Capítulo 32

Pensaba que el sueño me vencería en cuanto apoyara la cabeza en la almohada, pero la extrañeza del entorno impidió que mi cerebro desconectara durante un rato. En el desván flotaba un olor rancio y húmedo que se me antojaba extraño y familiar al mismo tiempo. Temblé bajo la colcha, preguntándome si era posible que Calum me hubiera mantenido prisionera en esa habitación sin que se enterara ni siquiera su hija. Había visto un par de cajas de embalaje antes de apagar la luz y en ese momento las imaginé llenas con todas las cosas que yo habría necesitado durante seis años y medio: ropa, artículos de aseo, quizás incluso algunos libros.

«Basta —me dije con fuerza al tiempo que ahuecaba la almohada y me acurrucaba de lado—. Primero sospechas de Matt y Kevin y ahora dejas que las teorías de la detective Smith y la doctora Patel campen a sus anchas en tu imaginación. Vete a dormir, Michaela Anderson, las cosas tendrán mejor aspecto por la mañana.»

Me desperté en plena noche. Había alguien conmigo en la habitación, estaba segura.

Exhalé una respiración somera, aguzando el oído, tratando de captar el sonido de una pisada ahogada en la moqueta raída. Escruté la oscuridad a través de unos ojos cargados de temor; mis dedos se aferraron al edredón acolchado en la noche gélida, como si las plumas suaves pudieran ofrecerme cierta protección.

La luna asomó desde detrás de una nube. Atisbé la tenue luz plateada que se filtraba a través de los bordes de la persiana del tragaluz, y en esa luz vi a una mujer vestida de gris y aparentemente observándome con tanta intensidad como yo la observaba a ella. La intrusa se movió hacia mí y ahogué un grito. Algo me decía que cualquier sonido la sobresaltaría y mi instinto me alentó a mantenerme muy, muy callada.

Ella se movió hacia la cama y yo contuve el aliento, pero no iba a por mí. Mis pupilas la siguieron cuando se inclinó para pasar una mano titubeante sobre algo situado en el rincón del desván.

Me iban a estallar los pulmones, sabía que iba a tener que soltar aire en algún momento, y cuando espiré ella se volvió hacia mí otra vez y habló en voz tan baja que apenas pude oírla.

—Debes terminar esto por mí, Kaela... Debes terminarlo por nosotras.

¿Había dicho mi nombre o había sido el sonido de mi propia respiración escapando de mis labios? No estaba segura. Sin embargo, al mirar hacia el rincón del desván, me di cuenta de que ya no estaba allí, y envalentonada por su repentina partida me estiré con dedos temblorosos, palpé con cuidado la lámpara de la mesilla y la encendí deprisa. Miré a mi alrededor, parpadeando por el instantáneo brillo amarillo y esperando ver Dios sabe qué, pero en la estancia sólo había una pila de cajas de embalar polvorientas, una vieja máquina de coser, varios recipientes de plástico y un viejo caballito balancín con la crin rota.

—Idiota —me dije.

No había habido nadie allí, me lo había imaginado todo. Tomé un trago de agua del vaso que tenía junto a mi cama y eché un último vistazo al desván antes de apagar la luz y cubrirme la cabeza con la colcha. Quería que llegara el sueño o que rompiera el alba —lo que llegara antes— para rescatarme de mis demonios.

Con la mañana vino el inquietante recuerdo del sueño. Bostezando y estirándome, eché un vistazo a la pequeña estancia que iba a ser mi hogar en el futuro inmediato. Tenía sed y me había terminado el vaso de agua, pero en lo único en lo que podía pensar era en mi visitante nocturna. ¿Había sido un sueño, o alguien había estado en la habitación conmigo?

Bajé de la cama y caminé descalza por la moqueta raída, que parecía tan vieja como la casa misma. Subí la persiana y la luz del sol entró en oblicuo en la pequeña estancia, iluminando la vieja máquina de coser como una flecha que indica el camino. ¿Era eso lo que la figura había estado tocando? La capa de polvo que la coronaba estaba tal cual; ninguna mano humana la había tocado por la noche. ¿Qué más podía haber sido? Me reprendí por mi estupidez y ya estaba a punto de volverme cuando vi que la caja de madera sobre la que se alzaba la máquina de coser se hallaba ligeramente abierta. Al mirar por el agujero vi lo que parecía un fardo de mantas.

Me recorrió un escalofrío. ¿Qué había en la caja? Respiré hondo y tiré con fuerza de la tela para sacarla. En mis brazos tenía lo que me pareció una colcha. La miré, en parte decepcionada y en parte intrigada. Más que nada me sentía aliviada de que la caja no contuviera una colección de mis posesiones desaparecidas.

Agité la colcha sobre la cama y extendí la delicada tela encima del edredón. Era hermosa. Triángulos, diamantes y hexágonos cuidadosamente trabajados de una miríada de telas creaban un patchwork de cuadrados cosidos con gran esmero para formar una colcha de retazos grande y de exquisita factura. Al pasar ligeramente los dedos por cada cuadrado me di cuenta de que reconocía algunos de los trozos de tela. Había un patrón que usaba fragmentos de un vestido que Abbey llevaba en una foto tomada cuando era un bebé; otro estaba hecho de su viejo uniforme escolar, y aún había otro hecho de una falda con motivos de flores que yo había encontrado en cierta ocasión en el fondo de su armario. La colcha era predominantemente rosa y crema, pero se habían cosido otras telas más coloridas al conjunto. A mi entender, todos y cada uno de los fragmentos habían sido guardados de diversas etapas de los primeros ocho años y medio de la vida de Abbey.

Pero no estaba acabada. Había bordes recortados que colgaban abiertos donde presumiblemente había que fijar nuevas piezas. Pasé los dedos por la colcha, preguntándome quién la había hecho.

Entonces recordé la voz en mi sueño: «Has de terminar esto por mí, Kaela; has de terminarlo por nosotras...»

Y entonces comprendí con súbita e inexplicable claridad que tenía que ser un regalo muy especial que Grace había estado preparando para Abbey. Quizá no había podido completarlo a causa del accidente. Y en ese momento, sentí que en cierto modo mi labor era acabarlo por ella... Esa colcha de retazos podía ser una oferta conjunta de amor de la madre de Abbey y de mí.

Por si todo no fuera ya bastante extraño, pensé con una sonrisa mientras cogía la colcha y me la acercaba a la mejilla, inhalando el perfume antiguo de una mujer muerta. Sabía que estaba siendo extravagante al pensar que Grace me había pedido que hiciera eso por Abbey, pero gran parte de la vida a la que había regresado estaba hecha añicos por mi extraña ausencia. Tal vez me hallaba ante una oportunidad de reparar algún pequeño detalle.

Reí brevemente por la locura de todo ello. Bueno, si hacía falta eso para curar las heridas de Abbey, me dije, haría todo lo posible.

La casa estaba en silencio cuando bajé la escalera y recorrí el estrecho pasillo hasta el lavabo. Calum y Abbey obviamente estaban durmiendo, así que decidí aprovechar el interludio para darme una larga ducha caliente. Me quedé bajo el chorro tonificante de la ducha durante bastante rato, examinando en mi cabeza todo lo que había ocurrido, tratando de dar sentido a las piezas. Mi vida se había convertido en un puzle gigante y, mientras finas gotas de agua caían en mi cara inclinada hacia arriba, pensé que no era de extrañar que hubiera soñado con Grace. Imaginé la foto de la caja del puzle, en la que aparecía una imagen de mí misma rodeada por figuras sombrías: Calum, Matt, Kevin y Abbey, mi madre y mi padre, y una gris aparición con los rasgos oscurecidos. En torno a nuestras cabezas, en los bordes de la imagen, había pájaros que regresaban de una misteriosa ausencia de seis años y a nuestros pies un extraño círculo de hierbas que se suponía extinguidas. Todas las piezas estaban allí; las cartas de Abbey habían señalado mi capacidad para elegir la forma de montar el puzle y en el ojo de mi mente sostenía una colcha rosa y crema con un solo corazón bordado en el centro.

Estaba desayunando en la mesa de la cocina cuando Calum asomó la cabeza por la puerta, sonrió y se acercó para colocarse a mi lado.

—¿Qué tal has dormido?

—La verdad es que la cama era muy cómoda —le conté—. Creo que pasaré la aspiradora por el desván hoy.

—Buena idea, hay mucho polvo. Hace años que no duermo allí.

Miré las bolsas oscuras bajo sus ojos y me di cuenta de que, a pesar de su barniz de jovialidad, probablemente no se sentía bien.

—¿Cómo te encuentras?

Se encogió de hombros.

—La radioterapia me deja cansado, pero he estado despierto en la cama un buen rato, pensando... bueno, esas cosas que piensas en plena noche.

—¿Has llegado a alguna conclusión?

—La verdad es que no. Estaba pensando sobre todo en lo feliz que soy de que hayas decidido volver con nosotros. —Me sonrió con timidez—. No sé cómo ni por qué ha ocurrido esto, Michaela, pero sé que parece que tu sitio está aquí con Abigail y conmigo.

Nos miramos durante un momento y me di cuenta de que estaba sonriéndole.

—Yo también me alegro de estar con vosotros, aunque no creo que Abbey me dé el premio de madrastra de la semana. Anoche pedí a sus amigos que se marcharan y no parecía complacida conmigo.

—Pensé que todo quedó gloriosamente en silencio bastante de repente —dijo, sirviéndose un poco de muesli.

Yo le pasé el cartón de leche y él se la echó en el cuenco.

—¿Sabes? —dijo—, me parece que tengo hambre de verdad por primera vez en varios meses.

—Parece que has perdido peso. Vamos a tener que engordarte. Creo que iré a comprar más tarde.

Calum asintió, obviamente complacido de que fuera a cuidar de él.

—Dejaré algo de dinero. —Inclinó la cabeza a un lado—. ¿Estás bien de ropa y eso?

—Tengo unas cuantas cosas para ir tirando —le dije, pensando con sentimiento de culpa en los tejanos y la camiseta nuevos que me había puesto esa mañana y en cómo había pasado las manos con nostalgia sobre las prendas que había elegido Matt antes de ponérmelas—. Y el lunes por la mañana voy a volver a visitar al abogado para ver si puedo acceder a mis cuentas de ahorro.

—Coge lo que necesites y lo arreglaremos la semana que viene. —Calum sacó varios billetes de la cartera y los dejó en la mesa al terminar su desayuno—. Voy a trabajar un par de horas esta mañana.

—¿Vas a continuar con la radioterapia después?

—Me han programado varias sesiones, pero le diré al médico que estoy listo para esa operación y a ver qué dice.

Asentí.

—Te veré más tarde entonces, espero que vaya bien.

Le di un beso de despedida a Calum en la puerta y nos imaginé como una vieja pareja casada al despedirlo. Abbey obviamente continuaba durmiendo y decidí no despertarla. Tenía muchas cosas en qué pensar: solucionar mi situación económica con el abogado, buscar un nuevo empleo y entretanto averiguar cómo continuar el trabajo que Grace había empezado con la colcha.

Estaba sacando trapos del polvo y aerosoles de limpieza de debajo del fregadero cuando sonó el timbre. Hice una pausa delante del armario abierto, preguntándome quién demonios sería. Seguramente no sería la policía otra vez. Me pregunté si habrían encontrado el paracaídas.

El timbre sonó de nuevo, esta vez de un modo más continuado e insistente, como si alguien hubiera dejado el dedo apretando el botón. Con una caja de abrillantador y un trapo todavía en la mano corrí a la puerta de la calle y la abrí.

Y allí delante estaba Ingrid.