisona (40 mg/día) y Mesalazina (4 g/día), acude al servicio de Urgencias por empeoramiento de su estado general acompañado de un aumento en el número de las deposiciones (hasta 10 diarias, todas con sangre) y dolor abdominal cólico. Es ingresado instaurándose tratamiento con esteroides por vía intravenosa (1mg/kg/día) y sueroterapia. A las 36 horas del ingreso se incrementa el dolor abdominal, aparece una distensión abdominal importante y ausencia de deposiciones. La exploración física muestra una temperatura corporal de 38,7°C; 124 latidos por minuto; abdomen distendido, dolo roso y algo timpánico junto a signos de irritación peritoneal. En el hemograma la cifra de leucocitos alcanza 17.000/mm3. Los estudios radiológicos realizados muestran un colon transverso dilatado 8 cm sin existencia de aire libre peritoneal. El deterioro del paciente persiste tras 24 horas de observación. ¿Qué tratamiento le parece más adecuado?
- Iniliximab.
- Colectomía subtotal de urgencia.
- Azatioprina.
- Ciclosporina por vía intravenosa.
- Salazopirina a dosis altas por vía intravenosa.
La opción correcta es la número 2.
En las plantillas de respuestas que los alumnos tienen que entregar al terminar deben marcar («con un bolígrafo de tinta indeleble», especifica el BOE) el número de la contestación correcta en cada caso, con la cifra escrita de su puño y letra. No se trata de tachar casillas. Este sistema tiene una razón de ser. En exámenes tan largos se desaconseja que las respuestas se elijan tachando en una plantilla, porque existe más riesgo de equivocarse.
Por eso, en el MIR, cada hoja de respuestas con los números escritos a mano por los aspirantes se graba después manualmente en un ordenador («porque no existe, hoy por hoy, ninguna máquina capaz de leer con fiabilidad los guarismos», reconoce Sanidad). Posteriormente se corrige, ya sí, automáticamente. Por si acaso, el Ministerio de Sanidad advierte a los examinados:
Al dorso del presente escrito figuran las contestaciones que ha consignado Vd. en la hoja de respuestas del ejercicio de las Pruebas Selectivas tal y como han sido grabadas. Puede Vd. verificar si esta grabación ha sido correcta cotejándola con la propia de la hoja de respuestas que obra en su poder. Si existiera algún error, solicite la oportuna rectificación.
A medida que los futuros médicos van completando las 250 preguntas pueden entregar su hoja de respuestas autocopiativa (dos copias para el interventor y una para ellos) y salir del aula, excepto durante la media hora final de la prueba, en la que no se autoriza a nadie a irse. Quienes acaben su examen entre las ocho y media y las nueve de la noche deberán entregar su hoja de respuestas y esperar sentados en el pupitre a que termine el resto de sus compañeros para que la puerta de salida pueda volver a abrirse. Los que quieran llevarse a casa el cuadernillo con las preguntas también tendrán que esperar a que todo el mundo termine para volver a entrar a la sala y recogerlo, ya que está terminantemente prohibido salir del aula con el examen mientras aún haya compañeros examinándose.
Desde la introducción del examen MIR en 1978, muchas cosas han cambiado. En la sociedad española, en los estudiantes de Medicina, en las características del examen, en las condiciones de las aulas… «Antes se podía fumar en la clase durante el examen. Luego ya solo en los pasillos. Y ahora, ni lo uno ni lo otro», bromea un veterano vigilante de la prueba, con trece ediciones a sus espaldas.
El año 1995 marca un nuevo hito en la historia de este examen de especialidades. Para adaptarse a la normativa comunitaria, el Ministerio de Sanidad estableció en aquella edición una convocatoria específica para Medicina Familiar y Comunitaria, diferente de la General, con el fin de que los nuevos médicos, licenciados después del 1 de enero de 1995, pudiesen obtener la acreditación europea para ejercer como médicos generalistas (que hasta la fecha no requería este trámite).
Todos los médicos del sistema público de salud licenciados después de ese año deben poseer, por tanto, el título de especialista para poder ejercer en el sistema nacional de salud. A partir de esa fecha, Sanidad convocó dos MIR al año, uno para Medicina de Familia y otro para el resto de especialidades, hasta que en 2001 se volvió a reunificar en un único examen anual.
En el aula, el último trámite del ritual exige de nuevo la presencia de los dos alumnos testigos, aunque si terminaron pronto y ya no están en la sala, se puede llamar a otros. En colaboración con el interventor del aula, introducirán todas las hojas de respuestas de sus compañeros, junto con el acta que registra si ha habido alguna incidencia y la lista de alumnos presentados, en una bolsa sellada. Un segundo envase sirve para recoger los «restos»: los exámenes de quienes no se presentaron a la prueba, el cuadernillo de preguntas de los que no se lo quisieron llevar…
Y la misma empresa de transportes se encarga de llevar este material, nuevamente precintado, hasta el Ministerio de Sanidad, donde permanecerá custodiado hasta el lunes, día en que se abrirán los paquetes delante de todos los interventores y delegados (que reciben una gratificación de unos cien euros por esta tarea) para que dé comienzo el proceso de corrección.
La salida del examen es una mezcla de sentimientos entremezclados, raros. Hay barullo en el ambiente y cierto alivio. Se valora la dificultad del examen y se compara con los simulacros que se han hecho en la academia. «Este año han caído más preguntas de genética», dice alguien bajando las escaleras hacia la calle. Hay quien va a celebrarlo con los amigos hasta que el cuerpo aguante, y quien prefiere hacerlo tranquilamente con la familia. Algunos grupos esperan con botellas de champán a la salida. También se ven algunos ramos de flores.
Un año, al alumno que después sacaría el número uno de su promoción, le preguntaron sus compañeros:
—¿Qué tal, cómo ha ido?
—Bien, creo.
—¿Cuántas tienes seguras?
—Seguras, seguras… Solo unas sesenta.
Tal es la confusión de la salida y la sensación que generan las preguntas. Cualquier cosa puede pasar.
La tensión acumulada ha sido tal que muchos no pueden pegar ojo la noche después del examen. Ahora quedan unos meses libres por delante hasta empezar a trabajar. Es la hora de recuperar el tiempo empleado en estudiar. Quien más, quien menos, hace la maleta y sale de viaje para desconectar. Las playas del Caribe, diversos lugares de Latinoamérica (como Argentina) o las pistas de esquí son los destinos preferidos. No obstante, siempre se va con un ojo puesto en la página del Ministerio de Sanidad (www.msc.es), donde irán apareciendo las notas, los plazos y otros asuntos importantes que les competen. Eso sí, nadie hace planes para el mes de abril, que es cuando toca elegir plaza y hay que estar disponible para viajar a Madrid en cualquier momento.
Aunque oficialmente las notas tardarán unos días en salir, los más impacientes pueden comprobar su plantilla de respuestas apenas unas horas después de la prueba, gracias a su difusión extraoficial en múltiples portales de Internet. Para quienes no soporten la tensa espera, este medio les ofrece al menos una aproximación.
La nota del examen supone un 75 por ciento de la puntuación final a la hora de elegir plaza; el 25 por ciento restante procede de los méritos académicos, es decir, de la media de sus notas durante la carrera. Comprender exactamente cómo se obtienen estas calificaciones requiere coger papel y lápiz y una calculadora.
En el examen cada respuesta acertada suma tres puntos, mientras que los errores restan uno. Las no respondidas suman cero. Una vez que se han evaluado todos los ejercicios en toda España, se halla la media de los diez mejores exámenes, una cifra a la que se asignan 75 puntos. Cada año el número de preguntas netas necesarias para obtener ese tope puede variar en función del nivel de los exámenes, aunque suele oscilar entre 200 y 205 en el último lustro.
Para conocer la nota de cada ejercicio individual se suma su puntuación (las preguntas acertadas menos los fallos), se multiplica por 75 y se vuelve a dividir esa cifra por la media de referencia inicial (la que arrojaron los diez mejores ejercicios). A eso hay que sumar el expediente académico de la carrera, que se obtiene multiplicando su valoración por 25 y dividiéndolo de nuevo por los diez mejores expedientes de la promoción.
La nota final del MIR (con cuatro decimales) es la que resulta de sumar la puntuación final del examen y del expediente académico. Esas puntuaciones se ordenan para establecer el número que le corresponde a cada alumno, y que determinará su turno a la hora de elegir plaza.
Todas estas cábalas han desencadenado una especie de numeritis que condiciona gran parte de las decisiones y aspiraciones de los estudiantes. Y que les tiene en vilo, consultando las listas de años anteriores hasta el día que les toca elegir plaza. Es imposible no agobiarse.
Unos diez días después del examen se publican las plantillas con las respuestas correctas. Luego los postulantes disponen de tres jornadas más para reclamar, y casi un mes después del examen se publicarán por primera vez las relaciones provisionales de resultados, que tardarán casi otros treinta días en ser definitivas. Los primeros días del mes de abril los estudiantes tendrán que acudir a la sede del Ministerio de Sanidad para el acto de asignación de plaza, y aún tendrán que esperar hasta mediados de mayo para incorporarse definitivamente a su nuevo centro. Esto significa que habrá pasado prácticamente un año desde que salieron de la facultad hasta que ejercen por primera vez como médicos internos residentes.
Atrás quedaron los meses de preparación, el agobio, las horas de sueño perdidas, el mal humor, la tensión acumulada, «el peor año de mi vida»… Prepararse para este examen se parece mucho a una carrera de fondo. Y como ocurre en el atletismo profesional, también alrededor del MIR muchas cosas han ido cambiando y profesionalizándose en los últimos años.
Antes, estos fondistas no tomaban la salida hasta que no habían acabado la carrera de Medicina, y se dedicaban a estudiar entre junio y la fecha del examen (que no siempre ha sido en enero, sino un poco más tarde). Sin embargo, con la creciente competencia para elegir las plazas más codiciadas, cada vez son más los estudiantes que han optado por empezar a prepararse desde el último año de carrera. Así que son muchos los que compaginan sexto de Medicina con el «preMIR». Para ayudarles en este cometido, durante los últimos quince o veinte años han surgido una especie de «entrenadores personales» que constituyen un negocio muy lucrativo: las academias.
Quitando contadas excepciones, como la de los repetidores que ya conocen bien el mecanismo del examen, no hay prácticamente nadie hoy en día que se prepare por su cuenta, sin la ayuda de estos centros de estudios privados dedicados en exclusiva a prepararles para este examen. No es una moda, dicen algunos, sino cuestión de necesidad. Antes el MIR se preparaba en casa o mientras se hacía la mili, ahora se ha convertido prácticamente en un curso adicional de la carrera.
Por una cantidad que puede oscilar entre los 1.200 y los 3.000 euros, según la calidad, fama o medios de la academia (que también en esto hay clases), los alumnos tienen la oportunidad de conocer las mejores técnicas para aprobar el examen, de repetir sin cesar simulacros de la prueba, de responder a decenas de miles de preguntas de test y de darle tres o cuatro vueltas al temario en los meses que tienen por delante. Y sobre todo de saber qué temas están de moda en cada especialidad y cuáles tienen más posibilidades de aparecer.
El dinero que pagan incluye el material didáctico, varios cientos de horas de clase y la ayuda de un tutor que estará a su disposición hasta que escojan plaza. Generalmente se trata de adjuntos jóvenes que obtuvieron las mejores notas de su promoción o incluso residentes muy brillantes que están aún en su cuarto o quinto año de MIR y conocen al dedillo la dinámica del examen.
En algunos casos, los alumnos tienen que desplazarse desde sus ciudades de origen hasta otras, donde se encuentran las academias más prestigiosas. Este cambio de hogar constituye una especie de residencia de estudiantes donde se vive por y para el MIR. En otros casos, los profesores de un centro se desplazan a todas las provincias españolas donde la academia tiene sedes y dedican un día completo a la semana (de diez de la mañana a diez de la noche ininterrumpidamente) a los tests y las tutorías.
En estos centros no se repasa el temario de la carrera de Medicina, sino que se prepara específicamente para un examen que, técnicamente, no tiene un temario oficial. La metodología de las academias está orientada a que aprueben el examen, y se insiste en qué cuestiones son más importantes y cuáles no lo son tanto. Las asignaturas están orientadas alrededor de la prueba, y los simulacros se llevan a cabo en las mismas condiciones que el día del examen real.
Cada uno de estos centros presenta su propia organización, pero en general suelen repasar tres o cuatro veces la materia del examen, con una semana de descanso entre cada una de estas vueltas. La asistencia a clase es obligatoria, y los alumnos aprenden a resolver casos cínicos, repasan las preguntas que suelen caer, y aprenden las mejores técnicas para ser capaces de responder 250 preguntas en cinco horas. Apenas se dispone de un minuto por cuestión, por lo que no sirve recrearse en las que se saben con seguridad. Por otra parte, las que parecen demasiado sencillas despistan, pero no se puede perder el tiempo. Hay que ir al grano.
El procedimiento básico empieza por leer bien el enunciado y responder mentalmente sin ver las respuestas, pues esto permite ganar algo de tiempo. Luego, simplemente, hay que comprobar que esa respuesta aparece entre las opciones. Si se duda entre las cinco posibilidades, mejor no responder, porque hay más opciones de fallar, lo que supone restar un punto. Pero si solo dudas entre dos o tres, se puede uno arriesgar.
Durante los meses de preparación, los «atletas» cuidan su cuerpo con mimo (y con mucho chocolate y cafeína). Para aguantar doce horas delante de los libros hace falta estar muy descansado, así que apenas se permiten un liz. Sus profesores les recomiendan que se tomen un día a la semana de descanso total («Aprendes a saborear el domingo, un día que suele estar infravalorado por el resto de la gente»), sin abrir los libros.
Sin embargo, a muchos les cuesta desconectar del todo. El cine o el ejercicio físico suelen ser los aliados preferidos para el descanso dominical; y hay quien se graba las lecciones en el mp3 para escucharlas en cualquier momento y no perder ni un minuto el resto de la semana.
Algunos prefieren desahogarse a través de Internet y contar sus experiencias en algún blog que se acaba convirtiendo en lectura de referencia obligatoria para quienes pasan por el mismo trance. Es una buena manera de hacer piña, de sentirse parte de la «comunidad MIR». Por ejemplo:
Más que perder el contacto con tus amigos de siempre, te pierdes cosas que hacer con ellos, fiestas, viajes… En mi caso, por ejemplo, no entendían que yo no quisiese salir un sábado por la noche, después de toda la semana estudiando, y encima sabiendo que me tomaba el domingo libre.
No entendían que lo que más me apetecía después de salir de la academia, destrozada, era ponerme el pijama y tirarme en el sofá. Al final te da la sensación de que solo te comprenden los que están en la misma situación que tú, y eso te une mucho con otros MIR.
Son meses raros, dicen quienes pasan por ello: «Es un año que vives exclusivamente para eso». Les cambia el carácter; no pueden hacer planes, hay días de llanto y otros de pagar el mal humor con la familia o con la pareja. Muchos lo comparan con la preparación de unas oposiciones. «Te lo perdono por el MIR», es una frase corriente.
Todo se exagera mucho, las emociones están a flor de piel, y aunque muchos no lo verbalizan, la presión por sacar la plaza deseada siempre está ahí, rondando en algún rincón de su cabeza. Para los que tienen padres médicos, la tensión suele ser aún mayor, aunque gran parte de la presión se la imponen ellos mismos por el miedo a fracasar, a no estar a la altura, a no ser capaces de emular la figura paterna o materna… Muy freudiano todo.
Lo peor suelen ser las Navidades, cuando el examen se vislumbra a la vuelta de la esquina. Sin embargo, todo el mundo (el resto del mundo) hace planes para salir a comprar los regalos, celebrar la Nochevieja o viajar para ver a la familia.
La mayoría piensa en la cantidad de cosas que hará cuando por fin haya acabado todo, aunque luego se pasen los dos o tres días siguientes al examen en una especie de aletargamiento, de modorra extraña. Es la hora de recoger los papeles y el material de la academia, de quitar los postit y las notas pinchadas en el corcho de la pared, de limpiar las montañas de papeles de la habitación de todos los indicios que hablan de los meses que se han pasado allí, encerrados.
Se pasa de no tener ni un minuto libre a disponer de las veinticuatro horas del día. Como explica el blog http://miraldia.blogspot.com, ese periodo entre el fin del examen y el primer día de hospital puede dividirse en tres fases claramente marcadas.
- La primera, que bien podría bautizarse como «etapa Ana Rosa», es aquella en la que el futuro MIR tiene todo el tiempo libre del mundo. Acostumbrado como está a no moverse durante horas de su mesa de estudio, descubre de repente que no tiene que estudiar más y se dedica a vagar por casa, intentando hacer planes con otros amigos que sí tienen que trabajar o estudiar; o bien se sienta frente a la televisión desde por la mañana para ver programas del corazón.
- En un segundo momento la inactividad se transforma en movimiento. El MIR siente la imperiosa necesidad de hacer de golpe todas las cosas que ha dejado aparcadas mientras preparaba el examen. Viajar, leer, salir, ir al cine, coger la bicicleta, apuntarse al gimnasio, quedar con los amigos, hacer un curso de manualidades, ir a la peluquería, salir de compras… Según la personalidad del residente, esta fase (muy parecida a los propósitos de cada nuevo año) puede ser una mera ilusión, de corta duración, o prolongarse durante varios meses, para agotamiento de su pareja y amigos, que se ven arrastrados inevitablemente en esta vorágine.
- Al final y por una mezcla de aburrimiento y nervios, la tercera fase se caracteriza por un solo pensamiento que ocupa la cabeza del MIR día y noche: «Que llegue ya el día de la elección de plaza, por favorrrrrrrrrrrrrr».