Capítulo 41

Una hora más tarde iba conduciendo alegremente en el viejo Volvo de Calum. Observé cómo iba pasando el paisaje: a ambos lados grupos de árboles engalanados con sus ropajes otoñales, cuyas hojas goteaban por la llovizna diurna y actuaban como un bálsamo para mis nervios. Me di cuenta de que era un alivio dejar atrás las preocupaciones y —con Calum a salvo en el hospital y Kevin cuidando de Abbey y Tristan— desterré mis temores a la parte de atrás de mi cerebro y me concentré en simular que no tenía ninguna cuita en el mundo.

Cuando finalmente me desvié de la carretera principal por un camino rural, las primeras dudas empezaron a reptar en mi cabeza. ¿Y si Matt no estaba allí? ¿Y si estaba allí pero no quería verme? Quizá debería haber llamado antes, decidí. Pero ¿qué iba a decirle? ¿No iba a preguntarle por teléfono si era el padre del hijo de Ingrid?

Se me empezaron a crispar los nervios y de repente mi humor relajado se evaporó y comencé a sentirme mareada. Quizá no había sido tan buena idea después de todo, decidí mientras bajaba la ventanilla y tragaba varias bocanadas de aire fresco.

Pasé de largo el desvío del camino de Matt y tuve que dar la vuelta en un sendero particular. Creía que había memorizado el camino cuando Matt y Kevin me habían llevado a ver a Calum el martes y había vuelto con ellos de la comisaría de policía, pero obviamente mi interés se había desviado hacia preguntas más absorbentes.

Sabía que tenía que estar a tiro de piedra de la casa de Matt, así que me metí en un apartadero de hierba, apagué el motor y decidí caminar por la tranquila calle residencial.

El viento húmedo resultaba agradable y estaba empezando a disfrutar del corto paseo cuando reconocí la familiar verja. Vacilé. Tal vez debería darme la vuelta y dirigirme a casa. Pero ya había llegado hasta allí, me dije a mí misma; ¿quería verlo o no?

Erguí los hombros, respiré hondo y enfilé el camino, pero al doblar la curva me paré en seco. Matt estaba de pie en el sendero de entrada, junto a un convertible plateado con la capota negra levantada. Pero no era el coche lo que captó mi atención sino su ocupante: una mujer alta y delgada con el pelo negro hasta los hombros y largas piernas morenas. Salió del coche —que habría llegado desde el otro lado— y echó los brazos en torno al cuello de Matt.

Observé anonadada que Matt la besaba en la mejilla suave de color café con leche. Quería volverme y echar a correr, pero sentía que se me habían pegado los pies al suelo. Y entonces, con sus brazos apretados en torno a la mujer y la cara pegada a la de ella, Matt levantó la cabeza. Nuestras miradas se encontraron y vi que sus ojos grises se ensanchaban por la sorpresa, y entonces eché a correr, huyendo de alguien sobre el que no tenía ningún derecho y a quien sabía que nunca tendría.

¿En qué diablos había estado pensando?, me pregunté mientras corría por el camino de hierba. Había dejado perfectamente claro a Matt que iba a quedarme con Calum. ¿Qué esperaba? Me tragué las lágrimas. Matt tenía derecho a ver a quien quisiera.

Aun así, me dolía que no hubiera tardado nada en hallar solaz en otros brazos. Fin del amor a primera vista y de su espera de seis años de alguien que significaba algo especial para él, como había dicho. Pensé que quizás Ingrid había tenido razón al resumir el conjunto de la especie masculina. Al pensar en lo difícil que había sido para mí la decisión de volver con Calum, me resultó irritante saber que Matt simplemente había ojeado su agenda para encontrar una sustituta instantánea.

El Volvo estaba a la vista cuando oí sus pisadas resonando detrás de mí y, sintiéndome estúpida por estar huyendo, me detuve para enfrentarme a él. Matt paró a un par de pasos de mí. Lo miré; ese hombre con el cabello castaño liso y una nariz ligeramente prominente, que hacía que se me acelerara el pulso cuando lo miraba. Quería darle un bofetón y abrazarlo al mismo tiempo, así que metí las manos en los bolsillos de mis tejanos y traté de vencerlo con la mirada. Y en ese momento sentí la terrible certeza de que estaba completa e irremisiblemente enamorada de él.

Maldición.

—Michaela... no esperaba verte. Pensaba, o sea Kevin me ha llamado esta mañana y me ha dicho que Calum estaba en el hospital. ¿Cómo es que no estás allí?

—Es obvio que no esperabas verme —repuse—. Y no estoy allí con él porque estoy increíblemente enfadada por que esté allí. Pero no dejes que te entretenga. —Cerré los puños en los bolsillos—. Ya he visto que tienes cuestiones acuciantes que atender.

Me miró inexpresivo y entonces rio de repente al caer en la cuenta de a quién estaba aludiendo.

—¿Estás celosa, Michaela?

—Desde luego que no. Lo que hagas y a quién veas no es asunto mío.

—¿Por qué estabas huyendo entonces?

—Yo no... bueno, ahora no.

La risa aún traslucía en sus ojos, pero ahora me estaba estudiando como si estuviera sumido en la reflexión. Bajó la voz a un susurro ronco:

—¿Qué estás haciendo aquí?

—He... he... —tartamudeé.

Descubrí que no podía terminar la frase. No quería preguntarle si había tenido un hijo con la que había sido mi mejor amiga. Pensé en la belleza morena que lo esperaba en el sendero y ya no parecía ser asunto mío.

—He cometido un error al venir. No era justo. —Me volví, pero él se estiró para cogerme de la mano.

—Michaela...

Me estaba mirando de una manera que hizo que el corazón me saltara en el pecho. Yo todavía estaba jadeando ligeramente por la carrera y él también parecía tener problemas para respirar. Sentía mi mano como pegada a la suya y de repente ya no estaba de pie al borde de un camino apacible con un cielo sobre mi cabeza y hierba a mis pies, sino envuelta en una burbuja en la que sólo cabían dos personas y esa burbuja podría haber sido el universo entero.

Infinitamente despacio, Matt me atrajo hacia sí. Mis pies parecieron moverse hacia delante por voluntad propia hasta que estuvimos tan cerca que pude sentir su respiración en mi cara, el calor que irradiaba de su cuerpo. Sus ojos estaban fijos en los míos y descubrí que simplemente no podía apartar la mirada. Bajó la barbilla en el mismo momento en que incliné mi cabeza hacia la suya, y cuando nuestros labios se encontraron cerré los ojos y me apoyé en él. Matt me envolvió en sus brazos y me abrazó fuerte. Todavía estábamos allí abrazados cuando alguien le dio unos golpecitos en el hombro.

—Lamento interrumpir, Matthew —dijo una voz femenina llena de sarcasmo—, pero creo que no me has presentado a tu amiga.

Ambos nos volvimos al sonido de su voz y yo me encontré mirando a un par de ojos inteligentes que me devolvían la mirada como si me estuvieran sopesando.

Sentí que me ruborizaba, avergonzada de conocer a una de las novias de Matt y en cierto modo asombrada por mi falta de autocontrol. Podía imaginar a esa criatura espléndida sintiéndose perfectamente a gusto vestida con una de las camisetas que me había prestado Matt en mi primera noche y supe con repentina certeza que pertenecía a ella.

Separándome del abrazo de Matt, murmuré una disculpa y dije algo respecto a irme, pero Matt no me hizo caso. Me apretó la muñeca con más fuerza y se volvió hacia la mujer.

—Simone, ella es Michaela.

La mujer inclinó la cabeza a un lado y continuó su escrutinio.

—Vi tu foto en los periódicos hace seis años, por supuesto. No has envejecido nada, ¿verdad?

—Te lo dije —replicó Matt, sonriendo como si exhibiera un valioso ejemplar—. Está exactamente igual que cuando la vi antes de que saltara de esa avioneta. —Se volvió hacia mí—. Michaela, te presento a Simone, mi hermana mayor.

—No mucho mayor, gracias —dijo Simone, pellizcándole el brazo juguetonamente—. Un par de meses no es nada en la gran escala de las cosas.

Me quedé estupefacta. ¿Cómo esa belleza sensual de obvia ascendencia africana podía ser hermana de Matt?

—Cierra la boca, no te favorece —comentó Simone con una sonrisa—. Y antes de que preguntes, no, ninguno de los dos es adoptado. Además, por interesante que sea tener esta charla en medio de la calle, creo que deberíamos pasar a casa de Matt. Llevo cuatro horas en el coche y necesito el baño y una taza de té en ese orden.

Simone se puso en marcha y yo descubrí que, a pesar de todas las sensaciones en sentido contrario, todavía me funcionaban los pies y podía seguir a Matt.

—No sabía que tenías una hermana —comenté de manera poco convincente, tratando de corregir mi falta de diplomacia.

—Supongo que pensabas que todas esas camisetas y cosméticos pertenecían a una larga lista de novias que habían vivido en casa —dijo riendo—. Sé que estás deseando saber más, pero dejaré que te lo explique Simone, ella es mucho más comunicativa que yo.

Matt puso la tetera al fuego mientras yo me subía a uno de los taburetes de la cocina y me inclinaba ligeramente sobre la barra central, preguntándome al hacerlo qué bien podía hacerme estar allí. Ver a Matt, estar con él otra vez, era sólo una manera de prolongar la agonía. Por más que tratara de convencerme de que había sido Calum quien había roto nuestro pacto de estar juntos, sabía que en su presente estado me necesitaba más que nunca.

Simone entró en la cocina frotándose crema en las manos delgadas. Hizo un gesto hacia el taburete de al lado del mío y yo lo aparté para que pudiera sentarse en él.

—Gracias.

Me estaba mirando otra vez con esa visión penetrante casi de rayos X. Estudió primero mi cara y mi cabello y luego bajó por mi cuerpo hasta los dedos de mis pies.

—Ya veo por qué ha estado tan perdidamente enamorado de ti durante los últimos seis años —comentó. Aceptó la taza de té que le ofreció su hermano y sonrió—. Debe de ser como un final de cuento de hadas para él que hayas aparecido por ensalmo y aterrizado en su regazo, por así decirlo.

—El problema es que no es el final que había previsto —dijo Matt al ocupar el taburete del otro lado de su hermana—. Está siendo heroica del todo e insiste en quedarse con su ex novio y la hija de él.

Simone parecía horrorizada.

—¿Por qué demonios quieres hacer eso? —me preguntó.

—Para mí no han sido seis años —traté de explicar—. Dejé a Calum el lunes para saltar en paracaídas y hoy sólo es viernes. Está enfermo, tiene cáncer de próstata. Si no me quedo con él, no se someterá a la operación que necesita, porque no quiere que su hija Abbey pase por ello.

Hice una pausa, di un sorbo de té y decidí no contarle a ella lo que Calum había tratado de hacer la noche anterior. No quise mirar ni a Matt ni a Simone a los ojos mientras dejaba caer la siguiente bomba, así que miré fijamente las manzanas que tenía delante de mí en una frutera.

—Y ahora hay una complicación añadida.

Esperé, pensando que uno de ellos podría decir algo, pero ambos permanecieron en silencio, así que seguí adelante.

—Ingrid (es decir, mi mejor amiga o al menos yo pensaba que lo era) se ha largado y me ha dejado con su hijo pequeño, Tristan.

«Tristan Matthew Peters», pensé al recordar el nombre completo del niño en un destello cegador. ¿Cómo podía no haberme fijado antes? Parecía que Ingrid hasta le había puesto a su hijo el nombre del padre. Eso me hacía quedar como una estúpida.