Capítulo 38

Me sentí como si una ola de agua helada me pasara por encima al oír la determinación en la voz de Ingrid.

—No puedo quedarme a Tristan aquí, Ingrid. Ya están las cosas bastante complicadas. —Respiré hondo, manteniendo la voz baja para que Calum y Abbey no nos oyeran—. Mira, ¿podemos vernos? Hemos de hablarlo cara a cara.

Hubo un sollozo al otro lado de la línea.

—No cambiará nada.

—¿De qué se trata, Ing? ¿Adónde vas y cuánto tiempo vas a estar fuera?

—He conocido a un hombre (Lewis) que me ha prometido una nueva vida. Nos vamos al extranjero y yo voy a trabajar para él. Es rico, Kaela. Puede darme todo lo que he soñado: protección, seguridad, una vida sin penurias.

—¿Por qué no puedes llevarte a Tristan?

—A Lewis no le gustan los niños. Es... duro con Tris. Se enfada con él y no voy a someter a mi hijo a lo que yo pasé a manos de los novios de mi madre. No puedo hacerle eso a Tris, pero si nos quedamos aquí no saldremos adelante. Me lo quitarán pronto de todos modos.

—¿Qué habrías hecho si yo no hubiera vuelto?

—Lo que estaba haciendo; negarme a ir con Lewis y emborracharme hasta la muerte.

Tenía las manos húmedas mientras sostenía el auricular. No quería cargar con un niño al que apenas conocía. Ingrid estaba usando el chantaje emocional, pero, pese a que estaba tentada de colgar el teléfono y llamar a servicios sociales, me di cuenta de que lo que estaba en juego era el futuro de un niño pequeño.

—Me contaste una vez que el abandono de tu madre fue lo peor que tuviste que afrontar, más debilitante que no haber conocido a tu verdadero padre. ¿Cómo se te ocurre hacerle lo mismo a tu hijo?

—¿Has visto los moratones de Tris?

—Si Lewis le hizo eso, deberías plantarlo. Por el amor de Dios, Ingrid, estás hablando de tu hijo.

—Lo siento, Kaela...

—¡No cuelgues! Por favor, Ing...

Pensé por un momento que la había perdido cuando su voz sonó otra vez, aguda y lastimera, cargada de sospecha y duda.

—Si te digo dónde estamos sólo traerás al niño contigo.

Por supuesto, eso era precisamente lo que pensaba hacer. Respirando hondo, tomé una decisión.

—Te prometo que no lo haré. Esta noche no. Pero si no quieres que llame a servicios sociales mañana a primera hora, has de acceder a hablar conmigo. Debemos ponernos de acuerdo en esto, Ing, o en última instancia el que sufrirá será Tristan.

Hubo un silencio seguido de un ruido de sorbido.

—Vale, pero tienes que venir aquí. Estoy en un hotelito cerca del aeropuerto. Lewis ha tenido que atender unos asuntos de última hora. No volverá hasta alrededor de medianoche.

Pensando deprisa, le pregunté el nombre y la dirección del hotel.

—Vale, Ingrid, llegaré allí lo antes posible.

Así que después de contarles mi plan a Calum y Abbey, llamé al taxi. Calum me preguntó inmediatamente por qué no me llevaba a Tristan.

—No podrá hacer gran cosa si le dejas al niño. Me refiero a que es su hijo. Estamos en nuestro derecho de llamar a la policía e insistir en que se lo quede.

—Es demasiado tarde para sacarlo de la cama y meterlo en un taxi —protesté—. Y de todos modos, le he dado mi palabra.

—Entonces yo te llevaré —repuso Calum—. Vamos, cancela el taxi y os llevaré a ti y al niño, y se lo entregaremos a su madre, que es con quien tiene que estar.

—Se lo he prometido, Calum. —Lo fulminé con una mirada acerada, recordándole que Ingrid no era la única persona a la que había dado mi palabra recientemente—. Y yo no rompo mis promesas.

Vi que Calum me había entendido y retrocedió de inmediato.

—Bueno, es cosa tuya; mientras no tenga que ocuparme del niño si Ingrid desaparece.

—Espero convencerla de que lo recupere.

—Hummm, si no recuerdo mal, Ingrid es bastante tozuda una vez que toma una decisión.

Resultó que Calum tenía razón. Cuando el taxi me dejó, Ingrid me estaba esperando en el pequeño vestíbulo. Llevaba una falda muy corta con zapatos de tacón alto y una blusa transparente. A pesar de la ropa parecía demacrada y con los ojos hinchados cuando me llevó hacia un sofá de aspecto raído, medio oculto detrás de un gran ficus. Se sentó a mi lado, poniéndose de perfil para mirarme a la cara.

—Esto es una pérdida de tiempo —dijo de repente—. No deberías haber venido.

Quise replicar que ella no debería haber dejado a su hijo, pero me mordí la lengua. Había ido a hacerla entrar en razón, no a enfrentarme a ella.

—No me lo puedo quedar, Ing. Acabo de mudarme con Calum y tengo que solucionar mi propia vida. No estás pensando con claridad.

Para mi sorpresa, Ingrid tomó mis dos manos entre las suyas y me miró a los ojos, implorante.

—Nunca había pensado nada con más claridad en mi vida. —Sacudió la cabeza en ademán pensativo—. Todavía no puedo creer que hayas vuelto. Eres la única amiga real que he tenido nunca y a lo largo de los años he soñado en cómo habría sido todo si no hubieras desaparecido... —Se calló cuando las lágrimas anegaron sus ojos—. ¿Dónde demonios estabas mientras mi vida se derrumbaba?

—No me culpes de esto a mí, Ing —murmuré, negando con la cabeza—. Puede que los últimos seis años y medio hayan sido malos para ti, pero yo ni siquiera he tenido ocasión de vivir los míos.

—Nadie se ha quedado nunca conmigo. —Se hundió en su asiento y continuó como si yo no hubiera hablado—: Cogían lo que querían y me dejaban como si fuese basura; los novios de mi madre, mi propia madre, el cuidador que abusó de mí en el orfanato. Soy mala, Kaela. Trato de complacer, de ser una buena persona, pero soy mala de corazón.

—No eres una mala persona —le dije—. Has hecho todo lo posible. Y eras una buena amiga para mí. —Apreté las manos que sostenían las mías—. Yo había vivido una vida resguardada antes de empezar en Wayfarers, como hija única de unos padres encantadores. Me enseñaste cómo era el mundo y era fantástico estar a tu lado. —Le dediqué una amplia sonrisa—. ¿Recuerdas el día que me encontraste llorando en el lavabo de mujeres del trabajo, porque una de las secretarias había dicho que era un patito feo? Me llevaste de compras y a la peluquería e incluso me enseñaste a perfilarme las cejas, ¿te acuerdas?

Ingrid logró esbozar una sonrisa.

—Resultaste ser un cañón, ¿verdad? —La sonrisa se desvaneció—. Pero entonces me puse celosa de ti.

—¿Quién podía culparte de que te sintieras insegura y necesitada teniendo en cuenta la infancia que viviste? —Le cogí las manos con más fuerza—. No le hagas lo mismo a Tristan, Ing. No lo hagas.

Ella apartó sus manos de las mías y se separó de mí.

—Eres la única persona en el mundo en la que confío para dejarle a mi hijo. Lewis lo mataría, y necesito a Lewis.

Nos miramos la una a la otra y me di cuenta de que se había decidido.

—Te vas, ¿verdad?

—He de hacerlo. —Se levantó—. O eso o moriré, y entonces mandarán a Tris a un orfanato de todos modos.

—Pero ¿qué voy a hacer con él?

—Cree en él, Kaela. Sólo cree en él como creíste en mí.

Me puse en pie y la miré a los ojos.

—¿Volverás?

—No lo sé; quizás algún día si las cosas cambian.

Se abrió la puerta del hotel detrás de nosotros y entró en el vestíbulo una ráfaga de aire frío que me hizo temblar. Los ojos de Ingrid se pusieron como platos.

—Es Lewis —susurró—. Tengo que irme.

—Sólo una última cosa.

—¿Sí?

—¿Vas a decirme quién es el padre de Tristan?

Ingrid entrecerró los ojos, como si le hubiera hecho una pregunta complicada. Parecía a punto de decir algo y entonces apretó los labios.

—No voy a hacerte eso, Kaela. Necesito que seas fuerte para Tris, y por una vez en mi vida voy a ser noble.

—¡Ingrid!

Ingrid se estiró y me tocó ligeramente el brazo.

—Gracias por todo —murmuró.

Observé con el corazón encogido cómo cruzaba el vestíbulo. El misterio de quién era el padre del niño me pesaba sobre los hombros. Yo no había dicho que fuera a quedarme con Tristan, pero Ingrid había asumido que se había salido con la suya. Tras una vida entera de penurias y decepciones, quizá no estaba mal que no supiera que yo estaba lejos de haber decidido qué iba a hacer con su hijo.