Capítulo 23
Miré al niño, que tenía una mano en torno a la pierna de su madre, mientras con la otra se agarraba a una manta sucia y deshilachada.
—Y antes de que me lo preguntes, no estoy casada —anunció Ingrid, con el mismo tono defensivo—. Su padre ya no está por aquí.
De repente, una de las luchas de mi amiga quedó clara. Ese niño era probablemente la razón por la que Ingrid se había visto obligada a dejar su trabajo en la compañía de seguros.
El niño me estaba mirando con aspecto cansado y yo le sonreí con timidez. El crío bajó la mirada de inmediato, se agarró a la pierna de su madre y se escondió detrás de ella. Ingrid se impacientó y apartó la mano de su hijo antes de volver al salón y dejarse caer en el sofá. El niño la siguió y se quedó de pie a su lado.
Al acercarme, él retrocedió, asegurándose de que el sofá quedaba entre nosotros.
Ingrid le dio un manotazo no demasiado suave.
—No seas tonto, Tristan. Saluda a Kaela.
Tristan logró hacer un ruido que tomé por un saludo y yo me agaché para colocarme a su altura.
—Hola, Tristan. Soy Kaela. Soy amiga de tu mamá.
—Hace mucho tiempo, tal vez —me corrigió Ingrid, seca—. Tanto si te secuestraron como si no, no has sido una gran amiga en los últimos seis años. —Cogió la botella de vodka del suelo y se sirvió otro generoso trago—. ¿Dónde estabas cuando te necesitaba?
—Lo siento, Ingrid. No puedo hacer otra cosa que decir lo mucho que lo siento. ¿Hay algo que pueda hacer por ti ahora? ¿Quieres alguna cosa?
Recordé mis propias circunstancias y me pregunté qué podría hacer por ella. No tenía dinero ni ropa ni un lugar en el que estar.
—No puedes resucitar nuestra amistad después de lo que ha pasado; no es posible. —Inclinó la cabeza para mirarme—. Cuando estaba a punto de dar a luz a Tris recé por que aparecieras y me sostuvieras la mano o me frotaras la espalda dolorida. Era la única madre de la sala que no tuvo visitas, ni tarjetas de felicitación, ni parientes que trajeran un ramo de flores. —Hizo una pausa y vi que se le humedecían ligeramente los ojos—. ¿Te acuerdas de la vez que Greg me plantó en la oficina? Pensaba que era mi hombre, el amor de mi vida, pero me plantó por esa vaca vieja de finanzas y tú te presentaste con una caja enorme de bombones y una botella de vino y nos pillamos una buena.
Asentí e intenté esbozar una sonrisa de esperanza.
—Podemos volver a ser amigas.
Ella apartó la mirada abruptamente y pugnó por coger la botella de vodka.
—Ahora es demasiado tarde, Kaela. —Echó un trago, sin preocuparse por servírselo en el vaso esta vez, a pesar de que su hijo la estaba observando con atención. Se rio con sarcasmo—. Yo siempre fui la chica mala, claro.
—No fue culpa tuya. Tuviste una infancia horrible, pero eras divertida.
—Tal vez era divertido para ti; para mí era una mierda. —Su cara adoptó una expresión adusta—. A veces te odiaba, ¿lo sabes? La señorita virtuosa, con sus padres respetables y una casa cómoda de clase media. Lista, organizada, guapa... Dios, Kaela, lo tenías todo. ¿Qué es lo que viste en mí?
—Tú eras mi amiga... Eres mi amiga. Estabas ahí para mí, igual que yo lo estaba para ti.
Ingrid negó con la cabeza.
—Yo iba colgada de tus faldones con la esperanza de que un trozo de ti se me pegara. Quería lo que tú tenías y... y me gustaba la forma en que parecías pensar que yo merecía la pena.
—Era recíproco, Ing. Nunca olvidaré mi primer día en Wayfarers. Estaba tratando de ocultar mis nervios cuando fui a la cafetería. Me temblaban tanto las manos que el roll y el zumo se me cayeron de la bandeja. —Le sonreí, tratando de que lo recordara—. Tuve la impresión de que todos me miraban y me sentí una idiota. Y tú te acercaste y me cogiste la bandeja para que yo pudiera recoger lo que había caído al suelo y limpiar, y luego me invitaste a compartir tu mesa. Fuiste simpática y amable y yo me sentí muy agradecida contigo.
Di un paso hacia ella, pero Ingrid levantó una mano y me lanzó una mirada envenenada.
—Yo nunca fui tu amiga. Es mejor que lo sepas ahora, antes de que trates de recuperar algo que nunca existió.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas.
—Sólo estás deprimida y ofendida, pero siempre serás mi amiga, Ingrid.
—No abandonas a una amiga durante seis años sin decirle ni una palabra.
La conversación había descrito un círculo completo y me di cuenta de que no lograría nada allí. Ingrid se sentía sola y amargada y estaba bastante borracha: no parecía haber nada que pudiera decir para consolarla.
—Mira, será mejor que me vaya. Matt, Kevin y Abbey están esperándome.
Levantó la cabeza de golpe y entrecerró los ojos.
—¿Matt? ¿No querrás decir Matt Treguier?
Asentí.
—Después de encontrarme vagando por el aeródromo desierto, lo llamé. Él vino a recogerme.
—Oh, apuesto a que lo hizo. Siempre estaba hablando de ti: Michaela esto, la maldita Michaela lo otro...
—¿Volviste a verlo? ¿Después de mi desaparición? —la interrumpí.
Ella negó con la cabeza, como si se preguntara cómo podía ser tan estúpida.
—Por supuesto que lo vi. Nos juntaron a todos: a Graham, a Kevin, a Matt y a mí. Pasamos un infierno. Éramos las únicas personas que comprendían lo que fue perderte así y al mismo tiempo que nos consideraran sospechosos de tener algo que ver con tu desaparición. Eso nos unió.
Pensé en su abrupto rechazo de Kevin y me pregunté si su recuerdo de ese tiempo era muy diferente al de ellos.
Sus ojos se desviaron un momento hacia su hijo y luego se asentaron en mi cara.
—¿Y has dicho Abbey? ¿Has vuelto con Calum, pues?
—No. Abbey quiere que vuelva, pero no creo que Calum me quiera después de tanto tiempo.
Ingrid bebió lo que quedaba de la botella y la dejó a su lado en el sofá. Miró al espacio vacío y por un momento pensé que se había olvidado de mi existencia. Tristan se levantó en silencio. Sus ojos pasearon de su madre a mí como si la hubiera visto así muchas veces antes y estuviera esperando un resultado inevitable. Y entonces Ingrid me dedicó una sonrisa amarga.
—Sólo recuerda una cosa: un consejo de tu vieja amiga... —Le entró hipo y se tapó la boca con el dorso de la mano, antes de estirar un dedo índice y agitarlo en mi dirección—. Todos los hombres, Kaela, y me refiero a todos los hombres... son unos desgraciados.
Matt, Kevin y Abbey estaban sentados en un café del paseo cuando finalmente los localicé. Abbey estaba envuelta con fuerza en la chaqueta de Kevin, pero una fuerte brisa marina hacía que el cabello se le volara a la cara, y parecía tener la piel azulada de frío. Sus manos estaban en torno a una taza de chocolate caliente de poliestireno. Matt y Kevin sostenían sendas cervezas. Matt se levantó de un salto en cuanto me vio y apartó una silla.
—¿Cómo ha ido?
No estaba segura de si estaba imaginando la expresión ansiosa en sus ojos cuando formuló la pregunta. ¿Qué pensaba que me había contado Ingrid? Sus palabras de despedida me inquietaron cuando me senté. Miré a una pareja cercana que se fundía en un abrazo y deseé que mi vida fuera tan simple como eso. ¿Por qué todo tenía que ser tan condenadamente complicado?
—Va por mal camino.
Kevin asintió sabiamente.
—He encontrado a un tipo cuando salía del edificio de Ingrid. Estaba subiendo por la escalera y me ha preguntado si venía de su piso. Cuando le he dicho que a lo mejor, me ha guiñado un ojo y me ha preguntado si era buena.
Lo miré, con los ojos muy abiertos por el asombro.
—¿No querrás decir...? ¿Qué le has dicho?
—Le he dicho que estaba ocupada en ese momento. Ha dicho que esperaría.
—Oh, pobre Ingrid. Ha dicho que trabajaba y me pregunté qué haría, pero nunca imaginé...
Recordé la ropa de cama del niño hecha un revoltijo en el rincón de la cocina. Si el piso sólo tenía una habitación y ella trabajaba allí, eso significaba que Tristan dormía en el suelo de la cocina. Cogí la cerveza de Matt y di un trago largo. Cuando me limpié la boca con el dorso de la mano, Matt y Kevin me estaban mirando en silencio.
Abbey levantó la mirada de su taza de chocolate caliente y sonrió.
—¿Qué...? ¿Esa amiga tuya es puta?
La miré horrorizada. Todavía estaba pensando en Abbey como la niña que había sido y la pregunta planteada de un modo tan natural me dejó descolocada. Negué con la cabeza, bastante mareada.
—No lo sé, pero tiene un hijo que mantener y las cosas desde luego son difíciles para ella.
—Aun así, meterse a puta es un poco drástico. O sea, todos esos hombres extraños, ag... —Abbey tragó lo que le quedaba de chocolate y tembló de manera sentida.
Negué con la cabeza. El mundo que había dejado sólo un par de días antes había cambiado de una manera tan radical que me sentí completamente perdida.
No tuve mucho tiempo para revolcarme en la autocompasión, porque Abbey se había levantado de un salto, había arrugado su taza de poliestireno y estaba mirándome de manera acusadora.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿No irás a marcharte con él a su casa? —Lanzó una mirada envenenada a Matt.
—Me parece que no tengo mucha elección.
—Has de venir a casa conmigo. Papá te necesita.
—Oh, Abbey, ya hemos hablado de esto. Te lo he dicho, tu padre dejó claro que nuestra relación había acabado.
Abbey se encaró conmigo. Bajó la cabeza, pero tenía los ojos clavados en los míos.
—¡No eres mejor que la zorra de tu amiga! Te he dicho que papá sólo estaba cansado y enfadado y tú lo estás usando como excusa para huir de nosotros.
—Abbey, eso no es verdad.
Pero hasta en el momento de decirlo me pregunté si no tenía razón. Había querido estar con Matt desde el momento en que había venido al bar. Sabía que el problema era que en el fondo todavía me importaba mucho Calum.
Abbey se aferró a mi momento de duda de inmediato.
—Vuelve conmigo, Kaela —rogó, agarrándome el brazo con sus dedos de uñas violetas—. Por favor.
Matt había dejado la cerveza y estaba escuchando la conversación con intensidad. Quería volverme y abrazarlo, pero el tacto frío de la mano de Abbey y la expresión de súplica en sus ojos estaban debilitando mi resolución.
—¿Y si te digo que al menos hablaré con tu padre? Cuando te dejemos, supongo que podría entrar y así podríamos tener una conversación como es debido. Si te parece, le hablaré del hecho de que en realidad no estás yendo al colegio.
Sentí que Matt se tensaba a mi lado y Kevin murmuró algo que no entendí del todo, pero los ojos de Abbey se habían llenado de esperanza y sabía que había tomado la decisión correcta. Estaba convencida de que Calum confirmaría que nuestra relación había acabado por completo. Abbey vería que había hecho un último esfuerzo por ella y me sentiría en cierto modo absuelta por haber huido de ellos desde el mismo momento de mi regreso.
Pero, al parecer, la vida no iba a ponérmelo fácil.