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Más tonto que un R1 con pareja
Algunos residentes de primer año pasan sus primeros meses en el hospital encadenando sin descanso jornadas de trabajo, fiestas, guardias, y más fiestas. La bienvenida al servicio, la cena de Navidad, el cumpleaños de tal compañero, la despedida de los erres mayores, la fiesta de los residentes del servicio, la de todo el hospital, Carnaval, Halloween, ferias locales… Cualquier excusa es buena para salir con los compañeros y beberse las penas.
Los erres pequeños, y sobre todo los que vienen de fuera, son los que más aprovechan el tiempo para salir con sus nuevos compañeros, como en un Erasmus permanente (o como si tuviesen otra vez dieciocho años). «O estamos de guardia o estamos de fiesta».
En este ambiente, y teniendo en cuenta que algunos de ellos pasan treinta y dos horas seguidas juntos en el hospital, saliendo con su grupo de guardia (y muchas veces compartiendo cuartos mixtos para dormir), es indudable que el MIR acaba teniendo efecto en las relaciones de pareja de muchos de ellos. «Hay montones de rupturas».
En muchos casos el efecto MIR acaba por disolver sólidas y estables parejas que empezaron la residencia jurándose amor eterno. Las largas jornadas de trabajo, el roce con otros compañeros, la distancia con la persona amada o la falta de tiempo libre hacen el resto. Tal vez por eso se dice que las tres reglas básicas de un residente de primer año son: «O dejas a tu pareja, o te compras una casa o cambias de coche».
Y de las tres, la que se suele cumplir con más frecuencia es la primera. Bien porque el miembro de la pareja que no es MIR no comprende el ritmo que impone el hospital («Esto es muy difícil de entender»), o porque acaba surgiendo algo con algún compañero del hospital.
Sin embargo, voces autorizadas, consultadas para la redacción de este capítulo, aseguran también que la fama televisiva de los líos hospitalarios supera a la realidad. Suelen existir, eso sí, personas con cierta fama en cada centro, a las que todo el mundo conoce y cuyos méritos se han forjado a base de comentarios de pasillo y cotilleos de cafetería. Sobre todo en los hospitales más pequeños, donde, como pasa en los pueblos, todo se sabe.
Los ligones de turno, todo el día a pico y pala detrás de sus compañeras; el residente estupendísimo que trae locas a todas; las residentes que encadenan varios rollos con el personal masculino; los típicos viejos verdes que no se cortan a la hora de dar rienda suelta a sus comentarios rijosos delante de inocentes R1… Y también la adjunta madurita que pone la mano en la rodilla de los residentes varones, como si tal cosa. Todos estos personajes arquetípicos pueden tener su encarnación real en los hospitales españoles en menor o mayor medida.
En este endogámico ambiente son muchas las parejas que han surgido durante la residencia («La guardia une mucho»), entre adjuntos y residentes, MIR y enfermería, o entre adjuntos de distintas especialidades. Y aunque pueden darse líos entre residentes del mismo servicio, las relaciones en un equipo de trabajo son más infrecuentes y en general están peor vistas por el resto de compañeros porque pueden acabar repercutiendo en el ambiente. El dúo adjunta mujer-residente hombre también sigue siendo minoritario.
En los últimos años la abrumadora mayoría de mujeres en todas las especialidades («Los médicos macho somos una especie en vías de extinción») y el hecho de que los enfermeros varones sigan siendo minoría ha provocado un descenso de las relaciones intrahospitalarias. Al menos en lo que a las heterosexuales se refiere.
Y aunque hay promociones de MIR más famosas que otras por su «espíritu Gran Hermano», más allá del cotilleo sano todo el mundo respeta las relaciones entre personas mayores de edad y libres de hacer lo que quieran. En muchos casos, estas historias suelen acabar en el altar, con el resto de compañeros tirando el arroz a los dos protagonistas del noviazgo.
En un hospital las noticias corren como la pólvora; así que cualquier lío, especialmente si es más o menos escabroso, es conocido de forma inmediata por todo el mundo. Por muy discreto que se sea.
La mayoría de los médicos tienen pareja que también es médico, así que nadie se extraña ni se escandaliza. Simplemente se comenta al principio, y nos reímos mientras se sospecha que existe una relación nueva que sus protagonistas tratan de esconder. Al final todo se va normalizando, el romance sale a la luz poco a poco y aparecen nuevas historias, con protagonistas diferentes, con las que alimentar los cafés de la máquina.
En contra de lo que la imagen televisiva transmite, las mismas fuentes autorizadas aseguran también que las historias amorosas no suelen consumarse en el propio hospital. «No hay tiempo» o «No apetece» son algunos de los argumentos esgrimidos para negar el mito del sexo desenfrenado en cualquier rincón del hospital. Aunque también puede tener algo que ver el hecho de que los cuartos para residentes sean colectivos, o estén en un pasillo muy concurrido, que las camas chirríen o simplemente que la prudencia lo recomiende. «Tú imagínate las pintas que tenemos después de diecisiete horas de guardia. Qué pelos, qué legañas, qué aliento… Así no hay quien ligue».
Aunque a veces son los propios pacientes los que se encargan de dar juego…
En una ocasión, en la Urgencia médica, una paciente insistió mucho en desnudarse completamente, cuando lo único que yo tenía que hacer era palparle la tripa. Cuando se lo hice notar e insistí en que no era necesario, me dijo que ella trabajaba quitándose la ropa, y que si lo hacía en el curro, cómo no lo iba a hacer para mí.
Pero no te creas, que no era la primera vez que me ocurría algo así. Ya una vez siendo R2 estaba atendiendo a una chica que no tendría más de veinte años. Tenía que hacerle una ecografía en el muslo para descartar una posible trombosis, pero ella se abrió de piernas bastante más de lo necesario, hasta dejar al descubierto unas bragas de encaje rojas. Mientras yo la exploraba, y ella me ensañaba la ropa interior con descaro, me preguntó si todos los médicos del hospital eran tan guapos como yo. Yo no sabía ni dónde meterme, solo quería acabar pronto con aquello, que me estaba violentando bastante.
Para distraerme me puse a pensar en las típicas historias de médicos y pacientes que se cuentan en el cuarto de residentes; y me acordé de algo que le había pasado a un compañero colombiano en la residencia. Él era R1 y le tocó atender a una compatriota suya que había llegado a Urgencias por una hemorragia en la nariz que no remitía desde hacía más de dos horas. No sé qué pasaría en la consulta de clasificación donde él la estuvo atendiendo, pero al acabar la guardia toda la Urgencia se enteró de que se había ido a la casa de ella, donde habían quedado para ver cómo seguía su hemorragia. Eso se llama atención domiciliaria.
Durante la residencia la vida no se detiene, aunque suele ser bastante más rutinaria de lo que aparece en la pantalla de televisión. No es infrecuente que algunas residentes se queden embarazadas durante los cuatro o cinco años que dura el MIR. No es un mal momento para tener familia, según coinciden la mayoría de residentes consultados. Porque si no se pierden más de un 25 por ciento de su formación en un año, no están obligadas a repetir curso. Así que muchas mujeres prefieren ser madres en esta etapa que esperar a más adelante, cuando se supone que tendrán que empezar a buscar trabajo como adjuntas en algún hospital y el embarazo puede llegar a ser un impedimento para colocarse.
La única pega que algunos residentes le ponen al embarazo de una compañera es que se dé de baja demasiado pronto, porque sus guardias se las tienen que repartir entre el resto. Pero la mayoría de ellas, si no tiene ningún problema durante la gestación, suele estar al pie del cañón hasta el último momento, y solo abandonan su servicio durante cuatro o cinco meses después de dar a luz, para volver a incorporarse después sin problema si no han perdido más de una cuarta parte del año en curso. Esta teoría, como todo, puede variar en función de las indicaciones o preferencias del tutor o del jefe de servicio, aunque es un pulso que todas las residentes tienen ganado si recurren a la administración.
Yo tuve mi primer hijo durante la residencia. No es lo mismo que si hubiese sido una mujer, claro, pero al final buscas la manera de organizarte el tiempo. Es un sacrificio físico, duermes menos de lo que te gustaría, pero cada cual logra encontrar el tiempo para lo que quiere, y de hecho cada vez es más frecuente ser padre (o madre) durante el MIR. Por la edad de tu vida en la que te pilla, porque casi el 80 por ciento de los residentes son mujeres, porque supone menos problemas laborales que dejarlo para más adelante, cuando vas a empezar a buscar trabajo…
Claro que algunos critican que si la residencia ya de por sí se queda corta para aprender todo lo que necesitas, si encima faltas cuatro meses por la baja maternal… Hay quien critica que se trata de una actitud comodona y algo egoísta por parte de quien se queda embarazada. Cuatro meses menos de guardias y perdiendo tiempo de formación, pero cobrando tu sueldo… Porque se da por hecho que todo va a salir bien y enseguida se va a poder reincorporar. Pero ¿y si algo se tuerce? Entonces es fácil que haya que repetir algunos meses de rotación al final de la residencia y pierdas el tren laboral.
Un año antes del mío hubo tres residentes que se quedaron embarazadas, otra más que estuvo de baja por anorexia y uno más por una hernia discal. ¡Imagínate el panorama de guardias que les quedaba al resto de compañeros!
Durante la residencia el tiempo libre escasea, así que es obligatorio aprender a priorizar. La pareja, la familia, los amigos, el cine, el deporte, la lectura… Si durante la preparación del MIR saboreaban los domingos con fruición, en estos cuatro o cinco años cualquier momento de ocio se convierte en una fiesta. Un fin de semana libre es una buena excusa para salir de copas, para hacer un viaje o visitar esa exposición que ya están a punto de quitar.
Aunque tengas cuatro o seis guardias al mes, el resto de días solo trabajamos de ocho a tres, así que muchas tardes las tienes libres para ti. Así que, a pesar de las sesiones y de tener que estudiar cuando llegas a casa, da tiempo a llevar una vida normal. Solo te exige un poco más de organización que en otras profesiones.
Nosotros, por ejemplo, no podemos improvisar un viaje, porque tienes que andar cambiando guardias y juntando días. Así que no es que dejemos de hacer cosas, sino que tenemos que aprovechar el tiempo mejor. Trabajamos mucho y tenemos poco tiempo libre, pero al final estás haciendo lo que te gusta. Yo me lo paso muy bien en el hospital y además cada día te sientes más útil, aprendes y eres capaz de desenvolverte mejor, y eso compensa la falta de tiempo libre.
Pero cualquiera de nosotros viaja y va a conciertos o a exposiciones como una persona normal. A lo mejor, en algunos casos, el momento de la emancipación se retrasa un poco, porque necesitas disponer de todo el tiempo posible para tu profesión… La comprensión de la familia es fundamental, y todo es más fácil si en tu entorno te ayudan y respetan tus cambios de horarios.
Por eso no todas las parejas que no son médicos lo llevan bien. Creo que hay un estudio de alguna asociación médica que relaciona claramente la satisfacción en las relaciones sexuales con el bienestar del residente en el hospital. Claro que todo te acaba influyendo. Con comprensión todo es más fácil. Dentro y fuera de la cama.
Si el otro componente de la pareja también está haciendo el MIR, existen dos opciones: que sea posible compatibilizar las guardias al máximo para tratar de tener algo de tiempo libre en común; o que los dos se pasen días (semanas en algunos casos) sin verse, cruzándose apenas en el pasillo de guardia en guardia (si están en el mismo hospital, claro).
Para sorpresa de algunos, las típicas parejas que hicieron toda la carrera juntos también se pueden romper al llegar al MIR, porque alguno de los dos muestra reacciones imprevisibles ante el estrés. O porque acaben hartos de verse demasiado.
Tu personalidad siendo estudiante no es la misma que luego puedes mostrar ante situaciones de ansiedad y estrés, en un entorno laboral real, a veces muy competitivo. Así que también hay parejas que acaban por cortar porque terminan hartos de pasar todo el día juntos en el hospital. O descubren una faceta del otro que desconocían.
En el otro extremo están quienes deciden renunciar en estos años a todo lo que no tenga que ver con el hospital. Quienes deciden aparcar su vida privada por escribir un artículo más, por una cirugía especial, por asistir a un congreso. Quienes poco a poco van dejando de ver a los amigos de fuera y se centran en el MIR, en los colegas de residencia, en la Medicina.
Es un cambio tremendo. Pasas de estar en la facultad a trabajar por primera vez, a tener otro círculo de amigos nuevo. Somos todo gente joven, en un ambiente nuevo lleno de actividades. Poco a poco vas dejando de ver a tus amigos de siempre, porque tienes menos tiempo (y a veces incluso te has trasladado a otra ciudad), y pasas a hacer más cosas con la gente del hospital.
Así que al final acabamos por hacer honor a nuestra fama de endogámicos. Y por eso siempre se dice que en la residencia, si no tienes pareja la encuentras, y si la tenías, acabas por romper.
Siendo R1 parecemos la Kelly Family todo el día juntos y felices, saliendo de fiesta, todos superamigos. Hasta que van surgiendo los roces típicos del día a día y poco a poco se van formando grupitos, enfrentamientos… Y ya es más raro que todo el servicio salga todos los sábados, menos para las cenas de Navidad y otras ocasiones especiales.
Algo que tienen en común todos los residentes cuando cuelgan la bata en la taquilla y salen al mundo exterior, en su día a día, es que se han convertido para todos los que les rodean en «el médico». Han pasado a ser un especialista a mano para su familia, amigos, vecinos, conocidos, peatones y viandantes… Y eso les convierte en susceptibles de ser consultados y de atender cualquier situación que requiera la presencia de un galeno por la calle, en un avión o en el salón de su casa.
Poco a poco tendrán que empezar a lidiar con las peticiones de telediagnóstico que comenzarán a llegarles por los cauces más insospechados. «Hijo, quiero que hables con mi amiga Puri, porque le han diagnosticado no sé qué del azúcar y no se entera». «¿Te importaría echarme un vistazo a un bultito de grasa que me ha salido en la muñeca?». «¿Qué me puedo tomar para este resfriado?». «¿Tú crees que me debo operar de las hemorroides?». «¿Puedes explorarme un momento el pie mientras llega el postre?». Sí, la confianza da asco.
Pronto se encontrarán también con las primeras peticiones de favores para tal o cual cuñado, primo o tío leja no que necesita que le adelanten una cita en el hospital, o que le den cuanto antes los resultados de una prueba. Y hay pocas cosas que le sienten peor a un residente que tener que pedir un favor de este tipo para algún conocido a otros servicios del hospital, en los que a lo mejor ni conoce a nadie, o le mirarán como el típico recién llegado.
Yo, que soy un pobre R1, un pringao, y ahora me toca hablar con los de rayos para que le adelanten la ecografía a mi prima Conchi, a la que no veo desde que hicimos juntos la primera comunión…
Este tipo de situaciones, además, suelen dar lugar al llamado «síndrome del recomendao». Con un recomendado, pariente o amigo del residente, todo lo que es susceptible de empeorar acaba torciéndose. Puede ser la operación de una cuñada, o los juanetes de una madre, la fístula de un hermano o la sinusitis de un sobrino, pero el caso es que los parientes tienen todas las papeletas para que el sistema informático se caiga ese día, la prueba que necesitaba se extravíe entre la burocracia hospitalaria, o justo le vaya a atender ese cirujano que ha pasado una mala noche. Es algo así como una ley de Murphy en versión hospitalaria.
Y así se irán repitiendo las peticiones de favores, de diagnósticos a distancia, una y otra vez, en casa y con los amigos, en persona o por teléfono, hasta que los residentes vayan haciendo entender que su especialidad no tiene nada que ver con la adivinación, que no tienen poderes mágicos y que fuera de su hospital se encuentran bastante desvalidos.
Una vez me tocó presenciar un accidente de moto en la calle. El chaval llevaba el casco puesto y después de llamar a la ambulancia le estuve auxiliando un rato mientras llegaban los municipales.
El primer policía que llegó me dijo que me apartase de allí, pero le dije que era residente de Traumatología y que estaba procurando que el motorista estuviese despierto y que no moviese la cabeza hasta que llegasen los del SAMUR.
Me preguntó entonces que cómo estaba, que si se había roto algo, y no me entendía cuando le dije que allí, en medio de la calle, no podía hacer nada más que esperar. Que ni tengo rayos X en los ojos para examinar los huesos ni llevaba el yeso en el bolsillo del vaquero para ponerle una escayola en el brazo.
También hay que lidiar con los amigos no médicos para lograr que las reuniones, cenas y salidas no se conviertan en un consultorio ni en un continuo «cuéntanos anécdotas del hospital». «¿Es verdad que la gente llega a Urgencias con vibradores metidos por ahí?». «¿Has atendido ya a algún famoso?», son algunas de las preguntas habituales.
Aunque, curiosamente, cuando las reuniones congregan a los amigos médicos pocas veces se habla de otra cosa que no sea el hospital, la Medicina o los casos que han pasado por sus manos esa semana. Al final, aseguran, se crea entre ellos un sentimiento de que nadie les puede entender mejor que los que están pasando por lo mismo, y el «efecto MIR» les une como a una piña, como si formasen parte de una comunidad muy especial.
Tu vida es tu profesión. Has sacrificado muchas cosas para llegar hasta allí, y ya sabes que el MIR conlleva una parte de renuncia. Tus amigos de toda la vida, que han salido siempre de marcha contigo, no entienden que ya no tengas tiempo como antes, que no te apetezca quedar un rato, que solo tengas ganas de dormir después de treinta y dos horas de guardia.
La gente que viene de fuera, además, acaba haciendo mucha piña, porque llegan a una ciudad nueva en la que no conocen a nadie. Así que toda su vida social empieza a forjarse alrededor del MIR.
Y si no es una guardia son los cursos de doctorado, y eso si no tienes que preparar una sesión clínica o viajar a algún congreso… Es difícil de comprender si no lo has vivido. Por eso acabas saliendo sobre todo con la gente del hospital, en plan secta.
¡Así que llega un punto en que te lo pasas bien incluso comentando por teléfono con tus compañeros los casos que te ha tocado atender durante la guardia!
Y cuando viene alguien a las cenas que no es médico acaba por aburrirse de lo pesaos que nos ponemos con las historietas del hospi. Aunque intentamos hablar de otras cosas, a veces no te sale, y acabas preguntándole a tu compañero de guardia qué pasó al final con el paciente de la cinco, o si le pidió tal prueba… Como una vez que estábamos celebrando el cumpleaños de no sé qué R1. Nos pasamos toda la noche contando anécdotas, repasando las últimas cirugías, que si a Fulanito se le había olvidado contar las gasas y se dieron cuenta cuando ya estaban cosiendo, que si vaya la que se lio en Urgencias con el señor al que se le rompió un aneurisma y lo puso todo perdido de sangre, que si el primer tacto rectal de los de Urología… En ese plan estábamos cuando vimos que se levantaba de la mesa de al lado un señor con cara descompuesta. Nos miró muy serio y nos pidió que si, por favor, podíamos cambiar de tema. Que allí había gente intentando disfrutar del solomillo y que con esas conversaciones era imposible. ¡Menos mal que ya estábamos en los postres y nos largamos de allí enseguida! ¡Pobre hombre!
En las ciudades más pequeñas los MIR se convierten, además, en convecinos de sus pacientes, a los que no es extraño encontrarse en el mercado. O incluso en la Plaza Mayor, tomando unas cañas: «Hombre, doctor, no le reconocía sin la bata».