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El Power Point es nuestro amigo
Casi todos los días, o al menos varias veces a la semana, los especialistas que componen un servicio se reúnen temprano por la mañana, antes de que empiecen las consultas, para «dar la sesión». Cada día, uno de ellos prepara una exposición para compartir con sus compañeros y enseñarles algo, bien sea la explicación de una técnica quirúrgica algo compleja, un caso clínico curioso o que se atendió mal, una enfermedad rara, una revisión bibliográfica sobre un determinado tema, una actualización sobre alguna cuestión… Las posibilidades son infinitas y el tiempo reducido: los pacientes esperan fuera.
Y sí, han adivinado. Gran parte de esta tarea también recae sobre los residentes.
La sesión se celebra en una sala de conferencias pequeña o en un auditorio más o menos grande, según el personal que componga el servicio (a veces son sesiones generales, de todo el hospital), y suele empezar hacia las ocho de la mañana. Estas sesiones tienen un elemento en común que comparten diferentes hospitales, diferentes especialidades, diferentes servicios: el Power Point.
No hay presentación que se precie que no esté acompañada de una buena serie de diapositivas proyectadas mediante el cañón en una pantalla gigante (en caso de carencia de medios técnicos puede hacerse sobre una pizarra o en la pared misma) y que van reforzando la exposición del ponente con abundantes fotografías, gráficos, flechas… ¡Y hasta vídeos en el caso de los más osados! Un puntero de luz roja para ir señalando en la pantalla los conceptos importantes también resulta imprescindible para llegar a ser un buen médico de verdad.
Tal es la dictadura del Power Point en la vida de un médico (de la sesión clínica al congreso), que la revista British Medical Journal (www.bmj.com) alertaba ya en un artículo de 2002 (la referencia exacta para los más curiosos: BMJ 2002; 325: 1.478-1.481) de que se había convertido en la lengua franca de la comunicación científica. Desde luego, sus números asustan:
Más del 95 por ciento de las presentaciones [que se hacen en congresos médicos] utiliza el Power Point. Cada día se producen 30 millones de presentaciones en Power Point, un programa que está instalado en 250 millones de ordenadores de todo el mundo. Hay 4 millones de presentaciones de este tipo en Internet, y sus números están aumentando exponencialmente.
Las razones para esta rápida expansión son obvias. El programa es fácil, relativamente barato, rápido, y los científicos pueden controlar su producción.
La lógica y la gramática de este sistema de diapositivas son tan sencillas que cualquiera podría entender una presentación sobre astrofísica con un poco de atención («hasta un pediatra», apuntaba BMJ con no poca ironía). Mientras leer un artículo científico requiere algunas capacidades más desarrolladas, el Power Point es tan sencillo que está destinado a dominar la comunicación científica en el futuro, advertía en este divertido alegato Ronald LaPorte, profesor en la Universidad de Pittsburg (Estados Unidos).
Pues bien, ese momento parece haber llegado ya.
Sentados entre la audiencia se entremezclan cada mañana los ojerosos residentes que salen de guardia, que aún visten el pijama verde arrugado y manchado después de una noche movidita, con otros MIR y adjuntos que llegan corriendo al hospital para no perderse la sesión, aunque aún no lleven la bata puesta. Un detalle notable es que, si bien se admiten preguntas al final de la exposición, casi nadie suele ir a pillar al compañero. Solo a veces…
Yo lo he pasado muy mal unas cuantas veces, porque hay una adjunta muy puntillosa en mi servicio que se dedica a hacer las preguntas más rebuscadas posibles. Además, nosotros notamos que va por épocas. Si hay mal ambiente en el servicio por algo, si hay mucho trabajo o si algún residente ha hecho algo mal, parece que los mayores se ensañan más con nosotros y entonces el día que te toca la sesión ya vas más preparado para que te busquen las cosquillas con las preguntitas dichosas.
Los residentes más nuevos suelen pasar semanas preparando el tema que les ha asignado el tutor de docencia, buscando la bibliografía necesaria y unas buenas diapositivas que exponer ante jefes y compañeros. Se zambullen en Internet buscando los mejores artículos en las bases de datos médicas más prestigiosas, como PubMed, y exploran para localizar las fotografías más impactantes. Consultan innumerables artículos científicos y, sobre todo, preguntan mucho a sus mayores para saber cómo salir del paso.
A medida que va pasando el tiempo, la dedicación de los residentes a preparar las sesiones va perdiendo intensidad, una vez que se ha perdido el miedo inicial y que el tiempo libre disponible es menor. Si al principio se preparan las sesiones con varias semanas de antelación, no es extraño que los R3 y R4 apuren hasta la noche anterior para terminar las últimas diapositivas.
También parece que la cosa va saliendo mejor cuanto más tiempo llevan en el servicio, porque aprenden a distinguir lo que es interesante de verdad, lo anecdótico de lo importante, y porque dominan mejor el terreno que pisan (y también, por qué no decirlo, porque ya manejan todos los efectos visuales y artísticos que pone a su disposición el Power Point).
Lo que tienes que pensar es que durante esos veinte o treinta minutos que estás hablando, tú eres el que más sabes del tema, porque llevas preparándotelo varias semanas y lo tienes todo en la cabeza.
Sin embargo, mucha gente lo que de verdad lleva mal de las sesiones es hablar en público. Les sudan las manos, empiezan a ponerse rojos, tartamudean… Y eso que la mayoría de las veces estamos en petit comité, porque no somos más que los miembros del servicio y todos nos conocemos. Así que contra eso no queda más que echarle agallas y practicar mucho para que se te vaya quitando la vergüenza.
La actitud de los adjuntos en estas sesiones puede variar también enormemente en función de su carácter, de su edad, de las ganas que tengan de enseñar al residente o de su deseo de hacerle la vida imposible. Hay adjuntos famosos por sus cuestiones rebuscadas, con el objetivo de poner de manifiesto las limitaciones del encargado de presentar la sesión, aunque no es lo habitual.
En algunos servicios, como Traumatología, la rutina puede comenzar proyectando las radiografías correspondientes a los ingresos del día anterior, mientras que en otros se abordan casos raros que se han visto en las páginas de algún periódico: un niño nacido en la India con tres brazos, o cualquier otra anomalía infrecuente; un trasplante de órganos pionero en el mundo; un caso polémico o un gran avance científico publicado en las páginas de Nature o Science. Aunque lo más frecuente es poner en común casos de pacientes que están siendo atendidos en el servicio, para decidir cuál es el mejor tratamiento posible o qué pruebas adicionales se pueden pedir.
En algunos hospitales, además de la sesión de la mañana, todo el servicio se vuelve a reunir a mediodía, antes de irse, para repasar los casos. «¡Menos mal que en algunas regiones muy calurosas, como Murcia, esta práctica se elimina durante los meses de verano!».
El propósito de estas sesiones es que los MIR completen su formación práctica con la teoría, pero la realidad es que el hospital no siempre deja tiempo (ni ganas) para seguir estudiando al llegar a casa. La residencia es un continuo examen, con controles diarios por sorpresa, como en el colegio. Hay que estudiar medicina, inglés, informática, estadística…
La única manera de librarte de la sensación de inseguridad es la preparación, y para eso no te queda más remedio que estudiar. Pero claro, después de seis años de carrera, y luego el MIR, te da pereza hasta arrimarte a los libros. Porque entre los cursos que tenemos, las guardias, los días que estás saliente de guardia, los que estás rotando y sales tarde de la consulta, las cosas de casa, preparar las sesiones… pues da pereza.
Al final, con lo que más aprendemos es con los apuros. Cuando te has visto en una situación un poco jodida, con un paciente con el que lo has pasado mal o no has sabido reconocer sus síntomas, entonces llegas a casa y te lo estudias. O sacas un hueco en la guardia para repasártelo y que no te vuelva a pasar la próxima vez. Y así vamos aprendiendo, a base de palos. De lo que vas fallando y de lo que te va haciendo falta.
Es igual que en las rotaciones. Entre que llegas y te enteras un poco de lo que va la película, conoces las cosas básicas para funcionar en el servicio… Y entonces ya te toca irte de nuevo a otro sitio. Así que poco a poco vas aprendiendo y tratas al menos de quedarte en cada rotación con las cosas básicas que luego te van a servir. Si eres de Familia y rotas por endocrino o por cardio, procuras aprender lo que te vaya a servir a ti en la consulta de Atención Primaria, para saber qué cosas puedes manejar sin tener que derivar al paciente al especialista.
Aunque, claro, el ambulatorio y el hospital son dos mundos completamente distintos. En mi caso, primero rotamos unos meses de R1 en el ambulatorio, se supone que para aprender qué es lo que vas a necesitar cuando ejerzas allí de médico de Familia, y luego ya te pones a rotar en los servicios del hospital para aprender.
Es un poco locura, porque cuando estás de guardia en Urgencias te toca atender infartos o paradas cardiacas para las que nadie te ha enseñado aún el procedimiento, mientras que en el centro de salud vas a ver sobre todo otitis, neumonías, picores rectales… Hay residentes de primer año que están solos en Urgencias por la noche y no saben el protocolo de parada porque su tutor dice que no les va a hacer falta hasta que sean R3. ¡Hay que ser cínico!
Y mientras tanto, se dedican a darnos cursos sobre empatía con el paciente, planes de salud, planificación y gestión… Cosas que puede estar muy bien saber, pero que no te van a servir de nada si te llega un paciente en parada a las tres de la mañana.
Muchas tardes entre semana las deberíamos dedicar a estudiar, pero nunca tienes ganas. A mí, después de varias semanas sin hacer nada me entra sentimiento de culpa y me suelo pegar un atracón de libros, para intentar ponerme al día.
Pasa lo mismo con la evaluación que tenemos que hacer cada año para pasar de nivel. Si la fuésemos haciendo día a día no tendríamos que darnos el atracón al final, cuando llega el fin de curso. Estás a punto de pasar de R2 a R3 y te acuerdas porque te lo recuerda el tutor, un día cualquiera, de pasada.
En ese documento, que no suele suspender nadie, es donde vas contando tus rotaciones del año, el tipo de intervenciones que has hecho, los pacientes que has visto… A nivel personal también te sirve, porque vas viendo qué pruebas has hecho más a menudo y cuáles tienes que intentar hacer más. Mi coerre de Intensivos, por ejemplo, se ha propuesto hacer más traqueotomías y coger más vías subclavias, porque dice que ya lleva muchas yugulares. Y así, cada loco con su tema.