Capítulo 12

Al cabo de una hora estaba sentada en el blando sofá de una sala engañosamente confortable, sosteniendo una colorida taza de té caliente y dulce. Me había sacado de la comisaría una segunda mujer policía para llevarme a lo que desde fuera parecía una casita residencial donde me habían dado un mono de usar y tirar mientras mandaban mi ropa al laboratorio forense para que la examinaran. Había una imagen de acuarela de un grupo de conchas en la pared, a la que no dejaba de mirar; espirales rosas y beis que se entrecruzaban y se solapaban. Recordé haber leído algo sobre la sucesión de Fibonacci y cómo todo en el planeta estaba diseñado según las especificaciones exactas de la regla áurea: fi o 1,6181. La forma de las semillas de girasol, las medidas de un delfín desde el morro hasta la cola y esas conchas en espiral eran sólo un minúsculo ejemplo. Estaba contenta de tener algo más que mi presente dilema con lo que ocupar la mente y me puse a pensar que, si había un diseñador global de ese patrón, ¿de qué más podía ser responsable?

Estaba convencida de que la pintura de conchas había sido diseñada específicamente para calmar a las mujeres traumatizadas por una violación que usaban la suite, pero mi mente distaba mucho de la calma. ¿Por qué gran plan podía haber perdido yo seis años de mi vida en el espacio de un día? Me pregunté si era un plan o un accidente.

Quería irme a casa, pero, sin mis padres y con Calum creyendo que lo había abandonado, no estaba segura de dónde estaría mi casa a partir de ese momento. Era una cosa más en la que pensar para añadir al resto de mis problemas, pero me negaba a permitir que éstos me sobrepasaran. Tenía que lograr mantener cierto semblante de control o me volvería loca.

Para evitar caer en la autocompasión, miré de nuevo las conchas y recordé las vacaciones que me había tomado con Calum el verano anterior, cuando habíamos empezado a salir. A él se le daba muy bien el bodyboarding y había querido que yo experimentara la inyección de adrenalina y la vigorosa sensación de conquistar el poder del mar. Me había encantado la idea y nos habíamos ido con Abbey a Cornualles. Habíamos mirado cómo construía castillos de arena en la playa mientras nosotros remábamos en nuestras tablas por el agua helada.

Las dos primeras veces había ido bien y habíamos vitoreado de alegría cuando nuestras tablas se deslizaban hacia la playa, al volvernos y apresurarnos a adentrarnos otra vez para coger la siguiente ola grande. Pero de repente el mar se había puesto picado. Algunas de las olas más grandes chocaron entre sí y me sentí atrapada en una de las resacas por las que el área es famosa. Cuanto más remaba, más fuerte era el mar. Pronto estuve tragando agua salada, boqueando y cansándome con rapidez en el agua, fría a pesar del traje de neopreno.

Y entonces Calum apareció a mi lado.

—Sólo mantén la cabeza a flote —me dijo mientras mis miembros empezaban a entumecerse de frío—. Has de luchar hasta que los socorristas vengan a rescatarnos.

Y me di cuenta de que había arriesgado su propia vida al venir en mi ayuda. Chapoteamos y escupimos sal, concentrándonos en mantener las cabezas por encima de las olas que rompían, mientras la corriente nos alejaba de la playa de manera irrevocable.

Por fin la lancha de rescate vino a buscarnos y dos socorristas fuertes nos subieron a bordo. Calum y yo estábamos temblando, exhaustos pero agradecidos de estar vivos. Cuando llegamos a la playa apenas podía tenerme en pie. Vi a la gente que se había congregado a mirar y que Abbey lloraba inconsolablemente.

Calum, Abbey y yo nos abrazamos temblorosamente. Mirando atrás, me pregunté si el hecho de casi haber muerto juntos era lo que había hecho cuajar nuestra relación incipiente en algo más sólido tan poco tiempo después de nuestra primera cita. Al cabo de dos meses me había mudado con Calum y nos habíamos convertido en pareja, pero nunca más habíamos vuelto a hacer bodyboarding; Calum y yo nunca más habíamos corrido ningún riesgo, hasta que yo había hecho el salto en paracaídas. «Y mira adónde me ha llevado.»

La puerta se abrió y la detective Smith entró seguida de una mujer de origen asiático. Ésta iba vestida con una falda muy similar en diseño a la de la detective, pero en un color lila pálido que favorecía su tez oscura. Yo había tratado de mantenerme distante, sabiendo que nadie iba a creer lo que tenía que decir, pero cuando la detective me presentó a la doctora Soram Patel me cayó bien de inmediato, con sus ojos compasivos y sonrisa gentil.

La doctora Patel era una doctora de la policía y formaba parte de los Agentes Especializados en Agresiones Sexuales. No sabía por qué me estaban tratando como a una posible víctima de violación, cuando no había hecho ningún comentario en ese sentido ni había denunciado que me hubiera violado nadie. Había intentado decírselo varias veces a la detective Smith, pero ella se había limitado a sonreírme con paciencia y me había dicho que era mejor que me examinaran bien para saber con qué estaban tratando.

—Nos gustaría que nos contaras todo lo que recuerdas de los últimos seis años y medio —dijo la detective Smith, tajante.

—Cuando estés lista —añadió la doctora Patel con una sonrisa de ánimo.

Así que les conté todo lo que recordaba desde el momento en que había salido de la casa de Calum el día del salto hasta el momento en que la detective Smith había aporreado la puerta de esa misma casa, dejando de lado discretamente el detalle de que había pasado la noche en la cama de Matt.

—Así que ya ven, ni Matt ni Calum tienen nada que ver con ello —terminé, apoyándome en el mullido sofá, aliviada de haber contado mi historia, para bien o para mal.

—¿Cómo te hiciste el corte en la mano?

—Ya se lo he dicho, me pinché con algo cuando subí al avión poco antes de saltar.

Las dos mujeres intercambiaron una mirada.

—¿Has oído hablar del síndrome de Estocolmo? —preguntó con suavidad la doctora Patel.

—¿Se refiere a cuando retienen a una persona contra su voluntad y se siente emocionalmente obsesionada por su secuestrador? —Sentí el primer tirón de una corriente subterránea.

Las dos mujeres asintieron al mismo tiempo.

—Para que eso ocurriera tendrían que haber secuestrado a alguien —repliqué, mirando a ambas con sospecha—. Acabo de decirles que no me secuestraron, que no me retuvieron contra mi voluntad ni me abdujeron en una nave espacial. No sé lo que me ha ocurrido.

—Hemos de considerar la posibilidad de que sus percepciones de sucesos recientes puedan estar alteradas —dijo, tajante, la detective Smith.

—La mente humana es compleja y funciona en otros niveles además del consciente —explicó Soram Patel con más amabilidad.

Olas heladas empezaron a pasarme por encima de la cabeza. ¿Adónde querían ir a parar?

—¿Quiere decir que podrían haberme lavado el cerebro?

—No lavado el cerebro. Aunque existe la posibilidad de una amnesia autoinducida causada por un trauma prolongado —replicó la doctora—. Con tu permiso, me gustaría hacerte algunos tests psicológicos. Podría ayudar a establecer tu estado mental y darte unas respuestas que necesitas mucho.

—¿Y si no le doy mi permiso? —Sentí que la corriente me arrastraba con fuerza mar adentro.

—Será mucho más fácil para nosotros y para ti si cooperas plenamente. —La detective Smith cruzó los brazos sobre el pecho y se reclinó en su silla.

Eché una mirada a la puerta, recordando que no me quedaba ningún lugar al que huir. Calum y Abigail obviamente no querían que volviera y, si Calum no me había mentido, el hogar de mi familia se había vendido para ingresar a mi madre en la institución.

—Ni siquiera he visto a mi madre todavía —dije en voz alta. Me estaba agarrando a un clavo ardiendo con la esperanza de ganarme su compasión—. Calum me ha dicho que mi padre murió hace cuatro años y que mi madre está en una especie de residencia psiquiátrica.

La doctora Patel asintió, tocando las notas que tenía delante.

—Me temo que es cierto.

—¿Puedo hablar con Calum?

Supuse que todavía lo estarían interrogando en comisaría y confiaba en que me llevaran con él. No importaba lo que pensara de mí, con que estuviera a mi lado, con que se quedara conmigo aun a costa de su seguridad.

—Al señor Sinclair se le ha permitido marcharse —replicó la detective Smith—. No lo hemos acusado de nada, así que se ha ido con su hija.

Percibí en su expresión que eso había supuesto una decepción para ella. Era una gran decepción para mí; me había dejado sola para que nadara o me hundiera.

Recordé que Calum no había sido la única persona a la que habían llevado a comisaría por mi culpa.

—¿Y Matt? —pregunté con voz trémula.

—El señor Matthew Treguier todavía nos está ayudando en nuestras investigaciones.

Me di cuenta sobresaltada de que ni siquiera conocía el apellido de Matt. Matt Treguier... Mis labios juguetearon con el nombre. Entonces vi que la doctora Patel me miraba fijamente y cerré los ojos de golpe. Matt ya tenía bastantes problemas por mi culpa.

Pero era demasiado tarde. Como la inmensidad del océano, aquella institución era más grande e infinitamente más poderosa que yo.

La detective Smith entrecerró sus ojos claros detrás de aquellas gafas, con expresión resuelta. Recordé lo que había dicho de la dependencia del rehén y me di cuenta de que me habían arrastrado a sus garras.

—¿Puedes hablarnos de tus sentimientos por el señor Treguier? —preguntó la doctora Patel con esa voz engañosamente suave—. ¿Te sientes responsable de él, quizá quieres protegerle?

—Apenas lo conozco —repliqué.

—Entonces, ¿cómo explicas el hecho de que el mono que llevabas cuando desapareciste hace más de seis años se haya encontrado junto con un cepillo de dientes que ahora se están sometiendo a pruebas de ADN en la parte de atrás del coche del señor Treguier?

Me sentí como si una ola particularmente helada hubiera roto en mi cara. Había olvidado mencionar en mi declaración que me había llevado el mono desde Kent al narrar los sucesos increíbles del día anterior.

—Yo los puse allí. —Traté de recuperar cierta apariencia de control—. Matt no ha hecho nada malo. Pregúntenselo a Kevin, estaba con nosotros.

—¿Te refieres al señor Kevin Wheeler?

—Sí.

La doctora Patel se inclinó hacia mí con expresión vehemente.

—¿Y qué puedes decirnos de tu relación con Kevin?

La detective sonrió triunfante al echarse hacia atrás mientras yo rebobinaba, asombrada por el hecho de que cada palabra que salía de mis labios parecía implicar a alguien más.

—Estábamos esperando que mencionaras al señor Wheeler. Hemos estado interesados en él desde hace tiempo. Creo que fue una de las últimas personas que te vio antes de que desaparecieras.

Asentí a mi pesar. Mi caso había quedado abierto y ahora veían una posibilidad de resolver un misterio de hacía seis años y mejorar la estadística de investigaciones resueltas al final del año.

—¿Puedes decirnos por qué el señor Wheeler podría estar en posesión de una inusual cantidad de documentación sobre tu desaparición?

—Supongo que estaba interesado en lo que me ocurrió. Parece que mi así llamada desaparición tuvo un gran impacto en su vida.

—Una cantidad obsesiva de documentación —declaró la detective Smith como si yo no hubiera hablado. Sus ojos me escrutaron en busca de una reacción—. Recortes de periódico, fotos tuyas, listados de ordenador de otras desapariciones; la clase de colección que podría acumular alguien con un interés enfermizo en tu caso. Tengo entendido que el señor Treguier y él son amigos.

—Creo que se han hecho amigos recientemente, después del salto. Nunca se habían visto antes de que... eso... ocurriera.

La detective se inclinó hacia delante con sus ojos clavados en mí.

—¿Te sorprendería saber que el señor Wheeler conocía al señor Treguier antes de que tú y el resto de tus colegas fuerais al aeródromo ese día?

Una imagen de nosotros cuatro —Graham, Kevin, Ingrid y yo— llegando al aeródromo y siendo presentados a nuestro instructor apareció ante mis ojos. Ni Matt ni Kevin dieron ninguna indicación de conocerse de antes.

—No lo creo.

—Tenemos registros que muestran que Kevin Wheeler ya había saltado en paracaídas la semana anterior a que fuera contigo al aeródromo el día de tu desaparición. Según el libro de registro de la empresa de paracaidismo, el señor Treguier era su instructor.

Calum me había dicho que luchara, pero las olas no dejaban de pasarme por encima. No importaba lo que dijera, nadie iba a creerme. Habían decidido que Matt, Kevin o los dos me habían secuestrado. Tragué aire en un intento desesperado. ¿Acaso yo misma no había sospechado fugazmente de Matt y Kevin? Quizás era el momento de renunciar a la batalla y simplemente hundirme bajo las olas. Quizá la teoría de la detective Smith y la doctora Patel era correcta y Matt y Kevin me habían drogado y secuestrado y yo sencillamente no podía recordar nada al respecto. Al fin y al cabo, no es que yo tuviera una explicación mejor...