Capítulo 49

Simone y Matt vinieron a buscarme a las cinco de la mañana siguiente, como estaba planeado. Después de preparar las cosas para mi disparatada familia, dejé a Calum, Abbey y Tristan roncando en sus respectivas zonas de sueño y me subí al asiento delantero del Mercedes descapotable plateado de Simone, que Matt me había cedido generosamente a su llegada.

Por fortuna, Matt sólo me había ofrecido un breve «Hola» y una sonrisa afable antes de acomodarse en el asiento trasero, detrás de su hermana. Incluso esa pequeña interacción me había provocado un temblor en todo el cuerpo, y había mirado con un sentimiento de culpa hacia la casa por si Calum se había levantado y nos estaba mirando desde la ventana. En su presente estado de fragilidad mental no quería darle a mi antiguo novio nada extra de lo que preocuparse en mi ausencia.

Cuando Simone aceleró por la carretera principal, giré el cuello para devolverle el saludo a Matt y casi de inmediato mis buenas intenciones fueron puestas a prueba al descubrirme deseando ir con él en el asiento de atrás. Tenía ese aspecto de recién levantado y me pregunté si habría estado durmiendo mientras su hermana conducía desde Kent. Quería pasar mis manos por su cabello despeinado y sentir su piel recién duchada contra la mía. La idea me hizo ruborizar y me reprendí interiormente por mi debilidad. Era una jornada de trabajo, me dije con firmeza, y debería sentirme sinceramente agradecida por el hecho de que Matt hubiera decidido venir con nosotros. Cuando Simone sonrió a mi lado, deseé que no hubiera leído mis pensamientos.

—Va a ser una hermosa mañana ahora que ha parado de llover —observé al cabo de un rato, cuando comenzó a amanecer y el cielo quedó teñido de rosa y plata—. ¿A qué hora crees que llegaremos a Norfolk?

—Deberíamos estar allí alrededor de las ocho si no hay impedimentos.

—Estoy un poco nerviosa con todo esto. ¿Crees que habrá algo que pueda contar a tus colegas que no sepan ya? ¿Sobre todo con la confesión que ha hecho el detenido?

—Ya te he dicho que no te preocupes por tu vagabundo. Confío en que esta visita será un gran éxito. —Simone mantuvo la mirada fija en la carretera—. Será mejor que lo sea, porque me he perdido la práctica del coro para llevarte allí hoy.

—Ah, ¿cantas? —pregunté sorprendida.

Recordé que había dicho que su madre tenía una voz preciosa, pero no había imaginado a Simone como cantante.

—Simone tiene una voz hermosa —intervino Matt desde atrás—. Forma parte del coro de gospel de Kent. Deberías ir a escucharla alguna vez.

Si tenía problemas para imaginar a Simone dejándose el pelo lo bastante largo para cantar en un coro, ciertamente no la había imaginado glorificando los evangelios con su voz.

—¿Pero un coro de gospel no pertenece a una iglesia?

—Normalmente, aunque no siempre —respondió Simone con una risa ligera—. Pero me gusta la atmósfera en un lugar de culto. Es muy pacífico, ¿no crees?

Volví a caer en el silencio. Había tenido la impresión desviada de que las personas como Simone, que estudiaban ciencias y creían en la evolución y cosas como el Big Bang, no tenían mucho tiempo para la religión.

Mirando por la ventanilla, contemplé el amanecer y el tráfico que se incrementaba en la carretera delante y detrás de nosotros. Ahí estaba yo, a la que habían educado para creer en Dios, hallándome en constante duda sobre Su existencia después de todo lo que nos había ocurrido a mí y a quienes amaba. Y aun así, cuando estaba completamente asustada y temerosa por mi vida, me descubría rezando y rogando ayuda al Señor.

Me removí incómoda en mi asiento y traté de no pensar en las preguntas que siempre me habían molestado sobre la religión, como la existencia de guerras, hambre y enfermedad. Sabía que todas las ideas preconcebidas iban a ser profundamente puestas a prueba por la repentina desaparición de un gran pedazo de mi vida. Incluso mi madre, en su estado depresivo, no había hablado del cielo, en el que siempre había creído, sino de lugares intermedios o situados detrás del mismo.

—Estoy muy confundida por todo —murmuré—. Ojalá conociera todas las respuestas.

—He llegado a la conclusión de que no tenemos que conocerlo todo —dijo suavemente Simone—. He pasado años experimentando, usando matemáticas y tecnología avanzada, buscando respuestas a cada pregunta que ha surgido en mi cabeza. Pienso de verdad que no hemos evolucionado lo suficiente, ni biológica ni espiritualmente, para ver la imagen mayor. El problema es el lamentable cerebro pequeño con el que nos han bendecido a los humanos.

—Habla por ti —señaló Matt desde el asiento de atrás antes de dejar escapar un gran bostezo—. Te hago saber que mi cerebro es espectacularmente grande y bien desarrollado.

—¿Sabías —preguntó Simone, sin hacer caso a su hermano— que pruebas que usan medidas electrónicas en cerebros humanos demuestran sin ningún género de dudas que hay una zona del cerebro especialmente diseñada para este tipo de conexión con nuestros yoes internos, nuestras almas, si lo prefieres? Electrodos fijados en las cabezas de los sujetos muestran que diferentes partes del cerebro se iluminan según las distintas actividades, y hay un área que sólo se enciende cuando un sujeto está rezando o en profunda meditación.

—¿Qué significa? —Hurté una mirada de soslayo a su encantador perfil, sin saber a qué se refería.

—Creo que significa que los humanos tenemos una parte de nosotros diseñada para buscar algo infinitamente más poderoso que nosotros mismos; una deidad suprema si lo prefieres. Cada religión tiene un nombre diferente para el Creador, pero te sorprendería, si estudiaras el tema con atención, lo mucho que se parecen todas.

—¿Quieres decir que cualquier Dios sirve, según dónde y quién te educó?

Sabía que mi intento de sonar despreocupada había fracasado, pero ella no pareció ofenderse por mi tono de duda. En realidad descubrí que simplemente quería oírla hablar, mantener mi cerebro alejado de mis propios problemas y no pensar en el lugar al que me estaba llevando.

—Cualquier nombre para el Creador sirve —me corrigió Simone con alegría—. Mi investigación me ha llevado a la conclusión de que los humanos simplemente tenemos problemas en comprender lo que Él o Ella es.

Escabulléndome en mi asiento, crucé los brazos y cerré los ojos. Me había dado cuenta de que ella iba a su ritmo, y esperé a que continuara.

—En los primeros días de la existencia de la humanidad, la necesidad de culto de los seres humanos estaba destinada a las criaturas que los mantenían vivos: los animales y las aves que cazaban y comían, lo que se describe en dibujos en cuevas de todo el mundo. Después, los humanos miraron cosas que estaban un poco más lejos, pero que todavía se hallaban más allá de su comprensión, como truenos y relámpagos, el sol y la luna, las estaciones y el entorno natural que los rodeaba. Los griegos y los romanos incluso inventaron dioses para emociones como el amor y la guerra.

Típico, pensé, que Simone hubiera investigado las creencias del pasado, así como las del presente.

—Cuando evolucionamos, también lo hizo la capacidad de nuestros cerebros para ver un poco más allá. Los sucesos históricos que parecían inexplicables en ese momento (y por lo tanto se consideraron divinos) fueron adecuadamente registrados para la posteridad. La ciencia desde entonces ha demostrado que muchos hechos mencionados en la Biblia eran realmente posibles y probablemente ciertos. Por ejemplo, la separación de las aguas del Mar Rojo fue causada, con toda probabilidad, por el efecto de succión anterior a un tsunami que se produjo en la región en ese momento de la historia. Lo del arca de Noé fue un diluvio localizado del que los geólogos han encontrado pruebas de que realmente ocurrió, pero que, con los conocimientos limitados de la época, se creyó que abarcó el mundo entero.

—Así que estás diciendo que ninguno de estos sucesos fueron milagros, sino simplemente sucesos explicables geológicamente. —Abrí un ojo para mirarla.

—Oh, fueron milagros, sí, pero producidos por sucesos geológicos reales, porque la geología en sí forma parte de la imagen mayor, la imagen del Creador, si lo prefieres. Todo fue creado con átomos, que formaron partículas de polvo que se unieron para formar planetas. Geología, astronomía, física, química, biología y matemática avanzada muestran claramente que hay una fórmula precisa de todo lo que conocemos.

—¿Qué, como fi? —pensé en las conchas en el cuadro de la pared de la sala para víctimas de violación y, por un momento, la situación en la que me hallaba volvió a acecharme.

Simone asintió con la cabeza.

—Exactamente. Son medidas precisas y modelos de todas las cosas. Fi es sólo una de ellas. También están los signos del zodiaco, distancias entre constelaciones, secuencias numéricas... Todo forma parte de un mismo diseño último.

—Es mucho en lo que pensar.

—A eso me refiero cuando digo que los humanos todavía tienen cerebros subdesarrollados. Es difícil comprender cosas del mismo modo que una pulga podría tener problemas para entender que el perro en el que está viviendo, del que se alimenta y donde se reproduce, no es un planeta entero que duerme en el lejano universo de su cesto.

Simone estaba en su salsa y yo dejé de tratar de interrumpir al ver que ella respiraba hondo antes de continuar.

—La pulga podría pensar que cuando el perro se sacude el pelaje después de bañarse es por algo que una pulga podría haber hecho para ofender a otra; o por algo que una de ellas ha hecho para ofender al perro. Nosotros los humanos podemos verlo desde lejos y darnos cuenta de que es sólo un perro en una manada de muchos otros y que sólo es una pequeña parte de una imagen mucho más amplia.

Podría haberme sentido profundamente ofendida por su analogía de no haber estado tan intrigada.

—Así que estás diciendo que existe algún poder más alto, pero que nosotros los humanos estamos tratando de encasillar a Dios dentro de nuestra limitada comprensión.

—Exactamente. Y en mi opinión, la ciencia podría algún día probar la existencia de un ser supremo. De hecho, podría ser que la ciencia fuera el mayor aliado de la religión.

—Es normal que lo digas, tú eres científica —dije, relajando la indignación que había ido creciendo con su analogía bastante condescendiente y esbozando una sonrisa.

Me formé una imagen mental de un grupo de pulgas científicas vestidas con pequeñas batas blancas de laboratorio, tratando de persuadir al resto de la colonia de que el perro en el que estaban residiendo no era el principio y el fin del universo.

Nos quedamos en silencio y supe por un suave ronquido en la parte de atrás que Matt se había vuelto a dormir. Mirando a través del parabrisas observé que el Mercedes devoraba kilómetros en dirección norte y me mordí las uñas con nerviosismo al pensar en nuestro destino. Dejé firmemente de lado todas las ansiedades sobre lo que iba a encontrar en Subatron Industries y me concentré en tratar de comprender todo lo que Simone había dicho.

Me di cuenta de que lo que me había irritado no era tanto lo que Simone creía; de hecho, sus teorías me parecían fascinantes. Se trataba más bien de la forma en que era tan positiva en relación con todo, cuando tantos líderes religiosos y probablemente otros científicos tenían opiniones y puntos de vista muy diferentes. Me pregunté una vez más sobre lo que había dicho de que no había encajado bien en la escuela. Tal vez lo que la había alienado de sus compañeros no había sido tanto la mezcla de razas de sus padres como su aparente creencia en que siempre tenía razón.

A pesar de eso, yo necesitaba saber más. Mi mundo se había puesto patas arriba y quería respuestas, montones de ellas.

—¿Y las guerras, el hambre y la enfermedad? —dije pensando en Calum y en la enfermedad contra la que estaba batallando—. ¿Dónde encajan en esa imagen mayor?

—Lo que la gente no entiende es que, aunque el Creador hizo este mundo asombrosamente hermoso para nosotros, es un mundo vivo, que todavía se expande en el universo, que todavía se mueve, respira y resuena bajo nuestros pies. —Simone arrugó la nariz al hablar—. Como especie hemos tenido un éxito increíble, asentándonos incluso en los lugares más remotos del planeta, y en ocasiones algunos de nosotros somos víctimas de desastres naturales como los diluvios, los terremotos y erupciones cuando el perro agita la cola. Hemos de enfrentarnos a virus y enfermedades, y en ocasiones las vidas humanas se ven truncadas, pero cada vida tiene su propósito especial, su propia razón para estar aquí durante el tiempo que se le ha concedido. —Respiró hondo antes de que yo pudiera comentar nada—. Pero donde diferimos de las pulgas es que los humanos hemos evolucionado suficiente para distinguir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto. Tomamos elecciones conscientes a cada minuto del día, y esas decisiones son lo que nos separa del resto de las criaturas del Todopoderoso.

—Como humanos me parece que con frecuencia tomamos decisiones equivocadas —murmuré, pensando no sólo en la escala de las guerras mundiales y la crueldad de los conflictos, sino en lo que Abbey había dicho respecto a que los adultos se concedían segundas oportunidades a costa de los hijos. Sentí que un escalofrío me recorría la columna—. ¿Crees que somos todos inherentemente malos?

—Creo que nacemos inherentemente buenos —dijo Simone con firmeza, y su seguridad me asombró de nuevo—. De niños, nuestras almas son puras y están completamente exentas de pecado. Creo que nacemos en este mundo desafiante que el Creador nos proporcionó con un cuerpo lleno de la variada genética que nos brindan nuestros antepasados para recopilar información y aprender de todo lo que experimentamos. Podríamos habitar cuerpos que tienen una tendencia a la avaricia o a la sinceridad, mal carácter o naturaleza gentil, egoísmo o dulzura. Podríamos heredar hormonas que nos hacen impredecibles, maternales o sexualmente precoces, o incluso nacer predispuestos a la enfermedad mental, pero no podemos culpar a nuestros genes de todo lo que tenemos para bien o para mal; lo que nos hace ser quienes somos es aquello que elegimos para nosotros y nuestro trato con los demás.

—Haces que la vida suene como una batalla entre nuestro yo espiritual y nuestro cuerpo físico —comenté.

—¿No es eso la verdad con la que hemos de enfrentarnos a diario en nuestras vidas? Si no hubiera luchas y conflictos y la Tierra fuera como el lugar que algunos de nosotros llamamos cielo, no habría elecciones que tomar ni crecimiento posible para nuestro ser espiritual. —Frenó cuando un camión cambió de carril delante de nosotros y, una vez que pasó el peligro, se relajó de nuevo y me miró de reojo—. Cuando canto siento que estoy glorificando todo lo que nuestro Creador significa; el universo como lo conocemos que se extiende hacia la eternidad, el suelo que pisamos y la historia de todos los que se han ido antes que nosotros.

—Pero ¿dónde deja eso tu mecánica cuántica y la cuarta dimensión?

—Ah, pero ésa es la mejor parte. Esa parte escurridiza de la energía del gravitón cuya falta hemos registrado en el laboratorio desaparece en la dimensión adicional. Si conseguimos encontrar esos gravitones que faltan, habremos encontrado el mundo entre mundos.