Capítulo 17
Me aparté de Matt con la excusa de que tenía que preparar el desayuno.
—Espero que no te moleste que me adueñe de tu cocina —dije con ligereza, tratando de sacudirme las preguntas que se agolpaban en mi cabeza.
—Adelante.
Matt sólo llevaba unos tejanos y había cruzado los brazos protectoramente sobre el pecho cuando me había apartado, observándome con expresión de perplejidad. Sólo media hora antes estábamos arrebujados satisfechos uno en brazos del otro; ahora yo estaba tratando de que mi voz no trasluciera dolor mientras le preguntaba dónde guardaba la sartén para las tortillas y pensaba en cómo demonios había terminado mi cazadora en su posesión.
Mientras batía los huevos, me descubrí vigilándolo subrepticiamente. Las advertencias de la detective Smith resonaron en mi cerebro. La doctora Patel había sugerido amnesia causada por un prolongado trauma emocional. Yo lo había negado vehementemente, pero seis años y medio habían ido a parar a alguna parte, ¿no? Me di cuenta de que estaba batiendo los huevos tan fuerte que las burbujas estaban salpicando del cuenco y formando charquitos amarillos en la encimera. Matt, que había estado rallando queso con semblante serio, paró y me dedicó una mirada dura.
—¿Qué pasa, Michaela?
Me di cuenta de que no podía mirarlo cuando iba al fregadero a buscar un trapo para limpiar las salpicaduras. Matt soltó el rallador de metal ruidosamente y rodeó la barra de desayuno, me puso las manos en los hombros y me sacudió ligeramente.
—Habla conmigo, maldita sea.
Me miré los pies.
—He encontrado mi cazadora en tu sótano.
—Maldita sea. —Dejó caer las manos a los costados y se quedó de pie mordiéndose el labio—. No es lo que piensas.
Levantando los ojos temerosos hacia él, descubrí que apenas me salía la voz.
—Entonces, ¿qué? —murmuré—. ¿Qué razón podría haber para que la tengas ahí? Estaba en la taquilla del aeródromo.
Tras cogerme el trapo y soltarlo en el mostrador, me condujo a través de la cocina hasta la pequeña sala que estaba decorada en negro y colores crema, con muebles de caoba oscura. Se acomodó en un sofá de color crema, me sentó a su lado y se volvió a mirarme.
—Guardaban una llave maestra de las taquillas en la oficina del aeródromo. Cuando no pudimos localizarte después del salto, todo el mundo empezó a buscar pistas desesperadamente. Kevin sugirió revisar tu taquilla; eso fue antes de que nos diéramos cuenta de que las cosas estaban fuera de nuestro control. Kevin pensó que tal vez habías aterrizado sin que nadie se fijara en ti y se le ocurrió comprobar si aún tenías las cosas ahí.
—En cuanto viste que mis cosas estaban allí deberías haberlas llevado a la policía.
—Lo sé. Pero es fácil decirlo a posteriori. Kevin había sacado todas tus cosas y cayeron al suelo. La cazadora fue lo último que recogí y todavía la tenía en la mano cuando entró mi jefe y Kevin cerró la taquilla antes de que pudiera ver que habíamos estado husmeando. Era demasiado tarde para volver a poner la chaqueta sin parecer culpable como Judas. Así que la metí en mi propia taquilla y listo.
—¿Por qué la trajiste aquí?
—Cuando me echaron del trabajo, me traje todas mis pertenencias, incluida tu chaqueta. No quería tirarla.
—¿Por qué no la encontró ayer la policía durante su registro?
Se encogió de hombros.
—No la llevabas ese día en el aeródromo, así que la descripción de todo el mundo era que ibas vestida con camiseta y tejanos. Supongo que no la estaban buscando.
—¿Calum no les dijo que faltaba?
—Quizá no se fijó en que un elemento de tu armario había desaparecido; no era sorprendente considerando lo inquieto que estaba por tu desaparición. ¿Vio que te ibas con ella?
Pensé y recordé que al irme, Calum todavía estaba en la ducha. Ni siquiera Abbey la había visto, porque la había echado en el coche junto con mi bolso.
Torcí el gesto, fruncí los labios, suspiré y cerré los ojos.
—Esto es como una pesadilla. ¿Por qué no puede ser todo como antes?
Matt me apretó la mano más fuerte.
—¿Todo? ¿Estás segura?
Sabía que se estaba refiriendo a la noche que acabábamos de pasar juntos.
—Estoy muy confundida. Pensaba que amaba a Calum y que él me amaba a mí y ahora descubro que no quiere que vuelva. Se desprendió de todo lo que le recordaba a mí. ¿Cómo podría haber hecho eso si de verdad le importara?
—No lo sé. —La voz de Matt era suave—. Yo descubrí que no podía.
Su comentario me calmó. Estaba reprendiéndolo por lo mismo que me había inquietado de Calum. Me pregunté si la doctora Patel podía haber añadido el hecho de que guardara una prenda mía a su lista de posibles problemas psicológicos.
—Siento haber sacado conclusiones a la ligera.
—Yo siento que no confíes en mí.
Caímos en un silencio que interrumpió el repentino sonido de la puerta de la calle. Levantamos la cabeza.
—¿La policía? —susurré.
—No lo sé, será mejor que vaya a abrir.
Se levantó y me di cuenta de que aún iba vestida sólo con el albornoz. Si era la policía, llegarían a toda clase de desagradables conclusiones después de encontrarme en la casa de su sospechoso número uno sin ropa propia encima.
Matt volvió al cabo de unos segundos con Kevin tras sus talones. Mi antiguo compañero de oficina sostenía un trozo de papel y parecía bastante complacido consigo mismo.
—¿Llego a tiempo para desayunar?
Recordé los huevos en la cocina y me levanté, consciente al hacerlo de que los ojos de Kevin me seguían con interés.
—La única ropa que tengo está en la lavadora —le dije cortante al pasar a su lado—. ¿Quieres una tortilla?
—No te diré que no.
Diez minutos después, los tres nos encontrábamos sentados en la cocina comiendo tortillas de queso. Kevin estaba teniendo problemas para apartar la mirada de mis piernas desnudas y yo me moví de manera incómoda, apretándome el cinturón del albornoz y tapándome los muslos al sentarme en uno de los taburetes altos.
—Ésta —dijo, triunfante, sosteniendo el trozo de papel— es la nueva dirección de Ingrid Peters.
—¿De verdad? —Estaba sorprendida y complacida de que se hubiera tomado la molestia de encontrarla para mí. Estiré la mano para coger el papel y leí la dirección con sorpresa—. ¿Brighton? ¿Qué estará haciendo allí?
Kevin se encogió de hombros.
—Regístrame, nena. He tardado bastante en localizarla. He tenido que hackear a saco para encontrar su número de la Seguridad Social y desde allí he encontrado su lugar de residencia más reciente.
—¿Hay también un número de teléfono?
Me dedicó una mirada lacónica.
—¿Qué quieres, su talla de vestido?
—Con su número de teléfono ya estaría bien —repliqué sin alterarme—, pero la dirección es genial. Gracias, Kevin.
Apartó la mirada, pero su cara y cuello pecosos se estaban poniendo colorados. Me di cuenta de que, por raro que fuera, parecía genuinamente agradecido de haber podido hacer algo por ayudarme.
Después de terminarme un vaso de zumo de naranja, dejé a los hombres hablando y comiendo tostadas mientras me aventuraba a bajar las escaleras para pasar mi ropa a la secadora. Descalza en el suelo frío del sótano, salté de un pie al otro para que no se me congelaran. La secadora contribuía a calentar un poco el aire, pero había un olor mustio en el ambiente. Me pregunté dónde había notado ese olor antes.
Me acerqué a la caja de debajo de la escalera, saqué mi chaqueta y me subí la cremallera hasta la barbilla. Pensé que podía ponérmela. Al subir la escalera, me detuve para escuchar a Kevin y a Matt hablando en la cocina.
—Es asombroso. Parece que no se acuerda de nada de lo ocurrido —estaba diciendo en voz baja Matt.
—Quizás es mejor —replicó Kevin—. No queremos que recuerde de repente cosas que puedan desequilibrarla.
—¿Crees que los tests de la policía encontrarán drogas en su organismo?
Kevin musitó una respuesta, pero no conseguí entenderla. ¿Habían dicho algo que pudiera significar que habían estado implicados en mi desaparición? No estaba segura. Su conversación podía interpretarse en cualquier sentido.
Tosí para hacerles saber que estaba de nuevo en la cocina y Kevin dio un salto de culpabilidad al verme. Sus ojos se abrieron al ver la chaqueta que llevaba.
—Entonces, ¿lo sabe?
—¿Que hurgasteis en mi taquilla? Sí —dije al entrar en la cocina—. Tengo entendido que fue idea tuya.
—Hurgar en las taquillas es mi especialidad —dijo como si tal cosa—, lo hacía siempre en el instituto. Es asombroso lo que puedes descubrir de alguien por el contenido de su taquilla.
—La doctora Patel se pondría las botas contigo. —Volví a subirme a un taburete—. Me sorprende que te soltaran. ¿Alguno de los dos ha de ir a trabajar?
—Yo soy freelance —dijo Kevin—. Puedo hacer lo que quiera.
—Los hay con suerte —comentó secamente Matt—. Pero no, no he de trabajar hoy. No tengo ningún vuelo hasta dentro de un par de días. ¿Por qué?
—Me preguntaba si no os importaría llevarme a ver a mi madre otra vez esta mañana. Le prometí que volvería a verla.
—¿Se acordará de que fuiste a visitarla? Por lo que nos contaste parece bastante confundida.
—No puedo arriesgarme a que se acuerde y no aparecer. Lo siento; sé que es mucho pedir.
—Os seguiré en la furgoneta si no os importa parar en Redhill para que la deje en mi casa —dijo Kevin—. Es un incordio tener que volver aquí a buscarla.
—No hace falta que vengáis los dos.
—¿Qué? ¿Y perderte de vista? —exclamó Kevin—. Eres una persona famosa, una abducida retornada. Me encantaría filmarte si no tienes objeción ahora que ya te has situado un poco.
Hice una mueca rápida a Matt y él ocultó una sonrisa a su compañero bastante chiflado.
—Será mejor que vaya a ver si mi ropa está lista. —Bajé del taburete, ansiosa por alejarme un rato de ellos—. Desde luego no vas a filmarme así.
Me apresuré a bajar al sótano, con mi mente zumbando ansiosa. Una vez vestida, me quedé de pie y miré a mi alrededor en el pequeño cuarto subterráneo. ¿Era posible que hubiera permanecido encerrada allí durante seis años y medio y que no recordara nada? ¿Estaba dejando que mi imaginación se desbocara? Negué con la cabeza y me pasé la mano por los rizos alborotados. No, ni hablar. Matt y Kevin podían haber sido lo bastante estúpidos como para hurgar en mi taquilla, pero no eran secuestradores, o al menos eso esperaba sinceramente.