Capítulo 55

Al principio pensé que mi madre estaba sufriendo una recaída y que simplemente estaba confundiendo a Tristan con otra persona, pero cuando continuó gimiendo y hablando de la traición de mi padre todo quedó alarmantemente claro.

—Empezó a venir a vernos. —Mi madre gruñó como si sintiera un dolor físico—. Ingrid parecía lastimera y poquita cosa, todo rizos rubios y grandes ojos azules. La acogimos y ella también hizo cosas por nosotros, como ayudarnos a organizar los carteles y a distribuirlos, y finalmente sólo le faltó venirse a vivir con nosotros.

Mi madre se volvió hacia mí y me cogió la mano, apretándola repetidamente en la suya.

—Me caía bien, pero nunca fue un reemplazo para ti, Michaela. Nadie podría ocupar tu lugar, pero mirando atrás me doy cuenta de que esa chica lo intentaba.

Recordé a Ingrid diciéndome lo mucho que había deseado lo que ella creía que yo tenía: unos padres respetables que vivían en un barrio decente.

—Leonard estaba cautivado por ella.

Parecía que de pronto el dique había reventado: mi madre no podría parar hasta que terminara de contar la historia.

—No me di cuenta hasta que fue demasiado tarde, porque él no volvió a ser el mismo después de que tú desaparecieras. No podía descansar por la noche y se apartaba de mí cuando me veía llorar en la cama. Decía que no podía soportar mi dolor.

—Lo siento, mamá.

—No fue culpa tuya, cielo. Sabía que nunca habrías hecho eso a propósito, pero en cierto modo eso lo hacía más difícil, porque teníamos que preguntarnos si te había ocurrido algo inconcebible.

—No puedo creer que papá hiciera eso.

Mi madre me dedicó una sonrisa triste.

—No era tanto lo que me hizo a mí, sino lo que eligió para él mismo. Dijo que quería recuperar cierta felicidad en su vida y que Ingrid lo hacía feliz. Yo sabía que era un hombre atractivo y que le gustaba coquetear un poco, pero confiaba en tu padre implícitamente. Nunca me pregunté dónde estaba o por qué a veces se iba tanto tiempo con Ingrid a hacer preguntas sobre tu desaparición o a repartir octavillas.

—¿Cómo lo descubriste?

—Finalmente me lo contó. Casi un año y medio después de tu desaparición, Ingrid descubrió que estaba embarazada. Creo que lo hizo a propósito para retener a Leonard, porque después él me dijo que casi habían terminado. Había empezado a entender las maquinaciones de Ingrid y quería dejar de verla. Ella tenía otras ideas. Le dijo que estaba embarazada y le dio un ultimátum; tenía que decirme que era el padre de su hijo, o me lo diría ella misma.

Mi madre había dejado de apretarme la mano y sus ojos habían adoptado una expresión distante.

—Me lo contó esa última mañana. Ingrid estaba embarazada de seis meses y aparentemente no podía esperar más. El dolor ya me había convertido en una sombra de lo que era y ésa fue la gota que colmó el vaso. Me sentí desconsolada, Michaela. Le dije que se fuera y que no volviera nunca más, pero no lo decía en serio. Lo habría perdonado, hubiera hecho lo que hubiera hecho. —Dio un sollozo pesado y enterró la cara en mi hombro—. Él creyó que me había perdido y se fue de casa con mi dolor y mi rabia zumbando en sus oídos, y esa mañana sufrió un ataque al corazón...

Apenas podía respirar porque se me había cerrado el pecho. Quería gritarle al mundo, salir corriendo y llorar, pero me quedé allí sentada, abrazando a mi madre. No había sido sólo perderme a mí lo que la había desequilibrado, ni siquiera la inconcebible traición de mi padre, sino el hecho de que no había tenido la oportunidad de decirle que, incluso después de su infidelidad, lo amaba.

—Oh, mamá —susurré al aferrarnos la una a la otra, abrazadas en nuestra pena común—. Qué terrible para ti; lo siento mucho. —Las palabras de Ingrid resonaron en mis oídos.

«Todos los hombres, Kaela, y me refiero a todos los hombres, son unos desgraciados.»

Ni por un momento había imaginado que esa afirmación amarga y aplastante podía incluir a mi propio padre.

Mi madre se secó los ojos en un pañuelo que le tendió Kevin, que estaba de pie en la esquina. Abbey, que había vuelto a entrar en la habitación, y que presumiblemente lo había oído todo, estaba sentada con los ojos como platos, acunando a Tristan en su regazo. Confiaba en que el niño no hubiera entendido lo que se había estado diciendo. El niño, pensé asombrada: mi hermano.

—Si esto me enseñó una cosa —estaba diciendo mi madre con voz ahogada— es que nunca, nunca hay que dejar las cosas sin decir. La vida es demasiado corta y demasiado precaria para quedarse orgulloso o enfadado. Nunca tuve ocasión de decirle adiós a Leonard y jamás me lo perdonaré.

Miré a Abbey y vi que estaba lívida y al borde de las lágrimas. Había dejado que su padre entrara en el quirófano sin decirle que lo amaba.

—Quizá podrías llevar a Tristan a casa —le pedí a Abbey, mirando otra vez ansiosa a mi madre—. ¿Nos veremos después en el hospital?

Abbey sorbió por la nariz y asintió.

—¿Cuándo saldrá del quirófano?

—Me han dicho que vaya después de mediodía, cuando salga de la reanimación. Entonces ya debería estar despierto otra vez y listo para recibir un par de visitas. —Me volví hacia mamá—. ¿Te sientes animada para venir conmigo al abogado antes? —le pregunté con suavidad—. Tengo una cita con él dentro de media hora y podemos llegar si nos damos prisa.

—Sí, por supuesto. No sé en qué estaba pensando el señor Brent, haciéndote esperar así para probar tu identidad.

—Creo que era amigo de papá —murmuré—. Supongo que estaba tratando de hacerme sufrir por lo que os hice pasar a papá y a ti.

—Bueno, responderé por ti hoy y podremos reabrir tus cuentas bancarias y ordenarlo todo.

—Gracias, mamá, eso me quitaría un peso de encima.

Llamé a Abbey, que estaba llevando a Tristan a la puerta.

—Si todo va bien, estaré en el hospital a eso de las doce y media.

Abbey asintió otra vez antes de desaparecer con Kevin y Tristan en el pasillo.

—Me gustaría acompañarte a ver a Calum. —Mi madre se estaba poniendo una chaqueta—. Vino a visitarme aquí, y teníamos largas charlas sobre todo. Se convirtió en un buen amigo y me gustaría devolverle el cumplido si puedo.

—Por supuesto, estoy seguro de que le encantará.

En realidad, era casi la una cuando mamá y yo salimos del ascensor y recorrimos el largo pasillo hasta la sala de cirugía. Habíamos parado a tomar un café y comprar unas cuantas prendas de ropa para las dos después de la breve pero productiva reunión con el señor Archibald Brent.

A pesar de las limitaciones horarias habíamos fisgoneado en la sección de ropa para mujeres como en los viejos tiempos, aunque, después de la reclusión forzada de mi madre y mis seis años de ausencia, descubrimos que la moda había cambiado y terminamos riendo como un par de escolares ante los últimos complementos y comprando vestidos similares para no arriesgarnos. Era maravilloso tener a mi madre otra vez a mi lado; siempre había sido tanto una amiga como una confidente y no me había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos sus prudentes consejos en la última semana. De camino al hospital me descubrí hablándole de Matt:

—Estoy muy enamorada de Matt, pero sé que debería estar con Calum, sobre todo porque está enfermo.

—Tu padre y yo nunca estuvimos seguros sobre la posible implicación de Matt en tu desaparición. Me alegro de que sea inocente y me doy cuenta de por qué te atrae; pero ¿estás segura de que no es con Calum con quien quieres pasar el resto de tu vida?

Me quedé pensando en eso cuando entramos en la sala de cirugía. La monja de guardia pareció tensar los hombros cuando nos acercamos al mostrador de recepción. Fue como si cayera un velo sobre su rostro cuando me reconoció.

—Señorita Anderson, ¿puede acompañarme a una sala, por favor? El doctor está esperando para verla.

—¿Qué ha ocurrido, Calum está bien?

—Por favor, el doctor responderá todas sus preguntas.

Abrió una puerta que daba a una pequeña sala enmoquetada con sillones a lo largo de las paredes. Abbey estaba sentada en una de las sillas con aspecto pálido y corrí hacia ella al tiempo que ella se levantaba a saludarme.

—Kaela, algo ha ido mal con papá, pero no querían decírmelo hasta que tú llegaras —espetó—. No me dejan verlo.

Miré con inquietud a mi madre y luego otra vez a Abbey.

—¿Dónde está Tristan?

—Kevin está en casa cuidándolo. Hemos comprado otro Lego y está haciéndole un barco pirata o algo así. —Le tendió una mano a Susan—. Me alegro de que tú también hayas venido.

Nos volvimos cuando la puerta se abrió detrás de nosotras y entró un médico. Nos miró a las tres y sus ojos se fijaron en mí.

—¿Señorita Anderson?

—Sí —respondí—. Y ellas son otros miembros de la familia. Abbey y Susan.

—Soy el doctor Gordon, el cirujano que ha hecho la operación al señor Sinclair. Siéntense, por favor.

Nos sentamos con cautela y esperamos con impaciencia a que continuara.

—¿Calum está bien? —pregunté.

—La operación para extirpar la próstata ha ido bien. Estábamos complacidos de que estuviera intacta y el cáncer no se hubiera extendido. —Se quitó el gorro y lo giró en sus manos al continuar—. Sin embargo, me temo que hubo un problema durante la operación que nadie podía haber previsto.

Susan se llevó la mano a la boca y los ojos de Abbey se abrieron desmesuradamente.

—El señor Sinclair tuvo una violenta reacción a la anestesia. Siento mucho tener que decirles que no hemos conseguido que recupere la conciencia. Ahora mismo se halla en estado de coma.

Pensé en los anteriores temores de Calum, aparentemente infundados. Eso era lo que había estado temiendo. Era posible que hubiera sabido que esa en apariencia sencilla operación iba a terminar así.

—¿Dónde está? —logré decir con voz temblorosa—. ¿Podemos verlo?

—Lo hemos trasladado a otra habitación donde está recibiendo el mejor tratamiento posible. Ha de comprender que en ocasiones el cuerpo puede sanarse por sí mismo. Un coma es un estado impredecible que puede durar días, semanas o posiblemente meses. Su respiración es constante y el pulso, estable, así que de momento no necesita respiración asistida. Si no hay ningún cambio mañana por la mañana, el equipo médico discutirá las mejores opciones de un tratamiento continuado.

Abbey estaba llorando abiertamente y yo me acerqué a ella. Su mano temblorosa rodeó la mía. Mi madre me cogió la otra mano y así enlazadas fuimos las tres siguiendo al doctor para ver a Calum.

La habitación estaba en penumbra, con una cortina corrida sobre la única ventana. Había una cama en el centro rodeada por un monitor de presión sanguínea y un gotero de suero fisiológico. Calum tenía una máscara de oxígeno sobre la nariz y la boca, y su pecho subía y bajaba rítmicamente, como si estuviera durmiendo sin soñar.

La enfermera trajo una tercera silla y Abbey, Susan y yo nos sentamos en un círculo en torno a él sin decir palabra, deseando despertarlo. Lo único en que podía pensar era en las palabras que Calum había pronunciado cuando estábamos sentados juntos en la cama esa mañana: «Estoy asustado, Kaela, no quiero terminar dependiendo de una máquina, conectado a bolsas y tubos.»

Al parecer, el destino le había deparado la más cruel de las suertes.