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Quienes se presentan al MIR en los últimos años tienen la sensación de que esta es una buena época. Cada año hay más plazas a las que optar y son menos los estudiantes que terminan la carrera, por lo que también hay más renuncias y resulta más fácil conseguir, aunque sea, alguna de las últimas plazas de la lista. De hecho, en los últimos veinte años se ha pasado de una proporción de 20 candidatos por plaza a 1,3 en las ediciones más recientes, según datos de la Organización Médica Colegial (OMC).
En los años 2005 y 2006 quedaron plazas sin escoger por primera vez en la historia de este examen. Y es que ya no se trata simplemente de aprobar, sino de escoger la especialidad a la que uno aspira, en el hospital que le gustaría y en la ciudad deseada.
Además, hasta ahora los médicos podían presentarse al examen tantas veces como quisiesen sin renunciar a su plaza, por lo que cada vez era más frecuente la figura del repetidor que aspiraba a una segunda especialidad o que trataba de optar a su destino soñado en un segundo o tercer intento. A partir de la edición 2008/2009, sin embargo, el ministerio exige que quien ya esté haciendo la residencia en una especialidad renuncie a esa plaza si quiere volver a examinarse:
Solo podrán concurrir a las presentes pruebas si junto con su solicitud aportan renuncia previa y expresa a la plaza en formación que desempeñan.
Otro de los cambios que introduce el examen a partir de ahora es que los candidatos deben sacar puntuación positiva en la prueba tipo test («o, en su caso, superior a la puntuación mínima en los términos que se determine en la convocatoria»). Las renuncias a coger plaza de los últimos años habían permitido que hasta los peores clasificados en el examen tuviesen opción a elegir destino. ¡Incluso con puntuación negativa en su prueba! Con solo poner su nombre en el examen, sin contestar ninguna de las preguntas (con un cero orondo de nota), cualquiera que hubiese aprobado la carrera de Medicina podría acceder a una plaza de especialista si se daban ciertas circunstancias.
Las más codiciadas suelen ser, año tras año, Cardiología (en 2008 la eligieron 20 de los 100 mejores MIR), Medicina Interna o Dermatología (con 9 peticiones entre el «top 100»), Pediatría (8 solicitudes), Neurología, Neurocirugía y Psiquiatría (con 4 cada una), y las distintas cirugías: Plástica (7 demandas entre los mejores) y Cirugía Ortopédica y Traumatología (6).
Siempre suelen cubrirse en último lugar Medicina de Familia, Microbiología, Análisis Clínicos y Medicina del Trabajo… Madrid y Barcelona son las grandes receptoras de MIR de toda España, y buena parte de quienes sacan mejores notas eligen alguno de sus hospitales.
En cuanto salen las notas provisionales que les permiten hacerse una idea de qué puesto ocuparán en la lista, y por tanto a qué pueden aspirar, los futuros residentes comienzan a hacer sus rondas (y también sus cábalas). Es el llamado «turismo de hospitales», que se acentúa sobre todo cuando las listas son definitivas y ya saben sin lugar a dudas cuál es su número, es decir, qué puesto ocupan en la lista para escoger la plaza deseada.
En grupo o acompañados por algún amigo, los futuros MIR suelen visitar los centros y hablan con los residentes mayores que ya están allí para conocer cuál es el ambiente, qué tal son los adjuntos, si se aprende mucho, si les dan o no responsabilidades, o si el tutor* de docencia les trata de igual a igual. Incluso (sobre todo algunos) se preguntarán si se liga mucho.
Cualquier información es buena para ir haciéndose una idea del sitio en el que van a pasar los próximos cuatro o cinco años de su vida y cómo es la rama de la Medicina a la que se van a dedicar profesionalmente. A veces hace falta desplazarse a otras ciudades españolas para visitar dos o tres hospitales en un solo día, y se aprovecha la excusa para estar con amigos que ofrecen alojamiento gratuito y algo de diversión después del examen.
Quienes ya han pasado por este trance recomiendan hablar a solas con varios residentes; de distintos años a ser posible y, por supuesto, sin jefes ni adjuntos delante. Contar con diferentes opiniones de un mismo servicio puede ayudar a contrastar los pareceres de los más optimistas y de los más pesimistas hasta dar con un punto intermedio para hacerse una idea aproximada de cómo funcionan las cosas.
Incluso aunque ya se conozca el servicio por las prácticas de la carrera, no hay que preocuparse por preguntar, porque los residentes están acostumbrados a este tipo de acoso cuando llega la fecha y a la mayoría no le molesta dedicar algo de tiempo en los pasillos a resolver dudas.
Por otra parte no está de más conocer la opinión que tienen sobre el servicio otros compañeros del hospital, de especialidades diferentes. Esta visión desde fuera permite a veces descubrir servicios famosos por su mal ambiente y por estar en guerra perpetua («vuelan las tijeras en el quirófano»), sobrecargados de trabajo o en los que el jefe es conocido por su mal carácter o su excesivo autoritarismo.
Suelen ser departamentos en los que la jerarquía está claramente establecida y se putea en cadena al de abajo. En algunos lugares los adjuntos son muy competitivos, ambiciosos, ansían suceder al jefe. Y los residentes acaban por pagar el pato, no aprenden nada, cargan con todas las tareas tediosas y burocráticas, y se ven sobrecargados de guardias. El MIR va a pasar infinidad de horas en ese centro los siguientes años, por lo que un buen ambiente ayuda a que todo vaya mejor.
Muchos factores pueden condicionar la elección de plaza. Hay quien desea quedarse en su ciudad a toda costa, aunque tenga que conformarse con una especialidad que no entraba en sus planes; y a otros no les importa viajar a cualquier rincón del país con tal de hacer lo que siempre quisieron. Muchos no tienen una idea exacta de lo que quieren y simplemente eligen por descarte cuando les llega la hora. Otros solo rezan para que su número les permita elegir plaza en el mismo hospital donde hicieron las prácticas y donde ya conocen al personal, las rutinas y el ambiente.
También están los que sacan mejor nota de lo esperado y de repente se sienten casi obligados a hacer alguna especialidad de las gordas (Cardiología, por ejemplo). Algunas se ponen de moda de un año para otro, porque los residentes hablan bien de ellas, porque parece que los primeros números van a elegirlas, o porque se dice que tienen buenas salidas profesionales… Cuestión de modas.
En la elección de plaza puede influir, por ejemplo, el hecho de tener o no pareja. Sobre todo si ambos son MIR, una circunstancia que obliga a una doble elección. Porque… ¿y si uno tiene buen número y el otro no? «¿Debo renunciar?». «¿Queremos estar juntos a toda costa?». «¿Dejo pasar números para que podamos elegir juntos?».
Los médicos de familia tienen que decidirse desde el inicio incluso por el centro de salud en el que pasarán el último año de formación, así que tampoco es extraño verles rondando por los ambulatorios preguntando a sus futuros colegas.
La Asociación de Médicos Internos Residentes (AEMIR) recomienda en su página de Internet (www.aemir.org) hacer algunas preguntas sencillas antes de decantarse por una plaza: ¿cómo se organizan las rotaciones? ¿Qué servicios se visitan? ¿Qué se hace en cada año de residencia? ¿Cómo es el día a día? ¿Hay alguien que supervise? ¿Los adjuntos dan mucha responsabilidad a los residentes? ¿Cuántas guardias se hacen al mes? ¿De qué tipo? ¿Hay tiempo suficiente para estudiar? ¿Permiten librar al día siguiente? ¿Cómo son los adjuntos? ¿Comparten responsabilidades con los residentes o pasan de ellos? ¿Qué prestigio tiene el hospital? ¿Hay algún área en la que destaque especialmente? ¿Dispone de la última tecnología médica? ¿Cuántas intervenciones se programan al mes? ¿Se opera en las guardias? ¿Dejan operar a los residentes? ¿Hay suficiente calidad investigadora? ¿Se anima a los residentes a participar en investigación y ensayos clínicos? ¿Se publican artículos originales en revistas médicas? ¿Se fomenta la asistencia de los MIR a congresos y seminarios? ¿Qué servicios organizan jornadas o cursos? ¿Cuánto gana un residente? ¿Cuánto le van a pagar por las guardias? ¿Qué horario debe cumplir? ¿Hay que trabajar sábados y domingos? ¿Hay posibilidades de quedarse a trabajar una vez acabada la residencia? ¿Qué tal están las instalaciones? ¿Hay biblioteca y suscripciones a publicaciones científicas? ¿Aparcamiento? ¿Es cara la vida en esa ciudad? ¿Cuál es el ambiente entre residentes? ¿Y en el servicio? ¿Se organizan fiestas?
Por si fuese poca presión, aún hay que esperar hasta abril para que llegue el famoso día de elección de plaza. Algunos aprovechan esos dos o tres meses para colegiarse, repasar algún libro, buscarse un trabajillo que les permita ganar algo de dinero (en residencias de ancianos por lo general) o simplemente no hacer nada.
Pasada la euforia inicial tras liberarse de la carga que supone el examen, y después de volver de algún viaje de relax, la verdad es que poco o nada tienen que hacer los futuros residentes («Son las vacaciones que nunca vas a volver a tener en tu vida hasta que te jubiles»). Solo hay que esperar y combatir los nervios. O quedar con otros MIR, porque el resto de amigos suele estar trabajando o estudiando y no hay nadie que tenga tanto tiempo libre.
Dicen que el día de la elección de plaza es incluso más estresante que el del propio examen. Y es que después de tanto esfuerzo nadie se puede permitir el lujo de equivocarse. Además, no es extraño que los estudiantes tengan que aguantar constantemente las preguntas de familia, amigos, vecinos, conocidos o allegados sobre el destino que elegirán. Desde que empiezan sexto hasta el mismo día de la elección de plaza, una y otra vez, sin descanso, se produce este acoso, con la pertinente cara de sorpresa de sus interlocutores si aún no se han decidido: «Pero ¿cómo? ¿Que aún no sabes lo que quieres hacer?».
Preguntar a quienes ya se han especializado tampoco tiene por qué ser de gran ayuda: «No hagas gine porque tienes una responsabilidad brutal y encima tienes que atender a las embarazadas a tiempo completo». «Pasa de las cirugías: los residentes se pegan por operar, no libran las guardias, hacen jornadas interminables y además las salidas laborales son regulares». «Olvídate de neuro, que los neurólogos no curan a nadie». O al contrario: «Si quieres calidad de vida, vente a Dermatología». O «Los oftalmólogos vivimos muy bien».
Hay quien lleva toda la vida deseando hacer una especialidad a toda costa y se bloquea si ya no quedan plazas libres cuando le toca elegir. De hecho, no es extraño que cada año repitan el examen alumnos que sacaron alguna de las cien mejores notas de toda España.
Tampoco son raras las renuncias durante el primer año de residencia: gente que lo deja porque no era eso lo que esperaba, o que optó por una especialidad diferente a sus expectativas porque «tenía demasiada buena nota para desperdiciarla». Además hay que tener en cuenta que una especialidad no es lo mismo que una asignatura de la carrera, así que no es de extrañar que algunos se lleven un buen chasco al llegar a su servicio. Pese a todo, la mayoría acaba por cogerle cariño a su especialidad, incluso cuando no fuese su primera opción.
También hay expertos en pescar en aguas revueltas, capaces de optar por un destino mejor al que aspiraban porque alguna plaza de arriba quedó libre y nadie con mejor nota la escogió antes que él.
La tensión aflora a medida que se acerca la fecha de la elección. Atrás quedó el invierno del examen y el calor empieza a apretar. Han sido meses raros, con demasiado tiempo libre. Con el número definitivo en la mano, los hospitales pateados de arriba abajo y una idea más o menos aproximada en la cabeza, toca aguantar los nervios y mantener en secreto la plaza deseada… ¡Dicen que si se comenta con mucha gente acaba por gafarse!
Durante unos diez días, a un ritmo de trescientas o cuatrocientas personas al día (en turnos de mañana y tarde), los futuros médicos deciden su destino con tan solo pulsar la tecla enser. Muchos se han desplazado a Madrid desde todos los rincones de España, algunos incluso un día antes para esquivar cualquier posible percance (atascos, retrasos, accidentes). Pueden ir solos, acompañados por su familia o por algún amigo que también tiene que elegir.
A medida que se acerca la hora programada para la elección, los alrededores de la sede del Ministerio de Sanidad comienzan a tener el mismo aspecto que un estadio de fút bol poco antes de un gran partido. Empieza a hacer calor (¡qué se lo digan sobre todo a los que eligen por la tarde!).
Poco a poco los implicados se arremolinan junto a una puerta lateral del ministerio, como hicieron el día del examen MIR, intentando escuchar y entender lo que se dice por megafonía. Van entrando en grupos de cincuenta después de enseñar el DNI y recibir una hoja que indica cuál es su número de orden y cuáles son las plazas que quedaron vacantes tras finalizar el turno anterior.
Los peores números, que tienen aún varios días de nervios por delante hasta que les toque elegir, pueden ir siguiendo las plazas que van quedando libres a través de la página web del Ministerio de Sanidad, de manera que cuando llegue su turno tengan una idea más o menos aproximada de si les han quitado o no sus destinos deseados.
Los acompañantes pueden entrar a la sede ministerial por otro lateral del edificio y acomodarse en una sala habilitada para ellos. Allí podrán seguir por megafonía lo que ocurre en el aula Ernest Lluch, donde se acomodan nerviosos los electores: en las primeras filas los que tienen mejores números, y detrás de ellos el resto de sus compañeros. Después de recibir las explicaciones necesarias sobre el funcionamiento del acto y las advertencias sobre teléfonos móviles y demás artilugios electrónicos, comienza el espectáculo.
De diez en diez, los futuros MIR van subiendo a la tarima, donde se encuentran con cuatro ordenadores diferentes, varios funcionarios y una gran pantalla en la pared que va mostrando la elección de cada uno. Sentados en el auditorio, algunos se aíslan en su mundo, escuchando música con auriculares para no ponerse más nerviosos. Por el rabillo del ojo, pendientes de lo que van eligiendo quienes tienen delante, van siguiendo el proceso sin comentar siquiera con los que tienen a su alrededor qué plaza tienen en mente, no vaya a ser que su interlocutor también la quiera. No es extraño que se mienta sobre la elección: «Mi sueño de siempre ha sido hacer Medicina del Trabajo en Ceuta».
El consejo más repetido es mantener un mutismo absoluto sobre las preferencias. Se dice que es una cuestión psicológica: si alguien está indeciso y oye al de al lado lo que quiere elegir puede encendérsele la bombilla y pensar que es una buena idea y arrebatarle el puesto a su vecino, que está sentado a su lado y tiene un número peor. Además, también existe una especie de efecto dominó colectivo capaz de generar la sensación de que un destino es bueno porque alguien lo comentó de pasada. Es difícil de explicar desde fuera, pero se dice que esa sala desprende una tensión especial durante esos días de elección de plaza, en la que cada matiz cuenta y cada compañero es, a la vez, un rival directo.
Al llegar el turno, en los ordenadores de la izquierda se pueden consultar las listas y las plazas que siguen libres. Una vez comprobado que está aún disponible su destino, el futuro residente avanza hacia el ordenador de la derecha para indicar la plaza elegida. Por ejemplo, «Oncología en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid». Un funcionario le muestra entonces en la pantalla su elección: ciudad, hospital, servicio, datos personales y número de orden. Y le dice: «Si todo está correcto, pulse enter».
Después de darle al botón ya no hay marcha atrás: la decisión se canta en voz alta al resto del auditorio y se proyecta en la gran pantalla para que el resto pueda ir tachando en sus listas las plazas que quedan fuera de circulación.
La fila sigue avanzando en riguroso orden hasta que los organizadores llaman a los diez siguientes, y luego a otros diez más, y otros diez… Así hasta cubrir una por una las plazas disponibles en toda España. Al salir por una pequeña puerta lateral del aula, el nuevo residente recibirá dos hojas con la misma información que había en la pantalla (una copia para él y otra para presentar en el hospital el día de su incorporación), el programa de la especialidad elegida y el famoso libro del residente, que es lo más parecido a la cartilla de notas del colegio.
No hay prisa, pero tampoco es posible eternizarse delante del ordenador. Cada candidato tiene unos veinte o treinta segundos para elegir, por lo que la mayoría trae de casa una lista preparada con las posibles opciones, para que esos segundos delante de la pantalla del ordenador del ministerio no se hagan eternos y no haya riesgo de bloquearse. Algunos se lo apuntan en un papel, pero la mayoría lo tiene todo en la cabeza. Se lo saben de memoria a fuerza de hacer y deshacer borradores, de poner en orden sus preferencias una y otra vez.
Esta relación debe ser realista, acorde con el número de orden, de manera que al llegar el turno aún quede alguna opción libre y no estén todas tachadas por los estudiantes precedentes. No es sensato hacer una lista con quinientas opciones, porque sería imposible controlarlas todas, pero tampoco puede incluir solo diez destinos. Conviene que incluya cuatro o cinco especialidades ordenadas por el criterio que vaya a marcar la elección: «Quedarme en mi ciudad a toda costa», o bien «hacerlo aunque tenga que irme al otro extremo del país». Lo importante es no tener que pensar mucho el día de la elección, porque entonces es más fácil bloquearse y cometer algún error irreparable.
Al llegar a Madrid, las tres plazas de gine en el hospital que yo llevaba como primera opción seguían libres, así que me mosqueé mucho porque mi número no era muy alto y me dio por llamar por teléfono en ese mismo momento. Me atendió una residente de segundo año. Me dijo que ella empezaba a ver la luz al final del túnel ahora, pero que se había pasado todo el primer año llorando. Me desanimó mucho, así que decidí que cuando llegase mi turno me decantaría por la segunda opción, la misma especialidad pero en otro hospital diferente. El siguiente de mi lista.
Yo había preseleccionado mi plaza por Internet, así que al llegar al estrado me preguntó el funcionario si quería confirmarla. Le dije que no, que esperase un momento. Las piernas me temblaban. Yo siempre había tenido claro que quería ir a ese hospital, así que ni siquiera me había pasado por allí a verlo, pero las palabras de la residente resonaban en mi cabeza.
Mi madre, que me estaba viendo desde la sala de los acompañantes, se asustó, porque allí estaba yo paralizada, dándole vueltas a la cabeza. «¿Qué le pasa a mi hija? ¿Por qué se ha quedado callada?». Solo fueron cuarenta segundos, suficientes para decidir fiarme de la otra chica y cambiar mi elección a la segunda ciudad de mi lista. Al final le di al enter y el funcionario me debió de ver tan nerviosa que me dijo: «¿Quieres un caramelito, hija?».
Al llegar frente al estrado, otros prefieren renunciar a la plaza antes que pasar un año de residencia en algo que no les gusta ni les interesa. A cambio de su valentía, vocación, determinación o llámese como se quiera, muchos tendrán que aguantar los reproches familiares por su decisión. «Un año perdido», dirán los padres. «Solo ocho meses más para la próxima oportunidad, para repetir el MIR en busca de su sueño», pensarán los protagonistas.
Para los más afortunados, la residencia comienza después del enter.