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La progesterona te toca la neurona

«En las guardias de gine nos turnamos para pasar doce horas en el paritorio y otras doce en la Urgencia. Puede parecer que no, pero es una especialidad que exige mucho físicamente. Casi no hay tiempo para dormir y tienes que sacar hueco de donde sea para comer algo, porque de repente una semana descubres que no has dado un bocado en los últimos días y que has pasado más horas en el hospital que en tu casa.

»Además, tienes que estar todo el rato en tensión, porque lo que va bien se puede complicar en un momento y torcerse. Un parto que va rodado puede acabar en una cesárea, sin que puedas hacer nada para evitarlo. Y muchas veces las mujeres embarazadas están preocupadas por su dolor, por el marido, por la epidural… pero no son muy conscientes de todas las cosas que pueden llegar a complicarse, ni de que pueden estar en riesgo su vida y la del bebé.

»En las Urgencias de Ginecología las cosas van muy rápidas. Aquí, o ingresas o te mandan a casa en un par de horas. No es como en otras especialidades que te tienen que hacer muchas pruebas o pueden tenerte varias horas en observación.

»Además, la mayoría de las veces no son urgencias de verdad. Venir por un dolor menstrual muy fuerte o para que te hagamos aquí el test de embarazo porque es gratis, pues, la verdad, mejor que se quedaran en su casa.

»Y luego está cuando los compañeros de Puerta te mandan a una embarazada con una torcedura de tobillo y la barriga estupenda. ¡¿Qué quieren que le haga yo, que la escayole?!

»Otra cosa es una embarazada que sangra, o un embarazo ectópico roto, una gestante con la tensión descontrolada… O los picores de ahí abajo, que se suelen frivolizar mucho pero no son cosa de tomarse a risa. En serio. Todo lo que tiene que ver con la mama también asusta mucho, pero la mayoría de las veces no se trata de una urgencia, ni venir al hospital a las tres de la mañana es el mejor modo de que te vean un bultito sospechoso, que puede ser grave, pero no urgente.

»Así que las doce horas de la Puerta son un no parar. Nosotros mismos gestionamos nuestras analíticas, las ecografías, y en cuanto ves que no es nada importante, que suele ser el 95 por ciento de los casos… ¡A casa!

»Ni sé la de veces que he tenido que andar buscando por ahí un támpax que no aparece (“De verdad, de ver dad, que cuando he ido a quitármelo no estaba”). Casi tantas como los preservativos que se rompen durante las relaciones sexuales. No conozco a ninguna chica que venga a pedir la píldora del día después a la que se le haya olvidado ponerse el condón. No: en todos los casos se había roto. Debe de ser la partida defectuosa más grande de España, porque todos acaban en mi hospital.

»Estando en la Urgencia te toca también atender las llamadas de planta de ingresadas con un posoperatorio doloroso, o de alguien con una hemorragia que no se detiene… Porque no solo de partos vive el ginecólogo (aunque yo los prefiera mil veces antes que estar en la Puerta).

»Así que nos pasamos todo el día subiendo y bajando, de la Urgencia a la planta y de la planta al paritorio. Y cuando digo subir y bajar es que puedes llegar a recorrer varios kilómetros en una sola noche cogiendo el ascensor arriba y abajo. En la entrada está la Urgencia; en la primera planta, los ingresos (embarazos patológicos y esas cosas); en la segunda, el paritorio y los quirófanos. Y hacia arriba, el resto de plantas, la maternidad propiamente dicha, donde están las mujeres que ya han parido.

»En el paritorio, donde pasas las otras doce horas de tu guardia (por lo menos según está organizado en mi hospital), hay tres sectores. Uno corresponde a las camas de preparto, donde están las mujeres que están empezando a dilatar pero aún les quedan algunas horas por delante, los embarazos con alguna patología (que puede ir de un cólico renal a la tensión alta), y las que ya llevan semanas y semanas y toca provocarles el parto. La segunda zona es la de dilatación: llegas, dilatas, todo sale bien, estás un par de horas de recuperación y… a planta. Y el tercer sector son los quirófanos, donde tienes que salir pitando si algo se complica y hay que acabar haciendo una cesárea.

»Aunque a veces hacemos lo que se llama una prueba de parto. Si ves que un caso tiene pinta de complicarse, pero crees que se puede intentar por abajo, se lleva a la mujer directamente al quirófano. Allí la preparas para un parto vaginal, le pones las perneras y se inicia el expulsivo. Pero si no sale a la primera o la cosa es más difícil de lo previsto, se quitan las perneras, se llama al anestesista y allí mismo se hace la cesárea, sin exponerla a riesgos innecesarios y sin tener que trasladarla.

»Los ginecólogos somos un poco autistas, porque apenas rotamos por otras especialidades. Si acaso quince días por Urología, otros quince en Cirugía General, o te guardas algunos meses de rotación libre para R4, para poder ir a algún centro privado de fertilidad…

»Lo normal es que pases los dos primeros años haciendo solo obstetricia: partos, partos, partos… y después legrados* y más legrados (de R1 eres el rey de la legra), cose que te cose Y ya en los dos últimos años de residencia te dedicas más a la patología ginecológica (cáncer sobre todo) y te dejan participar en los partos instrumentales o cesáreas (aunque en los hospitales más escasos de MIR esto te toca ya desde que eres R1 o R2).

»A mí el primer día ya me dijeron “Espabílate”. Me acoplé con una R2 y después de un par de días con ella (hasta me tocó ayudar en una cesárea), cuando ya había aprendido a hacer una historia clínica en condiciones, me dijo: "Esta te toca a ti sola". Llegó la mujer y me puse tan nerviosa que mientras se desnudaba en el cuartito yo salí al baño a llorar un momento, para desahogarme. Veía a la R2 a tres abismos de mí, y seguro que la paciente tenía una hemorragia o cualquier tontería, pero en aquel momento me asusté un montón y creí que no iba a ser capaz.

»Así que yo intentaría no ir a la Urgencia por cuestiones de Bine, porque te va a ver un R1 casi seguro. Con un poco de suerte es su primera o segunda semana y le acaban de soltar allí después de estar un par de días con un R2. Claro, si preguntas a un jefe te dirá que nunca estamos solos, que siempre hay un adjunto en la guardia. Otra cosa es que seas capaz de encontrarle…

»Depende mucho de los hospitales (una gran maternidad es diferente de un comarcal pequeñito), y también de la personalidad de los adjuntos. Nosotros somos dos residentes por año y podemos repartir un poco la carga, pero en otros sitios, donde solo hay un MIR, ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Aunque, como decía una compañera mía, más vale un R1 que ninguno.

»Algunas mujeres sí se dan cuenta de que somos residentes (o estudiantes, como dicen ellas), pero no creo que tengan tan claro cuánto tiempo llevamos en el hospital. La que atendí en mi primer parto no se llegó a enterar de que era mi primera vez, porque me ayudó una matrona con mucha experiencia, y yo casi solo tuve que poner las manos y dejar caer el niño. Cuando todo acabó, allí estaba yo, con la bata, los guantes, la mascarilla, el gorro y las gafas totalmente empañadas de lo que lloré. Lo único que se me veía en la cara eran dos cristales borrosos, que no me dejaban ver nada.

»A mí los partos me siguen emocionando mucho. A veces entro a mirar aunque no me toque, solo por ver trabajar a las matronas, y luego a los padres llorando de emoción… Eso sí, cuando las cosas salen mal o se complican, todo el mundo mantiene la calma y la seriedad, y se guardan las lágrimas para después, cuando ha pasado la tempestad. Entonces es cuando te vienes abajo.

»El primer mes y medio de R1 es lo peor, sobre todo en algunos hospitales famosos por su buen rollo. Si logras sobrevivir a eso, el resto es fácil.

»Es posible que en esos cuarenta y cinco días de estreno hagas una guardia cada tres días, o que incluso te tengas que quedar en el hospital el primer día que llegas. Sí, el de las presentaciones. Llegas, haces los papeles, y el jefe dice: “Uno de los dos se tiene que quedar, echadlo a suertes”. Como si estuvieses en la mili, pero sin enterarte de nada de lo que pasa a tu alrededor.

»En mi hospital, a los R1 de guardia les toca además traer el café. Allí llegas tú, de pardillo, con el paquete de café para la máquina, y si hay algún adjunto cerca preguntas: “¿Hago café?”. Hay mucha gente que lo encuentra humillante, pero cuanto peor lo llevas, más se ensañan algunos adjuntos contigo, así que lo importante es pensar que no es algo tan grave, que mucha gente antes que tú lo ha hecho y que lo han superado sin ningún tipo de trauma psíquico. ¡Ay de ti como se te olvide! Porque entonces siempre hay un adjunto capaz de llamar a la Urgencia y preguntar: "¿Qué R1 está hoy de guardia? ¿Por qué no ha traído el café?".

»Son normas no escritas, y supongo que no es igual en todos los hospitales. Pero aquí te toca contestar el teléfono aunque haya más personas en la sala que puedan hacerlo (y estén más cerca del aparato). O tienes que quedarte de pie en el cuarto de los médicos aunque quede algún sofá libre… Entre otras cosas.

»Así que más vale que no se te olvide comer esos días, porque vas a necesitar las fuerzas. De repente, en tu segunda o tercera semana, te llega el adjunto (ese que el otro día te advirtió de que no te cruzases en su camino hasta el mes de mayo, o sea, hasta que fueses R2), y te dice: “¡Ah! Por cierto, mañana me pasas la consulta”. ¿Yo? ¡Pero si aún no sé ni ver qué cuello tiene, ni lo que es una dilatación. Si no he hecho ningún tacto vaginal en mi vida!

»Pasas la noche sin dormir. No cenas, no desayunas, con los nervios agarraos al estómago, y procuras llegar tempranito a la consulta, dispuesto a salir del paso. Menos mal que tienes al lado a una enfermera que lleva veinte años viendo embarazadas y que te va diciendo lo que hay que hacer, casi sin que se entere nadie: ni uno mismo, ni la paciente: “¿Doctor, le pedimos ya la ecografía, verdad?”.

»Aunque eso no es tan malo como algunas novatadas que se han hecho por ahí. A unos residentes les hicieron subir a la azotea del hospital con la excusa de que había que estar preparados en el helipuerto para recibir a un helicóptero que trasladaba un parto muy complicado. O aquellos otros que tuvieron que ir a un hospital cercano corriendo, con el fórceps en la mano y todo, porque una mujer se había puesto de parto en la sala de espera de Urgencias y allí no había ningún adjunto de otras especialidades que supiese atenderla.

»Hay que aprender a relativizarlo todo para que no te afecte en el terreno personal. Aprendes a vivir en el hospital durante ese primer mes, sin que te influya demasiado, y si logras aprender cuatro o cinco cosas básicas, entonces el resto del MIR suele ir como la seda. Estas son las reglas básicas:

  1. Te puedes dejar enseñar por todos los que saben más que tú, pero no hace falta que te pisen residentes mayores, adjuntos, matronas, enfermeros, celadores… Cuando eres R1 todo el mundo ha visto más partos que tú, pero tienes derecho a que te digan las cosas con respeto.
  2. No hay que hacerse el héroe, sino ser prudente y conocer los propios límites.
  3. Hay que trabajar en equipo. Si hay ocho personas de guardia es por algo, así que no intentes solucionar los marrones tú solo.
  4. Es importante que el erre mayor confíe en uno. Muchas veces es preferible un residente pequeño cauto que uno osado.
  5. Y hay que saber que, por mucho que tires en el expulsivo, no te vas a quedar con la cabeza del niño entre las manos. No se conocen casos de decapitaciones en el paritorio.

»No es tan malo como pueda parecer desde fuera. De R1 te abruma (te sientes el último mono), pero luego te gusta. Haces tus diez primeros partos con un erre mayor al lado (y a veces algún adjunto pululando cerca del paritorio si no se flan mucho de ti), pero al undécimo te dejan solo. A partir de ahí, haces partos como churros.

»De R2 pasas a ser el que lleva el paritorio. Hay tres adjuntos a los que consultar, pero tú eres el que lo tiene todo en la cabeza y tú te organizas; con los partos instrumentales y todo. Ahora, cuando peor lo pasas es de R3, porque eres el residente mayor de la guardia y no tienes a nadie por encima a quien consultar. En caso de extrema necesidad están los especialistas. Estamos en contacto por móvil (“gine1”, "gine2" y "gine3" se llaman los tres teléfonos en un alarde de originalidad), y si pasa algo grave de verdad, en un minuto se plantan allí.

»En nuestro caso, los tres adjuntos de guardia se dividen la noche en turnos por si hay que despertarles para una urgencia. De doce a tres, de tres a seis y de seis a nueve. Pero… ¡pobre de ti como necesites a alguien a las tres menos cinco de la madrugada! ¿A quién llamo? ¿Qué hago? Nervios, intriga, dolor de barriga. “A ver si lo puedo aguantar un poco para que sean las tres y entonces llamo al del segundo turno, así nadie se enfada”.

»Menos mal que están las matronas… Siendo residente no es recomendable llevarte mal con ellas, porque entonces estás jodido. Esto es algo que se aprende desde que eres pequeño: una mujer no pare si la matrona no quiere. Para mí ellas son clave, y según qué adjunto esté de guardia a veces nos compinchamos y aguantamos un poco más a la parturienta, sin llamarla, para dar tiempo a que dilate algo más. Porque si no ya sabes que hay alguno que va a hacer una cesárea con nueve centímetros de dilatación. Solo porque son las doce de la noche y se quiere acostar ya. Algunos ginecólogos las miran por encima del hombro, pero yo aprendo un montón de ellas.

»Una de ellas me dijo en mi primera semana: “Ya verás cómo de aquí al verano eres imprescindible”. Yo no me lo creía, porque llevaba varios días que no hacía otra cosa que llorar al llegar a casa, de puro estrés, pero luego te das cuenta de que llevan razón, y aprendes (y te vas relajando) a fuerza de ver todos los días lo mismo. “¡Ay, qué chocho más precioso te voy a dejar!”, le dije a una parturienta mientras le cosía una episiotomía pequeñita que le había hecho. Y claro, la matrona me miró con una cara… ¡Si yo solo quería hacer una broma para relajar un poco el ambiente!

»A mí me gusta mucho lo que hago, pero es verdad que te vas volviendo frío (y escatológico también). Después de atender varios, cada parto no deja de ser uno más. Intentas que todo salga bien y lo haces lo mejor que sabes. Sin embargo, hay embarazadas muy ñoñas, que necesitan que el médico les dé mucho cariño, pero el médico no está para eso. La paciente obstétrica es muy especial, muy quejica. Pero no hay que olvidar que es una mujer sana, que a veces llega pidiendo un kilo de ecografías, como si supiese mejor que el médico cuándo le conviene la prueba. Será cosa de la progesterona, que te toca la neurona.

»Como aquella señora que vino al hospital porque le habían salido unas manchitas rojas en el cuello. Mi coerre y yo le dijimos que no tenía mayor importancia, que seguramente era algo de alergia provocada por un collar. “¿Collar?”, preguntó sorprendida. Nos miró como si hubiésemos mencionado al mismísimo diablo, y nos dijo que las embarazadas no pueden usar eso porque entonces el niño nacería con una vuelta de cordón.

»En Ginecología tenemos además un tratado de antropología social que nos permite conocer a las pacientes según su raza o procedencia. Ya las tenemos caladas a todas. Las mujeres latinoamericanas vienen a la defensiva, como si temiesen que les fuésemos a engañar. Las chinas le echan un par… Si llegan al hospital y se quejan un poco es que está ya casi asomando la cabeza del niño. Las marroquíes están anuladas por sus maridos, tanto que a veces no les dejan ni pedir la epidural, así que el paritorio es el único lugar en el que pueden estar un poco libres y gritan como descosidas. Las gitanas y las rumanas son otra cosa, y pasan totalmente de las normas del hospital. Luego están las “hierbas”, como yo las llamo, que vienen pidiendo un parto natural, hasta que sienten la primera contracción y te piden la epidural a gritos. Por no hablar de las que te dicen que no pongas en el informe que llevan un DIU, que su marido no lo sabe. Como aquí no dejamos pasar a los familiares a la consulta, te cuentan cada cosa… “Es que, verá, tengo otra pareja y no quiero que se entere”.

»A pesar de todo, lo peor no son ni las embarazadas pesadas, ni los adjuntos, sino cuando algo sale mal. Yo aún recuerdo el primer parto complicado que atendí. Era la R2 de la guardia y bajé a ayudar a una R1 que estaba sola por primera vez. En teoría yo solo tenía que apretar en el abdomen para que el niño acabase de salir. Pero la cosa se complicó de tal manera que el niño nació muerto y a la madre tuvimos que llevarla corriendo a la UVI. Terminamos a las siete de la mañana, las dos llorando como magdalenas. Me quedé todo el día siguiente en el hospital, medio zombi, dándole vueltas a la cabeza, repitiendo paso a paso todo lo que habíamos hecho. Pensaba en qué habría pasado si yo hubiese estado desde el principio en el parto, si hubiese visto la gráfica del bebé, si podría haber detectado a tiempo algún problema. Me duraron las pesadillas varios días, lo pasé realmente mal. Cuando las cosas salen mal pero has hecho todo lo que puedes te sientes mal durante un día o dos. Sin embargo, cuando intuyes que la has fastidiado, entonces los remordimientos tardan más en abandonarte. Esas cosas son las que realmente te marcan durante el MIR.

»Los partos prematuros también son muy duros, sobre todo cuando rondan solo la semana 23 o 24 y sabes que el niño tiene muy pocas posibilidades de salir adelante (lo normal es parir entre la semana 37 y 40, más o menos). En esos casos el paritorio es un drama, los padres llorando, nosotros sabiendo que el feto que estamos sacando apenas tiene posibilidades de sobrevivir, los pediatras esperando con todo dispuesto para intentar la reanimación… Y cuando nace, el bebé apenas es una cosita medio azulada que cabe en la palma de la mano y casi no responde a los estímulos.

»Hay también situaciones muy desagradables, y en mi hospital a veces ha tenido que venir la policía porque nos hemos encontrado una placenta en el cubo de la basura. O una señora en Urgencias sangrando, diciendo que llevaba así varios días y negando que hubiese dado a luz en el baño, hasta que encontramos el feto tirado en un cubo de basura.

»Ya desde residente notas que esta es una especialidad en la que existe cierto miedo. Solo en mi hospital tuvimos más de cien reclamaciones el trimestre pasado. Finalmente, solo dos o tres llegaron a juicio, pero te das cuenta de que a veces los adjuntos no se quieren pillar los dedos, y casi desde que eres R1 aprendes a distinguir qué partos van a acabar en cesáreas. La tasa de cesáreas en mi hospital es de casi el 40 por ciento, y eso es una barbaridad. Pero es que muchos especialistas están acostumbrados a llegar, mirar e irse (veni, vidi, vici), y si la cosa requiere algo más de tiempo o la dilatación se hace de rogar, tiran por la vía del medio: corte y ventosa. Eso a los residentes nos frustra mucho, así que hay veces que no llamas al adjunto hasta que ya lo has intentado tú primero. Hay otros ginecólogos que no, que son muy buenos obstetras, y se nota que tratan cada parto con mimo.

»A pesar de todo eso, cuando un parto acaba bien, cuando ves a los padres llorar, y el niño también ha empezado a llorar, y se lo pones a su madre en el pecho, y todos estamos sonriendo en el paritorio… en ese momento se te olvida que te duele todo el cuerpo y que tienes las piernas hinchadas porque llevas veinte horas en el hospital. Se te olvida la bronca que te echó el adjunto por la mañana, y las tonterías que has visto durante todo el día en Urgencias. Se te olvida la tasa de cesáreas, y tus dudas sobre si deberías haber elegido otra especialidad. Y entonces, tú también sonríes».